jueves, 23 de mayo de 2013

El sufrimiento


Por una parte existe el dolor físico, que siempre se produce por alguna razón y nos aporta alguna enseñanza, y por otra, el sufrimiento o el dolor psicológico. El sufrimiento tiene su origen en la propia reacción ante los hechos y no en la realidad de lo que está ocurriendo. No lo produce la realidad, sino la mente en la que se arraiga el deseo, la exigencia, los prejuicios, los miedos, etc. Por ejemplo, si vamos al campo, llueve y nos enfadamos, la causa del enfado no está en la lluvia, sino en la propia reacción, porque se han contrariado los propios planes y deseos. Si se tienen problemas quiere decir que se vive dormido. Uno mismo crea los problemas. La realidad sólo plantea dificultades que es preciso resolver. Si vemos que el sufrimiento que nos aflige lo producimos nosotros mismos y no los demás, quiere decir que estamos despertando. Cuando nos veamos cansados de sufrir, ese será un buen momento para despertar.

Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto, indudablemente, no ofrece la comprensión del sufrimiento. No es lo mejor establecer como fin hacer desaparecer el sufrimiento, pues esto no es más que un movimiento más de nuestra propia mente, siempre limitada y condicionada. Si desarrollamos la suficiente madurez como para comprender el deseo de huir del sufrimiento comenzamos a comprender cuál es su contenido, qué es lo que nos quiere enseñar. Es muy importante comprender este punto.

Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso, hablamos del fin del dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos. Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho. Pero la mayoría de nosotros no es consciente de nada. No somos conscientes de nuestros amigos, de nuestra esposa, de nuestros hijos ni de los continuos movimientos sutiles que se producen en nuestro interior.

Para comprender es necesario amar. Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Si queremos comprender algo -a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación-, si queremos comprender algo completamente, necesitamos estar muy cerca de ello. Es preciso llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, tenemos que mirarlo sin condicionamientos. Debemos ser conscientes de la persona o de la situación, lo cual implica que debemos amarla. De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Pero no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización. Así pues, las palabras y la mente me impiden ser conscientes del dolor y de todas las cosas. Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor, y esto nos impide ser uno con él. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse.

De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento. Éste es una perturbación en diferentes niveles de la persona, en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta. Nuestro hijo ha muerto o se ha marchado. Habíamos erigido en torno a él todas nuestras esperanzas; o en torno a nuestra hija, o de nuestro esposo, o de lo que sea. Lo teníamos en un altar, junto a todas las cosas que deseábamos que él fuera; o hemos tenido un compañero y de pronto se ha ido, ya conocemos todo eso. A esta perturbación le llamamos sufrimiento.

Al no gustarnos el sufrimiento y desear escapar de él comenzamos a preguntarnos por las razones de por qué sufrimos y, a continuación, justificamos nuestro sufrimiento. Nos decimos a nosotros mismos todos lo que queríamos a esa persona o a esa posesión que hemos perdido e inconscientemente tratamos de encontrar un escape en las palabras y en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.

Pero si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento sencillamente sucede que captamos el sufrimiento, pero no como una cosa distinta de nosotros mismos, no como observadores que observan el sufrimiento, sino que éste forma parte de nosotros mismos, es decir, la totalidad de nosotros mismos sufre. Entonces podemos seguir el movimiento del dolor y ver hacia dónde nos conduce. Si captamos de esta manera el dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.

Entonces veremos que hemos puesto el énfasis en el ego, no en la persona, cosa o situación que amamos y se ha ido. Aquella persona, cosa o situación, servía para ocultarnos nuestro propio sufrimiento, para evitar viéramos lo que hay en realidad en nuestro interior, la soledad y el infortunio.

En realidad nos menospreciamos pensando que no somos nada, que no tenemos valor, y creemos que mediante las personas y las cosas somos “algo”. Por eso lloramos, porque cuando terminan nos encontramos solos y abandonados, no lloramos porque se hayan ido.

Es muy difícil llegar a este punto de comprensión. Realmente es difícil reconocerlo y no decir simplemente, "estoy solo ¿Cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de huida, sino ser consciente de este vacío, mantenerse en él y ver su movimiento. Si dejamos que el sufrimiento se manifieste y nos revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.

Innumerables personas y organizaciones están dispuestas para ayudarnos a huir y evadirnos. Todas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus dogmas, con sus esperanzas y sus fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el Karma". Todos nos brindan una salida, bien lo sabemos.

Si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor, en el que nuestra mente se encuentra en silencio. El dolor es una realidad y no una mera palabra, porque aquí la palabra no tiene sentido. El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, respecto a algo que poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo. Es decir, tan sólo sufrimos en relación con algo. El sufrimiento no puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino siempre en relación con algo, con un individuo, con un incidente, con un sentimiento, etc. Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra vida.

El sufrimiento no distinto de nosotros, en realidad no somos simplemente el observador que capta el sufrimiento, sino que nosotros mismos somos ese sufrimiento. Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es diferente de nosotros, somos el sufrimiento. Entonces no estamos separados del dolor, sino que somos el dolor. Ya no le evaluamos, no le juzgamos ni le damos nombre y, por lo tanto, no le rechazamos. Somos ese dolor, sencillamente somos ese sufrimiento, esa sensación de agonía. Cuando somos eso, cuando no le tememos, cuando somos uno con el dolor, no hay nada que hacer.

Entonces ocurre en nosotros una transformación radical. Ya no existe el "yo sufro", porque no hay ego que sufra, y el ego sufre porque nunca nos hemos parado a examinar lo que es el ego. Sólo vivimos de palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y no lo podemos ver por que miramos con intereses y con disciplina.

Debemos mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor” y “sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido. Si en nuestra relación con el sentimiento de dolor no lo consideramos como "algo" aparte de nosotros, no hay problema. Pero en el momento en que consideramos al dolor como "algo" separado de nosotros mismos, sí que surge el problema. Mientras tratamos el sufrimiento como algo fuera de nosotros -sufrimos porque hemos perdido a nuestro hermano, porque no tenemos dinero, por esto o por aquello-, establecemos una relación con ese algo, y esa relación es ficticia. Pero si somos esa cosa, si vemos completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada, y aquello que se considera en su totalidad se comprende y se disuelve. Y así no hay temor y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta que no existe.

Sólo si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por completo diferente. Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.

No es complicado permitir que el sufrimiento se disipe. Las ideas actúan como un escape; las ideas que se han convertido en creencias impiden el vivir completo, la acción completa, el ver lo que es. Son como el árbol que impide ver el bosque. Sólo se puede vivir de forma plena cuando existe un conocimiento propio cada vez más amplio y profundo... más abierto.

Cultivamos la mente haciéndola cada vez más ingeniosa, cada vez más sutil, más astuta, menos sincera y más tortuosa e incapaz de afrontar los hechos. Y cuando desde el centro -el ego- se mira dentro del sufrimiento, lo que hay es sufrimiento, únicamente eso.

La incapacidad de observar es la que da origen al sufrimiento. Cuando se percibe desde el ego esa observación que se obtiene es muy restringida, muy estrecha, muy trivial; y eso engendra sufrimiento. Sabemos que el dolor está ahí; es un hecho, y no hay nada más que conocer. Todos tenemos que vivir con el dolor. En uno mismo y en todas partes se ve sufrimiento, ignorancia y desconcierto. Pero la solución a esta situación se encuentra en investigarnos a nosotros mismos y a todo los que nos rodea, en ver la realidad de las cosas, en ser totalmente conscientes de ellas y obrar adecuadamente.


