martes, 18 de septiembre de 2012
AUTOESTIMA ENERGÉTICA Y PSICOLÓGICA
Transformar y superar la negatividad
"Podemos transformar nuestra actitud para convertirnos en personas optimistas, positivas y entusiastas por la vida... ello nos impulsa a disfrutar cada momento"
Las relaciones a menudo se rompen a la mínima frustración, al mínimo desencuentro. Cuando se es incapaz de profundizar en lo que ha sucedido, ni escoger como una oportunidad de crecimiento y de resolución de temas personales, la situación de desencuentro y de conflicto para reconocer un aspecto importante de sí-mismo.
El vacío interno, la falta de contacto, es una enfermedad, aunque ignorada por los medios oficiales. Esta forma de actuar es cada vez más frecuente. La dificultad de compromiso y entrega proviene, a menudo, de la falta de atención y contención emocional vivida en la primera infancia, que generaron desconfianza, desarraigo y dispersión (entre otras cosas).
En el fondo nunca dejaron de ser unos niños, y como tal necesitan placer inmediato y no entienden la importancia del esfuerzo y de la permanencia.
Existen personas que parecen tener una especie de radar para captar lo negativo y ninguna capacidad de percibir lo positivo. La actitud negativa siempre nos lleva a pensar y a imaginar las cosas de la peor manera, estimulados por los miedos, los comentarios malintencionados que nos hacen las demás personas y cualquier experiencia difícil que hayamos tenido. Es así como, sin darnos cuenta, comenzamos a perder la confianza, la esperanza y el optimismo, convirtiéndonos con nuestras ideas y comentarios en una nube gris que también desanima y atemoriza a otras personas.
Los pensamientos negativos nos afectan a todos de diferentes maneras, se cuelan como invitados que no deseamos en nuestra vida, nublando el presente y el futuro, llenándonos de emociones destructivas y tergiversando nuestra realidad hasta el punto de confundirnos y hacernos ver que no podremos afrontarla, resolverla o superarla, de manera que lo único que nos quedaría por hacer es huir de ella, evadirla o hundirnos en la negatividad y en el estancamiento total. De ahí que sea tan importante aprender a manejarse adecuadamente para vivir mejor.
Muchos de nosotros hemos sido educados con el miedo, por eso mantenemos una actitud negativa, temerosa y pesimista frente a la vida, convirtiéndonos, muchas veces, en el obstáculo más difícil de superar cuando buscamos cumplir nuestros sueños.
Por otro lado, las células del sistema inmunitario no permanecen ajenas a nuestro monólogo interno, y cada vez que tenemos un pensamiento negativo en el cual profundizamos, el cerebro libera sustancias que influyen sobre el sistema nervioso, la musculatura y los sistemas cardiovascular, respiratorio y digestivo. La diferencia entre un pensamiento negativo y uno positivo es que el primero no conduce a la acción, sólo considera las limitaciones y los posibles obstáculos.
Los pensamientos negativos nos afectan a todos de diferentes maneras, se cuelan como invitados que no deseamos en nuestra vida, nublando el presente y el futuro, llenándonos de emociones destructivas y tergiversando nuestra realidad hasta el punto de confundirnos y hacernos ver que no podremos afrontarla, resolverla o superarla, de manera que lo único que nos quedaría por hacer es huir de ella, evadirla o hundirnos en la negatividad y en el estancamiento total. De ahí que sea tan importante aprender a manejarse adecuadamente para vivir mejor.
Muchos de nosotros hemos sido educados con el miedo, por eso mantenemos una actitud negativa, temerosa y pesimista frente a la vida, convirtiéndonos, muchas veces, en el obstáculo más difícil de superar cuando buscamos cumplir nuestros sueños.
