"Cuando un niño escucha, la historia que se le cuenta penetra en él simplemente como historia, pero existe una oreja detrás de la oreja que conserva la significación del cuento y la revela mucho más tarde".
LOUIS PAUWELS, Gurdjieff. El hombre más extraño de este siglo.
EL COMIENZO de un gran relato. La historia del niño comienza antes de su primera mamada, antes incluso de que los progenitores soñaran con el hijo. La historia anterior de cada padre gravita y mucho. Gravitan los tíos, los abuelos y hasta las tradiciones contenidas en varias generaciones (Hornstein, 2011).
En este punto nos retomaremos solamente hasta el encuentro boca-pecho. Entonces el bebé descubre el placer. El cuerpo del bebé descubre el estar satisfecho.[1] Afecto, sentido, cultura están presentes en esos primeros sorbos de leche.
El recién nacido no es una tabla rasa, pero aun así recibe muchas "estructuras" (que en realidad son voces, caricias, gestos, afectos). Esta mirada de amor, esos brazos que acunan, las manos que lo tocan son masajes, estén o no acompañados de palabras. Los padres van presentando el mundo al bebé, y ese tráfico de afectos y símbolos constituyen tanto la identidad como la autoestima (Hornstein, 2011).
No es un idilio sin zozobras ni tormentas. Ni siquiera nos consta que la temporada en el vientre sea pura placidez. Pero el parto instaura una brusca ruptura en el equilibrio entre el bebé y su medio. El recién nacido es impulsado a la vida antes de que pueda sentirse a sí mismo como unidad. Saldrá del desamparo si soporta el desamparo. Es el más desamparado de todos los mamíferos. La autonomía se conquista, palmo a palmo.
Los alimentos afectivos
El niño se alimenta del amor que recibe de sus padres. El niño lo percibe, le permite no padecer un sufrimiento devastador, daños irreparables, pero si ese amor no es acompañado con actos y gestos concretos su autoestima e identidad serán lesionados (Hornstein, 2011).
Para John Bowlby sólo hay seguridad emocional cuando se cuenta con figuras para el apego o se confía en la posibilidad de obtenerlas. La necesidad de apego es primaria. La respuesta del cuidador consiste en captar e interpretar las señales del bebé y en responder con empatía. Un apego seguro genera una autoestima equilibrada y promueve menor ansiedad y mejor relación con los otros. El inseguro se asocia con depresión, angustias diversas, hostilidad, enfermedades psicosomáticas y trastornos de identidad (Hornstein, 2011).
Bowlby opina que la baja autoestima suele resultar de algunas de estas situaciones: a) cuando el niño jamás formó una relación segura y satisfactoria con los adultos; b) cuando le trasmitieron cuan pocas cualidades tenía para ser amado y valorado; c) Cuando el niño padeció una pérdida importante sin un sustituto adecuado. Estas vivencias generan sistemas de creencias que distorsionan el modo como procesa la experiencia en la vida adulta.
Si el apego seguro es producto de una contención exitosa, el inseguro resulta del encuentro con un cuidador rechazante o indiferente, por lo que fracasa en sus respuestas a las necesidades del bebé (Hornstein, 2011).
El bebé llora. Necesita algo, no sabe exactamente qué, pero no puede conseguirlo sólo. Precisa ser alimentado, acariciado y contenido. El lactante requiere de otro para satisfacer sus necesidades esenciales y poner fin a la tensión interna. En ese momento, la madre responde a esa necesidad básica para la supervivencia psíquica y psicológica. El apego es un nexo perdurable que, de ser seguro, produce consuelo, contención, placer. Y su resultado condicionará el andamiaje para las relaciones ulteriores.
Más allá de lo innato, lo que fue adquirido por medio de la experiencia dejó una huella. Su impronta dejó una emoción que el cuerpo registró. Quienes padecen ausencia o separaciones físicas o emocionales, es muy probable que, desde muy temprano, generen mecanismos defensivos para sobreponerse. Las ausencia o, lo que es peor, las presencias sin afecto o las faltas de contacto, contribuyen a las angustias crónicas (Hornstein, 2011).
