martes, 15 de octubre de 2013

Cuando todos están equivocados, todos tienen razón?


¿Mucha gente le está llamando la atención? ¿Demasiados enemigos? ¿Demasiados amigos que le abandonan? ¿Demasiados controles para que la gente ingrese a su país? ¿Demasiadas quejas? Puede ser que entonces usted no tenga razón.
No hay superhombres ni superpaíses; nadie es imprescindible en la naturaleza. Podemos ser mejores o peores para algunas cosas, pero no mejores o peores en todo, y pensar que somos el centro de atención de todos los demás, y que todos nos deben pleitesía y por otra parte, todos pueden conspirar para tratar de sacarnos algo, es simplemente un razonamiento idiota pero más común de lo que parece a simple vista.
Los romanos se creían muy superiores al resto y al final de su historia fueron destruidos por los bárbaros. Estados Unidos es un país que piensa en exportar democracia pero sus soldados son derrotados todos los días por iraquíes que no están de acuerdo en que su país fuera invadido en una guerra de conquista y sin ningún motivo justo. Incluso los tensitas argentinos que se creen mejores que el resto son derrotados cada vez que llegan a las finales de la Copa Davis.
¿Y por qué hay que pensar en estas cosas para desarrollar un pensamiento ecológico? Es muy simple: Porque ser presumidos, presuntuosos, arrogantes y soberbios nos lleva a creer que no tenemos que mirar alrededor y eso es justamente lo contrario que hay que hacer para pensar ecológicamente, en el ambiente. Si nos creemos mejores que todos los demás, entonces nos iremos acostumbrando a no escuchar a los otros porque ¿quién podría contradecirnos? Si al mismo tiempo que nos cerramos tanto vamos ganando poder, caemos en una de las peores trampas mentales que hay en el universo. Los humanos no pueden ser controlados totalmente, Las personas no funcionan en base a software que algún poderoso puede programar; todos somos influenciables en mayor o menor medida pero nunca dejamos de tener libre albedrío y podemos o no estar de acuerdo con los demás. La gente poderosa puede disfrutar de un mayor acuerdo de otros que siguen su liderazgo pero ahí termina todo porque la popularidad no es un cheque en blanco.
Así que cuando usted vea que todos le critican, que pareciera que hay confabulaciones en contra suya, si nadie le entiende, si hay"idiotas" por todas partes, si su país incrementa los controles sobre la gente que entra o que sale, quizás sea aconsejable tomarse unos minutos y pensar que cuando todos parecen estar equivocados, puede ser porque todos tienen razón. 

La autenticidad y nuestra verdadera naturaleza


Lo que no es autenticidad.
Ante todo, podemos ver que no es autenticidad el automatismo. El automatismo, sea el que sea, por adornado que esté, está ya por definición en oposición con la autenticidad. Automatismo quiere decir que algo está actuando en virtud de un principio de funcionamiento en circuito ce­rrado, es decir que se trata de algo adquirido, algo extraño a uno mismo, aunque esté incorporado a nosotros. Por lo tanto, queda fuera de la noción de autenticidad.
Tampoco es autenticidad, aunque a veces se suele con­fundir con ella, la impulsividad. Esas personas que creen que lo auténtico es dar salida a los impulsos en el momento en que se presentan están en un error. La impulsividad es simplemente la expresión de algo de lo que hay dentro, pero no de lo que es más central, más esencial, sino de un aspecto o de una tendencia desordenada. El impulso tiene una finalidad propia, pero una finalidad que satisface sólo un aspecto de la personalidad. Por lo tanto, tampoco cae den­tro de este sentido más amplio, profundo y completo que queremos exponer al hablar de la autenticidad.
Ni siquiera la sinceridad es lo mismo que la autenticidad. Sinceridad significa que una persona, al expresarse, no engaña, que habla de acuerdo con lo que siente, con lo que ve. Pero esto no basta para que la persona sea auténtica.

Características de la autenticidad.

La autenticidad es una respuesta inmediata, directa, inteligente, sencilla, ante cada situación. Es una respuesta que se pro­duce instantáneamente desde lo más profundo del ser, una respuesta que es completa en sí misma, y que, por lo tanto, no deja residuo, no deja energía por solucionar, no deja emociones o aspectos por resolver. Es algo que, por el hecho de ser acción total, una acción en que la persona lo expresa y lo da todo, liquida la situación en el mismo instante.
La autenticidad es la sencillez. Es lo más sencillo que hay, porque es lo que surge después de que se ha eliminado lo complejo, lo compuesto, lo adquirido.
La autenticidad es la expresión más genuina de la liber­tad interior, libertad ésta que está en oposición a todo con­dicionamiento, que es la expresión directa de nuestro ser más profundo, podríamos decir más primario.
Otro aspecto de la autenticidad es que proporciona la evidencia, la certeza, la claridad, en cada momento, para valorar toda situación. En realidad, la situación implica, ya en sí misma, nuestra respuesta, porque la situación y nuestra respuesta no son dos cosas distintas, sino que cons­tituyen una sola cosa. Esto solamente es posible verlo cuan­do la mente no está dividida, cuando la mente no separa al sujeto del objeto, cuando la mente está abierta y percibe, en un solo campo de visión, todo lo que está sucediendo en aquel instante, lo que acontece en uno como sujeto, como perceptor y reactor, y lo que está ocurriendo en el exte­rior como estímulo, como reactivo; todo es y forma un único campo.
Esta libertad interior se traduce en una disponibilidad. Disponibilidad significa que la persona no está encerrada dentro de una línea, de una estructura prefijada, que no tiene que hacer un esfuerzo para trasladarse de una estruc­tura a otra. La autenticidad es ser y estar en el Centro, por lo tanto en el punto óptimo para encaminarse en cualquier dirección. La autenticidad es, al mismo tiempo, una expe­riencia constante de satisfacción, de gozo, de felicidad, porque se está viviendo ese contenido profundo, ese contenido de plenitud.

¿Cómo vivimos la autenticidad?

Todo esto parece un poco algo así como un sueño, en unos tiempos en que estamos viviendo en un mundo lleno de reglamentos, lleno de obligaciones. Hoy casi no se conoce la autenticidad, e incluso sabemos que no es posible o tal vez deseable esa autenticidad. Desde jóvenes se nos ha educado, no tratando de que nosotros descubriéramos lo que somos en nosotros mismos, sino valorándonos siem­pre en función de nuestras actividades, de nuestro rendi­miento, siempre en comparación con los demás. Tanto es así que prácticamente éste parece, a simple vista, el único modo de conocernos: yo soy bastante honrado (bastante es un término comparativo); yo soy muy activo, yo soy más rico, yo soy muy emprendedor. Más, menos, es decir, siem­pre en relación con algo. En todo momento nos estamos definiendo respecto a los demás. Se nos ha dicho que un ser humano vale lo que es capaz de hacer, vale el valor que se le da, y, como este valor depende de su éxito, de su presti­gio, de su valoración social, esto ha hecho que nosotros, desde pequeñitos, nos apoyemos en querer que los demás nos juzguen bien, nos valoren, en que estemos siempre pendientes de estos esquemas de valoración social.
Y, así, organizamos nuestra conducta, nuestros valores, y estima­mos a las personas según que nos valoren, que nos reco­nozcan más o menos. Estamos viviendo en virtud de una valoración comparativa constante. Nunca se nos ha valora­do, nunca se nos ha educado para que nosotros tratemos de descubrir qué somos nosotros mismos, en nosotros mis­mos, por nosotros mismos.
De este modo, nos sentimos satisfechos cuando nues­tro valor queda afirmado, confirmado, aceptado o recono­cido por los demás, y nos sentimos insatisfechos cuando no se nos reconoce, cuando se nos critica. Tanto es así que, si unos nos valoran y otros nos critican, llega un momento en que no sabemos si valemos o no; estamos a merced de nues­tra cotización social.
Y esta necesidad de aparecer de un modo, para merecer unos juicios determinados, nos aleja cada vez más de nues­tra posibilidad de ser. Hemos de cuidar las apariencias ante los demás y ante nosotros mismos.
Cuando uno hace algo que va en contra de su valoración exterior, uno mismo se siente indispuesto, uno mismo se siente deprimido. Estamos tan pen­dientes de esta valoración que hemos hecho de nosotros mismos, del yo triun­fante, del yo victorioso que, cuando algo de nuestra experiencia contradice esa valoración, nos sentimos disminuidos; vivimos más en nuestra idea que en la experiencia genuina que podamos te­ner de lo que uno realmente es. Hemos trasladado nuestra vida desde un plano vivencial directo a un plano de inter­pretación intelectual constante. De este modo estamos edi­ficando un sistema de valores completamente falso, com­pletamente artificial, que nos aleja de nosotros mismos.
Se ha llegado a decir que esto es inevitable, que esto es lo normal, lo natural, y que las cosas son de este modo y hay que seguir el juego y nada más.