Por otro lado, las células del sistema inmunitario no permanecen ajenas a nuestro monólogo interno, y cada vez que tenemos un pensamiento negativo en el cual profundizamos, el cerebro libera sustancias que influyen sobre el sistema nervioso, la musculatura y los sistemas cardiovascular, respiratorio y digestivo. La diferencia entre un pensamiento negativo y uno positivo es que el primero no conduce a la acción, sólo considera las limitaciones y los posibles obstáculos.
domingo, 16 de septiembre de 2012
Ser consciente .................. socrates
Me doy cuenta, una vez más, de lo poco que sé, y ello me hace
recordar la vieja historia que Sócrates contó por primera vez en su juicio. Uno
de sus jóvenes amigos, un miembro del pueblo de nombre Querefon, había
preguntado al dios Apolo en Delfos si existía alguien más sabio que Sócrates, y
Apolo le había contestado que Sócrates era el más sabio de todos. Sócrates
halló esta respuesta inesperada y misteriosa. Pero, después de varios
experimentos y conversaciones con todo tipo de personas, creyó haber descubierto
aquello que el dios había querido decir; por contraste de todos lo demás, él,
Sócrates, se había dado cuenta de lo lejos que estaba de ser sabio, de que no
sabía nada. Pero lo que el dios nos había querido decir a todos nosotros era
que la sabiduría consistía en el conocimiento de nuestras limitaciones y, lo
más importante de todo, en el conocimiento de nuestra propia ignorancia. Creo
que Sócrates nos enseñó algo que es tan importante hoy en día como lo fue hace
2.400 años. Y creo que los intelectuales, incluso científicos, políticos y,
especialmente aquellos que trabajan en los medios de comunicación, tienen hoy
la imperiosa necesidad de aprender esta vieja lección que Sócrates trató en
vano de enseñarnos.
¿Pero, es eso cierto? ¿No sabemos hoy, acaso, muchísimo más de lo que sabía Sócrates en su época? Sócrates tenía razón, debe admitirse, al ser consciente de su ignorancia: en efecto, él era ignorante sobre todo si lo comparamos con lo que sabemos hoy en día. Efectivamente, el reconocer su ignorancia fue un gesto de gran sabiduría por su parte. Pero hoy se dice que nuestros investigadores y científicos contemporáneos no son simples buscadores, sino también descubridores. Porque saben mucho: tanto que el gran volumen de nuestro conocimiento científico se ha convertido en un grave problema; los nuevos descubrimientos se publican a tal velocidad que es imposible que nadie pueda estar al día. ¿Podría ser que incluso ahora debamos seguir construyendo nuestra filosofía del conocimiento sobre la tesis de Sócrates de nuestra falta de conocimiento?
La objeción es correcta, pero únicamente después de haberla modificado radicalmente mediante cuatro comentarios muy importantes: Primero, la idea de que la ciencia sabe mucho es correcta, pero la palabra conocimiento se usa aquí, al parecer inconscientemente en un sentido que es completamente distinto del significado que se le da a la palabra conocimiento cuando se usa, con énfasis, en el lenguaje diario. Sin embargo, el conocimiento científico simplemente no es un conocimiento cierto. Está siempre abierto a revisión. Consiste en conjeturas comprobables -el mejor de los casos-, conjeturas que han sido objeto de las más duras pruebas, conjeturas inciertas.
Es conocimiento hipotético, conocimiento conjetural. Este es mi primer comentario, y por sí mismo es una amplia defensa de la aplicación a la ciencia moderna de las ideas de Sócrates: el científico debe tener en cuenta, como Sócrates, que él o ella no sabe, simplemente supone. Mi segundo comentario sobre la observación de que nosotros sabemos tanto hoy en día es éste: con casi cada nuevo logro científico, con cada solución hipotética de un problema científico, el número de problemas no resueltos aumenta; y asimismo aumenta el grado de su dificultad; de hecho, ambos aumentan a una velocidad superior a la que lo hacen las soluciones! Y sería correcto decir que mientras nuestra ignorancia, nuestra creciente ignorancia es infinita. Mi tercer comentario es éste: cuando decimos que hoy sabemos más que lo que sabía Sócrates en su época, que nuestro conocimiento conjetural es mayor, esto es probablemente incorrecto en tanto que nosotros interpretamos el saber en un sentido subjetivo. Probablemente, ninguno de nosotros sabe más, en cuanto a almacenar mayor información en nuestra memoria; más bien, somos conscientes de que hoy en día se sabe muchísimo más y acerca de muchísimas más cosas diferentes que en los tiempos de Sócrates.
