Ser una persona equilibrada, desde el punto de vista psicológico, supone mantener una cierta estabilidad en lo que se refiere al humor, emociones y sentimientos, reaccionar psicológicamente con moderación ante los diversos estímulos externos, de una forma proporcionada, y mantener un cierto autocontrol de los impulsos y de la vida instintiva.
Por el contrario, decimos que una persona está desequilibrada psicológicamente si es demasiado sensible a los acontecimientos externos, reaccionando exageradamente ante los mismos (reacciones vivenciales anómalas), o si su afectividad es frágil e inestable, con lo que cualquier cosa es capaz de derrumbarla, conduciéndola hacia el desánimo, la tristeza o el pesimismo, o si por un motivo insignificante estalla en una alegría exagerada (labilidad afectiva). Otras veces, estos cambios de humor se producen sin motivo aparente. Cuando las oscilaciones emocionales son muy marcadas, y se producen fases de contenido opuesto (fases de euforia seguidas de fases depresivas) de larga duración (al menos quince días), hay que pensar en la posibilidad de que no se trate ya de un trastorno de la personalidad, sino, tal vez, de una psicosis maniaco-depresiva, también llamada depresión ciclotímica o bipolar.
Otras veces, el desequilibrio procede más bien del campo de los impulsos, afecta a personalidades explosivas o impulsivas, muy irritables a causa de motivos insignificantes o situaciones que no tienen gran trascendencia, pero ante las que reaccionan de forma brusca y desproporcionada, a veces incluso, de forma agresiva. Estas situaciones son propias de las personalidades psicopáticas, de los trastornos neuróticos y de las crisis disfóricas, que pueden aparecer, por ejemplo, en el transcurso de una depresión, y, en general, de la mayor parte de los trastornos psícopatológicos, ya que el desequilibrio psicológico es uno de los síntomas más frecuentes de los trastornos comprendidos en el campo de la psicología y la psiquiatría. Muchos han definido la enfermedad mental como una situación en la que la persona se ve privada de libertad, ya que no es capaz de ejercer un cierto control sobre sí mismo, por estar como fuera de sí, que es lo que significa el término enajenado.
En algunas ocasiones, la falta de equilibrio proviene, paradójicamente, de «un exagerado equilibrio» que lo que refleja, en realidad, es una anomalía psíquica más o menos grave. Este es el caso de los que poseen una personalidad atímica, es decir, que carecen o que casi carecen de sentimientos. Pueden ser personas sin compasión, conciencia ética, vergüenza, etc. A veces son auténticos desalmados sin escrúpulos, otras veces lo más característico de su conducta es la indiferencia con que viven todo lo que sucede a su alrededor, como si no les afectasen o conmoviesen todas aquellas cosas que suelen afectar a los demás, especialmente si se trata de cuestiones que no guardan una relación estrecha con ellos o con sus intereses. Estas personas muestran su falta de equilibrio precisamente en la frialdad sorprendente con que reaccionan frente a ciertas situaciones que se producen a lo largo de su vida (reacciones vivenciales anormales por defecto).
Muchos casos de inestabilidad se producen en el marco de las personalidades abúlicas, que se caracterizan por su gran sugestionalidad por parte de los demás. Son personas exageradamente influenciables, sobre todo durante la etapa infantil y juvenil, durante las cuales actúan imitando a las personas de las que se rodean y a las que admiran. Se interesan por lo mismo que sus «ídolos», pero en cuanto se unen a otras personas cambian su forma de vida de un modo radical. Aunque son accesibles a influencias de contenidos positivos, son inconstantes y versátiles, encajando con mayor facilidad con aquellos que propugnan conductas cuyos resultados se logran a corto plazo y que exigen menos esfuerzo. Su falta de equilibrio procede de la misma inestabilidad en lo que se refiere a intereses y forma de vida, y a una ausencia de criterios propios de cierta solidez.
Por último, la falta de equilibrio psicológico puede provenir de una personalidad insegura, la inseguridad favorece extraordinariamente la inestabilidad emocional, ya que sumerge a la persona en un mar de dudas, en una situación repleta de ansiedad, que produce sentimientos y comportamientos variables y desajustados.
¿cómo mantener el equilibrio psicológico?