Nuestra verdadera naturaleza.

¿Cuál es la fuente, cuál es el fundamento, para que nosotros tratemos de ser auténticos, o es que acaso somos la suma de las cosas que han ido entrando en nosotros, es de­cir, un producto del ambiente?
Nosotros, en nuestra esencia más profunda, no somos nada de lo que viene del exterior. En nuestro interior se encuentra esa capacidad de vivir, esa capacidad de crecer, de existir, y utilizar los datos, los hechos, para desplegar esta capacidad que hay en nosotros.
Vamos asimilando nuestra capacidad a través del desarrollo de nuestra potencia interior, a través de unas experiencias y unos hechos, y así transformamos un compuesto que está constituido de nues­tra capacidad y potencialidad real, más una serie de aspectos formales, de datos, de hechos, de modos de conducta, que hemos asimilado del exterior. Del interior surge la fuerza, el potencial; del exterior viene la forma, los datos. Pero no hemos de confundirnos con estos datos, no hemos de confundirnos con ese compuesto.
Con­siderando la personalidad de un modo global, sí somos ese compuesto, ese producto, en tanto que personalidad glo­bal. Pero, si tratamos de buscar lo que es nuestra verdad genuina, lo que nosotros queremos decir cuando decimos “yo”, entonces nos daremos cuenta de que esos compuestos son variables, y que hay una noción de identidad que no depende de los compuestos, sino que es permanente. En todo ser humano hay algo genuino detrás de esos procesos de asimilación, detrás de sus propias operaciones vitales, afectivas y mentales, que le está diciendo que “es” en tanto que su­jeto que está viviendo, que está asimilando, que está creciendo, que se está actualizando.
Este “yo” es la fuente de donde surge toda nuestra capacidad energética, toda nuestra energía vital, toda nuestra fuerza moral. Nuestra vida es un desplegamiento progresivo de esa fuerza que hay dentro, y lo exterior no es otra cosa que un medio para que esa fuerza se actualice, se ponga en acción, se convierta en ex­periencia completa.
La vida no es una incorporación de fuera hacia dentro, sino, sobre todo, un desplegamiento de dentro hacia fuera. Esto podemos comprobarlo, por­que si este desplegamiento de dentro hacia fuera fracasa, por más que se produzcan elementos y situaciones exterio­res, no tiene lugar la respuesta del ser vivo. Un ser vivo se caracteriza por este principio “centrífugo”, por este principio de crecimiento que tiende a extenderse siempre a partir del núcleo.
Nuestro “yo” es la fuente de toda capacidad de conciencia, de conocimiento. Todo lo que uno es capaz de compren­der, de entender, no le viene producido por el exterior. El exterior nos da los datos, nos presenta los hechos, pero la capacidad de comprender la verdad que pueda haber allí es siempre un proceso interno que surge de lo más profun­do de uno mismo; y significa una actualización de la inteligencia.
No he­mos de confundir la inteligencia con las formas ya comple­jas, compuestas, que produce esa inteligencia al asimilar unos datos concretos. El hecho de comprender, el hecho de entender, viene de una capacidad interior. Por lo tanto, todo lo que somos capaces de llegar a comprender en con­diciones óptimas surge de este mismo ”yo” central. Nuestra inteligencia está dentro y necesita solamente unos estímu­los, unos medios, para irse actualizando. También el “Yo” central es la fuente de toda nuestra capacidad de goce, de satisfacción, de alegría, de paz, de felicidad. Todo esto no es algo que nos dé el exterior, aunque nosotros lo creamos así y, en virtud de esta creencia, lu­chemos por unos beneficios exteriores y nos sintamos desgraciados cuando estos beneficios se frustran.
Creemos que la felicidad nos vendrá en consecuencia del éxito, de la correspondencia en el amor, de la obtención de un cargo determinado, de lo que sea, siempre del exterior. No obstante, es muy claro que toda nuestra capacidad de goce surge solamente cuando algo dentro de nosotros contesta a algo externo. Es nuestra respuesta interior la que produce el goce; el exterior lo provoca, lo despierta, lo estimula, pero no lo produce.
Los seres humanos acostumbramos confundir esto, porque nos sentimos felices cuando tenemos una ventaja más; cree­mos que la felicidad nos la proporciona esta nueva ventaja. Y no es cierto; no hay un nexo necesario de causa y efecto. La prueba de ello está en que muchas personas poseen ventajas iguales o mucho mayores y no son por ello felices. No es la cosa lo que da la felicidad; la cosa sirve de reactivo para que algo en nuestro interior responda. Siempre es nuestra res­puesta interior lo que produce el estado de felicidad.
Debemos entender que, al hablar de este “yo”, no estamos hablando de una entelequia, de algo sin substancialidad, sino de algo que es la fuente de todo lo que estamos valorando en nuestra vida concreta. Se trata de un potencial extraordinario, fantástico, fabuloso.
La autenticidad no es nada más ni nada menos que el aprender a tomar contacto con esa Realidad Central, con este “yo” central, con esta fuente de la que estamos hablan­do, para poderla expresar en todo momento con inteligen­cia, de acuerdo a cada situación. Cuando en un ser humano se produce esta conexión con su centro, y puede entonces responder directamente desde allí, es el momento en que la res­puesta es auténtica, es lo suyo, es lo más verdadero que hay en él, lo más completo, lo más total. En ese momento es cuando uno es realmente auténtico.

Una expresión total.