Tenemos aquí una cuarta razón para decir que Sócrates estaba en lo cierto, incluso hoy. Porque este anticuado conocimiento personal consiste en teorías que se han demostrado son falsas. Por ello, tenemos cuatro razones que nos demuestran que incluso hoy, la idea de Sócrates "Sólo sé que no sé nada", es una idea de palpitante actualidad, pienso que aún más que en tiempos de Sócrates. Y tenemos razones, en defensa de la tolerancia, para deducir de la idea de Sócrates aquellas consecuencias éticas que fueron deducidas, en sus tiempos, por el propio Sócrates, por Erasmo, por Montaigne, Voltaire, Kant y Lessing. Y debemos incluso deducir algunas otras consecuencias. Los principios que son el fundamento de cada diálogo racional, es decir, cada discusión encaminada a la búsqueda de la verdad son, de hecho, principios éticos. Me gustaría expresar tres de esos principios éticos.
(a) El principio de la falibilidad: Quizá yo esté equivocado y quizá usted tenga razón, pero desde luego, ambos podemos estar equivocados.
(b) El principio del diálogo racional: Queremos de modo crítico -pero por supuesto, sin ningún tipo de crítica personal- poner a prueba nuestras razones a favor y en contra de nuestras variadas (criticables) teorías. Esta postura crítica pone a prueba nuestras razones a favor y en contra de nuestras variadas (criticables) teorías. Esta actitud crítica a la que estamos obligados a asumir es parte de nuestra responsabilidad intelectual.
(c) El principio de acercamiento a la verdad con la ayuda del debate. Podemos casi siempre acercarnos a la verdad, con la ayuda de tales discusiones críticas impersonales (y objetivas), y de este modo podemos casi siempre mejorar nuestro entendimiento; incluso en aquellos casos en los que no llegamos a un acuerdo.
Es extraordinario que esos tres principios sean epistemológicos y, al mismo tiempo sean también principios éticos. Porque implican, entre otras cosas, tolerancia: si yo puedo aprender de usted, y si yo quiero aprender en el interés por la búsqueda de la verdad, no sólo debo tolerarle como persona, sino que debo reconocerle potencialmente como a un igual. El principio ético que nos guíe deberá ser nuestro compromiso con la búsqueda de la verdad y la noción de una vía para llegar a la verdad y un acercamiento a ella. Sobre todo, deberíamos entender que nunca podremos estar seguros de haber llegado a la verdad; que tenemos que seguir haciendo críticas, autocríticas, de lo que creemos haber encontrado y, por consiguiente tenemos que seguir poniéndolo a prueba con espíritu crítico; que tenemos que esforzarnos mucho en la crítica y que nunca deberíamos llegar a ser complacientes y dogmáticos. Y también debemos vigilar constantemente nuestra integridad intelectual, que junto con el conocimiento de nuestra falibilidad nos llevará a una actitud de autocrítica y de tolerancia.
Por otra parte, también es de gran importancia darnos cuenta que siempre podemos aprender cosas nuevas, incluso en el campo de la ética. Me gustaría demostrar lo anterior por vía de un examen de la ética de los profesionales, la ética de los intelectuales, la ética de los científicos, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, directores, y, muy importante, de los periodistas y de la gente influyente del mundo de la televisión; también de los funcionarios, y sobre todo, de los políticos. Me gustaría proponerles algunos principios de una nueva ética profesional, principios que están estrechamente relacionados con las ideas éticas de tolerancia y de honestidad intelectual. Con este fin voy a describir primero la antigua ética profesional y, quizá, caricaturizarla un poco, para luego compararla y contrastarla con la nueva ética profesional que deseo proponer aquí.
