domingo, 7 de julio de 2013

Enfermedades psicosomáticas

Al paciente, tras mucho deambular de médico en médico, le han mandado al psiquiatra, por un acné, una úlcera de estómago, asma o un dolor sin causa aparente. ¿Cómo es posible? Por algo que parece enteramente una enfermedad orgánica le remiten al «especialista de los nervios» y le dicen que padece un trastorno psicosomático.
Como su mismo nombre indica, en las enfermedades psicosomáticas se combinan lo psíquico y lo somático. Mente y cuerpo forman una unidad indivisible en permanente diálogo y que mantiene intercambios constantes con el exterior; los estímulos psíquicos pueden en un momento dado alterar la armonía de esta estructura. Esta idea es el punto de partida y apoyo de la medicina psicosomática, rama de la medicina a caballo entre la psiquiatría y la medicina general. En los problemas psicosomáticos se parte de un conflicto puramente psicológico, que, al no ser elaborado de forma correcta, hace surgir una enfermedad somática con toda su sintomatología, como una úlcera gastroduodenal, un eczema o una hipertensión, apareciendo una lesión orgánica evidente y demostrable. En esto se distingue de un proceso neurótico que también tiene como partida un conflicto psíquico y una manifestación somática, pero que, sin embargo, no cuenta con una lesión orgánica, ni una expresión física cuantificable que justifique los síntomas corporales.
En la aparición de estos procesos intervienen factores psicológicos, biológicos, sociales y de aprendizaje. Tensión, miedo y angustia, junto al exceso de trabajo y actividad, generan el estrés que va produciendo cambios en el organismo. Se alteran las hormonas, aparecen descargas de adrenalina, el organismo se resiente y, en un momento dado, un órgano lanza una señal de alarma. Surge una enfermedad somática en respuesta a la inquietud psicológica, es una consecuencia del estrés. En la elección del órgano no se actúa al azar, sino que siempre se afecta al más débil. Es la teoría de la inferioridad de los órganos: ante un problema psicológico que tiene que aflorar por algún sitio, se aprovecha el punto más débil para la somatización. Esta respuesta se puede repetir; cuando el sujeto se ve envuelto en conflictos y tensiones, aparece el mismo problema orgánico que en situaciones similares. Se produce también un fenómeno de conversión que consiste en que un síntoma psicológico se convierte en otro orgánico con el que de alguna manera tiene una relación simbólica. Por ejemplo, ante un problema de relación con otras personas el inconsciente se manifiesta a través de un problema en la piel.
Las enfermedades psicosomáticas se relacionan con la capacidad de expresión verbal condicionada por factores socioculturales. A medida que ésta es más baja, la persona tiende a expresarse más con un lenguaje corporal y el mismo camino siguen sus conflictos psicológicos. Apunta una personalidad psicosomática al estilo de las personalidades neuróticas, con un yo superestructurado incapaz de comunicar los conflictos del subconsciente, pero que, ante la necesidad de expresarlos, los materializa al corporizarlos.
Finalmente, hay que anotar lo que en psiquiatría se llama la «ganancia secundaria»; a través de la enfermedad, el enfermo puede obtener una serie de beneficios más o menos valorables, como más atención por parte de quienes lo rodean, consideraciones especiales en el trabajo, en la familia, una baja... Así, de forma consciente o inconsciente, el enfermo puede querer seguir siéndolo.
Hay una serie de puntos a tener en cuenta en las enfermedades psicosomáticas:
— Pueden independizarse de la causa psicológica que las originó e ir avanzando en el plano orgánico, transformándose en un proceso patológico independiente.
— Pueden manifestarse por fases, de acuerdo a las crisis de la biografía del enfermo.
— Pueden cambiarse de un trastorno psicosomático a otro, sin reglas fijas, y dependiendo de las situaciones ambientales y personales que concurran en cada momento.
— Pueden asociarse a otros procesos psicopatológicos, como la depresión o la crisis de angustia.

Enfermedades psicosomáticas:
Aparato digestivo:
— Úlcera gastroduodenal.
— Colitis ulcerosa.

Aparato respiratorio:
— Asma.
— Alergia respiratoria.
— Síndrome de hiperventilacíón.
— Síndrome de retención respiratoria.
— Rinitis vasomotora.

Piel:
— Eczema.
— Psoriasis.
— Acné.
— Hiperhidrosis.
— Alopecias.

Aparato cardiovascular:
— Hipertensión arterial.
— Síndromes algoriodes, enfermedades coronarias.
— Arritmias cardíacas.
Cefaleas.

Enfermedades ginecológicas:
— Síndrome de Tensión Premenstrual.
— Dismenorrea (regla dolorosa).
— Trastornos menopáusicos.

Disfunciones sexuales:
— Impotencia.
— Frigidez.
— Vaginismo.

Enfermedades del sistema endocrino:
— Obesidad.

Enfermedades psiconeurovegetativas.

El espectro de las enfermedades psicosomáticas es ciertamente amplio, incluye más aún de las que aparecen en este cuadro, pero hay que tener en cuenta que, aunque estas enfermedades pueden ser psicosomáticas, no siempre lo son. A la hora del diagnóstico, lo primero es descartar que no se trate de un proceso orgánico (una cefalea, dolor de cabeza, puede deberse a una lesión cerebral y no tener nada que ver con la situación psicológica). Existe el riesgo de convertir la patología psicosomática en un cajón de sastre donde todo puede ir a parar. Esto es grave, puede poner en peligro la vida de una persona y por supuesto retrasar el diagnóstico y el tratamiento de lo que verdaderamente le ocurre.
En el tratamiento hay que combinar la asistencia del médico general o especialista con el psiquiatra. Entre ambos se tratan las vertientes orgánicas y psicológicas de la enfermedad. Uno trata la úlcera, el acné o la hipertensión. El otro se encamina al origen en sí del problema psicosomático y, posiblemente, de otros cuadros acompañantes, como la angustia o la depresión. Existen dos armas fundamentales para el psiquiatra: la psicoterapia y los psicofármacos, que combina a la hora de afrontar este problema.
 


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