***


¿Cuál es el significado del dolor, del sufrimiento?
El dolor físico tiene un significado, es producido por alguna razón, pero ahora nos referiremos al sufrimiento psicológico.


¿Por qué deseamos descubrirlo, por qué queremos averiguar la razón por la que sufrimos?

Cuando nos hacemos la pregunta "¿por qué sufro?" y buscamos la causa del sufrimiento, ¿no huimos del sufrimiento? ¿no lo evitamos? El hecho es que sufro; pero en el momento en que la mente se ocupa del sufrimiento y digo ¿por qué?, ya he "aguado", disminuido, la intensidad del sufrimiento.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto, indudablemente, no brinda la comprensión del sufrimiento. Si me libro, pues, de este deseo de huir del sufrimiento, empiezo a comprender cuál es su contenido.
Es muy importante comprender este punto.


¿Qué es el sufrimiento?

El sufrimiento es una perturbación en diferentes niveles de la persona: en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta. Mi hijo ha muerto o se ha marchado. Había erigido en torno a él todas mis esperanzas; o en torno a mi hija, o de mi esposo, o de lo que sea. Lo tenía en un altar, junto a todas las cosas que deseaba que él fuera; o lo he tenido por compañero y de pronto se ha ido, ya conocéis todo eso. A esta perturbación le llamo sufrimiento.


¿Cómo respondemos, normalmente, ante el sufrimiento?

Al no gustarnos el sufrimiento decimos: "¿por qué sufro?", "lo amaba tanto", "él era esto" y "yo tenía aquello"... tratamos de encontrar un escape en las palabras, en los títulos, en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.


¿Qué sucede si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento?

Sencillamente sucede que capto el sufrimiento, no como una cosa distinta de mí, no como un observador que observa el sufrimiento, sino que éste forma parte de mí mismo, es decir, la totalidad de mí mismo sufre. Entonces podemos seguir el movimiento del dolor, ver a dónde conduce. Si capto de esta manera el dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.
Entonces veremos que hemos puesto énfasis en el "yo", no en la persona a quien amo y se ha ido.  Aquella persona, o aquella situación, servía para ocultarnos de nuestro propio sufrimiento, para evitar ver lo que hay en realidad en nuestro interior: la soledad y el infortunio.
Como yo no soy "algo", esperaba que él lo fuese. Aquello ya terminó; estoy abandonado, perdido, solo. Sin él o ella, o aquel estado, nada soy. Por eso lloro. No es que se haya ido; es que estoy abandonado, es que estoy sólo.
Es muy difícil llegar a este punto ¿verdad? Realmente es difícil reconocerlo, y no decir simplemente, "estoy solo ¿cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de huida, sino ser consciente de este vacío, mantenerse en él, ver su movimiento.
Así, gradualmente, si dejamos que el sufrimiento se manifieste y revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.
Por otro lado vemos que existen innumerables personas y situaciones para ayudarnos a huir, y evadirnos; miles de personas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus dogmas, con sus esperanzas y fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el Karma"; todos nos brindan una salida, bien lo sabemos.



Pero si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, ¿Qué ocurre? ¿cuál es el estado de nuestra mente cuando sigue de este modo el proceso del sufrimiento?
Lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor. Y nuestra mente existe en silencio.
El dolor es una realidad y no una mera palabra, la palabra no tiene sentido.
El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, a algo que poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo.
Es decir, cuando hay sufrimiento, éste tan sólo existe en relación con algo. No puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino en relación con algo: un individuo, un incidente, un sentimiento...
Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra vida.



¿Es ese sufrimiento distinto de nosotros, y por lo tanto somos simplemente el observador que capta el sufrimiento, o nosotros mismos somos ese sufrimiento?
Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es diferente de nosotros, somos el sufrimiento. No estamos separados del dolor, somos el dolor.
Así, de esta forma no se le evalúa, no se le juzga, no se le da nombre y, por lo tanto, no se le rechaza: somos ese dolor, simplemente somos ese sufrimiento, esa sensación de agonía. Entonces, cuando somos eso, cuando no le tememos, cuando somos uno con el dolor, no hay nada que hacer.
Ha ocurrido una transformación radical en la persona. Ya no existe el "yo sufro", porque no hay "yo" que sufra, y el "yo" sufre porque nunca nos hemos parado a examinar lo que es el "yo". Sólo vivimos de palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y normalmente no lo podemos ver por que miramos con intereses y con disciplina.
Debemos mirar mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor y sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido.
Si en mi relación con el sentimiento de dolor no lo considero como "algo" aparte de mí, no hay problema. Pero en el momento en que considero al dolor como "algo" separado de mí, sí que hay problema. Mientras trato el sufrimiento como algo fuera de mí (sufro porque he perdido a mi hermano, porque no tengo dinero, por esto o por aquello), establezco una relación con ese algo, y esa relación es ficticia. Pero si soy esa cosa, si veo completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada; y aquello que se considera en su totalidad se comprende, y se disuelve, y así no hay temor, y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta inexistente.




***


Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso: hablamos del fin del dolor.
El conocimiento no pone fin al dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos.
Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho.
La mayoría de nosotros no está en comunión con nada. No estamos en comunión directa con nuestros amigos, con nuestra esposa, con nuestros hijos.
Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos estar en comunión directa con él. Si queremos comprender algo (a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación), si queremos comprender algo completamente, debemos estar cerca de ello. Debemos llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, debemos mirarlo sin condicionamientos. Debemos estar en comunión con la persona o situación, lo cual implica que debemos amarla.
De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos estar en comunión con él. Pero normalmente no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización.
Así pues, las palabras y la mente me impiden estar en comunión con el dolor y con todas las cosas.
Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor y esto nos impide ser uno con él. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse. De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento.
Únicamente si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por completo diferente. Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.
¿Cuál es el significado del dolor, del sufrimiento?
El dolor físico tiene un significado, es producido por alguna razón, pero ahora nos referiremos al sufrimiento psicológico.


¿Por qué deseamos descubrirlo, por qué queremos averiguar la razón por la que sufrimos?

Cuando nos hacemos la pregunta "¿por qué sufro?" y buscamos la causa del sufrimiento, ¿no huimos del sufrimiento? ¿no lo evitamos? El hecho es que sufro; pero en el momento en que la mente se ocupa del sufrimiento y digo ¿por qué?, ya he "aguado", disminuido, la intensidad del sufrimiento.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto, indudablemente, no brinda la comprensión del sufrimiento. Si me libro, pues, de este deseo de huir del sufrimiento, empiezo a comprender cuál es su contenido.
Es muy importante comprender este punto.


¿Qué es el sufrimiento?

El sufrimiento es una perturbación en diferentes niveles de la persona: en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta. Mi hijo ha muerto o se ha marchado. Había erigido en torno a él todas mis esperanzas; o en torno a mi hija, o de mi esposo, o de lo que sea. Lo tenía en un altar, junto a todas las cosas que deseaba que él fuera; o lo he tenido por compañero y de pronto se ha ido, ya conocéis todo eso. A esta perturbación le llamo sufrimiento.


¿Cómo respondemos, normalmente, ante el sufrimiento?