Hay que reconocer que la antigua ética profesional se basó, como también se basa la nueva, en los conceptos de verdad, de racionalidad y de responsabilidad intelectual. Con la diferencia de que la antigua ética se basó en el concepto de conocimiento personal y en la idea de que es posible llegar al conocimiento cierto, o al menos acercarse lo más posible. Por esta razón, el concepto de autoridad personal desempeñó un papel importante en la antigua ética profesional. En contraste, la nueva ética se basa en el concepto de conocimiento objetivo, y de conocimiento incierto. Esto exige un cambio radical en nuestra manera de pensar. Lo que tiene que cambiar es el papel desempeñado por los conceptos de verdad, racionalidad, honestidad intelectual y responsabilidad intelectual.
Mi sugerencia es que la nueva ética profesional que propongo aquí se base en los doce principios siguientes, con los cuales termino mi discurso:
Nuestro conocimiento objetivo conjetural continúa superando con diferencia lo que el individuo puede abarcar. Por consiguiente: no hay autoridades. Esta importante conclusión también se puede aplicar a materias especializadas y a campos específicos de investigación.
(a) Es imposible evitar todos los errores, e incluso todos aquellos que, en sí mismos, son evitables. Todos los científicos cometen equivocaciones continuamente. Hay que revisar la antigua idea de que se pueden evitar los errores y que, por tanto, existe la obligación de evitarlos: la idea en sí encierra un error.
(b) Por supuesto, sigue siendo nuestro deber hacer todo lo posible para evitar errores. Pero precisamente para evitarlos debemos ser conscientes, sobre todo, de la dificultad que esto encierra y del hecho de que nadie logra evitarlos.
(c) Los errores pueden estar ocultos al conocimiento de todos incluso en nuestras teorías mejor comprobadas; así, la tarea específica del científico es buscar tales errores. Descubrir que una teoría bien contrastada, o que una técnica usual práctica son erróneas, podría ser un descubrimiento de máxima importancia.
(d) Por lo tanto, tenemos que cambiar nuestra actitud hacia nuestros errores. Es aquí donde hay que empezar nuestra reforma práctica de la ética. Porque la actitud de la antigua ética profesional nos obliga a tapar nuestros errores, a mantenerlos secretos y a olvidarnos de ellos tan pronto como sea posible.
(e) El nuevo principio básico es que para evitar equivocarnos, debemos aprender de nuestros propios errores. Intentar ocultar la existencia de errores es el pecado más grande que existe.
(f) Tenemos que estar continuamente al acecho para detectar errores, especialmente los propios, con la esperanza de ser los primeros en hacerlo. Una vez detectados, debemos estar seguros de recordarlos, examinarlos desde todos los puntos de vista para descubrir por qué se cometió el error.
(g) Es parte de nuestra tarea el tener y ejercer una actitud autocrítica, franca y honesta hacia nosotros mismos.
(h) Puesto que debemos aprender de nuestros errores, asimismo debemos aprender a aceptarlos incluso con gratitud, cuando nos los señalan los demás. Y cuando llamamos la atención a otros sobre sus errores deberíamos siempre tener en cuenta que los científicos más grandes los han cometido.
(i) Tenemos que tener claro en nuestra propia mente que necesitamos a los demás para descubrir y corregir nuestros errores (de la misma manera en que los demás nos necesitan a nosotros) y, sobre todo, necesitamos a gente que se haya educado con diferentes ideas en un mundo cultural distinto. Así se logra tolerancia.
(j) Debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica, pero que la crítica de los demás es una necesidad. Tiene casi la misma importancia que la autocrítica.
