jueves, 16 de mayo de 2013

El significado de cada emoción


A lo largo de la historia, numerosos científicos han intentado establecer una cierta relación entre las manifestaciones físicas de cada emoción y su componente psicológico. ¿Es posible que en algunas emociones la agitación psíquica se traduzca, por decirlo así, en una serie de fenómenos corporales que tengan un significado equivalente? ¿Por qué a la vergüenza corresponde generalmente el rubor, la inseguridad, la timidez, etcétera?
Muchas de las interpretaciones propuestas no parecen carecer de cierto fundamento. Es como si el cuerpo expresase de forma simbólica el contenido psicológico de cada emoción. Al sentir vergüenza de algo, solemos tender a escondernos, en un intento simbólico de ocultarnos o de ocultar aquello que es la causa de nuestra vergüenza. Por tanto, preferimos evitar las miradas de los demás. El correlato vegetativo de la vergüenza es el rubor, nos ponemos colorados. Para algunos esto equivale al mismo afán por ocultar el rostro, como si el rubor constituyese un modo de borrar nuestras facciones, de introducirnos en la oscuridad, de escondernos.
El temblor de todas las situaciones que implican inseguridad significaría la duda, el no saber qué hacer, que se traduce en movimientos oscilatorios, que equivalen a ese ir de un lado a otro sin tomar definitivamente una dirección. El ceño fruncido de la desconfianza podría interpretarse como la expresión de no ver claro. Andar encorvado, como consecuencia de una emoción desagradable significaría falta de energías, abatimiento, en definitiva. Los golpes de pecho del arrepentimiento, significarían el reconocimiento, incluso la necesidad de un castigo para expiar el sentimiento de culpa. La tendencia a retroceder tras un susto se puede interpretar como la intención de escapar al peligro. El exceso de movimientos propios de la agitación equivaldría a la intención de solucionar o poner remedio al problema lo antes posible, mientras que el quedarnos paralizados significa que consideramos inútil toda lucha o esfuerzo.
Las interpretaciones son interminables y, al fin y al cabo, pueden ser fruto de la especulación. ¿Tiene un significado cada emoción o somos nosotros los que se lo damos?

Las impresiones


Las impresiones son imprescindibles para nuestra existencia. No podríamos vivir ni un segundo si no existieran las impresiones. Si el aire no hiciera impresión en los pulmones no podríamos vivir. Si la comida no lograra impresionar al aparato digestivo tampoco podríamos vivir. Todos los acontecimientos de la vida llegan al cerebro y a la mente en forma de impresiones. La alegría, la tristeza, la esperanza, las preocupaciones, los problemas, la desesperación, etc., cualquier circunstancia, cualquier acontecimiento, por insignificante que parezca, llega a la mente en forma de impresiones.

El ser humano siente, es un ser sensible, y vive muchas impresiones como sensaciones. Todo organismo vivo experimenta sensaciones. Existen cinco clases de sensaciones físicas, las correspondientes a los cinco órganos sensoriales además de las sensaciones que recogen los órganos sutiles cuando estos se encuentran desarrollados. Cada vez que un órgano entra en contacto con un estímulo se produce la sensación, sea esta táctil, olfativa, visual o de otro orden. Sólo existen tres clases de sensaciones, agradables, neutras y desagradables. Las agradables suelen despertar deseo y, por consiguiente, apego; las desagradables suelen desencadenar aversión y, por ello, rechazo.

De las cosas que nos resultan desagradables normalmente intentamos huir, las apartamos o tratamos de cambiar las causas externas que la producen; hacemos lo que sea para librarnos de lo que nos parece incómodo. A pesar de todo, no hay forma de librarnos de la incomodidad hasta que no nos hayamos liberado del deseo. Hagamos lo que hagamos con nuestro cuerpo, lo movamos como lo movamos, la incomodidad aparecerá de nuevo, porque estamos deseando la comodidad. Evidentemente, desear constantemente la comodidad es un modo de pensar defectuoso y no tiene mucho sentido. Se debe a que cerramos los ojos ante la realidad y tratamos de ver solamente lo que nos agrada. Habitualmente tratamos de culpar siempre a otros de lo que nos parece desagradable; algunos llegan incluso a culpar al diablo. Pero da igual a quien se culpe, al vecino o al diablo, la verdad de la vida es la impermanencia total y tenemos que comprenderlo para obrar de acuerdo con ella.

Normalmente, las impresiones hieren a la mente y ésta, entonces, reacciona contra el impacto que proviene del mundo exterior. Las respuestas de la mente a las impresiones, cuando no se vive conscientemente, son automáticas. En tal caso, si nos pegan pegamos, si nos insultan insultamos, si nos invitan a beber bebemos, etc. Se debe evitar tal reacción, y esto sólo es posible interponiendo la consciencia entre la mente y las impresiones.

A no ser que nos demos cuenta de lo que ocurre en nuestra mente y en nuestros sentimientos cuando aparecen estas sensaciones, caeremos una y otra vez reaccionando según la norma de nuestros viejos hábitos. Lo que pensamos constantemente, aquello ante lo que reaccionamos una y otra vez, marca surcos en nuestro interior. Como en un camino fangoso en el que un coche patina y se hunde cada vez más, así ocurre en nuestro interior. El surco se hunde más y más, hasta que al final es tan hondo que parece casi imposible poder salir de él y seguir avanzando.

Estamos en contacto con las cosas exteriores, las sentimos y reaccionamos. Sentimos el dolor y deseamos automáticamente huir de él. Pero en vez de querer huir de él, si somos conscientes del punto en donde se encuentra la sensación y percibimos su naturaleza cambiante, la sensación cambiará de lugar o de intensidad. La impermanencia, la insatisfacción y la falta de entidad propia son las tres características que podemos encontrar en todo lo que existe; mientras no las veamos con absoluta claridad no podremos andar el camino espiritual.

Cada día tratamos de liberarnos de las sensaciones desagradables librándonos de las personas y de las situaciones que las producen, culpando a las demás personas en vez de observar la reacción y comprender que ha aparecido, que permanecerá un momento y desaparecerá; que nunca nada permanece igual, que si la observamos detalladamente, aunque sólo sea un momento, estamos siendo atentos antes que reactivos. Nuestra reacción, que pretende que conservemos lo agradable y nos desprendamos de lo desagradable, es la razón de nuestro continuo vagabundeo alrededor de la vida sin dirección alguna. Este es un movimiento circular del que normalmente no se sabe salir, ya que es casi imposible salir de ese surco, pues nos encontramos como en un tiovivo en el que damos vueltas y más vueltas tratando de conservar lo agradable y liberarnos de lo desagradable. Lo único que nos puede sacar de este tiovivo es observar consciente y atentamente nuestras reacciones y por la comprensión de lo que es dejar de reaccionar automáticamente y empezar a obrar adecuadamente. Si, aunque sea por un momento, comprendemos esto, a través de la misma comprensión nos desenvolveremos en la vida cotidiana con gran ventaja para todos.

Cuando una sensación desagradable aparezca en el cuerpo no tenemos que culpar a nadie, pues nadie tiene la culpa de las sensaciones aparecidas, sólo son sensaciones que aparecen y desaparecen. Hay que observar las sensaciones y aprender, pues si no miramos las sensaciones desagradables sin rechazarlas nunca podremos vivir espiritualmente. Esta vida nos ofrece la situación ideal para aprender que las sensaciones desagradables son sólo sensaciones, que no tenemos que aceptarlas ni identificarnos con ellas porque no las hemos invitado a aparecer en nuestra vida. Si no las invitamos tampoco tenemos que pensar que son nuestras.

Todo es transformación. El proceso de la vida, en sí misma y por sí misma, se fundamenta en la transformación. Cada criatura del Universo vive mediante la transformación de una sustancia en otra. Un vegetal, por ejemplo, transforma el aire, el agua y las sales de la tierra en nuevas sustancias vitales, en elementos útiles. En los seres humanos el alimento común entra en el aparato digestivo, donde se transforma para ser utilizado por el organismo; y el aire se transforma en el aparato respiratorio para ser igualmente utilizado. Las impresiones, cuando se experimentan de manera consciente, también se digieren por la consciencia y nutren al ser humano. Entonces le alimenta el cuerpo físico y le aporta también los componentes necesarios para la creación y el sustento de los cuerpos existenciales que son más sutiles que el físico.

