Los psicólogos modernos echan en cara de los antiguos el desconocimiento que tenían de la unidad del espíritu humano, admitiendo varias facultades, unas de orden inferior y otras de orden superior: la razón, el entendimiento, la voluntad, la imaginación, la memoria, etc. Si por facultades se entienden fuerzas particulares que obran según leyes propias, el cargo que se les hace es fundado, por cuanto el espíritu es una fuerza única, completa, indivisible, y en él no pueden distinguirse más que las formas y las manifestaciones de su actividad. Pero es ciertamente muy útil clasificar con exactitud y precisión los caracteres de aquellas diversas manifestaciones. Debemos, pues, agradecer a la antigua escuela el habernos señalado el camino, esto es, a analizar el hombre en vez de limitarnos a contemplarlo con éxtasis como una maravilla. Sigamos las lecciones de nuestros antecesores y, sin renunciar a contemplar y admirar en su conjunto la facultad intelectual del hombre, estudiemos la acción de esta facultad en la diversidad de sus fenómenos.
Estos forman tres grupos diferentes y pueden clasificarse de la siguiente manera: facultad de pensar, facultad de sentir y facultad de querer. En la facultad de sentir suelen confundirse la imaginación y el sentimiento.
La vida intelectual tiene por alimento las ideas; por aire vital, los sentimientos; por ejercicios de su fuerza, los actos de voluntad. Examinemos, bajo ese triple aspecto, cómo se produce la acción del espíritu contra los sufrimientos materiales que amenazan al hombre.
Si en el dominio del espíritu se admite una escala graduada, hay que poner en la parte más baja la imaginación; en el centro, la voluntad, y en lo más alto, la razón. Este es el orden con que se desarrollan nuestras facultades durante la vida: el niño sueña, el adolescente desea, el hombre piensa. Y si es cierto que la Naturaleza, en su acción, procede de lo pequeño a lo grande, dicha gradación está probada. La Naturaleza empieza, como se ve, por la imaginación: imitemos, pues, a aquélla, porque la imaginación es como un puente tendido entre el mundo físico y el mundo intelectual. La imaginación es una fuerza maravillosa, variable, incoercible, de la cual no se sabe con certeza si hay que atribuirla al cuerpo o al espíritu; si la gobernamos nosotros o somos gobernados por ella, y esto precisamente es lo que la constituye como intermediaria entre lo moral y lo físico y lo que le da a nuestros ojos más importancia. En efecto, si examinamos atentamente los fenómenos que nos rodean, reconoceremos que ni el pensamiento ni el deseo ejercen en nosotros una acción inmediata, pues tanto el uno como el otro necesitan, para manifestarse, el auxilio de la imaginación. Esta es la fuerza motriz de todos los miembros aislados del organismo intelectual. Sin imaginación, todas las ideas resultan pálidas y estériles, todos los sentimientos son groseros y brutales. La imaginación es la madre de los ensueños, la fuente de la poesía, y sin poesía no hay nada puro ni elevado.
"En general (dice Herder), la imaginación es la facultad del alma menos estudiada y quizá la que menos puede estudiarse a fondo, porque estando enlazada con todo el sistema, y sobre todo con los nervios y el cerebro, como lo atestiguan tantas enfermedades raras, parece ser no sólo el ligamen y la base de todas las facultades superiores del alma, sino también el punto de unión del cuerpo con el espíritu. La imaginación es, por decirlo así, la flor de toda la organización material puesta al servicio de la facultad pensante".
Kant, el adversario de Herder, ha constado asimismo que la fuerza motriz de la imaginación es mucho más íntima y más penetrante que otra fuerza material cualquiera. El autor de la Crítica de la razón práctica ha dicho: "Un hombre que experimente el placer de una grata compañía, come más a gusto que si hubiera dado un paseo a caballo durante dos horas. Una lectura agradable es más útil para la salud que el ejercicio físico". En este sentido consideraba los sueños como una especie de movimiento determinado por la naturaleza para conservar el mecanismo orgánico. Kant explica el placer de la amistad como el efecto de una digestión feliz. Otro pensador ha dicho: "La imaginación es el clima del alma".
