Ética Humanista vs. Ética Autoritaria
Escribo con la
intención de reafirmar la validez de la Ética Humanista, de señalar que
nuestro conocimiento de la naturaleza humana no conduce al relativismo
ético sino que, por el contrario, nos lleva a la convicción de que las fuentes de
las normas para una conducta ética han de encontrarse
en la propia naturaleza del hombre; que las normas morales se
basan en las cualidades inherentes al hombre y que su violación origina una
desintegración mental y emocional. Intentaré demostrar que la estructura del carácter de la
personalidad integrada y madura –el carácter productiva- constituye la
fuente y la base de la "virtud" y que el "vicio", en el
último análisis, es la indiferencia hacia sí mismo y una mutilación de sí
mismo. Ni la renuncia a sí propio ni el egoísmo sino el amor por uno
mismo, ni la negación del individuo sino la afirmación de su verdadero
yo humano, son los valores supremos de la Ética Humanista. Si el
hombre ha de confiar en valores tendrá que conocerse a sí mismo
y conocer la capacidad de su naturaleza para la bondad y a productividad.
Ética Humanista vs. Ética Autoritaria
Si no abandonamos la búsqueda de normas de conducta
objetivamente válidas como es el caso del relativismo ético ¿qué criterio depende del tipo del sistema ética
cuyas normas estudiemos. Los criterios de la Ética Autoritaria son, por
necesidad, fundamental diferentes de los de la Ética Humanista.
En la Ética Autoritaria una autoridad es la que
establece lo que es bueno para el hombre y prescribe las leyes y
normas de conducta; en la Ética Humanista es el hombre mismo quien da las
normas y es a la vez el sujeto de las mismas, su fuente formal o agencia
reguladora y el sujeto de su materia.
El empleo del término "autoritario" hace
necesario esclarecer el concepto de autoridad. Existe tanta
confusión respecto a este concepto por causa de la creencia generalmente
difundida de que nuestra alternativa es o tener una autoridad dictatorial,
irracional, o no tener autoridad alguna. Esta alternativa, no obstante, es
falsa. El verdadero problema consiste en saber qué clase de autoridad
debemos tener. Si hablamos de autoridad: ¿nos referimos a una autoridad racional o
irracional? La autoridad racional tiene su fuente en la competencia. La persona cuya
autoridad es respetada ejerce completamente su función en la tarea
que le confían aquellos que se la confieren. No necesita intimidarlos ni
espolear su admiración por medio de cualidades mágicas. En tanto que
ayuda competentemente en lugar de explotarlos, su autoridad se basa en
fundamentos racionales y no requiere terrones irracionales. La autoridad
racional no solamente permite sino que requiere constantes escrutinios y
críticas por parte de los individuos a ella sujetos; es siempre de
carácter temporal, y la aceptación depende de su funcionamiento. La fuente de
la autoridad irracional, por otra parte, es siempre el poder sobre
la gente. Este poder puede ser físico o mental, puede ser real o solamente
relativo respeto de la ansiedad y la impotencia de la persona
sometida a esta autoridad. El poder, por una parte, y el temor, por la
otra, son siempre los cimientos sobe los cuales se erige la autoridad
irracional. La crítica a la autoridad no es sólo algo no solicitado
sino prohibido. La autoridad racional se basa en a igualdad de dos:
del que la ejerce y del sujeto a ella, los cuales difieren únicamente con
respecto al grado de saber o de destreza en un terreno particular. La autoridad
irracional se basa por su misma naturaleza en la desigualdad, implicando
diferencias de valores. Al emplear el término "Ética Autoritaria" nos
estamos refiriendo a la autoridad irracional, ateniéndonos precisamente al uso
corriente del término "autoritario" como sinónimo de sistemas totalitarios
y antidemocráticos. El lector reconocerá bien pronto que la Ética Humanista no
es incompatible con la autoridad racional.
Pude distinguirse a la Ética Autoritaria de la Ética
Humanista en dos aspectos: uno formal y otro material. La Ética Autoritaria
niega formalmente la capacidad del hombre para saber lo que es bueno
o malo, quien da la norma es siempre una autoridad que trasciende al individuo.