En los casos en los que la falta de equilibrio psicológico se debe a una enfermedad mental, la primera medida será la de combatirla mediante un tratamiento adecuado; pero muchas veces se trata de un problema de personalidad, con lo que la cuestión que se plantea es la de cómo conseguir una personalidad equilibrada.
Cada persona es realmente un mundo distinto y resulta una quimera exponer detalladamente la forma de ser que aportaría a todos el equilibrio psicológico. Para lograrlo no es necesario cambiar nuestra forma de ser hasta que se configure dentro de nosotros una personalidad más o menos estandarizada, ya que esto constituiría más bien un atentado contra nuestra propia identidad. Sin embargo, sí que se pueden considerar una serie de factores psicológicos como ingredientes fundamentales de toda personalidad que aspire a poseer una cierta dosis de equilibrio, ya que constituyen pilares básicos de la misma, y, sin ellos, una persona está expuesta a derrumbarse e ir de un lado a otro o a la deriva.
En primer lugar, es fundamental conseguir conocerse a sí mismo, lo que se puede lograr mediante un análisis de nuestras aptitudes y limitaciones, es decir, de lo que estamos dotados y somos capaces de hacer, así como de lo que nos resulta difícil, casi imposible, debido a nuestras limitaciones en el campo físico o intelectual. El conocimiento de uno mismo requiere un análisis introspectivo, es decir, valorar nuestra forma de ser y nuestras capacidades, volcándonos en nuestro interior, y un análisis extrospectivo, es decir, conocernos por nuestras obras, por lo que hemos sido capaces de hacer hasta el momento actual. Ambos análisis resultan dificultosos, ya que al ser jueces de nosotros mismos, ponemos en marcha mecanismos de defensa y de autojustificación que hacen perder objetividad a estos criterios, por lo que también suele ser positivo que contrastar esta información con la de otras personas que nos merezcan confianza.
Una vez que nos aproximamos al conocimiento de nosotros mismos resulta más fácil establecer un proyecto coherente de vida que sea realizable dentro del marco de nuestras propias posibilidades. De este modo se puede lograr una cierta constancia frente a las adversidades, una mayor seguridad en sí mismo, a la vez que se produce un menor número de frustraciones. Aceptar nuestras limitaciones no supone renunciar a todas nuestras posibilidades, por el contrario, es necesario conocer nuestras aptitudes para desarrollarlas y sacarles el máximo provecho; sacarnos el «máximo partido», en definitiva, pero con realismo. Además, de este modo se logra una mayor confianza y seguridad en uno mismo, especialmente si se logra una mayor fuerza de voluntad y de autocontrol, poniendo en nuestros actos una cierta dosis de reflexión a la vez que conseguimos no desbaratar el camino trazado por culpa de conductas impulsivas de las que después podemos arrepentimos.
Ser los señores de nosotros mismos, como propugnaban los humanistas del siglo XVI, es otra de las grandes claves para conseguir una personalidad equilibrada. Los desequilibrios provienen no pocas veces de que nos vemos desbordados por nuestra afectividad; ponemos demasiado corazón en las cosas y poca cabeza. Tampoco es conveniente convertirnos en seres fríos, exageradamente racionales, sino tan sólo intentar lograr un equilibrio entre lo racional y lo afectivo que nos permita abordar los problemas y circunstancias con realismo y objetividad, sin dramatizarlos y sin dejar de ser nosotros mismos, analizándolos con sencillez y naturalidad.
Cuidar algunos aspectos sociales puede ser de importancia capital. Intentar establecer unas relaciones sociales, familiares o amorosas lo suficientemente amplias y sinceras, con un espíritu abierto, tolerante y flexible ayuda a conseguir una personalidad equilibrada, que no esté volcada sobre sí misma, sino fundamentalmente sobre los demás, ya que de este modo se verá enriquecida, abriéndose a horizontes más amplios.
El trabajo también es importante. Tan perjudicial es trabajar demasiado, si esto supone abandonar otros campos como el de la familia, la cultura, la espiritualidad, la conciencia social, etc., como dedicarse poco a alguna tarea profesional, procurando satisfacer sólo apetencias superficiales o meramente materiales. En ambos casos se termina produciendo un desajuste de la personalidad y un profundo y bastante grave desequilibrio psicológico.
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