Las enfermedades mentales tienen toda su raíz en la imaginación. Si tuviesen su asiento en el espíritu, serían errores o vicios, pero no enfermedades. Si proviniesen del cuerpo, no serían enfermedades del alma. Para que se produzcan esos males que azotan a la humanidad, es preciso que el cuerpo y el alma estén en contacto, y ese contacto no puede verificarse sin el auxilio de la imaginación. Arrojar lejos y para siempre todas las enfermedades de este género es el fin supremo de la higiene mental.
La imaginación tiene su dominio fuera del mundo real; según sea el ejercicio, regular o desordenado, que hagamos de esta facultad caprichosa, alcanzaremos la dicha y la salud o la desgracia y la enfermedad. Cuando damos a la imaginación vuelos desmesurados, nos hace soñar despiertos y nos hallamos en los umbrales de la demencia. La mirada del poeta, extraviada en la contemplación del ideal, evoca muchas veces fantasmas terribles que le obsesionan, hasta tanto que sus ojos se dirigen, al fin, hacia la rutilante esfera de lo bello.
Aun en las condiciones ordinarias de la existencia, ¿no ejerce la imaginación sobre nosotros cierta clase de poder plástico? En el acto de la generación, según se ha podido comprobar, el estado imaginativo de los esposos contribuye eficazmente en las formas del hijo y en las facultades psíquicas. ¿No se ha escrito también lo mucho que influye la imaginación?, ¿no ha de constituir esta facultad un principio primordial del hombre? Puede decirse que la imaginación está en nosotros y aun antes que nosotros seamos nosotros mismos.
Lo que el mundo exterior, con todas sus influencias, es para el hombre externo, la imaginación, ese mundo interior que envuelve el fondo y la substancia de la vida, lo es para el hombre interior. La influencia que ha de ejercer la imaginación en la salud es, pues, decisiva.
Al haber dicho antes que el sentimiento y la imaginación se confunden en la misma facultad, no he querido rehuir el trabajo de dar una definición más precisa del uno y de la otra. Mi intención ha sido tan sólo hacer comprender que el sentimiento y la imaginación son, efectivamente, una misma facultad considerada ya como activa, ya como pasiva.
El trabajo de la imaginación supone un sentimiento: entonces sentimos lo que imaginamos. La imaginación, en este caso, es activa, y el sentimiento es pasivo. Si esto se reflexiona un poco, se reconocerá que no se trata de un simple juego de palabras. Mostrar al mundo el lado sensible de nuestro ser, es presentarse a pecho descubierto ante la espada del enemigo; oponer a la acción de las causas exteriores una imaginación activa, es armarse y defenderse. Así, pues, en esto como en lo demás, el placer y el dolor tienen idéntico origen.
Todos sabemos, por haberlo leído o por la experiencia, cuán saludable o cuán terrible puede ser la influencia de la imaginación en ciertos estados mórbidos. Por lo tanto, podemos hacer la siguiente deducción: si una fuerza es capaz de curar enfermedades, puede también evitarlas, y si la misma causa tiene el poder de agravarlas y hacerlas mortales, puede igualmente producirlas ¡Ved, pues, cuán profundos y funestos son los sufrimientos de aquellos desgraciados que se abisman en la idea fija de un mal imaginario, del cual se creen atacados o amenazados! Tarde o temprano, lo imaginario se convierte en realidad.
La causa fisiológica de este fenómeno es una tensión nerviosa continua hacia un mismo órgano, el cual termina por sentirse atacado en su esfera vegetativa. En casos de epidemia, se ha podido observar que muchas personas, en perfecto estado de salud, han sentido los efectos del cólera morbo, sin otras causas que las motivadas por las conversaciones y la lectura de los periódicos que reseñan los estragos de la peste. Y estas personas, a consecuencia de sus temores, puramente imaginarios, sienten los dolores de vientre precursores de la enfermedad y todos los síntomas que la acompañan.
Puesto que la imaginación puede ocasionar al hombre tantos peligros y sufrimientos, ¿no ha de tener asimismo la virtud de rechazar el mal y de hacernos dichosos? Si sólo por creerme enfermo, la enfermedad se apodera de mí, ¿no podré conservar la salud si me persuado firmemente de que estoy bueno? Las pruebas que apoyan esta opinión son verdaderamente abundantes. Dejando de lado los efectos maravillosos que producen en el ánimo del enfermo la confianza, los sueños agradables, las simpatías, la música, nos limitaremos a hacer esta observación: lo que tiene el poder de curar los órganos enfermos, tiene también la virtud de conservarlos sanos y fuertes.