Al no gustarnos el sufrimiento decimos: "¿por qué sufro?", "lo amaba tanto", "él era esto" y "yo tenía aquello"... tratamos de encontrar un escape en las palabras, en los títulos, en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.


¿Qué sucede si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento?

Sencillamente sucede que capto el sufrimiento, no como una cosa distinta de mí, no como un observador que observa el sufrimiento, sino que éste forma parte de mí mismo, es decir, la totalidad de mí mismo sufre. Entonces podemos seguir el movimiento del dolor, ver a dónde conduce. Si capto de esta manera el dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.
Entonces veremos que hemos puesto énfasis en el "yo", no en la persona a quien amo y se ha ido.  Aquella persona, o aquella situación, servía para ocultarnos de nuestro propio sufrimiento, para evitar ver lo que hay en realidad en nuestro interior: la soledad y el infortunio.
Como yo no soy "algo", esperaba que él lo fuese. Aquello ya terminó; estoy abandonado, perdido, solo. Sin él o ella, o aquel estado, nada soy. Por eso lloro. No es que se haya ido; es que estoy abandonado, es que estoy sólo.
Es muy difícil llegar a este punto ¿verdad? Realmente es difícil reconocerlo, y no decir simplemente, "estoy solo ¿cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de huida, sino ser consciente de este vacío, mantenerse en él, ver su movimiento.
Así, gradualmente, si dejamos que el sufrimiento se manifieste y revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.
Por otro lado vemos que existen innumerables personas y situaciones para ayudarnos a huir, y evadirnos; miles de personas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus dogmas, con sus esperanzas y fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el Karma"; todos nos brindan una salida, bien lo sabemos.



Pero si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, ¿Qué ocurre? ¿cuál es el estado de nuestra mente cuando sigue de este modo el proceso del sufrimiento?
Lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor. Y nuestra mente existe en silencio.
El dolor es una realidad y no una mera palabra, la palabra no tiene sentido.
El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, a algo que poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo.
Es decir, cuando hay sufrimiento, éste tan sólo existe en relación con algo. No puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino en relación con algo: un individuo, un incidente, un sentimiento...
Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra vida.



¿Es ese sufrimiento distinto de nosotros, y por lo tanto somos simplemente el observador que capta el sufrimiento, o nosotros mismos somos ese sufrimiento?
Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es diferente de nosotros, somos el sufrimiento. No estamos separados del dolor, somos el dolor.
Así, de esta forma no se le evalúa, no se le juzga, no se le da nombre y, por lo tanto, no se le rechaza: somos ese dolor, simplemente somos ese sufrimiento, esa sensación de agonía. Entonces, cuando somos eso, cuando no le tememos, cuando somos uno con el dolor, no hay nada que hacer.
Ha ocurrido una transformación radical en la persona. Ya no existe el "yo sufro", porque no hay "yo" que sufra, y el "yo" sufre porque nunca nos hemos parado a examinar lo que es el "yo". Sólo vivimos de palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y normalmente no lo podemos ver por que miramos con intereses y con disciplina.
Debemos mirar mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor y sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido.
Si en mi relación con el sentimiento de dolor no lo considero como "algo" aparte de mí, no hay problema. Pero en el momento en que considero al dolor como "algo" separado de mí, sí que hay problema. Mientras trato el sufrimiento como algo fuera de mí (sufro porque he perdido a mi hermano, porque no tengo dinero, por esto o por aquello), establezco una relación con ese algo, y esa relación es ficticia. Pero si soy esa cosa, si veo completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada; y aquello que se considera en su totalidad se comprende, y se disuelve, y así no hay temor, y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta inexistente.




***


Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso: hablamos del fin del dolor.
El conocimiento no pone fin al dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos.
Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho.
La mayoría de nosotros no está en comunión con nada. No estamos en comunión directa con nuestros amigos, con nuestra esposa, con nuestros hijos.
Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos estar en comunión directa con él. Si queremos comprender algo (a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación), si queremos comprender algo completamente, debemos estar cerca de ello. Debemos llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, debemos mirarlo sin condicionamientos. Debemos estar en comunión con la persona o situación, lo cual implica que debemos amarla.
De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos estar en comunión con él. Pero normalmente no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización.
Así pues, las palabras y la mente me impiden estar en comunión con el dolor y con todas las cosas.
Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor y esto nos impide ser uno con él. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse. De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento.
Únicamente si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por completo diferente. Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.

Escapes y evasiones


El ser humano ordinario siente una profunda angustia, una gran sensación de soledad. Tiene miedo de ella y para intentar escapar busca seguridad, placer y poder –tanto en las cosas como en las ideas y en las personas. Y esa búsqueda es la causa de la confusión, el dolor y la desdicha en las relaciones y, por ello, en el mundo.
Cualquier forma de escape respecto de este vacío y de esta angustia interna se vuelve sumamente importante, porque encubre el propio vacío y angustia y, en consecuencia, el ser humano se aferra con desesperación a ella, a la manera en la cual huye. Y por proteger esta manera en la que se evaden de su propia angustia vital están dispuestos a pelear, a destruirse unos a otros. Ningún escape respecto de este sentimiento de vacío resolverá el problema sino que, por el contrario, genera más confusión. Por ello debemos darnos cuenta de los escapes.
Todos los escapes se encuentran en el mismo nivel, no hay escapes espirituales y escapes materiales. Todos son en esencia similares, y si uno se da cuenta que la mente está escapando todo el tiempo de este problema central de la angustia, si es capaz de vivenciar la propia angustia sin condenarla ni temerla, da el primer paso hacia su disolución: enfrenarse al hecho sin juzgarlo, sin condenarlo, sin darle un nombre. Cuando se le da un nombre a un hecho se le juzga y se le condena. Se le dice a esta vivencia que es angustia, soledad, muerte, y esas palabras implican condena y resistencia. Y al condenar y al resistir no se comprende el hecho.
Dar nombre al hecho crea el centro del “yo”, y el “yo” es soledad, angustia, separación y vacío. El “yo” sólo son palabras y, con ellas, el desarrollo de un proceso de aislamiento. En todas nuestras relaciones, en todos los esfuerzos que hacemos en la vida, estamos siempre aislándonos, y este aislamiento conlleva sufrimiento. Y sin comprender todo el proceso de la mente, son su separación y aislamiento, no se puede comprender y solucionar la angustia, el sufrimiento.
Pero cuando se ve y se comprende todo esto, sin nombrar, sin juzgar, sin desear hacer algo con respecto a ello, la angustia se convierte en algo por completo diferente. Uno entra entonces en un estado que va más allá de sí mismo, en un estado de creación, de vida.
El hombre inferior sólo es un simple resultado de influencias asociales, religiosas, económicas, hereditarias, climáticas... Pero cuando se comprende todo el proceso de la mente, entonces, al liberarse uno de él, surge una soledad exenta de toda influencia. Ahora, la mente y el corazón ya no están moldeados por los acontecimientos externos o las experiencias internas. Únicamente cuando existe esa soledad creativa es posible encontrar lo real. Pero una mente que se aísla a causa del miedo sólo puede experimentar angustia, y una mente así jamás podrá ir más allá de sí misma.
Pero la mayoría de seres humanos no tiene consciencia de sus escapes. Están tan condicionados, tan acostumbrados a los escapes, que los toma por realidades. Pero si se vieran con claridad verían cuan solos, angustiados y vacíos son bajo la cubierta superficial de los escapes. Apenas conscientes de ese estado, lo disimulan constantemente con diversas actividades, ya sean artísticas, sociales, religiosas o políticas. Pero esa angustia sólo puede disiparse mediante la comprensión, por eso debe ser comprendida.
Para comprender uno tiene que darse cuenta de estos escapes, y cuando se comprendan los escapes uno será capaz de enfrenarse con la angustia y el sufrimiento. Entonces se observará que la angustia no es diferente de uno mismo, que el observador es lo observado. En esa vivencia, en esa integración, en esa unidad del pensador y del pensamiento, desaparecen esa angustia y ese sufrimiento.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Un cambio de pensamiento