Los bebés que se crían en hogares demasiado tristes, caóticos o negligentes probablemente vivirán con una visión derrotista, sin esperar ningún estímulo o interés de los otros. Este riesgo es mayor para los padres ineptos (inmaduros, consumidores de drogas, deprimidos o carentes de objetivos).
Winnicot llamó "capacidad de estar sólo" a la capacidad de arreglárselas relativamente bien en ausencia de la madre. En los que no saben estar solos hay quizá una futura dependencia absoluta respecto de los otros. El bebé confiado sabe que el todo poderoso cuidador (madre y otros) no abusará del poder. La internacionalización de esa relación permite al bebé estar a solas sin sentirse aislado.
La madre trasmite mediante palabras, caricias, gestos, cuidados. Ya los cuidados maternos ejercen un mensaje socializante. "ahora te cambio los pañales". "Ahora te baño". "Ahora salgo de tu cuarto". La madre lo conforta con una realidad que todavía el niño no está en condiciones de entender. Todavía no puede prever el sentido y las consecuencias de las experiencias con las que se ve enfrentado. Pero cada hora está un poco más preparado. La madre (los padres) nunca está en un justo medio. Se les va la mano de un modo u otro. Exceso de sentido, de excitación y de frustración. Exceso de gratificación y de protección (Hornstein, 2011).
El bebé necesita que la madre le filtre y le atempere los estímulos externos y que lo ayude con los internos. Que sea capaz de decodificar lo que él "oscuramente" trasmite y de comprender que él necesita estimulación y quietud en dosis que ningún asesor podría determinar. Tanto la sobre estimulación como la subestimación puede hacer que la autonomía encuentre trabas.
Si por esto o lo otro la mirada materna hubiera estado velada, si desde sus primeros intercambios el bebé ni hubiera captado sino cierta indiferencia o inestabilidad afectiva, incubará un sentimiento frágil de su identidad y de su autoestima (Hornstein, 2011).
Lo que winnicot denomina "confianza básica" constituye el vínculo original del que surge una orientación hacia los demás, hacia la realidad, la identidad y la autoestima. El lactante no es un "ser" sino alguien que "va siendo". La creatividad, esa capacidad para crear o para actuar de una forma innovadora, está íntimamente ligada a la confianza básica. La confianza implica un compromiso que es un "salto a lo desconocido", una disposición a aceptar lo novedoso.
Una persona cuya identidad no es frágil tiene sensación de continuidad biográfica al forjar una coraza protectora que "filtra" muchos de los peligros que la amenazan. A lo largo de la vida, nos relacionamos con muchas y diferentes personas. La relación con la madre[2]es una impronta[3]El niño accede a las otras (demás) gracias a ese gran mediador.
Los otros van cambiando. Apenas nacidos, somos pura necesidad. Enseguida conocemos el placer de ser abrazados. Después tenemos relaciones amorosas y sexuales. Luego conocemos el placer del trabajo y de otras actividades. Pero no pasamos de una etapa a otra automáticamente. No se trata de una transición natural, sino de una transición regada por el lenguaje, la simbolización, la creatividad que los otros nos procuraron hasta que estuvimos en condiciones de procurárnoslos por nosotros mismos (Hornstein, 2011).
El niño, un día, percibe su desvalimiento, pierde la ilusión de una fusión perfecta con la madre. Percibe que necesita, que tiene que pedir. La ilusión de autosuficiencia deja paso a un sentimiento de inferioridad. El desamparo no puede ser sino muy demandante, y muy angustiante.
Para congraciarse, el niño se vuelve casi una réplica. Acepta todo de los padres. Incorpora sus valores y sus prohibiciones. El temor a que dejen de quererlo queda siempre flotando, mientras se va constituyendo el superyó, que es el mismo tirano con distinto bozal. Con la aclaración de que "el papá dentro de uno", por terrible que sea, no deja de ser una creación del sujeto (Hornstein, 2011).