La autenticidad lleva a un descubrimiento pleno de la naturaleza de uno mismo. Pero la persona que vive únicamente vertida hacia un modo corriente de vivir, difícilmente puede llegar a esto. Solamente puede llegar a realizar esta autenticidad aquella persona que tiene una absoluta necesidad de ella, aquélla para la que es absolutamen­te preciso llegar a vivir su propia Verdad Central, aquella persona para la que esto es lo más importante, más importante que su personaje social, más importante que el llegar a triunfar en cualquier circunstancia de la vida. Cuando esta persona descubre que aquí está la base de toda realidad, que en esto está el sentido, que esto es lo único que puede dar realmente sentido a nuestra existencia, entonces puede estar dispuesto a pagar el precio, la entrega, el trabajo necesario para esta Realización Central.
En segundo lugar, la persona necesita situarse en un am­biente especial, salirse temporalmente de la vida usual, según la propia necesidad, du­rante algunos días “especiales”, durante horas, durante cuartos de hora, hacer pequeños pa­réntesis en su vida habitual, para crecer y desarrollarse en aquellas direcciones en que no se ha desarrollado interior­mente. Nuestra vida corriente nos desarrolla hacia fuera, pero nosotros tenemos otras dimensiones que desarrollar. Y esto solamente lo podemos hacer efectuando un pequeño paréntesis, un pequeño alto, en esta constante proyección hacia fuera, situándonos en ese ambiente ideal en el que se puede trabajar de un modo ideal, de un modo concreto, bajo una dirección, para desarrollar todo lo que es nuestro proceso dinámico natural.
Nuestra vida está hecha de acción. Acción significa ex­presión. En nuestra vida estamos expresando constante­mente, expresamos impulsos, aspiraciones, necesidades. Nuestra vida está hecha de un intercambio constante; este intercambio es esencial, es inherente al mismo existir. ¿Por qué, pues, no aprovechar todo esto como un medio de realización interior?
Lo que nos hace falta es aprender a expresarnos de un modo total. Hemos aprendi­do a expresar algo, pero no a expresarnos del todo en cada algo. Es necesario que aprendamos a expresar aquello que no expresamos, que aprendamos a convertirnos por com­pleto en expresión, porque cuando todo uno se expresa, todo uno se objetiva y de este modo queda vacío y dispues­to para descubrir al sujeto. Mientras uno mantenga conteni­dos dentro de sí, contenidos con los que uno se encuentra confundido, mientras uno crea que “es” estos sentimiento ín­timos, o esta historia que le ocurrió, o estas ideas, y todo esto lo guarde constantemente para sí, como un tesoro o como un peligro, mientras uno esté reteniendo algo dentro de sí, esto que retiene le impedirá ser él mismo.
Sola­mente cuando soltemos todo esto -y lo soltamos cuando lo damos, cuando lo sacamos o lo expresamos- más y más llegamos a ser “yo” de veras. La expresión disciplinada como técnica, como es­fuerzo sistemático, es un medio directo para acercarnos cada vez más a esta Realidad Central; pero la expresión ha de ser una expresión que abarque todos nuestros niveles, una expresión a nivel mental, a nivel afectivo, a nivel cor­poral y a nivel espiritual.
Todo lo que está viviente en nosotros, todo lo que está diná­mico en nosotros, debemos dinamizarlo, no debemos guardarlo, no debemos mantenerlo; todo lo que tenemos lo tenemos para darlo, todo lo que existe, existe dinámicamente, existe para darlo, no para retenerse, no para cristalizarse.
La vida es movimiento, es fluidez. Siempre que estamos reteniendo algo, sea lo que sea y en nombre de lo que sea, estamos yendo en contra de la verdad de la existencia, en contra de la verdad de uno mismo. En la medida en que uno es capaz de entregarse, de des­prenderme, de fusionarme dinámicamente con todo, en la medida en que uno es capaz de darse del todo con inteligencia, con plena consciencia, con pleno centramiento, en esta medida es cuando uno empiezo a ser “yo”.
Cuando me quedo sin nada, es cuando yo soy realmente lo que soy; mientras creo ser esto o lo otro, no soy “yo”. El camino de la autenticidad gasa por un despojamiento de lo que no es auténtico. Mientras no demos todo lo que ha entrado, todo lo que se ha elaborado en nosotros, no volveremos a ser “yo”, es de­cir, ser lo que está detrás de todo lo adquirido, detrás de todo. La entrega total es el encuentro real con uno mismo. Es aquí donde tienen sentido esas ideas sobre la abnegación, sobre el sacrificio: es el retornar las cosas a su sitio, devol­ver lo que no es de uno, devolver lo que no soy “yo”.
Cuando devolvemos toda la vida, cuando lo hacemos circular todo, cuando no retenemos nada, porque no nos confundimos con nada, entonces es cuando estamos realizando el Gran Sacrificio, que, en realidad, no es un sacrificio sino una restitución, un volver las cosas a su sitio, un ordenar nuevamente las cosas. En este momento es cuando “yo”, eso que soy, esa realidad que soy y se expresa en mí, aparece de nuevo de modo claro.
Este proceso de expresión va inevitablemente acompa­ñado del proceso de impresión. Impresión quiere decir que uno sea capaz de dejar que la vida entre, es decir, no so­lamente que uno la exteriorice, la dé, sino que uno sea capaz de recibir, de admitir. Debemos abrirnos a las experiencias. No estar siguiendo siempre una táctica de escamoteo res­pecto a las situaciones de las cosas. Pero solamente po­dremos abrirnos si nos sentimos fuertes, y sólo nos sentiremos fuertes cuanto más seamos “yo mismo”, cuanto más nos acerquemos a nuestro fondo. Entonces nos podremos abrir, y, al hacerlo, las expe­riencias, los impactos, entrarán hasta el fondo de mí, y, desde ahí, se producirá una respuesta auténtica, una res­puesta total.
Pero, mientras mantengamos un filtrado a través de nuestra mente, a nivel superficial, estaremos constantemente juz­gando, interpretando, en función de nuestros deseos y de nuestros temores, todas las experiencias, y así no podremos vivir de un modo completo, total, ninguna experiencia; nos quedaremos en esquemas, en críticas, pero nunca con la verdad total de la experiencia, con la verdad total del instante.
Esa impresión es un proceso totalmente necesario. Es lo mismo que ocurre con el proceso de respiración en determinadas prácticas de respiración: cuando somos capaces de dejar que todo el im­pulso vital se exprese sin trabas, entonces la expresión de este impulso produce una entrada de aire, y esa entrada de aire nos renueva. Entonces responde todo nuestro ser a esta renovación, es nuestra nueva respuesta, respuesta creadora en cada instante.
Pode­mos ver los problemas o el grado de realización de la persona observando la capacidad que tiene de recepción o dé impresión; una cosa es inseparable de la otra. Cuando existe miedo en el dar, hay también miedo en el recibir. Cuando uno se protege, se protege del todo, lo mismo que, cuando uno tiene miedo, no puede respirar profundamente. En la vida misma, observando nuestra dinámica natural, tene­mos el medio para realizar un trabajo de ahondamiento, de desprendimiento, de autodescubrimiento constante de nosotros mismos.
Y esos dos movimientos: inspiración/espiración, recibir/expresar, tienen un tiempo de silencio, momento en que uno ni expresa ni recibe, instante en el que uno no hace nada, lapso de tiempo en el que parece como si la existencia se suspendiera por un momento, como si por un instante se detuviera el proceso del devenir. Esto que normalmente pasa inadvertido es la puerta de entrada a una Realidad Superior.
Cuando estamos vertidos en el movi­miento de entrar y salir, nos realizando horizontalmente; pero, cuando aprendemos a estar despiertos, presen­tes, en el Silencio, en aquel momento en que no hay acción -pero que no hay acción de un modo natural, no una falta de acción que uno haya producido forzando y acallando su mente, sino un silencio que es el producto de haberlo dado todo, de haberlo entregado todo, de haber vivido del todo el instante-, entonces este silencio que ocurre es un silencio realizador, un silencio que nos conduce, no a nuevos conocimientos, sino a la conciencia de lo que es el eje de toda la experiencia, a lo que es la Persona Profunda, la Persona Central, este “yo” Espiritual del que estamos hablando.
El ejercitamiento físico, la respiración, todas las prácticas que se ha­gan, son ayuda, son medios de trabajo. Pero, cuanto más profundamente lleguemos a comprender que nuestra realización depende de nuestra entrega total en el instante, de este abrirnos a la situación de un modo pleno, sea cual sea la situación, tanto si son en las prácticas, como en los negocios, como en la situación familiar, cuanto más veamos que el secreto de esta realización está en que todo “yo” me exprese en cada instante del todo, entonces es cuando convertiremos cada momento de la vida en un instante de trabajo, en un instante de Realización.
Hasta que llega un momento en que ya no hay que romper resistencias, porque hemos ido sintonizando con esa dinámica que desarrolla todo cuanto existe, un momento en que ya podemos vivir dinámica-mente  pero en un silencio profundo, porque hemos descubierto que el Silencio y la Acción Exterior son dos planos distintos del mismo Ser, un silencio profundo que lo envuelve todo y una expresión de ese silencio que es lo que llamamos Manifestación.