La historia de la humanidad está jalonada de revoluciones, levantamientos y sublevaciones que pretendían dar un cambio positivo a la evolución de nuestra especie. A pesar de estos reajustes violentos, la marcha de la humanidad ha seguido una derrota inexorable que parece alejarnos de los ideales perseguidos.
En la antigüedad, unos imperios florecían mientras otros se extinguían. En nuestros días, el desarrollo espectacular de las comunicaciones ha servido para tender una maraña de intereses económicos, políticos y de todo tipo que convierten a los pueblos del planeta en una piña compacta, proyectada hacia un destino común.
Hay, en esta piña, seis mil millones de piñones revueltos caóticamente, sin orden ni concierto, sin coordinación en su esfuerzo, sin un objetivo común. ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿De qué naturaleza es la fuerza que nos impulsa?
La fuerza que ha movido siempre a la humanidad es el pensamiento. El hombre actúa de acuerdo con sus pensamientos. Quien piensa egoístamente, obra egoístamente. La ambición, la avaricia y el ansia de fama, poder y riquezas han empozoñado la mente humana y han canalizado los logros del hombre hacia objetivos materialistas, hurtándole su paz interna, su alegría y su salud. El lodo ha añadido peso a sus alas. Su vuelo es ahora fatigoso y rasante. Ha perdido altura, se ha desorientado y no encuentra el camino.
El hombre, ciego a otra realidad superior, ha dirigido sus esfuerzos hacia la satisfacción de deseos materiales que le permitieran disfrutar de los objetos groseros que componen el universo de los sentidos. Ahora comienza a comprender que ha perdido su tiempo y ha equivocado su camino. Pero no es la solución limitarse a cambiar las estructuras externas; es preciso cambiar la fuerza que ha dado lugar a esas estructuras. Hay que llevar a cabo una revolución del pensamiento. Somos seis mil millones de seres, seis mil millones de mentes, seis mil millones de fuerzas, de distintas intensidades y direcciones, que se oponen para dar una resultante: la dirección en que se mueve la humanidad.
Para cambiar el rumbo errante de nuestra civilización es preciso estimular pensamientos positivos que se fundan en nubes, masas, fuerzas, sobre las que no pueda prevalecer la negra amenaza del egoísmo y la negatividad.
Esta es la labor del hombre hoy, emitir pensamientos positivos y poderosos que se propaguen en la atmósfera psíquica y que despierten pensamientos similares en otros hombres de buena voluntad, cuyas mentes se hallen en sintonía de simpatía.
El pensamiento es la mayor fuerza del universo. El pensamiento crea y destruye las civilizaciones. A nuestra humanidad decadente no puede salvarle más que un cambio de pensamiento. La inercia del subconsciente colectivo puede modificarse y superarse mediante el esfuerzo consciente de los individuos.
Dejémonos de alardear de inteligencia. El hombre autosuficiente sólo esconde ignorancia. El intelectualismo y la erudición no son más que adornos, una especie de ballet mental, en el mejor de los casos, que no aporta ninguna solución práctica. Lo que nuestro mundo necesita son hombres y mujeres prácticos, mentes poderosas, pensamientos puros y positivos que den lugar a una nueva forma de vida, a una Nueva Civilización.

Estilo de pensamiento y actitud ante la vida.



Todos pensamos, pero nuestro estilo de pensamiento es diferente.

El estilo de pensamiento es nuestra forma de percibir, analizar, sacar conclusiones y relacionarnos con las diferentes situaciones que vivimos.

Si es equivocado, nuestro sufrimiento y problemas aumentan.
Es personal, aprendido y lo repetimos una y otra vez.


Nuestro pensamiento puede enfocarse hacia el lado positivo y optimista o hacia elnegativo o pesimista.

La dirección que tomemos, determina nuestra actitud ante la vida.
Nuestros sentimientos, relaciones y conductas.


Determina la manera de:
  • Interpretar nuestro pasado.
  • Vivir y relacionarnos con nuestro presente.
  • Predecir nuestro futuro.


Un estilo de pensamiento basado en lo negativo es inadecuado porque:

  • Nos hace sufrir.
  • Nos impide ver las cosas tal como son.
  • Nos dificulta encontrar la solución a nuestros problemas.

Nuestro estilo de pensamiento es aprendido y por lo tanto, puede ser cambiado.

Algunos estilos de pensamiento se basan sólo en los aspectos negativos de nosotros, de los demás o de la vida.
Niegan una parte importante de la realidad.
Por eso nos perjudican y hacen sufrir.


Cambiando nuestros pensamientos equivocados.
¿Cómo puedes estar tan seguro de lo que piensan los demás, si todos somos diferentes.

Aunque tengamos características parecidas, hemos tenido distintas experiencias y educación. Aún los hermanos, no son exactamente iguales.

Posiblemente, porque conoces a alguien, puedes creer que sabes como piensa.
Pero existen muchos elementos que pueden estar influyendo en él en ese momento.
Desde su estado de ánimo y salud, hasta algún problema o éxito.

Mejor pregunta. 
.



El detallista.
Observa a tú alrededor:
¿Cuantas personas perciben o califican una misma situación de manera diferente?
¿Todos están equivocados menos tú?

Piensa en tus padres, abuelos, maestros que tuviste ¿Dónde y de quién aprendiste a pensar así?

Cuando te des cuenta de que estás poniendo atención sólo o principalmente a los detalles o aspectos negativos, aun si son importantes, busca los elementos positivos.

Escríbelos y sigue buscando más.
No importa si son importantes o no.

Pregúntale a otras personas que ven de bueno o que les gusta de esa situación y apúntalo.

Date cuenta de todos los aspectos que, con frecuencia, no tomamos en cuenta y piensa siempre que no es tan malo como tú lo estás viendo. 



El egocéntrico.
Si este es un estilo frecuente en ti, pregúntate:
¿Qué pruebas tengo para respaldar mis afirmaciones?

Ten en cuenta que el valor de una persona no depende de unas cuantas características o conductas.

Somos mucho más que lo que hacemos o lo que mostramos y nuestro valor depende del potencial emocional, psicológico y espiritual que tenemos como seres humanos. 



El exagerado.
Sacar conclusiones a partir de un solo hecho es un error.
Es como querer juzgar un libro a partir de unas cuantas páginas.

Aun cuando el hecho puede ser importante, es sólo una pequeña parte de la información necesaria para tener una visión completa.

Este tipo de pensamiento está muy relacionado con el extremista, que acaba pensando que las cosas siempre van a ser igual.

Todo y todos cambiamos.
Por lo tanto el hecho de que algo suceda una o más veces no indica que así van a continuar.