Se debe ser consciente de las impresiones. Si uno es consciente y vive en un estado de alerta percepción, de instante en instante, de momento en momento, sin duda se va volviendo cada vez más consciente. Ser consciente significa interponer la consciencia entre la mente y las impresiones.

Al ego se le alimenta con impresiones no digeridas, no transformadas. Esa energía, que son las impresiones, o se utiliza para fortalecer la consciencia y la vida espiritual o alimenta al ego. Muy pocas personas viven siendo conscientes de lo que sucede en su “interior” y en su “exterior”, y por eso las impresiones llegan a sus mentes y permanecen así, sin transformar, dando origen y alimentando al ego.
Actualmente, en este pequeño planeta, cuando alguien vive conscientemente origina fuerzas totalmente diferentes a las de sus semejantes, fuerzas distintas, fuerzas que la hacen una persona completamente diferente a las demás. Quienes crean tales fuerzas se vuelven distintos, superiores, se transforman de tal modo que hasta su potencial de vida se multiplica. Si se colocaran a dos personas en un lugar inhóspito, con mala alimentación, mal ambiente, etc., uno que no viviera conscientemente, que vive una ida mecánica y el otro que vive una vida consciente, de momento en momento, podríamos estar casi seguros que el primero moriría antes y que el segundo viviría más tiempo a pesar del ambiente inhóspito, porque está compuesto y rodeado de fuerzas diferentes.

Necesitamos dejar de reaccionar y de vivir como robots. Pero, para ello, debemos ser conscientes, obrar adecuadamente y, con ello, permitir que se disuelvan todos los agregados psíquicos y dejar de crear otros nuevos. Diariamente los estamos creando al no digerir las impresiones. Necesitamos digerir las impresiones, transformarlas en fuerzas distintas para no crear nuevos egoísmos. Y necesitamos digerir las viejas impresiones, las que dieron origen a hábitos, emociones inferiores, pensamientos negativos, instintos depravados, etc., las que originaron el egoísmo que actualmente tenemos.

No existe, en realidad, algo como la vida externa. Casi todo el mundo cree que lo físico es lo real. Pero si reflexionamos sobre ello nos daremos cuenta que lo que realmente estamos recibiendo a cada instante, en cada momento, son meras impresiones. La vida es una sucesión de impresiones, no es como muchos creen una cosa sólida, física, de tipo exclusivamente material. La realidad de la vida son las impresiones que cada uno recibe. Éstas llegan a la mente a través de las ventanas de los sentidos. Si no tuviéramos, por ejemplo, ojos para ver, ni oídos para oír, ni tacto para tocar, ni olfato para oler, etc., ni aún siquiera gusto para saborear los alimentos que entran en nuestro organismo, eso que se llama el mundo físico no existiría para nosotros. La vida nos llega en forma de impresiones y es ahí, precisamente ahí, donde existe la posibilidad de trabajar sobre nosotros mismos.

El mundo físico no es tan externo como creen aquellos que carecen de conocimiento. Lo exterior resulta ser lo interior y es ahí, sobre lo interior, donde se debe trabajar. Las impresiones son interiores. Todos los objetos, las cosas, todo lo que vemos existe en nuestro interior en forma de impresiones. Pero esta idea es muy difícil de comprender porque es muy poderoso el hipnotismo que provocan los sentidos. Aunque sea difícil de entender, casi todos los seres humanos se hallan en una especie de hipnosis colectiva. La lujuria, la codicia, el odio, el orgullo, la envidia, etc., existen en forma de impresiones dentro de la mente y condicionan la consciencia. La mente se encuentra tan enfrascada en el mundo de los cinco sentidos que cree firmemente que éstos le muestran la realidad. Pero el ser humano debe conocer que vive en el propio mundo que crea con sus pensamientos y sentimientos.

La elección del Sí y del No

El "sí" y el "no" son dos fuerzas opuestas pero complementarias, que interactúan entre ellas y se alimentan mutuamente. Son una representación de esa realidad dual que expresan los dos principios cosmológicos fundamentales, de los cuales dependen todos los acontecimientos y que nos muestra el símbolo de la antigua filosofía china. Los influjos yin y yang son contrarios, pero no enemigos, y se hallan en permanente influencia mutua, aunque periódicamente predomine el uno sobre el otro.

En el espacio de lo cotidiano, constantemente optamos por uno o por otro. Estamos eligiendo entre situarnos en la esfera del "sí" y la del "no".

Ni siquiera nos damos cuenta, porque la mayor parte de las veces, estas elecciones se refieren a pequeñas cosas a las que apenas concedemos importancia. Pero, de vez en cuando, llega el momento en que tenemos que tomar decisiones que consideramos importantes. Entonces, elegir entre el "sí" y el "no" se convierte en algo vital, de gran trascendencia, porque entendemos que el curso de nuestra vida puede modificarse sustancialmente.

Y en esas circunstancias nos llenamos de dudas, de temores e indecisiones. Lo que sucede es que no estamos entrenados para distinguir lo que queremos, lo que realmente necesitamos o lo que sentimos. Y esto es así porque a diario decimos "sí" o "no" por puro automatismo. Algo que hacemos tantas veces y en tantas situaciones diferentes, bien merece un poco de atención.

El alineamiento es un elemento fundamental para despertar el poder que todos llevamos dentro. Se trata de una especial sincronía entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. Fluye desde la sensación de estar en armonía con uno mismo, sea como fuere lo que nos rodea. Es ese clic especial que resuena dentro de nosotros y que nos permite saborear plenamente una taza de té, tomar la decisión más adecuada o sentirnos identificados con lo que hacemos. Para entrenarse en el alineamiento, uno puede imaginarse a sí mismo con la cabeza, el corazón y los pies situados recorridos por una misma línea recta que equilibra los tres centros y los dirige en idéntica dirección.

Cuando uno se siente alineado, da igual el tipo de sensación que experimente: si se está contento, se está contento. Si se está enfadado, se está enfadado; uno lo siente y los demás pueden verlo.

La desalineación se manifiesta como fragmentación y descentramiento. Es el resultado de algo que sucede decenas de veces al cabo del día: pensamos de una manera, sentimos de otra y actuamos de otra forma diferente. Los resultados son caóticos, confusos. Pero, ¿podría ser de otra manera?

En muchas ocasiones cambiar el "no" por el "sí" implica abrir una ventana en la propia mente y ampliar nuestras perspectivas interiores. La programación del "no" ("no hagas", "no debes", "no puedes") puede ser sustituidas por el "sí". El aspecto positivo de la realidad, cancelado por una educación represora, puede y debe emerger en el interior de cada uno.

La fuerza de las palabras es muy poderosa y sabemos que los mensajes recibidos en la infancia son reproducidos inconscientemente durante toda nuestra vida de adultos. Pero se pueden cambiar, si uno se da cuenta y así lo decide. Aunque no sólo influyen estos condicionantes negativos sembrados en los primeros años de la vida; como la atención es selectiva, un adulto reprimido buscará todos aquellos mensajes que le envía la sociedad y que están en sincronía con su propia frustración. Y este mundo es especialmente pródigo en alentar el resentimiento, el odio o la envidia.

Si detecta que está siendo manipulado de forma indirecta por influencias en las que habitualmente no repara, tiene una opción para liberarse: conectar con la esfera del "sí". Se trata de un cambio en la actitud interior, que rompe los automatismos del pensamiento y la conducta, entrenados para confundir el mapa con el territorio.

Sí puede hacerlo, sí debe probar, sí tiene libertad para hacer o pensar lo que desee... siempre que realmente sea eso lo que desea y esté dispuesto a asumir la parte de responsabilidad que conlleva toda decisión tomada libremente.