¿Pero, es eso cierto? ¿No sabemos hoy, acaso, muchísimo más de lo que sabía Sócrates en su época? Sócrates tenía razón, debe admitirse, al ser consciente de su ignorancia: en efecto, él era ignorante sobre todo si lo comparamos con lo que sabemos hoy en día. Efectivamente, el reconocer su ignorancia fue un gesto de gran sabiduría por su parte. Pero hoy se dice que nuestros investigadores y científicos contemporáneos no son simples buscadores, sino también descubridores. Porque saben mucho: tanto que el gran volumen de nuestro conocimiento científico se ha convertido en un grave problema; los nuevos descubrimientos se publican a tal velocidad que es imposible que nadie pueda estar al día. ¿Podría ser que incluso ahora debamos seguir construyendo nuestra filosofía del conocimiento sobre la tesis de Sócrates de nuestra falta de conocimiento?
La objeción es correcta, pero únicamente después de haberla modificado radicalmente mediante cuatro comentarios muy importantes: Primero, la idea de que la ciencia sabe mucho es correcta, pero la palabra conocimiento se usa aquí, al parecer inconscientemente en un sentido que es completamente distinto del significado que se le da a la palabra conocimiento cuando se usa, con énfasis, en el lenguaje diario. Sin embargo, el conocimiento científico simplemente no es un conocimiento cierto. Está siempre abierto a revisión. Consiste en conjeturas comprobables -el mejor de los casos-, conjeturas que han sido objeto de las más duras pruebas, conjeturas inciertas.
Es conocimiento hipotético, conocimiento conjetural. Este es mi primer comentario, y por sí mismo es una amplia defensa de la aplicación a la ciencia moderna de las ideas de Sócrates: el científico debe tener en cuenta, como Sócrates, que él o ella no sabe, simplemente supone. Mi segundo comentario sobre la observación de que nosotros sabemos tanto hoy en día es éste: con casi cada nuevo logro científico, con cada solución hipotética de un problema científico, el número de problemas no resueltos aumenta; y asimismo aumenta el grado de su dificultad; de hecho, ambos aumentan a una velocidad superior a la que lo hacen las soluciones! Y sería correcto decir que mientras nuestra ignorancia, nuestra creciente ignorancia es infinita. Mi tercer comentario es éste: cuando decimos que hoy sabemos más que lo que sabía Sócrates en su época, que nuestro conocimiento conjetural es mayor, esto es probablemente incorrecto en tanto que nosotros interpretamos el saber en un sentido subjetivo. Probablemente, ninguno de nosotros sabe más, en cuanto a almacenar mayor información en nuestra memoria; más bien, somos conscientes de que hoy en día se sabe muchísimo más y acerca de muchísimas más cosas diferentes que en los tiempos de Sócrates.
Tenemos aquí una cuarta razón para decir que Sócrates estaba en lo cierto, incluso hoy. Porque este anticuado conocimiento personal consiste en teorías que se han demostrado son falsas. Por ello, tenemos cuatro razones que nos demuestran que incluso hoy, la idea de Sócrates "Sólo sé que no sé nada", es una idea de palpitante actualidad, pienso que aún más que en tiempos de Sócrates. Y tenemos razones, en defensa de la tolerancia, para deducir de la idea de Sócrates aquellas consecuencias éticas que fueron deducidas, en sus tiempos, por el propio Sócrates, por Erasmo, por Montaigne, Voltaire, Kant y Lessing. Y debemos incluso deducir algunas otras consecuencias. Los principios que son el fundamento de cada diálogo racional, es decir, cada discusión encaminada a la búsqueda de la verdad son, de hecho, principios éticos. Me gustaría expresar tres de esos principios éticos.
(a) El principio de la falibilidad: Quizá yo esté equivocado y quizá usted tenga razón, pero desde luego, ambos podemos estar equivocados.
(b) El principio del diálogo racional: Queremos de modo crítico -pero por supuesto, sin ningún tipo de crítica personal- poner a prueba nuestras razones a favor y en contra de nuestras variadas (criticables) teorías. Esta postura crítica pone a prueba nuestras razones a favor y en contra de nuestras variadas (criticables) teorías. Esta actitud crítica a la que estamos obligados a asumir es parte de nuestra responsabilidad intelectual.