Modo de lograr la fuerza interior


¿Cómo conseguir, pues, esa confianza, esa fuerza interior? Hay varias maneras. Es decir, se trata en realidad de una sola manera, pero existen varias formas de enfocar esa única manera.
Tomemos, por ejemplo, la vía religiosa. Dios es la fuen­te, la raíz, el centro de todo lo que está existiendo, es el centro actual, la potencia actual de todo cuanto está exis­tiendo. Si tratamos de entender qué quiere decir que Dios es la Potencia Absoluta, única, nos daremos cuenta de que esta Potencia Absoluta nos incluye a nosotros mismos. Porque uno, tanto si es importante como si no lo soy, está dentro del Absoluto, no puede estar aparte. Por lo tanto, toda forma de potencia, de fuerza, de energía que haya en uno es esa única potencia.
Si uno intenta entender qué quiere decir Poten­cia Absoluta, y trata de estar en silencio frente a esto que entiende al decir Potencia Absoluta, entonces se produci­rá un vacío interior, un silencio interior, que será vacío y silencio del propio miedo. Es por ausencia de miedo, de lo acos­tumbrado, que sentiremos el vacío, porque, claro está, el vacío no existe; sólo existe el Absoluto. Pero la ausencia de nuestro miedo, al poder contemplar y al poder abrir nuestra mente y corazón a esa intuición del Poder Absoluto, eliminará nuestra creencia en el poder opuesto al Absoluto: en el miedo. Y, entonces, en este silencio que se produce es cuando podemos tratar de sembrar esa actitud interior que será la se­milla que se manifestará luego, que fructificará en nuestra vida exterior.
Experiencias que se tienen con profundidad, a veces siendo muy jóvenes, mar­can de una manera tan fuerte al individuo que persisten durante toda su existencia y van fijando modos reiterati­vos, no sólo de sentir, sino también de actuar y de provocar situaciones en el exterior. Por esto hoy en día se habla de la persona que tiene predisposición a los accidentes, y no sólo respecto a aquellos accidentes motivados por su mala habilidad personal, sino incluso a los que pueden ser producidos por causas aparentemente fortuitas. En cam­bio, de algunas personas decimos que las acompaña la buena suerte, que respiran prosperidad; está clarísimo que esta persona prosperará, porque pensamos que en ella hay algo que está exhalando este sentido positivo.
Todo esto son manifestaciones más o menos pequeñas de esta gran ley de la que estamos hablando: aquello que nosotros seamos capaces de vivir profundamente y mantener profundamente, aquello y no otra cosa es lo que se manifestará, lo que se concretará en nuestra vida total.
Quizás alguien se pregunte qué sentido tiene modifi­car las cosas. Bien, en realidad nosotros ya las estamos modificando siempre. El sentido de nuestra vida es vivir las cosas de un modo. Nosotros somos un modo; y a través de este modo hacemos pasar las cosas, hacemos pasar esa vida, esa conciencia. Nosotros estamos aquí para dar un modo a las cosas. Sólo que llega un momento en que podemos elegir el modo.
Nosotros no podemos inhibirnos del modo como son las cosas, las personas, las circunstancias. Esto puede ser el ideal de la persona que busca una paz celes­tial, una liberación -con la que sueña- de todo lo que es ilusión, donde no hay ningún problema, donde todo es felicidad. A esta persona le importará muy poco cómo sean las cosas y lo que pese en las cosas.
Existe, sí, existe ese país de hadas que llaman “ananda”; existe realmente, y es nuestro patri­monio. Y lo tenemos que vivir, porque es la Realidad. Pero debemos vivirlo conjuntamente con todos los modos; no podemos dejar aparte nada. En este estado de felicidad y paz supremas se encuentran los modos más concretos, más elementales de la existencia. La Paz, la Realización está en contacto con los ambientes más des­graciados, más limitados de la existencia. Y mientras uno quiera buscar una “ananda”, una felicidad, una beatitud, dejando de mirar unos problemas, unas limitaciones, aunque estos se encuentren en el último rincón del mundo, uno simplemente está haciéndo­me trampa a sí mismo, está refugiándose en una reali­dad ficticia. Ese estado superior de Ser es, siempre, inclusivo.
Pero, claro, mientras nosotros estemos viviendo las cosas con este contraluz, con este contraste tan enorme entre lo que es desgraciado y lo que es dichoso, es lógico que tratemos de elegir lo que es dichoso y tratemos de re­chazar lo desgraciado.
En la medida en que en nuestro interior haya un foco realmente positivo, todo alrededor nuestro se irá convirtiendo en algo positivo. Inevitablemente. Aquí tenemos la consigna: debemos de vivir lo positivo, porque eso es lo que somos. Y eso positivo lo hemos de ir integrando, lo hemos de ir viviendo frente a todo lo aparentemente negativo. Y, gracias a esta presencia de lo positivo en nuestro interior frente a lo negativo que pueda existir, o aparecer, en lo exterior, se irán cambiando las cosas.
Gracias a la luz interior que podamos mantener clara, despierta, alta, frente a las tinie­blas exteriores, éstas se irán transformando en luz, y se irán iluminando las antorchas interiores de las demás personas.

sábado, 21 de septiembre de 2013

La consciencia y el conocimiento propio.

Desde el punto de vista de la mente humana, qué triste es que las ilusiones hayan de ser destrozadas. Pero nosotros consideramos mucho más prudente y mucho menos doloroso destrozar esas ilusiones mediante el diestro uso del discernimiento espiritual, a que dichas ilusiones sean quebradas por la ley superior cuando ésta le devuelva a la puerta de cada hombre las energías negativas que él ha enviado.



El anhelo de entablar amistad con el hombre

Viajemos por la noche de la razón humana. Atravesando la maleza de una tierra salvaje, ¡de repente aparece una luz! Es una luz situada en la cima de un monte, Vagamente, entre la niebla, percibimos un viejo castillo. Y el débil rayo de luz de la ventana es un resplandeciente filamento de esperanza.

Allí hay alguien, alguien que nos recibirá. Nos acercamos con cautela. Pero al aproximarnos, el corazón, previendo una cálida recepción, se regocija. Sí, grande es la esperanza que el corazón alberga por escuchar la palabra "amigo".

Llegamos así a la regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos". Al usar las energías de Dios, (utilizaremos el termino Dios para referirnos al Ser Universal, sin tener ninguna trascendencia religiosa concreta) o al abusar de ellas, atraemos una cadena de afinidades que une muchas de nuestras vidas pasadas con la presente.