Una pequeña modificación puede tener repercusiones impredecibles. Si se cambia una parte, se cambia el todo. La afirmación de que el pensamiento crea la realidad puede parecer una utopía a muchos o, por lo menos, algo perteneciente a un futuro remoto en el que el ser humano controlará su potencial mental. Sin embargo, si nos fijamos un poco, este mecanismo sutil que engrana la secuencia pensamiento-palabra-acción es el responsable de muchos de los cambios operados en el mundo que conocemos.

La esclavitud desapareció cuando el número suficiente de personas comenzaron a pensar que era algo inaceptable. Lo que fue normal durante muchos siglos, dejó de serlo cuando desapareció la fuerza del pensamiento que lo sostenía.

Todo es posible. Que los grandes problemas de injusticia se solucionen depende de la voluntad anónima de muchos. Y de ti, que eres la minoría de uno, también depende que tu espacio personal se vea inundado por las corrientes benéficas de la vida. A veces, todo es cuestión de saber elegir entre el "sí" y el "no" en el ámbito cotidiano, pero eso sí, haciendo la elección de forma consciente.

Para ciertas cosas, apuntarse al "sí" significa poner en marcha el motor de cambios importantes. Porque se está abriendo la puerta a los milagros.

Tipo de conductas habituales

FOROFOS DEL "NO"

Son aquellas personas que disfrutan poniendo trabas a las demás. Proyectan su frustración personal sobre los que están a su alcance.

VÍCTIMAS DEL "SÍ"

Necesitan por encima de todo la aprobación constante de los demás. Y aguantan, conceden y callan en un intento desesperado de evitar el rechazo y eludir el conflicto, que viven con culpabilidad. Es obvio que no podemos gustarle a todo el mundo; por eso, aprender a decir "no" es importante para rescatar la dignidad, elevar la autoestima y ser coherentes con nosotros mismos.

ESPECIALISTAS EN EL "Y SI..."

Se pasan la vida mascullando todas las posibilidades negativas que pueden surgir de cada acción. "Y si esto no resulta como espero...", "y si después te arrepientes..." Este tipo de personas se mueve en la ambigüedad constante, convirtiendo en un terreno sembrado de minas cada una de sus decisiones o la de sus seres queridos.

SEGUIDORES DEL "NO" CANCELADOR

Los incondicionales del "no puede ser y, además, es imposible". Niegan el enfoque activo de la vida y coartan el ejercicio de la libertad. Viven aferrados con rigidez a sus posturas, de las cuales no se apean hasta que la fuerza de la vida irrumpe en su mapa mental y los quiebra.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Las cadenas del apego


¿Qué tan apegado esta usted a las cosas? ¿Por qué ese apego? ¿Qué le ha originado el apego? ¿Cómo relaciona el apego con su comportamiento? ¿Qué relación hay entre el apego y el sufrimiento? ¿Qué está haciendo para liberarse del apego?, son algunas preguntas que ya te habrás hecho y tienes las respuesta a tu alcance.
En este artículo se pretende analizar cómo el apego repercute en el crecimiento personal.
El apego es un tema sumamente significativo en todo crecimiento personal por los efectos que origina, sus impedimentos, dependencia, de ahí que consideramos muy importante el conocimiento primordial de que sólo nosotros podemos hacernos felices y todos los momentos presentes lo son porque tu estás en ellos. Y hoy, en el eterno presente, en el aquí y el ahora, tú serás feliz aunque hoy te acompañe esto o lo otro. Y podrás ir pasando de un momento a otro en la vida disfrutándolos plenamente, sin llevar cargas emocionales del pasado. Y como los lirios del campo y los pájaros del cielo estarás libre de preocupaciones vanas viviendo siempre el Eterno presente.
Se nos pregunta, ¿De dónde llegó su apego? Brotó de una mentira que llega desde tu cultura, tu sociedad, o desde tu mismo, o sea de tu programación. Simplemente observa: miles de personas viven sin eso que supone dueño de su felicidad; y si revisas tu pasado encontrarás algo que en un momento dado supuso insustituible, y que el tiempo demostró que no era así. Hoy ya ni lo recuerda. ¡Mira que pequeñas eran!. El cambio se produce únicamente cuando se une el conocimiento a la compresión; pues son las columnas de la Sabiduría.
No nos debe sorprender por tanto, que se comente, que la Nueva Era requiera nuevos hombres. Y el Nuevo Hombre surge del reencuentro consigo mismo, con la chispa divina que todos albergamos. Surge al rellenar el abismo que lo separa de la Realidad. Surge por la fuerza apelativa del Amor. Surge por el esfuerzo reintegrativo en lo Uno, surge cuando se ha sorprendido inatento, apegado a las cosas perecederas, a todo aquello que le impide crecer, ser libre, usas su libre albedrío.
Hoy más que nunca que estamos dentro del escenario en donde el materialismo se manifiesta con muchas amenazas en contra del crecimiento espiritual, anclando a muchos en sus cárceles, aprisionándolo, destruyéndolo en todo aquello que le permita alimentar su espíritu, que lo conlleve a sentirse libre de los apegos, es necesario sorprendernos que inatentos hemos estado en relación al apego.
El apego es un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o persona determinada, originado por la creencia de que sin esa cosa o persona, no es posible ser feliz. Por tanto, no nos debe sorprender que tu mente diga: No puedo ser feliz si no tengo tal o cual cosa, o si tal persona no esta conmigo. No puedes ser feliz si tal persona no le ama. No puedes ser feliz si no tienes un trabajo seguro. No puedes ser feliz si no le das seguridad a tu futuro. No puedes ser feliz si estás solo. No puedes ser feliz si no tienes un cuerpo a la moda. No puedes ser feliz si los otros actúan así. Y más cuando tu mente señala que ‘No puedes ser feliz si, su mente está programada para demostrarte constantemente (si no es por una cosa por otra) que no puedes ser feliz’ ¡Todo esto es falso No hay un solo momento en tu vida en que non tengas cuanto necesitas para... Encontrarte bien contigo mismo. Todas las cosas a las que te apegas y sin las que estas convencido que no puedes ser feliz, son simplemente tus motivos de angustias. Lo que te hace feliz no es la situación que te rodea, sino los pensamientos que hay en tu mente.
De aquí entonces, que el apego es un estado emocional que tiene dos puntas, una positiva y otra negativa. La positiva es un estado de placer y la emoción que sientes cuando logras aquello a que estás apegado. La negativa es la sensación de amenaza y la tensión que lo acompañan, lo que te hace vulnerable al desorden emocional y amenaza constantemente con hacer daño a tu paz interior.
Si no se consigue el objeto del apego, origina infelicidad, y si se lo consigue solo produce un instante de placer seguido de la preocupación y el temor de perderlo. ¿Podemos ganar la batalla contra los apegos? Desde luego que sí, renunciando a ellos. Cambiando de programación.
El amor solo puede existir en libertad. Elige entre al apego y la felicidad. Lo que necesitas no es renunciar sino comprender, tomar conciencia. Si tus apegos te han ocasionado sufrimiento, esa es una gran ayuda para comprender, y si alguna vez experimentaste el sentimiento de libertad te será útil recordarlo. Borra en ti el ¡que feliz me haces! Y el ¡esto me hace feliz!
En la medida que te sorprendas apegado, condicionado a algo y que no, puedes liberarte de ello, debes empezar a liberarte de esa atadura para no darle cabida al sufrimiento que es muy penoso y origina el empobrecimiento del alma.