Los límites: entre el amor incondicional y el despotismo
Recuerdos del doctor Spock. El doctor Benjamin Spock (1903-1998), que no era psicoanalista sino pediatra, creyó primero que los niños serían más sanos si nunca se les decía que no. Después se arrepintió de esa postura ingenua. Distinguir entre bueno y malo es inherente al ser humano y por lo tanto hay que trazar, mejor o peor, una raya de separación.
No hay en el ser humano una facultad "natural" que le permita distinguir entre el bien y el mal. La ética no es innata sino adquirida. Le es impuesta al niño por un dictamen exterior, que paulatinamente irá haciendo suyo. Se somete porque es débil. Se somete cuando lo incitan a controlar sus esfínteres. ¿O usted piensa que él tiene alguna gana de controlar? Los padres bajan línea. A veces como vicario de leyes que están en la cultura (controlar los esfínteres), a veces como déspotas caprichosos (Hornstein, 2011).
Nuestra empresa, lector, es la de desentrañar la autoestima no la de abolir los valores, lo que sería imposible. Los valores internalizados nos recuerdan que vivimos en una comunidad y que hay ideales compartidos. "Prohibir-prohibir" no es un eslogan simpático, es un eslogan irresponsable.
Para conservar el amor de los padres, los sentimientos hostiles hacia ellos deben de ser suprimidos. "Lo malo es, en un comienzo, aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida" (Freud, 1930: 120). La autoridad se instrumenta otorgando o negando amor. Las aspiraciones acerca de lo que se debe ser y tener (ideal del yo), así como las consignas de lo que no se debe de hacer (superyó) están delimitadas por las aspiraciones parentales (Hornstein, 2011).
A esto se le denomina "condicionalidad del amor expresado". Lo que diferencia los distintos tipos de apoyo es el hecho de que sean entregados sin condición (haga el niño lo que haga, recibirá amor) o con condiciones (el apoyo depende del desempeño del niño). Las consecuencias sobre la autoestima son distintas. En el primer caso, el niño entiende que tiene cierto valor, puesto que sus padres lo aman por todo y contra todo. Pero este amor incondicional no lo prepara para provocar amor en personas distintas a sus padres: es el niño "mimado". En el segundo caso, el niño sabe que el apoyo recibido depende (en parte) de sus actos.
El niño empieza a explorar el afuera de la casa. Va ingresando en ámbitos que le enfrentan a otras exigencias. No basta la maduración física. Si no se adapta al jardín y debe abandonar el ingreso por un tiempo, pocas veces es por motivos orgánicos. El jardín, las colonias, la primaria, la secundaria, la universidad, el trabajo… Los viajes… El niño debe lograr conjugar dichos espacios, hacer arreglos con la "realidad". Se mueve en el espacio familiar, en el escolar, en el grupo de pares, en un círculo profesional.[4] Como decía Sartre, no existe el hombre sino el hombre en situación. Por ejemplo: en el siglo XXI y en México; y hay que seguir especificando: comunidad, la case social, pertenencias diversas con las que se comparten intereses, exigencias y esperanzas (Hornstein, 2011).
Los bebés son prematuros. Si todos los cachorros nacen dependientes, el cachorro humano es el más dependiente, tal vez porque no tiene que aprender a volar y cazar por su cuenta sino que tiene que aprender a incorporar el mundo cultural, que se trasmite por el habla y la escritura. La prematurez del niño, su indefensión origina un apego duradero a los primeros objetos de amor, un deseo de fusión nunca saciado. En todo adulto perdura ese bebé prematuro que aspira a la unión total con el otro. Georges Bataille lo dice a propósito del erotismo. Cada ser es único, irrepetible, distinto de todos los demás. Su nacimiento, su muerte y los acontecimientos de su vida interesan e implican a otros, pero se nace y se muere sólo. Entre un ser y otro hay un abismo que el erotismo tiende a anular (Hornstein, 2011).
El narcicismo es trófico cuando da forma y patológico cuando deforma. Es trófico cuando el cuidado por la identidad y la autoestima no lo absorbe todo y deja energía para otras metas y actividades. El narcisismo patológico muestra siempre un hueco. El sujeto no fue amado lo suficiente o lo fue con modalidades alteradas por sus padres o sustitutos. Las faltas o fallas crónicas de amor parental devienen una falta de amor propio.