Algunas veces las madejas del reconocimiento aparecen en un momentáneo hilo de contacto. Las almas entran en contacto con lo amargo y lo dulce de la experiencia pasajera cuando un toque hace tiempo olvidado provoca que cobre vida una relación humana. Si pones este motivo a contraluz frente a la ventana del castillo, comprenderás cómo los hombres buscan el pasado con el anhelo de ser aceptados, de entablar amistades y de sentir que pertenecen a algo.



Unidad material y espiritual

Hazte las siguientes preguntas: ¿Crea el Creador eterno sin la esperanza de que Su creación alcance la unidad espiritual? ¿Debería la unidad ser sólo espiritual o debería ser tanto espiritual como material?

Cuando tienes conocimiento de la llama de la vida que arde dentro de tu alma, percibes tanto las cualidades naturales de la vida como las sobrenaturales. Lo natural puede adquirir propiedades sobrenaturales o inusuales, en tanto que lo sobrenatural puede parecer natural.

Independientemente de lo que la otra persona pueda llegar a hacerte, nunca hay excusa que justifique el hecho de devolver a esa persona, con la misma moneda, un acto de maldad. Ello no excluye la posibilidad de que el individuo, con la dignidad de su ser, evite subordinarse a la necedad humana. Por lo tanto, por reverencia al resplandor de divinidad que se encuentra en el alma, los hombres pueden extender el bálsamo del perdón a todos con quienes se encuentren, sin por ello convertirse en víctimas de energías perversas. De esta manera podemos construir la nobleza de carácter a imitación del Ser Divino.



Liberación de estados de ánimo agobiantes

Que todos aprendan, pues, que hay que amar por igual a amigos y enemigos. Algunas veces los amigos son más peligrosos que los enemigos, porque los enemigos sabemos que lo son, pero a los amigos sólo los conocemos como tales, aunque puede que sus pensamientos de crítica y control sean casi audibles. Muchas veces los hilos del egoísmo, tejidos por debajo de la superficie de la conciencia, motivan a los individuos a intentar controlar ilícitamente las vidas de los demás.

Cuando alguien busca consejo, éste se puede ofrecer con impunidad. Cuando se ofrece el consejo sin que haya sido solicitado, con frecuencia se convierte en una responsabilidad kármica. Y cuando es despreciado, el invisible choque de una mente contra otra crea karma para ambas partes.

Hay veces en que la turbulencia y la tensión presente entre las personas le dejan a uno con una sensación deprimente en el estómago, debido a que toda discordia establece una interferencia con el patrón de energía/luz que pasa por el plexo solar. El primer paso para lograr la integración sana con la presencia divina es eliminar la tensión de los cuatro cuerpos inferiores: del cuerpo físico, del cuerpo de los deseos, del cuerpo mental y del cuerpo de la memoria.

Los años pasan, y también pasan las vidas. Los asuntos humanos son, con frecuencia, un embrollo. Pero la mejor manera de desenredarse uno mismo, y de desenredar las energías de los patrones kármicos que regresan hasta nosotros para su solución, es conservar la sensación de estar unido al Ser de Luz y a todos sus hijos e hijas. El simple hecho de tener problemas con alguien no quiere decir que esos problemas deban continuar. Permite que tus experiencias le enseñen al alma oprimida a liberarse de los estados de ánimo agobiantes.



La ira es un peligro para el alma

Cuando los hombres se burlan de los principios y violan aquellos que son básicos en la vida, esto puede, legítimamente, provocar indignación en otros. Existe la ira justa, pero ésta tiene que ver con principios y no con personas.

Uno nunca debería dirigir su ira hacia otra persona. Cual nubarrón que oculta el Sol, las oscuras nubes de la ira ocultan el sol del alma.

Si una persona se acuesta sintiéndose injustamente colérica con alguien, la funda astral, conocida por ka, puede salir de esa persona cargada de ira y la puede dirigir contra la confiada víctima. Incluso sin que uno sea consciente de ello, la ira que no hemos controlado puede ser un instrumento provocador de desgracias o incluso de muerte súbita para nuestro prójimo.

Mientras una persona duerme la mente subconsciente asume el control y, entonces, el fantasmal ka, que no está bajo el gobierno de la mente consciente y con capacidad de discernimiento, se dedica a realizar los deseos desenfrenados. Cuando la persona se despierta por la mañana, no conserva recuerdo alguno de las fechorías de su ka. Sin embargo, será kármicamente responsable del daño que su subconsciente haya inflingido a un enemigo o a una víctima inocente.

Por lo tanto, antes de que se ponga el Sol y te acuestes, es importante hacer las paces con el Ser de Luz y con el hombre en todos los niveles de conciencia.



Abre la puerta de la alegría y la realidad

Cuando los hombres se atavían con la vestidura de la avaricia y del egoísmo, se cubren de absurdas idiosincrasias. Cuando moldean sus vidas con caprichos en lugar de con la geometría de la ley cósmica, cuando imaginan que Dios es por completo impersonal y que no siente interés personal por ellos o por su destino, le cierran la puerta a la alegría y a la realidad.

Para quien está comenzando a comprender que él mismo es un componente del Ser de Luz, el mundo es una nova. La aurora de cada día le reanima. El mundo renace a su alrededor. Su cansada alma se deshace de fantasías y frustraciones. Al fin, abre los ojos y contempla la realidad.

Desde el principio de los tiempos hasta el final, Dios ha enviado y enviará maestros servidores para que enseñen a Sus hijos a seguir los caminos de la automaestría que les conducirán a reunirse con Él. El Ser de Luz procura que todos Sus hijos sean elevados gradual y permanentemente a la visión del yo que revela la totalidad del hombre divino, el Yo real.



***

¿Que es la consciencia?
¿Es el mecanismo biológico que nos da cuerpo como seres individuales?
¿El que nos define como ser, distinto, a los "otros"?
Durante mucho tiempo se ha considerado que la vida psíquica sólo tenia lugar en la esfera consciente del hombre y que aquellos procesos que no se actualizaban en la conciencia carecían de existencia. Si se admite esta afirmación nos encontraremos con que nos es imposible comprender una serie de fenómenos que diariamente observamos. Así, por ejemplo, ¿cómo nos explicaremos que un joven de catorce años se dedique a robar dinero a pesar de la educación familiar y contra todo punto de vista lógico? El muchacho sabe que no debe robar (consciencia) que el persistir en su conducta le traerá complicaciones e incluso severos castigos, pero a pesar de todo, roba. Algo le impulsa desde su interior a realizar estas acciones.
Es la exteriorización de lo inconsciente.
Vemos pues, que en el inconsciente tiene lugar un proceso psiquico muy complicado que se manifiesta a través de una conducta extraviada. Si preguntáramos a este muchacho por qué sigue robando, seguramente sería incapaz de darnos ninguna respuesta.
El acontecer psíquico inconsciente no actúa solamente en casos excepcionales, sino que influye en toda nuestra vida consciente con fenómenos de los que no podemos dar razón. En todos los casos tienen lugar muchos más acontecimientos en la vida inconsciente que en la propia esfera consciente.
Sólo una parte pequeña de lo que nos sucede se manifiesta con claridad consciente; la mayor parte permanece oculto aunque influye decisivamente en nuestra vida y la condiciona terrible y fatalmente.
Analizando estas razones, nos damos cuenta, de que debemos ejercitar la consciencia lo máximo posible.
Para comprender los innumerables problemas que tiene cada uno de nosotros, ¿no es esencial que haya conocimiento propio (consciencia)?
Esa percepción alerta respecto de uno mismo es una de las cosas más difíciles que hay; no significa aislamiento, un retirarse del mundo. Obviamente, es esencial que nos conozcamos, pero ello no implica que hayamos de separarnos de nuestras relaciones. Sería, por cierto, un error pensar que uno puede conocerse a sí mismo de una manera significativa, completa, plena, mediante el aislamiento, la exclusión, o acudiendo a algún psicólogo o a algún sacerdote, o que puede aprender conocimiento propio por medio de un libro.
El conocimiento propio es un proceso, no es un fin en sí mismo, y para conocernos debemos estar atentos a nosotros mismos en la acción, la cual es relación. Uno se descubre a sí mismo, no en el aislamiento, no en el retiro, sino en la relación: relación con la sociedad, con nuestra esposa, nuestro marido, nuestro hermano; relación con la humanidad.
La transformación del mundo resulta de la transformación de uno mismo, porque uno mismo es producto y parte del proceso total de la existencia. Sin conocer lo que somos, no hay base para el recto pensar ni puede haber transformación alguna.
El conocimiento propio es el descubrimiento, de instante en instante, de las modalidades del "yo", de sus intenciones y de su actividad, sus pensamientos y apetitos. Jamás puede existir "su experiencia" y "mi experiencia"; la expresión misma "mi experiencia" indica ignorancia, demuestra que uno acepta la ilusión.
Y en ella aflora... la inconsciencia.