Sustitutos de la liberación


La urgencia de autotrascenderse está tan extendida y es en ocasiones casi tan poderosa como la urgencia de autoafirmarse. Los hombres desean intensificar su conciencia de ser aquello que han terminado por considerar que son, pero también desean -y lo desean muy a menudo con una violencia irresistible- la conciencia de ser otro. En una palabra, anhelan salir de sí mismos, ir más allá de los límites de ese universo isla dentro del cual cada individuo se encuentra confinado. Este deseo de autotrascenderse no es idéntico al deseo de huir del dolor físico o mental. En muchos casos, sin duda, el deseo de huir del dolor refuerza el deseo de autotrascendencia, sólo que éste puede existir sin aquel otro. Si no fuera así, muchas personas sanas y respetables, que -según la jerga de los psiquiatras- "han realizado una excelente adaptación a la vida", jamás sentirían la necesidad de ir más allá de sí mismas. Y lo cierto es que lo hacen. Incluso entre aquellos a quienes la naturaleza y la fortuna han dotado de mayores riquezas, no es infrecuente encontrar un horror profundamente arraigado respecto de su propio yo, o un apasionado anhelo por liberarse de la repulsiva, pequeña identidad a la que la perfección de su "adaptación a la vida" les ha condenado precisamente de por vida, a no ser que hagan una apelación al Tribunal Supremo. "Estoy amargado", escribe Gerald Manley Hopkins,

Estoy amargado, me arde el corazón. El más hondo decreto de Dios amargo me sabe porque sabe a mí,
A los huesos que me sostienen, a mi carne, a la sangre que rebosa.
La levadura de uno mismo agria la harina del espíritu y la ensombrece.

Veo que así son los que se han perdido, y que su azote ha de ser como soy yo el mío, sudoroso, sólo que el mío es peor.