Tal sistema no se basa en la razón ni en la sabiduría, sino en el temor a la
autoridad y en el sentimiento de debilidad y dependencia del sujeto; la cesión
de la capacidad de decidir del sujeto a la autoridad es el resultado del poder
mágico de ésta, cuyas decisiones no pueden ni deben objetarse. Materialmente, o
en relación con el contenido, la Ética Autoritaria resuelve la cuestión de lo
que es bueno o malo considerando, en primer lugar, los intereses de la
autoridad y no los del sujeto; es un sistema de explotación del cual, sin
embargo, el sujeto puede derivar considerables beneficios psíquicos o materiales.
Tanto el aspecto formal como el material de la Ética
Autoritaria se manifiestan en la génesis del juicio ético del niño y en el
juicio irreflexivo de valor del adulto medio. Los fundamentos de
nuestra capacidad para diferenciar lo bueno y lo malo se establecen
en nuestra infancia, primero en relación con funciones fisiológicas
y después en relación con asuntos más complejos de la conducta.
El niño adquiere un sentido de distinción entre bueno
y malo antes de conocer la diferencia por medio del razonamiento. Sus juicios
de valor se forman como resultado de las reacciones cordiales u hostiles de las
personas que ocupan un lugar de importancia en su vida.
En vista de su completa dependencia del cuidado y del amor del
adulto, no es asombroso que una expresión de aprobación o desaprobación en el
semblante de la madre sea suficiente para "enseñar" al niño
la diferencia entre lo bueno y lo malo. En la escuela y en
la sociedad actúan factores similares. "Bueno" es aquello
por lo cual uno es alabado; "malo" aquello por lo cual uno es
reprendido o castigado por las autoridades sociales o por la mayoría de la
gente. El temor a la desaprobación y la necesidad de aprobación parecen ser, en
verdad, los más poderosos y casi exclusivos motivos del juicio ético.
Esta intensa presión emocional impide al niño y
posteriormente al adulto, inquirir críticamente si "bueno" en un
juicio significa bueno para él o para la autoridad.
Las alternativas en ese sentido se hacen obvias si
consideramos a los juicios de valor con referencia a las cosas. Si yo digo que
un auto es "mejor" que otro, es evidente que califico de
"mejor" a un auto porque éste me sirve mejor que otro; lo bueno y lo
malo se refieren a la utilidad que la cosa tiene para mí. Si el dueño
de un perro lo considera "bueno", se refiere a ciertas cualidades del
perro que son de utilidad para él. Así, por ejemplo, si satisface la necesidad
que tiene de un perro guardián, un perro de caza o un perro de compañía. Se
llama buena a una cosa si es buena para la persona que la usa.
El mismo criterio de valor puede usarse en relación con el
hombre. El patrono considera como bueno a un empleado, si éste es útil para él.
El maestro puede calificar de bueno a un alumno si éste es obediente, no le
ocasiona molestias y le aumenta su reputación.
De igual manea puede calificarse como bueno a un niño si
éste es dócil y obediente. El niño "bueno" puede estar atemorizado e
inseguro, queriendo solamente complacer a sus padres sometiéndose a su
voluntad, mientras que el niño "malo" puede poseer una voluntad
propia e intereses genuinos que, sin
embargo, no son del agrado de sus padres.
Es obvio que el aspecto formal y el material de la Ética
Autoritaria son inseparables. A menos que sea intención de la autoridad
explotar al sujeto, no necesitará regir por medio del terror y de la sumisión
emocional; puede estimular el juicio y la crítica racionales, corriendo así el riesgo de
ser hallada incompetente. Pero como están en juego sus propios
intereses, la autoridad ordena que la obediencia sea la máxima virtud y la
desobediencia el pecado capital.
La rebelión es el pecado imperdonable en la Ética
Autoritaria, el poner en duda el derecho de la autoridad para establecer
normas y su axioma de que las normas establecidas por la autoridad están a favor de
los más preciados intereses de los sujetos. Aunque una persona peque, su
sometimiento al castigo y su sentimiento de culpabilidad le
restituyen su "bondad", porque de ese modo expresa su aceptación de
la superioridad de la autoridad.