En ti está buscar ese cambio. 



El modesto.
Recuerda que lo que recibimos o dejamos de recibir de pequeños, está más relacionado con las características de aquellos que nos criaron, que con nosotros mismos.

Si sientes que tienes una autoestima baja, trabaja en ella.

Siempre puedes fortalecerla, aunque posiblemente requieras de la ayuda de un profesional. 



El juzgador.
Piensa que una situación puede no gustarnos, pero nuestras preferencias no cambian las circunstancias.

En nosotros está tratar de cambiar la situación, cuando depende de nosotros.
Cuando no podemos resolverla, podemos alejarnos de ella, si es posible o vivirla con una actitud diferente.

Aceptar no quiere decir aprobar o justificar.
Quiere decir reconocer que eso es lo que está sucediendo en esos momentos. 



El terco.
¿De donde crees que viene esa necesidad de demostrar que tienes la razón?

¿Qué es lo peor que puede pasar si estás equivocado?
Posiblemente nada.

Recuerda que somos seres humanos y por lo tanto, somos falibles.
Es decir, cometemos errores.

No existe la persona perfecta, solo existe aquella que trata de dar siempre una imagen y aun así no lo logra. 



El etiquetador.
Si tiendes a etiquetarte o a calificar a los demás, haz una lista de todas las conductas que alguna vez has tenido y de todas las que puedes hacer.

Así como de todas las características, cualidades y defectos que has mostrado a lo largo de tu vida.

¿Crees que se puede calificar a alguien tan complejo como el ser humano, por unas cuantos aspectos?

¿Califica tus conductas, para ver los errores y corregirlos, pero no te califiques como persona. 



El justiciero.
Determinar lo que es justo y lo que es injusto es sumamente difícil.
Aun a nivel de países, lo que se aprueba en uno, como por ejemplo la pena de muerte, en otros se desaprueba.

Para el dueño de un negocio, correr a un empleado que le causa problemas es justo y para el empleado, es injusto.

En vez de enfocarte en el aspecto de la justicia, analiza las cosas en función de los resultados.
De cómo te sientes, de las reacciones de la gente importante para ti y de sus efectos, positivos y negativos.

Respeta a los demás y su derecho a pensar y a ser diferentes que tú.



El vidente.
Nadie puede saber con seguridad lo que va a pasar.

Hay situaciones que no dependen de nosotros, aunque puedan afectarnos.
Podemos tomar en cuenta la probabilidad de que ocurran.
Pero no podemos garantizarlo.

Tomar una decisión basada en esta actitud de pensamiento es un error.
Preocuparme constantemente por un futuro que no conozco y que no se si va a suceder o no, también lo es.

Analiza que tan probable es que suceda lo que crees.
Busca información correcta al respecto.
Pregunta y si es importante, elabora un posible plan de acción. 



El emotivo.
Nuestras emociones son sólo eso: emociones.

Son la respuesta a nuestros pensamientos y nuestras vivencias y son subjetivas.
Por lo tanto no pueden ser reflejo de la realidad. 



El iluso.
Rara vez las cosas cambian, para mejorar, simplemente con el paso del tiempo.

Poner nuestro bienestar en la suerte o en la esperanza de que algo suceda para que nuestros problemas se resuelvan, es una actitud equivocada.

Nuestro bienestar depende de nosotros.
De nuestras acciones, nuestra manera de vivir la realidad y de nuestros deseo de bienestar.

lunes, 20 de mayo de 2013

Manías y obsesiones

Es horrible la sensación de no poder detener una conducta a pesar de que el que la ejecuta sabe que es irracional. Es lo que vulgarmente la gente entiende por "tener manías".

Los temores hipocondríacos son frecuentes en los adolescentes, centrados -como están- en las impresionantes transformaciones de su cuerpo (la hipocondría puede definirse como una preocupación excesiva por el cuerpo y el estado de salud, con una "amplificación" de las sensaciones corporales más nimias). Cuando la preocupación invade por completo el pensamiento del joven, puede presentarse un delirio hipocondríaco con la convicción de estar afecto de una enfermedad en particular.

En sus formas más simples, los temores hipocondríacos en la adolescencia se presentan a base de dolores de cabeza, de inquietudes que conciernen al corazón (palpitaciones, por ejemplo), a la sangre, a las vías aéreas (sensación de no poder respirar bien, de tener un nudo en el pecho, etc.), a la deglución (imposibilidad de tragar sólidos, sensación de tener un cuerpo extraño dentro del cuello, etc.), de quejas abdominales (temores respecto al apéndice o los ovarios). Contrariamente al adulto, casi nunca se pronuncian quejas concernientes al tránsito intestinal, ligadas a la función digestiva: en la adolescencia se trata de órganos percibidos como inmediatamente vitales, como el corazón, la sangre o los pulmones. Es frecuente encontrar un padre que también sufre de manifestaciones hipocondríacas.

Las conductas obsesivas y compulsivas (necesidad imperiosa de realizar una acción que no puede pararse) como, por ejemplo, en los temas de orden (excesiva pulcritud en el arreglo del material escolar, en la realización de deberes, en el arreglo de la habitación, etc.) o en los temas de pureza y de protección corporal (temor a las contaminaciones, lavados prolongados de las manos, limpieza repetitiva de los utensilios de comer, evitar tocar, etc.), son manifestaciones típicas. Y todo ello puede convertirse en una enfermedad ansiosa (se denomina trastorno obsesivo-compulsivo) de la que el paciente no puede deshacerse a pesar de una lucha penosa.

Cuando, en algunos casos, estas conductas no se asocian con una lucha ansiosa, es preferible hablar de "rituales" más que de compulsiones. A menudo los rituales en el curso de la infancia son perfectamente aceptados por los padres, porque ayudan a "ordenar" el comportamiento del niño (ritual de ordenar la habitación o de las tareas escolares, ritual del aseo personal, etc.). Es más adelante, en la adolescencia, cuando estos rituales pueden convertirse en fuente de tensión psíquica y angustia. Son frecuentes los padres que presentan también rasgos obsesivos.

Habitualmente, el adolescente guarda durante bastante tiempo en secreto -incluso para sus padres- sus conductas obsesivo-compulsivas, mientras no interfieran con sus quehaceres cotidianos y su vida de relación social. Digamos que el joven se adapta bien a sus "manías". También, durante la adolescencia, frecuentemente se interpretan estas conductas como parte de la tendencia del joven al ascetismo, a los rituales religiosos, o a la autoexigencia a veces en forma drástica y cruel. Incluso hay un tipo de pensamiento obsesivo (más frecuente que las ideas obsesivas propiamente dichas) que desarrollan algunos adolescentes a base de darle vueltas a un mismo asunto, de manera escrupulosa y meticulosa (temas filosóficos, políticos, metafísicos, etc.), lo que les permite disquisiciones intelectuales y discusiones coloquiales que complacen a los adultos.

Sólo cuando estas conductas son claramente evidentes y obsesionan plenamente la vida del joven, haciéndole sufrir, es cuando requieren la asistencia psiquiátrica. Lo que tienen en común estos jóvenes es la experiencia de la pérdida de control ante la irrupción de ideas, pensamientos y acciones que no pueden controlar. Trágicamente creen que están a punto de perder la razón y de volverse locos. Una adecuada medicación antiobsesiva y un apoyo psicoterápico pueden hacerles desaparecer estas agobiantes manías y obsesiones.