La total condena estriba en ser el que uno es, sudoroso, sólo que peor. Ser el yo sudoroso que uno es, pero nada peor, y tampoco nada mejor, es una condena parcial, y esta condena parcial es la de cada día.
Si experimentamos esa urgencia de autotrascendernos, se debe a que de alguna forma oscura, y a pesar de nuestra ignorancia consciente, sabemos quiénes somos en realidad. Sabemos (o, por decirlo con más exactitud, algo dentro de nosotros sabe) que el terreno de nuestro conocimiento individual es idéntico al terreno de todo el conocer y de todo el ser, que el Atman (la mente en el acto en que elige adoptar el punto de vista temporal) es lo mismo que el Brahman (la mente en su esencia eterna). Sabemos todo esto, aun cuando nunca hayamos oído hablar de las doctrinas en las que este hecho primordial ha sido descrito; con eso y con todo, incluso cuando casualmente estemos familiarizados con ellas, podemos contemplar estas doctrinas como mera chaladura. También conocemos su corolario práctico, a saber: que el final definitivo, el propósito, la razón de nuestra existencia es hacer sitio en el "tú" para que tenga cabida el "eso", o hacerse a un lado para que el terreno en que todo se cimienta aflore a la superficie de nuestra conciencia, "morir" tan por completo que podamos decir "estoy crucificado con Cristo: no obstante, vivo; sólo que no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí". Cuando el ego de los fenómenos se trasciende, el Yo esencial queda en libertad para comprender, en términos de la conciencia finita, la realidad de su propia eternidad, junto con el hecho correlativo de que todos los particulares en el mundo de la experiencia toman parte en la intemporalidad y en el infinito. Ésta es la liberación, la iluminación, la visión beatífica en la que todas las cosas son percibidas tal como son "en sí mismas", y no tal como son en relación con un ego que anhela y que aborrece.
El oscuro conocimiento de lo que en realidad somos no es más que un conjunto de versiones de nuestro pesar por tener que ser en apariencia lo que no somos, y de nuestro tan a menudo apasionado deseo de sobrepasar los límites del ego que nos aprisiona. La única autotrascendencia liberadora será la que nos lleve al conocimiento del hecho primordial. No obstante, esta autotrascendencia es más fácil de describir que de lograr. Para aquellos que se dejan disuadir por las dificultades de un camino en constante ascenso, existen otras alternativas menos arduas. La autotrascendencia no es de ninguna manera un proceso de constante elevación. Sin duda, en la mayoría de los casos es una huida hacia abajo, hacia un estado inferior al de la personalidad, o bien horizontal, hacia algo más amplio que el ego, y no desde luego hacia lo alto, hacia lo esencialmente otro. Siempre intentamos mitigar los resultados de la Caída Colectiva en el aislamiento del yo por medio de otra caída, estrictamente privada, que nos lleve a la animalidad o a la enajenación mental, o por medio de una dispersión del yo más o menos digna de crédito, hacia el arte o la ciencia, la política, un hobby o un trabajo. No hará falta decir que estos sustitutos de la autotrascendencia, estas huidas hacia sucedáneos de la gracia, subhumanos o apenas humanos, son insatisfactorias en el mejor de los casos, en el peor son desastrosas.
Sin un entendimiento cabal de la profunda y asentada urgencia de autotrascenderse que es propia del hombre, y de su muy natural reluctancia a emprender el camino más duro, el camino ascendente, así como su búsqueda de una liberación falseada que se halle por debajo o bien a un lado de su personalidad, no podemos aspirar a extraer un sentido de los hechos de la historia, tal como los observamos y los recogemos. Por esta razón, me propongo describir algunos de los sucedáneos de la gracia más comunes, hacia los cuales y por medio de los cuales los hombres y las mujeres han intentado escapar de la atormentadora conciencia de ser quienes son.
En Francia hay un establecimiento en el que se venden bebidas alcohólicas por cada cien habitantes más o menos. En los Estados Unidos, hay probablemente al menos un millón de alcohólicos sin remedios, aparte de una cantidad muy superior de personas que consumen alcohol en exceso, aunque su enfermedad no haya avanzado todavía hasta ser mortal (estos datos están obtenidos de una estadística ya desfasada, actualmente estas cifras se ven rebasadas en todos los aspectos). En lo que atañe al consumo de sustancias estupefacientes en el pasado no tenemos cifras precisas. En Europa occidental, entre los celtas y los teutones, y a lo largo de las épocas medieval y moderna, la ingestión individual de alcohol era muy probablemente muy superior a la de hoy. En las múltiples ocasiones en que hoy tomamos un té, un café o un refresco, nuestros antepasados se regalaban un vaso de vino, de cerveza, de aguamiel y, en siglos más recientes, de ginebra, coñac y otras variantes de "licores duros". La ingestión regular de agua era uno de los castigos que se imponía a los malhechores, o que aceptaban los religiosos, junto con una ocasional dieta vegetariana como forma de mortificación severa.
El alcohol no es más que una entre las muchas drogas que emplean los seres humanos como vía de escape del yo aislado. De los narcóticos naturales, los estimulantes y los alucinógenos, creo que no hay uno solo cuyas propiedades no hayan sido conocidas desde tiempo inmemorial. La moderna investigación farmacopédica nos ha dado una amplísima gama de drogas sintetizadas de nuevo cuño, pero en lo tocante a los venenos naturales no puede decirse que haya desarrollado mejores métodos de extracción, concentración y combinación que los ya conocidos. Desde la amapola de curare, desde la coca de los Andes a la hierba de los indios y el agárico siberiano, cada árbol, cada matorral, cada hongo capaz, una vez ingerido, de producir efectos excitantes o visionarios, ha sido descubierto hace mucho tiempo, aparte de haber sido sistemáticamente empleado. Éste es un hecho de profunda significación, pues parece demostrar que, en todas partes y en todos los momentos de la historia, los seres humanos han percibido una radical inadecuación respecto de su existencia personal, la miseria de hallarse aislados de su propio yo. Al explorar el mundo en derredor, el hombre primitivo evidentemente "probó todas las cosas y cultivó aquellas que eran buenas". De cara a los propósitos de la preservación de uno mismo, el bien está en todos los frutos y hojas comestibles, en todas las raíces o semillas capaces de alimentarle. Pero en otro contexto -el contexto de la insatisfacción con uno mismo, del deseo de autotrascendencia-, el bien está en todo aquello que la naturaleza nos proporcione y mediante lo cual la conciencia del individuo pueda ser cualitativamente transformada. Tales cambios inducidos por las drogas pueden ser manifiestamente perniciosos, e incluso pueden entrañar el coste de una incomodidad en el presente y una adicción en el futuro, por no hablar de la degeneración y la muerte prematura. Todo esto es lo de menos; lo que importa es la conciencia, aunque sólo dure una hora o dos, o tan sólo unos minutos, de ser otro distinto, o más bien de ser algo distinto del yo en su aislamiento.
El éxtasis por medio de la intoxicación sigue siendo una parte esencial de las prácticas religiosas de muchos pueblos primitivos. Tal como muestran con toda claridad los documentos que han sobrevivido hasta hoy, fue en otros tiempos una parte no menos esencial de la religión de los celtas, los teutones, los griegos, los pueblos de Oriente Medio y los conquistadores arios de la India. No es sólo cuestión de que "la cerveza puede mejor que Milton justificar los modos en que Dios trata al hombre". La cerveza es, además, ese dios. Entre los celtas, sabazios era el nombre divino que se daba a la enajenación percibida al hallarse uno totalmente embriagado de cerveza. Más al sur, Dionisio era, entre otras cosas, la objetivación divina de los efectos psicofísicos de un exceso de vino. En la mitología védica, Indra era el dios de una droga hoy imposible de identificar, llamada soma. Héroe conocido por haber matado al dragón, era la proyección ampliada sobre el cielo de esa otredad extraña y gloriosa que experimentaban los embriagados.
En tiempos más recientes, la cerveza y los demás atajos tóxicos hacia la autotrascendencia ya no son oficialmente adorados en calidad de dioses. La teoría ha experimentado un cambio que no se ha dado en la práctica; en la práctica, son millones y millones los hombres y mujeres civilizados que siguen teniendo devoción no al espíritu liberador, pero sí al alcohol, al hachís, al opio y sus derivados, a los barbitúricos y a otras drogas sintéticas que se han sumado al antiquísimo catálogo de los venenos capaces de generar la autotrascendencia. En cualquier caso, claro está, lo que parece un dios es, en realidad, un demonio, lo que parece una liberación es, en realidad, una nueva esclavitud.
Al igual que la intoxicación, la sexualidad elemental, cultivada en sí misma al margen del amor, fue en otro tiempo un dios, no sólo como principio de la fertilidad, sino también como manifestación de la otredad radical inmanente a todo ser humano. En teoría, la sexualidad elemental hace tiempo que ha dejado de ser un dios; en la práctica, aún cuenta con incontables masas de adeptos.
Existe una sexualidad elemental que sí es inocente, y una sexualidad elemental que es moral y estéticamente repugnante. La sexualidad del Edén y la sexualidad de la cloaca tienen el poder de transportar al individuo más allá de los límites de su ego aislado. Pero la segunda variante, cabe imaginar tristemente que la más habitual, lleva a quienes la cultivan a un nivel inferior de subhumanidad, a una alineación más completa que la primera. De ahí la perpetua atracción que tienen la orgía y el desenfreno.
En la mayor parte de las comunidades civilizadas, la opinión pública condena el libertinaje y la adicción a las drogas por ser conductas éticamente erróneas. Y a la condena moral se suma la disuasión fiscal y la represión legal. El alcohol está sujeto a altos impuestos, la venta de narcóticos está prohibida en todas partes, y ciertas prácticas sexuales son consideradas delito. Pero cuando pasamos de la ingestión de drogas y de la sexualidad elemental a la tercera gran vía de autotrascendencia del yo en sentido descendente, hallamos por parte de los moralistas y los legisladores una actitud muy distinta, mucho más indulgente. Resulta desde luego tanto más sorprendente, ya que el delirio en masa, tal como podríamos denominarlo, encierra un peligro mucho más inmediato para el orden social y es una amenaza más dramática para la escueta capa de decencia, racionalidad y tolerancia mutua que constituye la civilización, mucho más, en todo caso, que el alcohol o el libertinaje. Cierto es que un hábito generalizado y persistente de excesiva indulgencia en la sexualidad puede dar por resultado, como ha defendido J.D. Unwin, una disminución del nivel de energía de toda la sociedad, incapacitándola, por tanto, para alcanzar y mantener un nivel elevado de civilización. De igual manera, la drogadicción, si se extendiera suficientemente, podría disminuir la eficacia militar, económica y política de la sociedad en que llegara a ser prevaleciente. En los siglos XVII y XVIII, el alcohol fue un arma secreta en manos de los europeos dedicados al tráfico de esclavos; la heroína, en el siglo XX, lo ha sido en manos de los militaristas japoneses. Borracho como una cuba, un negro era presa fácil. En cuanto a los chinos adictos a la heroína, se podía dar por sentado que no plantearían problemas a los conquistadores que les arrebataran su tierra. Pero éstos son casos excepcionales. Cuando depende de sí misma, una sociedad por lo común consigue llegar a un acuerdo con su veneno predilecto. La droga es un parásito en el cuerpo político de una nación, pero es un parásito cuyo huésped tiene la fuerza suficiente para mantenerlo bajo control. Y eso mismo es aplicable a la sexualidad elemental. En contra de sus excesos, la sociedad se las ingenia para protegerse.