El Antiguo Testamento, en el relato de los orígenes de
la historia del hombre, ofrece una ilustración sobre la
Ética Autoritaria. El pecado de Adán y Eva no está explicado en términos del
acto mismo; el comer del árbol del conocimiento del bien y del mal no fue en sí
mismo una mala acción. En efecto, tanto la religión judía como
la cristiana están acordes en afirmar que la facultad de diferenciar entre lo
bueno y lo malo es una virtud básica.
El pecado fue la desobediencia, el desafío a la autoridad de
Dios, quien tuvo temer de que el hombre, habiendo "llegado a ser como uno
de Nosotros conociendo lo bueno y lo malo" podría "estirar su mano y
tomar también del árbol de la vid y vivir para siempre".
La Ética Humanista, en contraste con la Ética Autoritaria,
puede también distinguirse por un criterio formal y otro material.
Formalmente se basa en el principio de que sólo el hombre
por sí mismo puede determinar el criterio sobre virtud y pecado, y no una
autoridad que lo trascienda. Materialmente se funda en el principio de que
"bueno" es aquello que es bueno para el hombre y
"malo" lo que le es nocivo, siendo el único criterio de valor ético
el bienestar del hombre.
La diferencia entre la Ética Humanista y la
Autoritaria es ilustrada también por los diferentes significados atribuidos al
término "virtud". Aristóteles emplea la palabra
"virtud" para significar "excelencia" –excelencia de la
actividad por medio de la cual se realizan las potencias particulares del
hombre. Para eso, por ejemplo, emplea "virtud" como sinónimo de las
características individuales de cada cosa, vale decir su
peculiaridad. Una piedra o una flor tienen su virtud, su combinación de
cualidades específicas. Del mismo modo la virtud del hombre es aquel conjunto
preciso de cualidades que es característico de la especie humana, mientras
que la virtud de cada persona es su individualidad única. Se es
"virtuoso" si se despliega la propia "virtud".
"Virtud" en el sentido moderno es, por contraste, un concepto de la
Ética Autoritaria. Ser virtuoso significa auto negación y obediencia, supresión
de la individualidad en lugar de su realización plena.
La Ética Humanista es antropocéntrica. Ciertamente no en el
sentido de que el hombre sea el centro del Universo, sino en el de que sus
juicios de valor –al igual que todos los demás juicios y aun percepciones-
radican en las peculiaridades de su existencia y sólo poseen significado en
relación con ella; el hombre es verdaderamente "la mediad de todas las cosas".
La posición humanista es que nada hay que sea superior ni
más digno que la existencia humana. Se ha argumentado en contra de esto
diciendo que es esencial a la naturaleza del comportamiento ético el
estar relacionado con algo que trascienda al hombre, y que, por eso, un sistema
que sólo reconoce al hombre y a sus intereses no puede ser verdaderamente moral,
que su objeto sería únicamente el individuo aislado y egoísta.
Esta objeción comúnmente esgrimida para desaprobar la
facultad –y el derecho- del hombre para postular y juzgar las normas válidas
para su vida, se basa en un error, ya que el principio que sostiene que lo
bueno es aquello que es bueno para el hombre no implica que la naturaleza del
hombre sea tal que el egoísmo o el aislamiento sean bueno para él.
No quiere decir que el fin del hombre pueda cumplirse en un estado de
desvinculación con el mundo exterior. En efecto, como lo han sugerido tantos
defensores de la Ética Humanista, una de las características de la naturaleza
humana es que el hombre encuentra su felicidad y la realización plena de sus
facultades únicamente en relación y solidaridad con sus semejantes.
No obstante, amar al prójimo no es un fenómeno que
trasciende al hombre, sino que es algo inherente y que irradia de él. El amor
no es un poder superior que descienda sobre el hombre, ni tampoco un deber que
se le haya impuesto; es su propio poder, por medio del cual se vincula a
sí mismo con el mundo y lo convierte en realmente suyo.
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