Déficit de atención con hiperactividad en los niños

Los trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) están siendo diagnosticados en forma creciente en niños y adolescentes. Recientemente se ha comenzado a detectar que esta condición persiste en los adultos y es con frecuencia causa subyacente a problemas laborales, legales y maritales. Esto se debe a que a la deficiencia de atención y a la distracción se le agrega la impulsividad y la incapacidad de quedarse quieto.

Hoy se sabe que no se trata de un trastorno psicológico puro, sino que la causa es una entidad neurológica con trastornos bioquímicos a nivel de la zona frontal de la corteza cerebral, la cual se ha identificado como un intrincado centro de planificación.

Lo que sucede es que la persona (niño, adolescente, adulto) no puede inhibir sus acciones (actúa antes de reflexionar), tiene dificultad en establecer empatía emocional y, por encima de todo, no puede mantener una acción repetitiva (esfuerzo, metas lejanas) porque tiende a vivir en el "aquí y ahora". El placer a breve plazo tiende a regir su vida, lo cual, a la larga, acarrea consecuencias negativas. Este trastorno no desaparece con el crecimiento, pero muchos aprenden a controlarlo o a compensar ciertas funciones.

Básicamente tres grandes características definen este trastorno: la desatención, la impulsividad y la hiperactividad. Hay adolescentes que son más desatentos que impulsivos-hiperactivos, mientras que en otros sucede lo contrario. Los síntomas se distribuyen en dos grandes bloques: desatención e impulsividad-hiperactividad (aunque haya síntomas específicos debidos a la falta de control de los impulsos y otros al exceso de actividad).

Este trastorno aparece, en la mitad de los casos, antes de los cuatro años (en la guardería ya advierten que son niños muy movidos); aunque a menudo el problema no es identificado hasta que el niño entra en la escuela. Por definición (DSM-IV), el trastorno comienza antes de los siete años.

También, para diagnosticar a un adolescente con este problema, hay que ceñirse a un criterio diagnóstico: tiene que presentar seis o más síntomas de desatención, o seis o más síntomas de hiperactividad-impulsividad, y han de estar presentes en el paciente al menos durante seis meses. Y con el requisito de que los síntomas deben darse en dos o más situaciones, como por ejemplo en la escuela (o en el trabajo) y en casa. Todo ello conlleva una perturbación o deterioro, clínicamente evidente, en el funcionamiento social, académico y ocupacional del adolescente.

Es de suma importancia detectar cuanto antes a estos pacientes para poder actuar con prontitud en el tratamiento médico (a base de eficaces fármacos psicoestimulantes: metilfenidato, dexedrina o pemolina de magnesio), en el soporte psicoterápico del paciente y la familia, y en el contacto con la escuela, para establecer una estrecha colaboración del estamento docente y sanitario. Una curiosidad farmacológica es que si estos chicos reciben un sedante, a menudo tienen una reacción paradójica: en vez de tranquilizarse se excitan más. Mientras que los psicoestimulantes a los que aludíamos tienen una acción -aparentemente incomprensible- tranquilizante, porque estimulan los centros inhibidores cerebrales, facilitando el enfocar, planear y pensar antes de actuar.

Es preciso saber que son jóvenes con un buen nivel intelectual (potencial), que sufren por su propio comportamiento incontrolable y por las alteraciones que provocan en el entorno familiar, escolar o laboral, que, a su vez, generan reacciones ambientales adversas: reprimendas continuas, castigos, expulsiones de escuelas o de lugares de trabajo, etc. Se crea así un círculo vicioso en el que queda atrapado el propio adolescente, que, a su vez, termina pasando de la defensiva a la ofensiva, volcando su impotencia y agresividad contenida contra el entorno amenazante que le ataca continuamente. El resultado es que las conductas delictivas y adictivas son muy frecuentes en estos adolescentes que no han sido tratados adecuadamente.


* Criterio para el diagnóstico del trastorno por déficit de atención con hiperactividad.

Todos los síntomas que se exponen a continuación los tiene el adolescente a menudo.

Desatención:

• No presta atención suficiente a los detalles o incurre en errores por descuido en las tareas escolares, en el trabajo o en otras actividades.

• Tiene dificultades para mantener la atención en tareas o en actividades lúdicas.

• Parece no escuchar cuando se le habla directamente.

• No sigue las instrucciones, no finaliza tareas escolares, encargos u obligaciones en el centro de trabajo (no se debe a comportamiento negativista o a incapacidad para comprender las instrucciones).

• Tiene dificultades para organizar tareas y actividades.

• Evita, le disgusta o se muestra reacio en cuanto a dedicarse a tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido (como trabajos escolares o domésticos).

• Extravía objetos necesarios para realizar tareas u otras actividades (por ejemplo, ejercicios escolares, libros o herramientas).

• Se distrae fácilmente por estímulos irrelevantes ("se distrae con el vuelo de una mosca", dicen padres y maestros).

• Es descuidado en las actividades diarias.


Hiperactividad:

• Mueve en exceso manos o pies, o se mueve en su asiento.

• Abandona su asiento en las clases o en otras situaciones en que se espera que permanezca sentado.

• Corre o salta excesivamente en situaciones en que es inapropiado hacerlo (en adolescentes o adultos puede limitarse a sentimientos subjetivos de inquietud).

• Tiene dificultades para dedicarse tranquilamente a actividades de ocio.

• "Está en marcha" o suele actuar como si tuviera un motor.

• Habla en exceso.


Impulsividad:

• Precipita respuestas antes de que le hayan completado las preguntas.

• Tiene dificultades para guardar turno.

• Interrumpe o se inmiscuye en las actividades de otros (por ejemplo, se entromete en conversaciones ajenas).





Alteraciones de la personalidad en el adolescente

Este grupo de trastornos se manifiestan por rasgos y conductas inflexibles e inadaptadas que causan una incapacidad en la vida de relación del adolescente y perturban subjetivamente su pensamiento con ideas absurdas o extravagantes. Se trata, pues, de un grado patológico superior a los trastornos de adaptación que hemos expuesto en este espacio.

El diagnóstico de estos trastornos se hace solamente cuando los rasgos característicos son típicos de la actividad cotidiana de la persona y a lo largo del tiempo, y no se limitan a episodios concretos (como serían, por ejemplo, los trastornos psicológicos que acompañan a una determinada enfermedad). Asimismo, cuando el joven tiene menos de 18 años, hay que ser muy cautos al efectuar el diagnóstico de trastorno de la personalidad, siendo preferible diagnosticar un trastorno de conducta (en vez, por ejemplo, de trastorno antisocial de la personalidad, que veremos seguidamente), puesto que recientes estudios muestran que muchos niños con evidente conducta antisocial tienden a normalizarse al llegar a la edad del joven adulto. Por otra parte, algunos de los trastornos más severos de la personalidad comienzan en la adolescencia, y el poder detectarlos en forma incipiente o en el momento en que aún no tienen consecuencias irreversibles (es decir, cuando aún no hay deterioro de la personalidad) puede ser muy importante para su tratamiento. Veamos a continuación dos de los tipos más habituales de estos trastornos de la personalidad: la antisocial y la límite (borderline).