viernes, 20 de septiembre de 2013

INCONSCIENCIA ORDINARIA E INCONSCIENCIA PROFUNDA


¿A qué te refieres cuando haces mención a diferentes niveles de inconsciencia?

Como probablemente sabes, cuando duermes, pasas constantemente de una fase de sueños a otra fase sin sueños. Asimismo, en el estado de vigilia, la mayoría de la gente alterna únicamente entre la inconsciencia ordinaria y la inconsciencia profunda. Lo que yo llamo inconsciencia ordinaria es estar identificado con tus emociones y procesos de pensamiento, con tus reacciones, deseos y aversiones. Es el estado normal de la mayoría de la gente. En ese estado estás regido por la mente egotista y no eres consciente del Ser. No es un estado de dolor o infelicidad agudos, sino de incomodidad, descontento, aburrimiento o nervios casi continuos: una especie de ruido de fondo. Puede que no te des cuenta de ese zumbido de fondo porque ha pasado a formar parte de tu vivencia «normal», del mismo modo que no te das cuenta del zumbido del aire acondicionado hasta que apagas el aparato. Cuando lo apagas, sientes una sensación de alivio. Mucha gente hace uso del alcohol, las drogas, el sexo, la comida, el trabajo, la televisión o incluso ir de compras como anestésicos, en un intento inconsciente de apartar esa incomodidad básica. Cuando esto ocurre, una actividad, que puede ser muy amena si se hace con moderación, queda imbuida de una cualidad compulsiva o adictiva, y todo lo que consigues con ella es un brevísimo alivio de los síntomas.
La incomodidad de la inconsciencia ordinaria se convierte en el dolor de la inconsciencia profunda —un estado de sufrimiento o infelicidad más agudo y evidente— cuando las cosas «van mal», cuando el ego está amenazado o ha de afrontar un gran desafío o una pérdida, real o imaginaria, en su situación de vida o en un conflicto relaciona!. La inconsciencia profunda es una versión intensificada de la inconsciencia ordinaria, distinta de ésta no en cuanto a cualidad, sino en cuanto a grado.
En el estado de inconsciencia ordinaria, la resistencia habitual o la negación de lo que es crea la incomodidad y el descontento que la mayoría de las personas aceptan como parte de su vida normal. Cuando esta resistencia aumenta a causa de alguna amenaza o desafío, se produce una negatividad intensa que da paso a una reacción de ira, miedo cerval, agresión, depresión, etc. La inconsciencia profunda a menudo indica que el cuerpo-dolor ha sido activado y uno se ha identificado con él. La violencia física sería imposible sin la inconsciencia profunda, que también surge fácilmente cuando una multitud de gente, o incluso toda una nación, genera un campo colectivo de energía negativa.
El mejor indicador de tu nivel de conciencia es tu forma de afrontar los desafíos de la vida. Estos suelen hacer que la persona inconsciente se vuelva más profundamente inconsciente y que la persona consciente se haga más agudamente consciente. Puedes aprovechar un desafío para despertar, o puedes permitir que te empuje a un sueño aún más profundo. En tal caso, el sueño de la inconsciencia ordinaria se convierte en una pesadilla.
Si ni siquiera puedes permanecer consciente en circunstancias normales, como cuando estás solo en una habitación, cuando das un paseo por el bosque o estás escuchando a otra persona, es evidente que no podrás mantener la conciencia cuando algo «vaya mal», cuando tengas que enfrentarte a personas o situaciones difíciles, cuando se produzca una pérdida real o potencial. Serás arrastrado por una reacción que, en último término, siempre es expresión del miedo, y arrastrado hacia la inconsciencia profunda. Los desafíos de la vida son tus pruebas. Tu manera de lidiar con ellas es el único indicador válido que te mostrará y mostrará a los demás cuál es tu verdadero nivel de conciencia, que no depende de cuánto tiempo puedes estar sentado con los ojos cerrados o de las visiones que tengas.
Por tanto, es esencial llevar más conciencia a tu vida en las situaciones ordinarias, cuando todo va relativamente bien. Así irá creciendo el poder de tu presencia, que genera en ti y a tu alrededor un campo de energía de alta frecuencia vibratoria. Ninguna inconsciencia ni negatividad, ninguna discordia o violencia podrán entrar en ese campo y sobrevivir, del mismo modo que la oscuridad no puede sobrevivir en presencia de la luz.
Cuando aprendes a ser testigo de tus pensamientos y emociones, que es parte esencial del estar presente, te sorprende el ruido de fondo de la inconsciencia ordinaria y te das cuenta de que muy pocas veces te sientes verdaderamente cómodo contigo mismo, si es que te ocurre alguna vez. A nivel mental, encontrarás abundantes resistencias en forma de juicios, descontento y proyecciones mentales que te alejan del ahora. A nivel emocional, notarás una corriente subterránea de incomodidad, tensión, aburrimiento o nervios. Todos estos contenidos son aspectos de la mente en su habitual modalidad de resistencia.