Escuela de padres
La producción de una autoestima consolidada tiene mejores posibilidades:
a) Si el niño experimenta que se aceptan sus pensamientos, sentimientos y el valor de su persona.
b) Si lo invitan a jugar un juego limpio, con límites definidos claramente, con una "libertad" limitada no sólo experimenta una sensación de seguridad, sino que cuenta con elementos para evaluar su propio juego.
c) Si los padres no recurren a la violencia o a la humillación; si para calificar toman en cuenta las necesidades y los deseos del niño.
Esa condición se trasmite por el cuidado respetuoso y no intrusivo. El amor no se siente consiente cuando se utiliza para manipular obediencia o sometimiento. Un niño cuyos pensamientos y sentimientos son tomados en cuenta aprende a aceptarse a sí mismo (Hornstein, 2011).
Branden (1995) formula ciertas preguntas para explorar los orígenes de la autoestima. Retomaremos algunos no muy textualmente:
1) En su infancia, ¿tuvo la sensación de que se reconocían y respetaban los hechos o se evitaban y negaban?
2) ¿Se le enseño la importancia de pensar? ¿Le proporcionaron estimulación intelectual?
3) ¿Se le estimuló a ser obediente o a ser responsable?
4) ¿Se sentía libre de expresar sus ideas?
5) ¿Comunicaban sus padres su desaprobación de sus ideas, deseos o conducta por medio de bromas o sarcasmos?
6) ¿Sentía que era comprendido, querido y valorado por sus padres?
7) ¿Lo trataban sus padres de forma justa y equitativa? ¿Le sonreían cuando hacía algo bien o sólo ponían caras largas cuando hacía algo mal? ¿Estaban dispuestos a reconocer cuando ellos hacían algo mal?
8) ¿Era costumbre castigarlo físicamente?
9) ¿Trasmitían sus padres la sensación de que creían en sus potencialidades intelectuales y creativas? ¿Sentía que se apreciaban sus capacidades?
10) ¿La conducta de sus padres tendía a suscitar sentimientos de culpa?
11) ¿Respetaban sus padres su privacidad intelectual y física? ¿O lo espiaban constantemente?
12) ¿Se animaba a expresar abiertamente sus emociones y deseos? ¿Era bien vista su sinceridad?
13) ¿Se aceptaban sus errores como parte del proceso de aprendizaje? ¿O merecían desprecio y castigo? ¿Se le estimulaba a enfrentarse a nuevos desafíos y a conocimientos nuevos?
Usted se habrá formulado, lector, muchas de estas preguntas. Si bien me referí a la actitud de los padres, los niños están muy atentos a las comparaciones sociales. Son capaces de clasificar a sus compañeros en distintos campos: belleza, popularidad, rendimiento escolar, y de colocarse a sí mismos en esa clasificación y sacar sus conclusiones (Hornstein, 2011).
La importancia que un niño otorga a estos campos no depende sólo de su juicio, sino también de las personas significativas. Las fuentes principales de esos juicios son sus padres, sus maestros, sus pares. Cuando estas fuentes le brindan reconocimiento, ellos consolidan su autoestima. Si una u otra desfallecen, las demás pueden suplirla.
Estas fuentes suponen presión respecto a los roles sociales que el niño debe asumir: ser buen hijo o hija, buen alumno, buen compañero y amigo. Al comienzo la expresión que más peso tiene es la de los padres. Luego, se afirma la importancia de sus compañeros. En la adolescencia el lugar de los padres cede en beneficio de la microcultura. (Hornstein, 2011).
Ya han pasado los tiempos en que se les atribuía a los padres ser culpables de todos los desajustes psíquicos de sus hijos. Con el auge de los mass media, lo socio-histórico influye precozmente en el niño.