La defensa que se lleva a cabo contra el delirio de las masas es en demasiados casos mucho menos apropiada. Los moralistas profesionales que lanzan sus invectivas contra la embriaguez se muestran extrañamente silenciosos en lo tocante a un vicio no menos asqueante, como es la intoxicación en masa, la autotrascendencia descendente que rebaja al individuo a un nivel subhumano, puesta en práctica mediante el sencillo proceso de agregarse el individuo a una muchedumbre.
"Allí donde dos o tres se reúnen en mi nombre, Dios está en medio de ellos." En medio de doscientos o trescientos individuos la presencia divina es algo más problemática. Y cuando las cifras se disparan a dos o tres millares, a decenas de miles, la probabilidad de que Dios esté ahí, en la conciencia de cada individuo, mengua hasta el punto de esfumarse. Ésa es la naturaleza de las muchedumbres excitadas (y toda multitud se excita automáticamente): allí donde se congregan dos o tres mil personas se produce una ausencia no ya de la deidad, sino también de la humanidad más corriente. El hecho de ser uno en la multitud libera al hombre de la conciencia de estar aislado en su ego y lo transporta hacia lo abyecto, hacia un dominio menos que personal, en el cual no hay responsabilidades, no hay bien ni mal, no hay necesidad de pensar, de juzgar ni de discriminar tan sólo existe una vaga sensación de ayuntamiento, una excitación compartida, una alineación colectiva. Por ende, se trata de una alineación menos agotadora y más prolongada que la que sigue al envenenamiento por alcohol o morfina. Por si fuera poco, el delirio en masa puede ser consentido no ya soportando cierta mala conciencia, sino en muchos casos, realmente, con un resplandor positivo de virtud consciente. Y es que lejos de condenar la práctica descendente de la autotrascendencia por medio de la intoxicación en el rebaño, los líderes de la iglesia y del estado han fomentado activamente esta clase de degradación, siempre y cuando pudiera ser empleada para reforzar sus propias finalidades.
Individualmente, y en los grupos aglutinados por intenciones que constituyen una sociedad saludable, los hombres y las mujeres despliegan una cierta capacidad de pensamiento racional y de elección libre a la luz de principio éticos. Pastoreados hasta formar muchedumbres informes, esos mismos hombres y mujeres se conducen como si estuvieran poseídos, pero no por la razón ni por la libre voluntad. La intoxicación en masa los reduce a una condición caracterizada por la irresponsabilidad infrapersonal y antisocial. Drogados por ese misterioso veneno que cada muchedumbre excitada segrega, caen en un estado de muy alta sugestionabilidad. Mientras se encuentren en tal estado, creerán cualquier estupidez y obedecerán cualquier orden, por insensata o delictiva que pueda llegar a ser. Para los hombres y mujeres que se hallen bajo el veneno del rebaño, "todo lo que yo diga tres veces es verdad" -y todo lo que yo diga trescientas veces será una revelación divina- . He ahí por qué las autoridades -los sacerdotes, los líderes de los pueblos- nunca han proclamado inequívocamente la inmoralidad de esta forma de autotrascendencia descendente. Es verdad que el delirio de las masas que evocan los integrantes de la oposición, o que se invoca en nombre de principios heréticos, siempre ha sido condenado por quienes estuvieran en el poder. Pero el delirio de las masas suscitado por los agentes del gobierno, el delirio de las masas en nombre de la ortodoxia, es una cuestión enteramente distinta. En todos los supuestos en los que pueda llevarse a la práctica para servir a los intereses de los hombres que controlan la iglesia y el estado, la autotrascendencia descendente por medio de la intoxicación en rebaño recibe el tratamiento de algo legítimo y sumamente deseable. Las peregrinaciones y los mítines políticos, las celebraciones coribánticas y los desfiles patrióticos, este tipo de manifestaciones en masa son éticamente correctas mientras sean nuestras peregrinaciones, nuestros mítines, nuestrascelebraciones y nuestros desfiles. El hecho de que la mayoría de los participantes en ese tipo de celebraciones se encuentren provisionalmente deshumanizados por el veneno del rebaño no tiene relevancia en comparación con el hecho de que su deshumanización puede utilizarse para consolidar las potencias religiosas y políticas de facto. Estar en una muchedumbre es el mejor antídoto de cuantos se conocen contra el pensamiento independiente. De ahí el arraigado rechazo del dictador a la "mera psicología" y a la vida privada. "Intelectuales del mundo, ¡uníos! No tenéis nada que perder, salvo vuestra inteligencia."
Las drogas, la sexualidad elemental, la intoxicación de las masas: éstas son las tres vías más populares de autotrascendencia descendente. Existen muchas otras, aunque no tan frecuentadas como estas anchas autopistas descendentes, que conducen con la misma certeza a esa misma meta infrapersonal. Por ejemplo, la vía del movimiento rítmico, tan abundantemente empleada en las religiones primitivas. Y estrechamente relacionada con el rito del movimiento rítmico para la consecución del éxtasis se encuentra el rito del sonido rítmico, igualmente tendente a la consecución del éxtasis. La música es tan vasta como la naturaleza humana, y tiene algo que decir a los hombres y a las mujeres a todos los niveles de su ser, desde la sentimentalidad autocontemplativa hasta la abstracción intelectual, desde lo espiritual hasta lo meramente visceral. En una de sus múltiples formas, la música es una potente droga, en parte estimulante, en parte narcótica, pero capaz de todos modos de una alteración total.
Otra de las vías hacia la autotrascendencia descendente es la que Cristo llamaba "repetición vana". Y otra más es el dolor autoprovocado, que se emplea en todas las religiones para modificar los estados normales de conciencia, como medio de adquirir poderes psíquicos.
¿Hasta qué extremo, y en qué circunstancias, es posible que un hombre haga uso del camino descendente como vía hacia la genuina autotrascendencia espiritual? A primera vista, parece obvio que un camino descendente no es, ni puede ser nunca, el camino que enaltezca. Pero en el reino de la existencia, las cosas no son tan simples como pueda serlo en este bello y aseado mundo de las palabras. En la vida real, un movimiento descendente puede ser el arranque de un ascenso. Cuando las cáscara del ego se ha rajado y comienza a darse una conciencia de la otredad subliminal y fisiológica que subyace a la personalidad, a veces ocurre que entrevemos, fugaz pero apocalípticamente, esa Otredad que es el Fundamento en que se cimienta todo ser. Mientras estemos circunscritos a nuestro yo aislado, seguiremos sin tener conciencia de los varios no-yoes a los que estamos relacionados: el no-yo orgánico, el no-yo del subconsciente personal, el no-yo colectivo del medio psíquico, a partir del cual han cristalizado nuestras individualidades, y el no-yo del Espíritu inmanente y trascendente. Cualquier huida, incluso por un camino descendente, posibilita al menos una momentánea conciencia del no-yo a todos sus niveles. Hay constancia de diversos casos en los que una simple "revelación anestésica" ha servido de punto de partida de una actitud nueva frente a la vida. En los mítines y las reuniones de masas, a veces sucede que la persona intoxicada por el veneno del rebaño adquiere un nuevo conocimiento que le transforma de modo permanente. Dicho en dos palabras, el camino descendente no conduce invariablemente al desastre. Ahora bien, conduce allí con la frecuencia suficiente para que su andadura sea extremadamente desaconsejable.
Sobre el asunto de la autotrascendencia horizontal es bien poco lo que hay que decir, no porque el fenómeno carezca de importancia (nada más lejos), sino porque es demasiado obvio y no parece requerir análisis, aparte de que se produce con tal frecuencia que no se presta a una fácil clasificación.
Con objeto de huir de los horrores del yo aislado, la mayor parte de los hombres y mujeres eligen, las más de las veces, no ya ascender ni descender, sino desplazarse lateralmente. Se identifican con una causa más amplia que sus propios intereses inmediatos, pero no rebajándose; de ser más elevada esa causa, lo será solamente dentro del espectro de los valores sociales al uso. Esta autotrascendencia horizontal, o casi horizontal, puede tener por objeto algo tan banal como un hobby, o tan preciado como el amor conyugal. Puede alcanzarse por medio de la identificación del yo con cualquier actividad humana, desde la dirección de una empresa hasta la investigación en el terreno de la física nuclear, desde la composición musical hasta el coleccionismo filatélico, desde las campañas electorales hasta la educación de los niños o el estudio de los hábitos de apareamiento de las aves.
La autotrascendencia horizontal es de la máxima importancia. Sin ella no existiría el arte, la ciencia, la ley, la filosofía, no existiría desde luego, la civilización. Y tampoco habría guerras, niodium theologicum o ideologicum, ni intolerancia sistemática, ni persecuciones. Estos grandes bienes y estos enormes males son frutos de la capacidad que tiene el hombre de identificarse total y continuamente con una idea, un sentimiento, una causa. ¿Cómo es posible tener el bien sin el mal, una civilización enaltecida sin una saturación de bombas y sin exterminar a los herejes políticos y religiosos? La respuesta es que lisa y llanamente no podemos tenerla, en tanto en cuanto nuestra autotrascendencia permanezca en un plano exclusivamente horizontal.
Cuando nos identificamos con una idea, con una causa, de hecho estamos adorando algo hecho en casa y habitualmente hecho a medida, algo parcial y parroquiano, algo que, por noble que sea, es demasiado humano. "El patriotismo", como concluía un gran patriota en la víspera de su ejecución por parte de los enemigos de su nación, "el patriotismo no es suficiente". Tampoco lo son el socialismo, el comunismo, el capitalismo; tampoco lo es arte, la ciencia, el orden público, ni ninguna organización religiosa o iglesia en concreto. Todo ello es indispensable, pero ninguno es por sí suficiente. La civilización exige del individuo la identificación del yo con las más altas causas de la humanidad, pero si esta identificación del yo con lo que es humano no se produce acompañada por un esfuerzo consciente y consistente por lograr la autotrascendencia ascendente hacia la vida universal del Espíritu, los bienes alcanzados siempre estarán mezclados con males que los contrarresten. "Hacemos un ídolo de la verdad en sí misma", escribió Pascal, "porque la verdad sin caridad no es Dios; sino su imagen, mero ídolo al cual no debemos ni amor ni adoración". Y no es solamente erróneo adorar un ídolo, sino que es también extremadamente inoportuno. Por ejemplo, la adoración de la verdad al margen de la caridad -la identificación del yo con la causa de la ciencia sin que se dé acompañada por la identificación del yo con el Fundamento en que se cimienta todo ser- da por resultado un tipo de situación que debemos afrontar hoy en día. Todo ídolo, por exaltado que sea, resulta a la larga un Moloch hambriento de sacrificios humanos.