LA LIBERACIÓN DE LA INFELICIDAD


¿Te disgusta hacer lo que haces? Tal vez te disguste tu trabajo; o puede que hayas aceptado hacer algo y estés haciéndolo, pero hay una parte de ti que se resiente y se resiste. ¿Sientes un resentimiento no expresado hacia alguna persona cercana? ¿Eres consciente de que la energía que emanas tiene unos efectos tan dañinos que te contamina y contamina a los que te rodean? Mira detenidamente en tu interior. ¿Existe algún rastro, por pequeño que sea, de resentimiento o de mala disposición? Si lo hay, obsérvalo tanto a nivel mental como emocional. ¿Qué pensamientos crea tu mente en torno a esa situación? Después observa la emoción, que es la reacción corporal a esos pensamientos. Siente la emoción. ¿Te resulta agradable o desagradable? ¿Es una energía que elegirías tener dentro de ti? ¿Tienes elección?
Quizá se están aprovechando de ti, tal vez estás haciendo un trabajo tedioso, quizá alguien cercano a ti es deshonesto, irritante o inconsciente, pero todo eso es irrelevante. Es indiferente que los pensamientos y las emociones que te provoca esa situación estén justificados. El hecho es que te estás resistiendo a lo que es. Estás convirtiendo el momento presente en un enemigo. Estás creando infelicidad, conflicto entre dentro y fuera. Tu infelicidad está contaminando tu ser interno, a los que te rodean y la totalidad de la psique humana de la que formas parte inseparable. La contaminación del planeta sólo es el reflejo externo de una contaminación psíquica interna: millones de individuos inconscientes que no se responsabilizan de su espacio interno.
Deja de hacer lo que estás haciendo, habla con la persona implicada y exprésale claramente lo que sientes, o bien suelta la negatividad que tu mente ha creado en torno a la situación y que no sirve a otro propósito que el de fortalecer un falso sentido de identidad. Es importante reconocer su futilidad. La negatividad nunca es la mejor manera de hacer frente a una situación. De hecho, la mayoría de las veces te mantendrá cautivo en su seno, bloqueando el cambio real. Cualquier cosa que hagas con energía negativa quedará contaminada por ella y con el tiempo producirá más dolor, más infelicidad. Además, cualquier estado interno negativo es contagioso: la infelicidad se transmite más fácilmente que las enfermedades físicas. Activa y alimenta la negatividad latente en los demás por resonancia, a menos que sean inmunes, es decir, muy conscientes.
¿Estás contaminando el mundo, o lo estás limpiando? Eres responsable de tu espacio interno —nadie más lo es— y también eres responsable del planeta. Lo mismo que ocurre dentro, sucede fuera: cuando los humanos limpiemos la contaminación interna, también dejaremos de generar polución externa.

¿Cómo podemos soltar la negatividad, tal como sugieres?
Soltándola. ¿Cómo sueltas un trozo de carbón ardiente que te quema en la mano? ¿Cómo sueltas un equipaje pesado e inservible que estás llevando? Reconociendo que no quieres sufrir el dolor ni seguir llevando la carga, y después dejándola caer.
La inconsciencia profunda, como el cuerpo-dolor o cualquier otro dolor profundo, como la pérdida de un ser querido, generalmente ha de ser transmutada mediante la aceptación combinada con la luz de tu presencia: tu atención mantenida. Por otra parte, hay muchas pautas de inconsciencia ordinaria que puedes soltar cuando te das cuenta de que ya no las necesitas, cuando te das cuenta de que puedes elegir, de que no eres tan solo un amasijo de reflejos condicionados. Todo esto requiere tener acceso al poder del ahora. Sin él no tienes elección.

Si llamas a algunas emociones negativas, ¿no estás creando una polaridad mental entre bueno y malo, como explicaste antes?
No. La polaridad se creó en una etapa previa, cuando tu mente juzgó que el momento presente era malo; seguidamente ese juicio creó la emoción negativa.

Pero si llamas negativas a algunas emociones, ¿no estás diciendo que no deberían estar presentes, que no está bien tenerlas? Yo entiendo que deberíamos darnos el permiso de experimentar cualquier sentimiento que surja en lugar de juzgar que es malo o decimos que no deberíamos tenerlo. Está bien estar resentido; está bien estar enfadado, irritado, alterado o cualquier otra cosa; de otro modo caemos en la represión, en el conflicto interno o en la negación. Todo está bien tal como es.

Por supuesto. Una vez que el patrón mental, la emoción o la reacción ya se han desencadenado, acéptalos. No fuiste lo suficientemente consciente como para poder elegir en ese sentido. Esto no es un juicio, sino un hecho. Si tuvieras elección, si te dieras cuenta de que tienes elección, ¿qué elegirías: el sufrimiento o la alegría, la relajación o la incomodidad, la paz o el conflicto? ¿Elegirías un pensamiento o sentimiento que te alejara de tu estado natural de bienestar, de la alegría interna? Hay un tipo de sentimientos que denomino negativos, que simplemente significa malos. Y no lo digo en el sentido de «no deberías tenerlos»; me refiero a ellos como algo simple y llanamente malo, como un dolor de estómago.
¿Cómo es posible que sólo en el siglo XX los seres humanos hayan matado a más de 100 millones de congéneres? El hecho de que los humanos se hayan causado mutuamente un sufrimiento de tal magnitud es absolutamente inconcebible. Y eso sin tener en cuenta la violencia física, emocional y mental, la tortura, el dolor y la crueldad que se siguen infligiendo cada día unos a otros y a los demás seres sensibles.
¿Actúan así porque están en contacto con su estado natural, con la alegría interna? Por supuesto que no. Sólo personas que están en un estado profundamente negativo, que se sienten muy mal, crearían una realidad así como reflejo de lo que sienten. Ahora se están dedicando a destruir la naturaleza y el planeta que los sustenta. Increíble pero cierto. Los seres humanos son una especie peligrosamente loca y muy enferma. Esto no es juicio, es un hecho. Y también es un hecho que debajo de la locura está la cordura. Podemos acceder a la sanación y a la redención ahora mismo.
Volviendo concretamente a lo que has dicho, es cierto que cuando aceptas tu resentimiento, mal humor, enfado, etc., ya no estás obligado a expresarlos ciegamente, y es menos probable que los proyectes en los demás. Pero me pregunto si no te estás engañando. Después de haber practicado la aceptación durante cierto tiempo, como tú la has practicado, llega un momento en que tienes que pasar a la etapa siguiente, en la que dejas de crear esas emociones negativas. Si no lo haces, tu «aceptación» se convierte en una etiqueta mental que permite a tu ego continuar cayendo en la infelicidad y fortalecer su separación de los demás, de tu entorno, de tu aquí y ahora. Como sabes, la separación es la base del sentido de identidad del ego. La verdadera aceptación transmutaría esos sentimientos de inmediato. Y si realmente supieras en lo profundo de ti que «todo está bien», cosa que por otra parte es cierta, ¿crees que tendrías esos sentimientos negativos? Si no hubiera juicio, si no hubiera resistencia a lo que es, no surgirían. Mentalmente tienes la idea de que «todo está bien», pero en el fondo no te lo crees, por lo que los viejos patrones de resistencia emocional y mental siguen en su sitio. Eso es lo que hace que te sientas mal.

Eso también está bien.
¿Estás defendiendo tu derecho a ser inconsciente, tu derecho a sufrir? No te preocupes: nadie te lo va a quitar. Cuando te das cuenta de que cierto alimento te pone enfermo, ¿qué haces? ¿Sigues comiéndolo y afirmando que está bien estar enfermo?

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La intuición

Por medio de la intuición podemos encontrar un conocimiento cuya procedencia está por encima del nivel de la racionalización. 

La intuición es una sensación, se capta, se percibe consciente o inconscientemente sin la participación del pensamiento. Algo se anticipa que va a suceder o aconteció, pero no entendemos por qué estamos al tanto. La intuición tiene que ver con los instintos. En los animales la vida es instintiva, espontánea, básicamente impensada. Las respuestas ante el peligro o el ataque son impulsivas, pero el animal intuye generalmente cuando es una trampa. Presiente y sospecha qué alimentos pueden ser venenos y él y su especie sobreviven gracias a los instintos.

En el ser humano, el pensamiento, el lenguaje, la comunicación y la cultura transmitida nos hacen actuar de acuerdo a normas. Por ello, a la especie humana sólo le quedarían los instintos de conservación y de reproducción. Sin embargo, no deja de sorprender cuanta veces "ella es muy intuitiva" o "él actúa por instinto".