Cientos de estudios muestran que la forma en que sus padres tratan a sus hijos –ya sea con una disciplina dura o una comprensión empática, con indiferencia o con cariño, etc.- tiene consecuencias profundas en su autoestima. También las tiene el modo en que la madre y el padre se tratan entre sí. El disimulo tiene las patitas cortas. Los hijos, ya se sabe, tienen radares.
Podemos pensar, esquematizando, ejemplos de estilos perjudiciales de paternidad:
1) Como quien oye llover. Para estos padres los niños no entienden nada y sus sentimientos son desatendidos porque carecen de importancia.
2) Los perdonativos o muy condescendientes. Estos padres respetan lo que siente el niño pero se consideran incapaces de darle una mano cuando enfrentan una tormenta emocional. Como si la experiencia de adulto no sirviera de nada.
3) Los déspotas de entrecasa. Fuera de casa pueden ser afables. Pero con los hijos son despreciativos y duros en la crítica y en los castigos. Estos padres sofocan los estallidos de ira del niño y no aceptan la menor señal de irritabilidad.
Por otro lado, se ha propuesto el término de padres "tóxico" para los que alteran la autoestima y la identidad de los niños. Propondré algunos ejemplos:
Los intrusivos. Estos padres deciden que sólo ellos saben lo que es bueno para su hijo, al que no le facilitan la autonomía. Si éste intenta rebelarse, lo culpabilizan. El niño y, luego el adulto, se siente impotente sin sus padres y frecuentemente se pasa de la dependencia paterna a la conyugal.
Los alcohólicos. Hacen padecer a sus hijos sus cambios de humor. Su vulnerabilidad, a veces incluso su degradación física y mental, contribuye a fragilizar su autoestima e identidad. Los niños no pueden prever cual será la reacción de su padre o madre alcohólica ante sus comportamientos.
Los abusadores verbales. Desvalorizan a sus hijos con observaciones de sus errores, sus puntos débiles, sus características físicas. El hijo descubre que es necesario adecuarse a los deseos de los otros renunciando a los propios.
Los abusadores físicos. Son incapaces de controlar su agresión. El universo familiar deviene peligroso e imprevisible. El niño no se siente seguro en ninguna parte.
Los abusadores sexuales. Cuando alguno de los padres tiene comportamientos incestuosos (a menudo con la complicidad o el silencio del otro), el niño es avasallado en su intimidad y en su autonomía.
La infancia ¿potencialidad o destino?
Haciendo y sufriendo historia. Ahora mismo usted y yo estamos haciendo historia. Estamos recopilando hechos en un libro, en una base de datos o en esa base de datos que es nuestra mente. Además de recopilar para más adelante, en el día de hoy hacemos cosas o nos abstenemos de hacerlas. En los dos sentidos hacemos historia, activamente.
También sufrimos la historia. La del mundo, la de los vecinos y la puramente nuestra. Al caminar por la calle alguien me asalta: azar. Un día cayeron dos bombas en Japón: yo no lo decidí. ¿Pero contribuí o no a que existieran los Zs? Ojalá pudiéramos predecir los tsunamis, los tornados, las avalanchas de lodo, los terremotos, la eclosión de la esquizofrenia, el Alzheimer. De hecho no es así. "Señor López usted tendrá Alzheimer dentro de diez años". ¿Qué haría el señor López de tener un diagnóstico así? ¿Aprovecharía los diez años para vivir intensamente, disfrutando cada minuto? Sin embargo no hay ningún problema porque esos diagnósticos no se formulan (por ahora) (Hornstein, 2011).
Claro que el determinismo existe. Al señor López, por suerte ficticio, le queda un año de vida. En Estados Unidos se lo dicen directamente a él. En México, a un allegado o a nadie. ¿Es mejor saber? Y nos quedará otra pregunta pendiente: ¿Qué es vivir intensamente? Uno puede comerse toda la torta, no dejar ni una migajita. Pero los restantes alimentos del alma son más complejos, no se dejan engullir.