(c) El principio de acercamiento a la verdad con la ayuda del debate. Podemos casi siempre acercarnos a la verdad, con la ayuda de tales discusiones críticas impersonales (y objetivas), y de este modo podemos casi siempre mejorar nuestro entendimiento; incluso en aquellos casos en los que no llegamos a un acuerdo.
Es extraordinario que esos tres principios sean epistemológicos y, al mismo tiempo sean también principios éticos. Porque implican, entre otras cosas, tolerancia: si yo puedo aprender de usted, y si yo quiero aprender en el interés por la búsqueda de la verdad, no sólo debo tolerarle como persona, sino que debo reconocerle potencialmente como a un igual. El principio ético que nos guíe deberá ser nuestro compromiso con la búsqueda de la verdad y la noción de una vía para llegar a la verdad y un acercamiento a ella. Sobre todo, deberíamos entender que nunca podremos estar seguros de haber llegado a la verdad; que tenemos que seguir haciendo críticas, autocríticas, de lo que creemos haber encontrado y, por consiguiente tenemos que seguir poniéndolo a prueba con espíritu crítico; que tenemos que esforzarnos mucho en la crítica y que nunca deberíamos llegar a ser complacientes y dogmáticos. Y también debemos vigilar constantemente nuestra integridad intelectual, que junto con el conocimiento de nuestra falibilidad nos llevará a una actitud de autocrítica y de tolerancia.
Por otra parte, también es de gran importancia darnos cuenta que siempre podemos aprender cosas nuevas, incluso en el campo de la ética. Me gustaría demostrar lo anterior por vía de un examen de la ética de los profesionales, la ética de los intelectuales, la ética de los científicos, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, directores, y, muy importante, de los periodistas y de la gente influyente del mundo de la televisión; también de los funcionarios, y sobre todo, de los políticos. Me gustaría proponerles algunos principios de una nueva ética profesional, principios que están estrechamente relacionados con las ideas éticas de tolerancia y de honestidad intelectual. Con este fin voy a describir primero la antigua ética profesional y, quizá, caricaturizarla un poco, para luego compararla y contrastarla con la nueva ética profesional que deseo proponer aquí.
Hay que reconocer que la antigua ética profesional se basó, como también se basa la nueva, en los conceptos de verdad, de racionalidad y de responsabilidad intelectual. Con la diferencia de que la antigua ética se basó en el concepto de conocimiento personal y en la idea de que es posible llegar al conocimiento cierto, o al menos acercarse lo más posible. Por esta razón, el concepto de autoridad personal desempeñó un papel importante en la antigua ética profesional. En contraste, la nueva ética se basa en el concepto de conocimiento objetivo, y de conocimiento incierto. Esto exige un cambio radical en nuestra manera de pensar. Lo que tiene que cambiar es el papel desempeñado por los conceptos de verdad, racionalidad, honestidad intelectual y responsabilidad intelectual.
Mi sugerencia es que la nueva ética profesional que propongo aquí se base en los doce principios siguientes, con los cuales termino mi discurso:
Nuestro conocimiento objetivo conjetural continúa superando con diferencia lo que el individuo puede abarcar. Por consiguiente: no hay autoridades. Esta importante conclusión también se puede aplicar a materias especializadas y a campos específicos de investigación.
(a) Es imposible evitar todos los errores, e incluso todos aquellos que, en sí mismos, son evitables. Todos los científicos cometen equivocaciones continuamente. Hay que revisar la antigua idea de que se pueden evitar los errores y que, por tanto, existe la obligación de evitarlos: la idea en sí encierra un error.
(b) Por supuesto, sigue siendo nuestro deber hacer todo lo posible para evitar errores. Pero precisamente para evitarlos debemos ser conscientes, sobre todo, de la dificultad que esto encierra y del hecho de que nadie logra evitarlos.