Por el poder de la imaginación nos explicamos los efectos que vemos producir por ciertos caracteres enérgicos sobre las naturalezas más débiles y delicadas. El talento de un hombre superior no obra sobre nuestra razón si nuestra imaginación no le ha allanado antes el camino. La influencia que ejercen los hombres eminentes no proviene de que sean enseguida comprendidos, sino que tiene por causa la fama de que gozan, lo cual seduce a la imaginación.
Estos fenómenos son los símbolos de otros muchos hechos, de los hechos más importantes que se realizan en el mundo.
Existe una especie de atmósfera mental que envuelve al hombre, lo mismo que la atmósfera del mundo físico envuelve la Tierra. En aquella atmósfera, creada por la mente humana, se revuelven en un continuo flujo y reflujo un sin fin de ideas y sentimientos, que el hombre, sin darse cuenta de ello, respira, se asimila e influye en él.
Nadie se exime de la influencia que ejerce la opinión pública en las inteligencias más libres; pero el medio moral que obra en los individuos puede ser contrarrestado por la acción de una fuerza individual. El valor de un héroe se transmite como un fluido magnético; el miedo tiene una especie de poder contagioso; la risa y la alegría se comunican de una manera irresistible, apoderándose del hombre más taciturno; los bostezos y el fastidio se contagian igualmente con extraordinaria facilidad.
Mucho podría escribirse acerca de este punto, pero vuelvo a mi tema. Las personas que carecen de la fuerza de imaginación necesaria para aplicar los preceptos de la higiene mental, deben apoyarse en otra imaginación más poderosa que las sostenga y fortalezca. La debilidad de la imaginación es, una especie de tisis moral: "la imaginación es el pulmón del alma".
La esperanza constituye el primer origen de los planes y proyectos fantásticos y es el genio protector de la vida humana. El mismo Kant, el filósofo de la razón pura, proclamó ese poder benéfico de la esperanza. En efecto, ¿no es esta deidad protectora la hija de la imaginación y la hermana de todos los ensueños? Uno de los mejores medios de prolongar la existencia es dar a la imaginación una dirección agradable.
La vivificadora llama de la imaginación es alimentada por esta admirable facultad que llamamos ingenio. Una compañía agradable, en la que reine la jovialidad y el buen humor: he aquí lo que basta para curar el orgullo, la vanidad y el sentimiento enfermizo. La agudeza y el ingenio rigen al mundo con un cetro ligero y poderoso que mata los pesares, aplasta la soberbia y disipa los tormentos de las ilusiones vanas. La agudeza y el ingenio son los que dan a las almas enfermas la serenidad y el sosiego, bálsamo precioso y saludable, mucho más eficaz que todos los consuelos de la razón.
Entre las diversas partes del trabajo que constituye la vida intelectual del hombre, el arte es la que se refiere a la imaginación. Así como mientras dormimos los sueños reposan al alma de su fatigosa lucha contra el mundo material, así también, en el estado de vigilia, el arte, mediante sus concepciones ideales, reanima la vida próxima a sucumbir bajo el peso abrumador de la realidad.
La música, las artes plásticas, la poesía, etc., son el alimento que nutre el alma.
Un observador sutil ha dicho que el objeto final de la música es la salud, porque cuando un individuo se siente a sí mismo vivir dentro de su alma, con todas sus fuerzas y con todas sus aspiraciones, está plenamente sano. El canto y la música animan todos los órganos; las vibraciones se comunican al sistema nervioso, y el hombre, de pies a cabeza, se pone "unísono". Y así es, en efecto, pues el sentimiento no es otra cosa que la música del corazón, una especie de vibración externa, a la cual los sonidos musicales no hacen más que dar un cuerpo y una forma perceptibles.
Todas las artes tienen por principio, como la música, el sentimiento de la armonía; todas se convierten en guardianes de la salud y tienden a derramar sobre el alma la paz y el sosiego. Luego las bellas artes son el canto de la vida. Y en el seno mismo de la muerte, como ha dicho el místico Jacques Boehme, las almas transportadas a las esferas eternas están envueltas en luz y armonía.