El trastorno antisocial de la personalidad se trata de una sociopatía que comienza generalmente en la niñez y en la adolescencia temprana (de los 10 a los 13 años de edad), y en sus primeras manifestaciones a menudo se confunde con el déficit de atención con hiperactividad que tiene gran incidencia en la actualidad, como exponemos en su apartado.

Estos muchachos tienden a ser intranquilos, pelean con frecuencia, y a veces incurren en conductas delictivas. Están predispuestos al abuso de sustancias (especialmente el alcohol). Presentan antecedentes de problemas escolares, con abundantes castigos disciplinarios y son frecuentes los cambios repetidos de una institución escolar a otra. Es típico en estos chicos el mal comportamiento durante las horas de clase, con discusiones habituales con el profesor o con los compañeros, ausentismo escolar injustificado (novillos), bajo rendimiento académico y proclividad a ser expulsados tanto de la clase como de la escuela. Asimismo, también es común una historia de fugas del hogar, durmiendo en casa de amigos o en la misma calle por una o más noches.

La gente los ve, en general, como adolescentes "poco fiables", que acostumbran a faltar o a abandonar sus actividades en cualquier momento, y que tienen serias dificultades para aceptar las críticas o los consejos de los demás. Habitualmente no terminan sus estudios. Tienen una actividad sexual precoz y promiscua (en un alto porcentaje ejercen la prostitución). No tardan en tener problemas con la justicia por sus conductas ilegales. Este tipo de trastorno es más frecuente en varones que en chicas. A menudo terminan en establecimientos correccionales, sometidos a tratamientos psicoterápicos-farmacológicos, bajo el control de asistentes sociales, y con un pronóstico reservado.

El trastorno límite de la personalidad (borderline) es otro tipo de alteración que se diagnostica en la actualidad con mayor frecuencia que en épocas pasadas (anteriormente, además, se confundía con formas clínicas semejantes a la esquizofrenia -llamadas pseudoneuróticas-, llegándose a diagnósticos erróneos). Casi siempre muestran estos adolescentes una persistente alteración de la identidad, con incertidumbre respecto a la autoimagen, la orientación sexual, los objetivos a largo plazo, la elección de profesión, el tipo de amigos o los valores a adoptar. A menudo presentan sentimientos de vacío o aburrimiento. Sus relaciones interpersonales son inestables, intensas y al mismo tiempo cambiantes. Tienen gran dificultad para tolerar la soledad y realizan esfuerzos titánicos para evitar el abandono real o imaginario. Cambian rápidamente de estado de ánimo, pudiendo pasar de la euforia a la depresión y a la ansiedad en pocas horas o pocos días. Tienden a la irritabilidad y a la agresividad, sea hacia los demás, sea hacia ellos mismos. El abuso de sustancias, la promiscuidad sexual y las conductas de riesgo o claramente suicidas son bastante habituales. Un número creciente de informes psiquiátricos relaciona la personalidad borderline con el hecho de haber sido víctimas de abuso sexual durante la infancia. Este trastorno es más frecuente en chicas que en varones. El tratamiento es similar al expuesto en el trastorno antisocial. Hay que considerar que la mayoría de las características de este trastorno son comunes en algunas etapas del desarrollo normal del adolescente. Sin embargo, estos síntomas tienden a decrecer con el paso del tiempo en el adolescente no problemático, y aumentar en aquellos que están consolidando un trastorno límite de la personalidad.


Trastornos de la personalidad.

- Trastorno paranoide: tendencia injustificada a interpretar las acciones de los demás como deliberadamente malévolas. 

- Trastorno esquizoide: indiferencia a las relaciones sociales, tendencia a las actividades solitarias y pobre expresividad emocional.

- Trastorno esquizotípico: ideas extravagantes y supersticiones, apariencia y conductas excéntricas, y déficit en las relaciones interpersonales.

- Trastorno antisocial: conducta irresponsable, con violación de los derechos de los otros.

- Trastorno límite (borderline): inestabilidad en las relaciones interpersonales, en la vivencia de la propia imagen, en los estados de ánimo, junto con marcada impulsividad.

- Trastorno histriónico: excesiva emotividad, cambios rápidos de humor y exagerada búsqueda de atención. 

- Trastorno narcisista: grandiosidad (en fantasía o en conducta), necesidad constante de admiración y falta de empatía (saber sintonizar y colocarse en el lugar de los demás).

- Trastorno por evitación: inhibición social, sentimientos de no estar adecuado a las situaciones e hipersensibilidad a una evaluación negativa de su persona.

- Trastorno por dependencia: conducta dependiente y sumisa, manifestando excesiva necesidad de recibir cuidados.

- Trastorno obsesivo-compulsivo: excesiva preocupación e inflexibilidad con el orden, perfeccionamiento y control.

sábado, 18 de mayo de 2013

Las pasiones

Las pasiones son inclinaciones o tendencias de gran intensidad, que no proceden de la voluntad, que se experimentan desde la pasividad, como «viéndose arrastrado por ellas», excepto cuando se intenta luchar activamente contra las mismas. Las pasiones se distinguen de las emociones y sentimientos por tener mayor o, al menos, la misma intensidad que éstos, y porque tienen una mayor duración, y dan a la persona que las experimenta la sensación de ser dirigido y dominado por ellas. Tienen un carácter más indiferenciado que los sentimientos y están orientadas fundamentalmente a conseguir el objeto que desencadena su aparición, por lo que mantienen una cierta proyección de futuro. Las emociones, por el contrario, están cerradas en el presente.
El odio, el amor, la venganza, etc., pueden tener carácter pasional cuando tienen tal intensidad que incluso escapan al control de la voluntad, si ésta no se aplica con una disciplina férrea. Con la pasión el ser humano se abandona a las inclinaciones de su vida afectiva, mientras que deja un poco de lado los contenidos racionales de su comportamiento: «Impera el corazón sobre la razón.» Bajo el influjo de las pasiones el ser humano tiene una vida afectiva más intensa, por lo que muchos románticos del siglo XIX proponían abandonarse a las propias pasiones, sin autocontrol, para sentir con toda fuerza la vida anímica, la cual sería la principal fuente para tener una auténtica conciencia de la existencia. Sin embargo, bajo el influjo de las pasiones se produce una cierta pérdida de libertad, ya que puede llegar un momento en que el sujeto se sienta casi obligado a desarrollar conductas y comportamientos que van en contra de la moral más elemental o, incluso, de la trayectoria vital que se había trazado.
De todos modos, no resulta fácil luchar contra determinadas pasiones, a pesar de que sepamos que seguir sus tendencias puede ser muy perjudicial para nosotros. Las pasiones, al igual que otros procesos afectivos, producen cambios psicológicos de cierta importancia en la persona que las experimenta. Esta sufre una cierta deformación en sus ideas, de modo que sobrevalora todos aquellos contenidos que están de acuerdo con la pasión, mientras que los que están en desacuerdo quedan automáticamente eliminados, o cuando menos, permanecen indiferentes. Por tanto, la pasión produce una deformación como consecuencia de la cual, sólo se consideran los aspectos que están de acuerdo con la pasión, mientras que se infravaloran o no se tienen en cuenta los que van en contra de la misma. De este modo se pueden justificar, ante uno mismo, los comportamientos pasionales.
También se suelen asociar a las pasiones algunos mecanismos psicológicos, como la catatimia o deformación de las percepciones, causada por el estado de ánimo (por ejemplo, cuando se quiere a una persona se la puede ver más guapa de lo que es en realidad). También son frecuentes los mecanismos psicológicos de proyección, mediante los cuales se atribuye a otras personas sentimientos o tendencias propias, que esas personas no poseen. Por ejemplo, un enamorado puede considerar como gestos o pruebas de amor en la persona querida lo que solamente son comportamientos comunes, sin que tengan ese significado concreto.
Algunas personas son más apasionadas que otras; es decir, están más sometidas que la mayoría al influjo de las pasiones. Serían aquellas en las que la vida afectiva mantiene una cierta supremacía sobre los contenidos de corte más racional, y que actúan más en relación a sus sentimientos y tendencias que a su forma de pensar. Estas personas suelen ser impulsivas y sensibles y muchas veces se ven inmersas en conflictos psicológicos, debidos a esta discrepancia entre su forma de pensar y su modo de actuar o de comportarse.
 


viernes, 17 de mayo de 2013

¡¡Crea tu propia vida y vívela!!