En psicología la intuición es el conocimiento que no es producto del método científico, ni se llegó a su comprensión de forma racional pero está allí, existe. Intuir es comprender las cosas instantáneamente sin necesidad de razonamiento. Es la percepción de una idea o verdad que le aparece como evidente a quien la tiene. (RAL)

En la especie humana el cerebro evolucionó a niveles asombrosos del pensamiento complejo y de inteligencia. No obstante, respiramos, hacemos digestión y nuestro corazón late. Como los animales, una parte de nuestro cerebro gobierna de manera automática las funciones básicas. En estas áreas se encuentra la vida emocional y las emociones, las cuales a veces, nos "hacen perder la razón". El raciocinio nos permite tomar el control.

El conocimiento y las reglas sociales nos hacen vivir lógicamente, y cada vez perdemos más la capacidad de intuir.

Leonardo da Vinci proyectó helicópteros, maquinas para volar, calculadoras, el paracaídas, armas, tanques y hasta el submarino y equipos de buceo. Cristóbal Colón, entrevió un nuevo mundo. Julio Verne vislumbró súperedificios, automóviles de gas, complejas calculadoras y una "red" mundial de comunicaciones (¿Internet?).

Pareciera que el conocimiento está presente en todo momento y en todas partes. Es como una persona que piensa y actúa acorde a su vida, pero en cada una de sus células está toda la información genética, y todas juntas comenzando con el óvulo y el espermatozoide, siguiendo sus "instintos" y sus códigos, hacen al individuo y lo conforman. Quizás todos los seres formamos parte de una sola conciencia universal y somos algo así como sus células. Si nos dejamos guiar por nuestra intuición tal vez podamos encontrar los códigos y la sabiduría

martes, 17 de septiembre de 2013

La alegría de desear lo que se tiene.


El relato pedagógico budista que presentamos a continuación, triste y hermoso, muestra de manera elocuente cómo puede alcanzarse la paz de espíritu por la renuncia al deseo de Más.
Una vez, una madre desolada se presentó ante el Siempre Compasivo (el Buda) llevando en brazos a su hijo pequeño, que había muerto, y le suplicó que lo devolviese a la vida. Él, después de escuchar sus súplicas, le encargó que le trajese una semilla de mostaza de una casa donde no hubiera muerto nadie. Ella pasó mucho tiempo buscándola en vano, y regresó y le contó su fracaso.
-Hermana, has encontrado-dijo el maestro-, buscando lo que nadie encuentra, ese bálsamo amargo que tenía que darte. El que amabas dormía ayer muerto en tu regazo; hoy sabes que todo el ancho mundo llora tu pesar: el dolor que todos los corazones comparten se aminora para uno.
El "bálsamo amargo" que tenía que dar el Buda a la desgraciada mujer era la comprensión de que nadie se libra de la pena, de la humillación, de la enfermedad, del dolor y de la muerte. Ella no estaba en condiciones de escuchar ni comprender. Ella tenía que aprender, más bien, a partir de su experiencia personal. Paradójicamente, el descubrimiento de que estas cosas son inevitables le hizo sentirse mejor en lugar de peor. Antes se había sentido elegida cruelmente por el destino, lo que le provocaba un sufrimiento insoportable. Cuando salió de su error, su sufrimiento se resolvió, aunque yo supongo que le quedaría algo de pena dolorosa. (No olvidemos la diferencia entre dolor y sufrimiento.)
La renuncia no suele ser un término popular ni que suscite alegría. Cuando saludo a un conocido diciéndole: "¿Cómo estás?", no espero que me responda: "¡Fenomenal! ¡Deseo menos que nunca!" No creo que la asociación Nacional de Emisoras patrocine nunca un anuncio de servicio público en televisión que me recuerde que ya tengo mucho más de lo que necesito y de lo que merezco. La renuncia suele evocar imágenes de monjes medievales solitarios, tristes y reprimidos sexualmente. Pero a esto no es a lo que yo me refiero.
Pensándolo un poco nos damos cuenta de que la idea de la renuncia no es tan deprimente como parece a primera vista. El conocimiento de que nadie se libra de la pena, de la humillación, del dolor y de la muerte sienta las bases de la compasión universal e incondicional. Si sabemos que estas cosas no se pueden evitar, entonces podemos intentar competir, desear, esperar y temer con algo menos de frenesí, y así nuestra vida podía ser más divertida. En otras palabras, cuando comprendemos de verdad que la vida será dolorosa en ciertos momentos, sentimos una mayor inclinación a "detenernos a oler las rosas". Si fuera posible evitar por completo el dolor a base de planificar, de desear y de preocuparse con la decisión suficiente, entonces sólo un necio se detendría a oler las rosas.
La mayor parte de las situaciones corrientes se pueden vivir como deliciosamente agradables o como amargamente decepcionantes. Depende de cómo las valoremos. Cuanto más esclavizados estemos por nuestros deseos, más probable es que nos parezca decepcionante cualquier situación dada.
El disfrute de los placeres de la vida, grandes o pequeños, no surge necesariamente de la satisfacción de los deseos. Es igualmente frecuente que el deseo entorpezca o destruya el disfrute.
A la inversa, la renuncia al deseo no entorpece necesariamente el disfrute profundo.
Algunas veces sí sucede que la satisfacción de un gran deseo produce un placer y una excitación profundos, pero el efecto no es constante y suele ser breve. ¿Cuántas personas pasan años enteros anhelando poseer un coche verdaderamente bueno, para descubrir al final que el coche verdaderamente bueno les produce mucho menos placer del que habían esperado? El goce de una buena relación sexual no suele durar más de una hora o dos; dura aproximadamente lo mismo que el placer que produce una comida excelente. La alegría de recibir un ascenso importante o un beneficio económico inesperado puede durar varios días. Conocí en cierta ocasión a un hombre que albergaba desde hacía muchos años un anhelo sexual profundo e imposible. Cierto día conoció, por pura casualidad, a unos compañeros sexuales atractivos y dispuestos a participar en aquellos actos con los que había soñado todos los días desde su adolescencia. Cuando llegó el gran momento, estaba tan lleno de angustia y de asco que tomó sus ropas y huyó. Al día siguiente ya estaba anhelando de nuevo.
Cuando sabemos que el deseo de Más provoca, en efecto, sufrimientos innecesarios y que dificulta la alegría, ¿qué hacemos? ¿Es realista intentar dejar el deseo de Más como si se tratase de dejar de fumar? Si renuncio al deseo de Más, ¿perderé el deseo de comer, de dormir o de respirar? ¿Y el deseo de seguir viviendo? Si hemos de renunciar a algunos deseos pero no a todos, ¿a cuáles renunciar, y cómo justificarnos el hecho de conservar el resto? El suicidio parece un medio bastante eficaz para renunciar al deseo. ¿Es el suicidio la renuncia por excelencia? Y ¿qué pasaría si intentamos dejar el deseo de Más pero nos sentimos solos, aburridos o deprimidos como consecuencia? Y ¿qué hay de la diversión? ¿Hay que renunciar al deseo de divertirse?
No es posible que desaparezcan nunca por completo todos nuestros deseos. De un modo u otro, siempre querremos trabajar, reír,divertirnos, cumplir nuestras responsabilidades familiares y sociales. De un modo u otro, siempre querremos ver salir el sol, oír cantar a los pájaros una vez más. La renuncia significa dejar la idea de que tenemos derecho a Más; significa dejar la idea de que no conseguir Más es una catástrofe; significa dejar la idea de que si no conseguimos siempre Más es que hemos fracasado de algún modo; significa dejar la idea de que conseguir Más es tan fundamental que no importa hacernos daño a nosotros mismos o hacer daño a los demás para conseguirlo.

Aprovecha lo que tienes

Cuánto tienes a tu alcance para hacer algo no es ni por asomo tan importante como lo que decidas hacer con ello. Muchísima gente que se volv...