El control del yo

Hemos tratado de colocar sobre el yo lo que podríamos denominar la llama dorada de la iluminación misma. Y, si bien hemos revelado una página, quedan aún volúmenes por escribir y por leer. No obstante, es pertinente que se haga un resumen útil de una parte de lo que hemos presentado.

El regocijo que sentirá el hombre en torno a las leyes interiores de su propio ser aumentará en majestuosidad y poder cuando comprenda que el regalo del control está en sus manos. Muchos esperan a que las condiciones externas moldeen su vida, y reconocemos que es cierto en gran medida que las circunstancias externas controlan las vidas de los hombres.

Pero los hombres deben reconocer que las afinidades interiores del alma y las acumulaciones de buen y mal karma son los promotores de su destino. Por tanto, es esencial comprender al hombre interior para llegar a adquirir el control de la Tierra.

Controlar el mundo de uno tal como la Divinidad lo pretende no incluye el ejercer un control mortal sobre los demás. Como tampoco implica que los individuos deban sentirse afectados por todos los caprichos de los pensamientos y sentimientos mortales. Sin embargo, demasiados hijos de la Luz en la Tierra están sujetos, sin saberlo, al control de otros cuyos ideales y propósitos no son parte del plan divino, sino parte de su propio plan de dominación personal.

Control y dominación no son la misma cosa. Asumir el control quiere decir ser consciente del potencial cósmico que ha sido implantado dentro del yo como regalo del Dios vivo. Entonces uno comienza a manifestar en el mundo externo de la forma el hermoso patrón que Dios sostiene para cada hombre. Por otro lado, la dominación de la humanidad es la usurpación de su libre albedrío.

Uno de los mayores errores del hombre es no exteriorizar el plan Divino, primero en el mundo interior de la mente para después hacerlo en el mundo externo de la manifestación. Porque el plan divino está íntimamente ligado a las sutilezas del resplandor interior que posee el hombre interno del corazón. Cuando ese plan pasa por la turbia corriente de la mente subconsciente, llena como está de la mezcolanza de vanas imaginaciones, la mente exterior lo pierde temporalmente y no puede sino producir en el escenario de la vida la perdición de la ignorancia.

La purificación de la propia conciencia es, por tanto, un requisito vital tanto para el principiante como para el estudiante más avanzado en el Sendero que verdaderamente desee encontrar el camino de regreso al Ser Universal. El alado Yo Divino no puede volar cuando sus alas han sido recortadas por las vanidades humanas o por las limitaciones que el hombre se impone a sí mismo.

El hombre es verdaderamente un Dios en exilio, pero no tiene que seguir siéndolo. Puede purificar su mundo si acude al corazón de Dios, y puede invocar aquellos patrones de la llama cósmica.

Lo que ha promovido los sentimientos de culpa ha sido tanto el sentido de pecado como la involucración en la iniquidad. Ambos hacen que los hombres se endeuden cada vez más, sencillamente porque no pagan las deudas en las que ya han incurrido.

Demasiados hijos de la Tierra que buscan la luz no entienden que ellos mismos han creado una pila de escombros; es más, no saben que nunca podrán terminar la hermosa obra del desarrollo del alma hasta que hayan comprometido sus energías con el proceso de la autopurificación.

Te has planteado la pregunta: ¿Debe un hombre purificar y desarrollar su alma simultáneamente, o debe completar su purificación antes de comenzar su desarrollo?

Amigos, lo primero es lo primero. La purificación es desarrollo, porque hasta para construir una casa hay que limpiar el terreno y prepararlo antes de poder echar los cimientos.

Uno de los problemas al que se enfrentan con frecuencia los estudiantes más avanzados es resultado de estudiar una gran cantidad de la ley espiritual. A menudo han estudiado con muchos instructores y organizaciones que enseñan verdades parciales pero eficaces. En ciertos momentos del camino, estos estudiantes se sienten empujados a dejar a un lado todo lo que han aprendido para captar el símbolo eterno de la progresión.

Hay que saber que aunque los nombres pueden ser diferentes, los procesos son los mismos. Reconocemos que , de un instructor a otro, varían las técnicas y verdades recomendadas e impartidas para la espiritualización, pero el individuo debería recordar siempre que lo que no cambia es la relación que tiene con su Presencia Divina.

Por lo tanto, sobre el estudiante recae la responsabilidad de extraer de las enseñanzas la aplicación eficaz que le permita beneficiarse al máximo. No exoneramos al instructor de la responsabilidad de presentar la enseñanza de la mejor manera posible, pero ¿cuál es esa mejor manera posible cuando uno trata con mentes que están en diversas etapas de progreso y que proceden de diferentes comienzos?

Entorpecidos por la semántica, algunos se pierden completamente y, al final, abandonan la búsqueda de la verdad. Esto es innecesario, porque incluso el estudiante más avanzado no entorpece su progreso al volver a examinar, a modo de revisión, los principios básicos de las leyes espirituales. Sencillamente, el que se domine un idioma no quiere decir que uno no pueda sacarle provecho a la revisión de los primeros libros o frases ya olvidadas.

Esa revisión con frecuencia revitaliza el proceso imaginativo y te permite captar una imagen interna de una multitud de temas. Cuando éstos se integran en tu ser, aumentan tu compendio de conocimientos que tan valioso resulta a la hora de vivir.

Las artes divinas no son diferentes de las humanas. Y preferimos pensar que vivir es en realidad un arte divino, aunque una enorme cantidad de seres humanos no le prestan atención a vivir dando la vida por sentada.

Demasiados seres humanos funcionan mecánicamente, repitiendo con regularidad cíclica sus aburridas rutinas, sin comprender nunca la oportunidad que tienen de alumbrar con la luz las tareas más sencillas y humildes. Cualquier cosa que hagas puede contribuir no sólo al desarrollo de tu propio ser y a un entendimiento diario de tu Yo Superior, sino que también puede brindarles un rayo de esperanza a aquéllos con quienes estés asociado.

La gracia, que no es tan orgullosa como para no convertirse en un niño en lo referente a cosas espirituales, como para no agacharse y así entrar por la estrecha y a veces baja puerta de los acontecimientos, se encontrará finalmente a los pies de la gracia infinita. Sin duda, un día, el amanecer de tu Yo Superior se convertirá en mediodía, y el cumplimiento de los ciclos del ser indicará el regreso a la realidad Cósmica.

La consciencia y el conocimiento propio


El yo está entretejido con la conciencia, y ésta es la puerta de entrada a la realidad. En estado impuro, la conciencia extingue la luz; en estado puro, la irradia.
Desde el punto de vista de la mente humana, qué triste es que las ilusiones hayan de ser destrozadas. Pero nosotros consideramos mucho más prudente y mucho menos doloroso destrozar esas ilusiones mediante el diestro uso del discernimiento espiritual, a que dichas ilusiones sean quebradas por la ley superior cuando ésta le devuelva a la puerta de cada hombre las energías negativas que él ha enviado.



El anhelo de entablar amistad con Dios y con el hombre

Viajemos por la noche de la razón humana. Atravesando la maleza de una tierra salvaje, ¡de repente aparece una luz! Es una luz situada en la cima de un monte, Vagamente, entre la niebla, percibimos un viejo castillo. Y el débil rayo de luz de la ventana es un resplandeciente filamento de esperanza.

Allí hay alguien, alguien que nos recibirá. Nos acercamos con cautela. Pero al aproximarnos, el corazón, previendo una cálida recepción, se regocija. Sí, grande es la esperanza que el corazón alberga por escuchar la palabra "amigo".

Llegamos así a la regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos". Al usar las energías de Dios, (utilizaremos el termino Dios para referirnos al Ser Universal, sin tener ninguna trascendencia religiosa concreta) o al abusar de ellas, atraemos una cadena de afinidades que une muchas de nuestras vidas pasadas con la presente.

Algunas veces las madejas del reconocimiento aparecen en un momentáneo hilo de contacto. Las almas entran en contacto con lo amargo y lo dulce de la experiencia pasajera cuando un toque hace tiempo olvidado provoca que cobre vida una relación humana. Si pones este motivo a contraluz frente a la ventana del castillo, comprenderás cómo los hombres buscan el pasado con el anhelo de ser aceptados, de entablar amistades y de sentir que pertenecen a algo.



Unidad material y espiritual

Hazte las siguientes preguntas: ¿Crea el Creador eterno sin la esperanza de que Su creación alcance la unidad espiritual? ¿Debería la unidad ser sólo espiritual o debería ser tanto espiritual como material?

Cuando tienes conocimiento de la llama de la vida que arde dentro de tu alma, percibes tanto las cualidades naturales de la vida como las sobrenaturales. Lo natural puede adquirir propiedades sobrenaturales o inusuales, en tanto que lo sobrenatural puede parecer natural.