¡¡Crea tu propia vida y vívela!!

Algunas personas llegan a nuestras
vidas y rápidamente nos damos cuenta
de que esto pasa porque debe de ser
así.

Para servir a un propósito, para enseñarnos
una lección, para descubrir quienes somos
en realidad.

Tú no sabes quienes son estas personas,
pero cuando fijas tus ojos en ellas, sabes y
comprendes que ellos afectarán tu vida de
una manera profunda.

Algunas veces te pasan cosas que parecen
horribles, dolorosas e injustas.
Pero en realidad entiendes que si no hubieras
superado estas cosas, nunca hubieras realizado tu
potencial, tu fuerza, o el poder de tu corazón.

Todo pasa por una razón en la vida.

Nada sucede por casualidad o por la suerte.
Enfermedades, el amor, momentos perdidos
de grandeza o de tonterías. Todo ocurre para
probar los límites de tu alma.

Sin estas pequeñas pruebas la vida sería como
una carretera recién pavimentada: suave, lisa,
cómoda y segura, y tal vez, directa y sin rumbo.
Mas empañada y sin razón.

La gente que conoces afecta tu vida.
Las caídas y los triunfos que tú
experimentas crean la persona que eres.

Aún se puede aprender de las malas
experiencias. Y quizá éstas, sean más
significativas en nuestras vidas. Si
alguien te hiere, te traiciona o rompe
tu corazón, dale gracias porque te ha
enseñado la importancia de perdonar,
de la confianza y a tener más cuidado
de a quién le descubres tu corazón.

Entabla una conversación con
gente que no hayas dialogado
nunca. Escúchalos y presta
atención.

Si alguien te ama, ámalo . No porque te ame,
sino porque te ha enseñado a amar, a abrir tu
corazón y tus ojos a las cosas pequeñas de la
vida.
Has que cada día cuente y aprecia cada instante.
Aprende todo lo que puedas aprender... Ahora es el
momento. Quizá más adelante no tengas la oportunidad.

Permítete enamorarte, liberarte, y pon tu vista
en un lugar muy alto. Mantén tu cabeza erguida
porque tienes todo el derecho a hacerlo.
Repítete a ti mismo que eres un individuo
magnífico y... CREÉLO.
Si no crees en ti mismo nadie más lo hará tampoco.

¡¡Crea tu propia vida y vívela!!

Los celos


 


Los celos son una emoción que surge como consecuencia de un exagerado afán de poseer algo de forma exclusiva. Generalmente se refieren a la posesión exclusiva de la persona amada, entendiendo como tal no sólo a la pareja o el cónyuge; la conducta celosa se puede dar en otras formas de amor, como la de los padres con los hijos o en la amistad. A veces, se puede llegar a sentir celos con objetos (un coche, un caballo, etc.), no prestándoselos a los demás sólo porque se quieren para el disfrute exclusivo de uno mismo y porque se consideran como algo íntimo y personal (al margen de que se pueda pensar que los demás puedan deteriorarlos).
Los niños pueden tener una actitud celosa hacia sus hermanos u otros niños, en un intento de conservar todo el afecto de uno o ambos padres dirigido hacia ellos de forma exclusiva. No se desea compartir el cariño de los padres porque se piensa que entonces los querrán menos a ellos, ya que a menudo creen que el amor tiene unos límites cuantitativos, y que si se divide obtendrán una porción menor. A esto puede añadirse la idea de que el cariño y atención de los padres se va desplazando hacía los demás, a los que pueden terminar queriendo más que a ellos. Es posible que algo similar le suceda a uno de los padres, que puede temer perder el cariño de su hijo si éste se dirige hacia el otro padre, otras veces simplemente desean, de forma más o menos inconsciente, todo el cariño del hijo para sí, sintiéndose celosos de que su hijo quiera a su otro progenitor.
También se pueden producir celos entre los padres y el esposo/a del hijo. Los celos entre la madre y la esposa del hijo, sobre todo del hijo único, son relativamente frecuentes, como si ninguna de las dos quisiese compartir formas distintas de amor. Durante la adolescencia son especialmente frecuentes los celos entre amigos. Es la época de los amigos íntimos, con los que se comparte casi todo. La llegada de una nueva amistad se puede vivir como algo que pone en peligro las cualidades específicas de esa relación que no se desea ampliar ni compartir.
Con todo, los celos más comunes son los que se dan en la relación amorosa de pareja. En estos casos al exagerado afán de posesión y de exigencia egocéntrica propio de todas las formas de celos, se suma la exigencia de una fidelidad más o menos pactada y el desprestigio social que puede surgir de la infidelidad. Además, especialmente en el caso de los hombres el objeto de amor, la mujer, puede verse resquebrajado por la infidelidad, perdiendo características propias de la idealización del objeto amado. Los más inseguros pueden pensar que tras una relación amorosa con otra persona se puede perder el objeto amado porque ésta resulta más atractiva en su conjunto a su pareja, o bien que, por simple comparación, su pareja descubra lo poco que él vale en realidad.
En el amor conyugal es donde se dan las actitudes verdaderamente celosas, ya que se suele unir a la emoción de los celos una conducta de espionaje o vigilancia de su pareja; al fin y al cabo, «celar» no significa otra cosa que «vigilar», «estar alerta». Esta situación de continua desconfianza genera una gran tensión emocional en el celoso y en su pareja que se siente continuamente acosada, vigilada, interrogada, generalmente sin motivos. La vida de la pareja tiene uno de sus grandes pilares en la comunicación franca y sincera y en la mutua confianza. Los celos, lógicamente, producen un gran deterioro en la relación y pueden acabar con ella.
Hay algunos tipos de personalidad que suelen ser más celosos, como los egocéntricos, desconfiados, inseguros, narcisistas, necesitados de estimación o histéricos. A través de los celos se puede llegar a producir el trastorno denominado desarrollo paranoide o celotipia, en el que a partir de una situación más o menos real de infidelidad se elabora toda una estructura psicológica sin base real en relación con la infidelidad de una persona, que puede durar toda la vida. Algunos trastornos psicopatológicos suelen presentar conductas celosas; sobre todo destacan el alcoholismo y en menor medida las esquizofrenias de tipo paranoide.

Aprovecha lo que tienes

Cuánto tienes a tu alcance para hacer algo no es ni por asomo tan importante como lo que decidas hacer con ello. Muchísima gente que se volv...