(c) Los errores pueden estar ocultos al conocimiento de todos incluso en nuestras teorías mejor comprobadas; así, la tarea específica del científico es buscar tales errores. Descubrir que una teoría bien contrastada, o que una técnica usual práctica son erróneas, podría ser un descubrimiento de máxima importancia.
(d) Por lo tanto, tenemos que cambiar nuestra actitud hacia nuestros errores. Es aquí donde hay que empezar nuestra reforma práctica de la ética. Porque la actitud de la antigua ética profesional nos obliga a tapar nuestros errores, a mantenerlos secretos y a olvidarnos de ellos tan pronto como sea posible.
(e) El nuevo principio básico es que para evitar equivocarnos, debemos aprender de nuestros propios errores. Intentar ocultar la existencia de errores es el pecado más grande que existe.
(f) Tenemos que estar continuamente al acecho para detectar errores, especialmente los propios, con la esperanza de ser los primeros en hacerlo. Una vez detectados, debemos estar seguros de recordarlos, examinarlos desde todos los puntos de vista para descubrir por qué se cometió el error.
(g) Es parte de nuestra tarea el tener y ejercer una actitud autocrítica, franca y honesta hacia nosotros mismos.
(h) Puesto que debemos aprender de nuestros errores, asimismo debemos aprender a aceptarlos incluso con gratitud, cuando nos los señalan los demás. Y cuando llamamos la atención a otros sobre sus errores deberíamos siempre tener en cuenta que los científicos más grandes los han cometido.
(i) Tenemos que tener claro en nuestra propia mente que necesitamos a los demás para descubrir y corregir nuestros errores (de la misma manera en que los demás nos necesitan a nosotros) y, sobre todo, necesitamos a gente que se haya educado con diferentes ideas en un mundo cultural distinto. Así se logra tolerancia.
(j) Debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica, pero que la crítica de los demás es una necesidad. Tiene casi la misma importancia que la autocrítica.
La crítica racional y no personal (u objetiva) debería ser
siempre específica: hay que alegar razones específicas cuando una afirmación
específica, o una hipótesis específica, o un argumento específico nos parece
falso o no válido. Hay que guiarse por la idea de acercamiento a la verdad
objetiva. En este sentido, la crítica tiene que ser impersonal, pero debería
ser a la vez benévola.
sábado, 15 de septiembre de 2012
¿Qué es la ignorancia?
Cuándo alguien te dice ignorante no debes
sentirte ofendido, ya que la palabra ignorante muchas personas la han
decidido tomar como un insulto, aunque no es más que una palabra común. La
palabra ignorancia significa: “Desconocimiento de algo”. Lo cuál, no tiene
nada de malo.
Sócrates dijo: “Solo se que no se nada”. Y dejame decirte que tenia mucha razón.
Es imposible saberlo todo, ¡Imposible!, por más que lo intentes siempre será
así.
Te tengo una noticia, ¡Eres un ignorante!,
yo también, el presidente, jack también… Todos los somos, por la sencilla razón
que todo tenemos desconocimiento de algo, no importa el tema, pero lo tenemos,
así que eso nos convierte en ignorantes.
Los sabelotodos.
Muchas personas intentan dárselas de
sabelotodos. Son aquellos que, cuándo un tema sale a relucir, se vuelven locos
y comienza a intentar hacer creer a los demás que son unos genios, cuándo la
verdad es que no saben ni donde están parados.
“El que intenta demostrar que sabe mucho
de una manera constante y molesta, es una muestra clara de que poco sabe, y
quiere dar a la luz los mínimos conocimientos que tiene sobre X ó Y tema”.
Las habilidades del
barquero.
“Un día un erudito fue a pescar a la
costa, se dirigio a donde un lanchero y le pidió que lo dirigiera dónde
se encontraban los peces.