Independientemente de lo que la otra persona pueda llegar a hacerte, nunca hay excusa que justifique el hecho de devolver a esa persona, con la misma moneda, un acto de maldad. Ello no excluye la posibilidad de que el individuo, con la dignidad de su ser, evite subordinarse a la necedad humana. Por lo tanto, por reverencia al resplandor de divinidad que se encuentra en el alma, los hombres pueden extender el bálsamo del perdón a todos con quienes se encuentren, sin por ello convertirse en víctimas de energías perversas. De esta manera podemos construir la nobleza de carácter a imitación del Ser Divino.



Liberación de estados de ánimo agobiantes

Que todos aprendan, pues, que hay que amar por igual a amigos y enemigos. Algunas veces los amigos son más peligrosos que los enemigos, porque los enemigos sabemos que lo son, pero a los amigos sólo los conocemos como tales, aunque puede que sus pensamientos de crítica y control sean casi audibles. Muchas veces los hilos del egoísmo, tejidos por debajo de la superficie de la conciencia, motivan a los individuos a intentar controlar ilícitamente las vidas de los demás.

Cuando alguien busca consejo, éste se puede ofrecer con impunidad. Cuando se ofrece el consejo sin que haya sido solicitado, con frecuencia se convierte en una responsabilidad kármica. Y cuando es despreciado, el invisible choque de una mente contra otra crea karma para ambas partes.

Hay veces en que la turbulencia y la tensión presente entre las personas le dejan a uno con una sensación deprimente en el estómago, debido a que toda discordia establece una interferencia con el patrón de energía/luz que pasa por el plexo solar. El primer paso para lograr la integración sana con la presencia divina es eliminar la tensión de los cuatro cuerpos inferiores: del cuerpo físico, del cuerpo de los deseos, del cuerpo mental y del cuerpo de la memoria.

Los años pasan, y también pasan las vidas. Los asuntos humanos son, con frecuencia, un embrollo. Pero la mejor manera de desenredarse uno mismo, y de desenredar las energías de los patrones kármicos que regresan hasta nosotros para su solución, es conservar la sensación de estar unido al Ser de Luz y a todos sus hijos e hijas. El simple hecho de tener problemas con alguien no quiere decir que esos problemas deban continuar. Permite que tus experiencias le enseñen al alma oprimida a liberarse de los estados de ánimo agobiantes.



La ira es un peligro para el alma

Cuando los hombres se burlan de los principios y violan aquellos que son básicos en la vida, esto puede, legítimamente, provocar indignación en otros. Existe la ira justa, pero ésta tiene que ver con principios y no con personas.

Uno nunca debería dirigir su ira hacia otra persona. Cual nubarrón que oculta el Sol, las oscuras nubes de la ira ocultan el sol del alma.

Si una persona se acuesta sintiéndose injustamente colérica con alguien, la funda astral, conocida por ka, puede salir de esa persona cargada de ira y la puede dirigir contra la confiada víctima. Incluso sin que uno sea consciente de ello, la ira que no hemos controlado puede ser un instrumento provocador de desgracias o incluso de muerte súbita para nuestro prójimo.

Mientras una persona duerme la mente subconsciente asume el control y, entonces, el fantasmal ka, que no está bajo el gobierno de la mente consciente y con capacidad de discernimiento, se dedica a realizar los deseos desenfrenados. Cuando la persona se despierta por la mañana, no conserva recuerdo alguno de las fechorías de su ka. Sin embargo, será kármicamente responsable del daño que su subconsciente haya inflingido a un enemigo o a una víctima inocente.

Por lo tanto, antes de que se ponga el Sol y te acuestes, es importante hacer las paces con el Ser de Luz y con el hombre en todos los niveles de conciencia.



Abre la puerta de la alegría y la realidad

Cuando los hombres se atavían con la vestidura de la avaricia y del egoísmo, se cubren de absurdas idiosincrasias. Cuando moldean sus vidas con caprichos en lugar de con la geometría de la ley cósmica, cuando imaginan que Dios es por completo impersonal y que no siente interés personal por ellos o por su destino, le cierran la puerta a la alegría y a la realidad.

Para quien está comenzando a comprender que él mismo es un componente del Ser de Luz, el mundo es una nova. La aurora de cada día le reanima. El mundo renace a su alrededor. Su cansada alma se deshace de fantasías y frustraciones. Al fin, abre los ojos y contempla la realidad.

Desde el principio de los tiempos hasta el final, Dios ha enviado y enviará maestros servidores para que enseñen a Sus hijos a seguir los caminos de la automaestría que les conducirán a reunirse con Él. El Ser de Luz procura que todos Sus hijos sean elevados gradual y permanentemente a la visión del yo que revela la totalidad del hombre divino, el Yo real.



***

¿Que es la consciencia?
¿Es el mecanismo biológico que nos da cuerpo como seres individuales?
¿El que nos define como ser, distinto, a los "otros"?
Durante mucho tiempo se ha considerado que la vida psíquica sólo tenia lugar en la esfera consciente del hombre y que aquellos procesos que no se actualizaban en la conciencia carecían de existencia. Si se admite esta afirmación nos encontraremos con que nos es imposible comprender una serie de fenómenos que diariamente observamos. Así, por ejemplo, ¿cómo nos explicaremos que un joven de catorce años se dedique a robar dinero a pesar de la educación familiar y contra todo punto de vista lógico? El muchacho sabe que no debe robar (consciencia) que el persistir en su conducta le traerá complicaciones e incluso severos castigos, pero a pesar de todo, roba. Algo le impulsa desde su interior a realizar estas acciones.
Es la exteriorización de lo inconsciente.
Vemos pues, que en el inconsciente tiene lugar un proceso psiquico muy complicado que se manifiesta a través de una conducta extraviada. Si preguntáramos a este muchacho por qué sigue robando, seguramente sería incapaz de darnos ninguna respuesta.
El acontecer psíquico inconsciente no actúa solamente en casos excepcionales, sino que influye en toda nuestra vida consciente con fenómenos de los que no podemos dar razón. En todos los casos tienen lugar muchos más acontecimientos en la vida inconsciente que en la propia esfera consciente.
Sólo una parte pequeña de lo que nos sucede se manifiesta con claridad consciente; la mayor parte permanece oculto aunque influye decisivamente en nuestra vida y la condiciona terrible y fatalmente.
Analizando estas razones, nos damos cuenta, de que debemos ejercitar la consciencia lo máximo posible.
Para comprender los innumerables problemas que tiene cada uno de nosotros, ¿no es esencial que haya conocimiento propio (consciencia)?
Esa percepción alerta respecto de uno mismo es una de las cosas más difíciles que hay; no significa aislamiento, un retirarse del mundo. Obviamente, es esencial que nos conozcamos, pero ello no implica que hayamos de separarnos de nuestras relaciones. Sería, por cierto, un error pensar que uno puede conocerse a sí mismo de una manera significativa, completa, plena, mediante el aislamiento, la exclusión, o acudiendo a algún psicólogo o a algún sacerdote, o que puede aprender conocimiento propio por medio de un libro.
El conocimiento propio es un proceso, no es un fin en sí mismo, y para conocernos debemos estar atentos a nosotros mismos en la acción, la cual es relación. Uno se descubre a sí mismo, no en el aislamiento, no en el retiro, sino en la relación: relación con la sociedad, con nuestra esposa, nuestro marido, nuestro hermano; relación con la humanidad.
La transformación del mundo resulta de la transformación de uno mismo, porque uno mismo es producto y parte del proceso total de la existencia. Sin conocer lo que somos, no hay base para el recto pensar ni puede haber transformación alguna.
El conocimiento propio es el descubrimiento, de instante en instante, de las modalidades del "yo", de sus intenciones y de su actividad, sus pensamientos y apetitos. Jamás puede existir "su experiencia" y "mi experiencia"; la expresión misma "mi experiencia" indica ignorancia, demuestra que uno acepta la ilusión.
Y en ella aflora... la inconsciencia.

Aprovecha lo que tienes

Cuánto tienes a tu alcance para hacer algo no es ni por asomo tan importante como lo que decidas hacer con ello. Muchísima gente que se volv...