Algo de razón tienen los posmodernistas cuando se burlan de ciertas supersticiones de la modernidad, como esa confianza en la predictibilidad. El muchacho ha empezado a aprender inglés con un profesor. ¿Cuántos años concurrirá? Hasta que se aburra. Es decir, hasta que no tenga nada que aprender, sea porque el profesor se agotó y habrá que pasar a otro, sea porque el alumno ya ha dado todo de sí. "no le entra más".
El determinismo duro implica negarle a lo nuevo la posibilidad de existir. Voy caminando por la calle y se produce un tiroteo. ¿Pude preverlo? ¿Alguien pudo preverlo? Un día encontré el amor. ¿La elegí porque se parecía a mi madre? ¿La elegí porque era muy distinta? ¿La elegí o "ya estaba escrito"? Si el azar no es más que una ilusión debida a nuestra ignorancia de un determinismo escondido, entonces la posibilidad de la emergencia de lo nuevo es también una ilusión. Son ideales de Atlan,[5] un tipo interesantísimo.
Henri Atlan caracteriza la auto-organización entre dos polos, uno constituido por un orden rígido, incapaz de modificarse sin ser destruido como el cristal, y el otro, caracterizado por una renovación incesante, sin estabilidad, que evoca el caos propio del humo.[6] Este estado intermedio reacciona frente a las perturbaciones imprevistas mediante cambios que no conducen a una simple destrucción, sino a una reorganización. La autoestima se sitúa entre el cristal y el humo, en tanto tiene una historia. Sin embargo, es capaz de modificarse ante ciertas circunstancias. (Hornstein, 2011).
Vamos todos los años a La Cumbrecita. Sabemos a qué atenernos. Cómo es la casa, el dormitorio, el baño. Donde hacer las compras. Conocemos a los vecinos. No queremos sorpresas.
Una vida anímica totalmente determinada no podría albergar nada nuevo y una totalmente abandonada ala zar –que fuera sólo desorden- no accedería a la historicidad. Aquella sería incapaz de transformarse; ésta, incapaz siquiera de nacer.[7] Vale la pena, lector, que conozca a Edgar Morin.
El jardín de los senderos que se bifurcan: determinismo y azar
No siempre se trata de un jardín, pero siempre los senderos se bifurcan. Entre una bifurcación y la siguiente, digamos que hay una "meseta", una zona calma, al menos predecible, donde permanecen las leyendas deterministas. Conviene, lector, que vaya pensando en el azar, porque antes y después de tales puntos críticos, reina el azar.
La independencia de un sistema complejo respecto de su entorno no se consigue con el aislamiento, sino con una sofisticada red de relaciones entre ambos. Es difícil vivir en sociedad. Por eso la conducta mansa y la conducta apocalíptica son respuestas pobres al desafío de vivir.
La ciencia soñaba en reducir la realidad del mundo a la predictibilidad de un péndulo simple: "Es el célebre mito de Laplace: dadme las leyes de la naturaleza (ecuaciones matemáticas deterministas) y las condiciones iníciales (o de un instante cualquiera) del universo, y reconstruiré su película completa (todo su pasado y todo su futuro)". El determinismo minimiza la creatividad y la libertad. Tiene un aspecto positivo, la predictibilidad, y uno negativo, el fatalismo (Wagensberg, 1998).
Hace tiempo que una serie de evidencias cuestionó la visión determinista del mundo, y el azar renació. ¿El presente determina eternamente el futuro? ¿Somos autómatas desprovistos de toda libertad? Yo no podía prever ese asalto. Hay otros sucesos que parecen resultar del azar pero que podríamos haber previsto. Tal inundación se podría haber evitado o se podría haber evitado que sus consecuencias fueran tan dañinas.
Nuestro desafío de dar cuenta de la autoestima es recuperar la historicidad que la construyó, pero desechando una concepción lineal de la historia (Hornstein, 2011).
La historia se nos presenta, al igual que la vida misma, como un espectáculo fugaz, móvil, formado por la trama de problemas intrincadamente mezclados y que puede revestir, sucesivamente, multitud de aspectos diversos y contradictorios. Esa vida compleja, ¿Cómo abordarla y cómo fragmentarla a fin de aprender algo? (Braudel, 1968).