Luego de cruzar unas pocas palabras, el erudito
comenzó hacerle preguntas al Lanchero para dejar claro que era una persona de
clase e instruida “Quien pinto Tal y cual Obra, cual fue el pintor mas
reconocido de la historia, entre otras preguntas”.NO SE, decía El
lanchero dentro de su ignorancia, mientras comenzaba a sentirse tonto. En una
muestra clara de arrogancia, el empresario quiso demostrarle al lanchero que
era una persona culta, y el lanchero no lo era, le dijo -“Te haré una pregunta
fácil: ¿Quién pinto la mona lisa?”- No lo sé- Respondió nuevamente el Lanchero-
mientras se sentía completamente humillado.
No paso mucho tiempo cuando el barquito
del lanchero choco con una gran piedra y empezó a hundirse. Cuando quedaron en
medio del lago, el lanchero mostraba una gran destreza nadando, era un experto
en esa área, para su desgracia el erudito No SABÍA NADAR. Aquel hombre comenzó
a pedir desesperadamente que lo salvaran, de grito en grito. El Lanchero lo
ignoraba, mientras se alejaba nadando, le grito: “AHORA QUIÉN ES EL QUE NO
SABE”.
El lanchero solo lo hizo para asustarlo y
darle una lección, luego volvió y salvó al empresario”
Moraleja: “Todos somos ignorantes, aunque
en distintos temas”
El tema de la ignorancia es un tema
bastante interesante y a la vez amplio, que seguro podré retomar en otra
ocasión. Cuándo alguien te diga ignorante, no te preocupes, ya que todos los
somos. Si desconoces un tema no tienes porque sentirte avergonzado ya que
seguro tienes más conocimientos en otras áreas, es decir, tienes las
habilidades del barquero.
No obstante, recuerda lo que dijo Mahoma:
“Buscar el conocimiento hasta en la China”, ya que siempre es bueno saber
más.
En filosofía el estudio de la ignorancia va parejo al estudio del conocimiento, siendo ambos parte central de la epistemología. La filosofía secular condena generalmente la ignorancia al modo ilustrado en la obra clásica Canción de Navidad donde el fantasma de las navidades presentes enseña a Scrooge las personificaciones en forma de niños de la ignorancia y la miseria, señalando a la primera como la más dañina.
A pesar de la advertencia de ciertas creencias de que la ignorancia es fuente de dicha, en general las religiones tienden a considerarla más dañina que benéfica. Por ejemplo el Islam ve la ignorancia de una forma especialmente diabólica y que debe ser rápidamente eliminada.
En sociedades con sólidos sistemas de jerarquía o un sistema de castas, la ignorancia con respecto a los detalles y reparto del trabajo puede ayudar directamente a la especialización en el trabajo, reduciendo celos y descontentos y ayudando de ese modo a la armonía social. En este tipo de sociedad los medios de comunicación tienden a estar muy controlados para evitar que se difundan conocimientos prohibidos.
Cuando se encuentran culturas diferentes, la ignorancia puede llegar a ser particularmente peligrosa, ya que la incapacidad para comprender las costumbres puede producir ofensas y daños. Cuando los europeos comenzaron la colonización de Norteamérica, hubo muchos incidentes en los cuales los conflictos surgieron de malentendidos involuntarios. Por supuesto, hubo también muchos auténticos choques de valores y fanatismo -un subproducto de la ignorancia que se convirtió en racismo e intolerancia.
Lo diferente tiende a verse como algo peligroso y amenazante en la cognición animal.
En seres humanos, la ignorancia de otros estilos de vida o circunstancias y la falta de empatía con sus experiencias, se cita en la ciencia política como una de las causas más comunes de conflicto. Por tanto crear experiencias comunes tales como plantar olivos en zonas donde han sido arrancados debido a un conflicto, y aprender al mismo tiempo, se considera una de las formas más efectivas de educación y pacificación. El teórico político británico Bernard Crick pone el acento en esta clase de habilidad y actividad allí donde es difícil o imposible compartir puntos de vista.
Ignorancia se toma a menudo como sinónimo de estupidez, tomándose de ese modo como un insulto, cuando es más bien una crítica.
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