miércoles, 5 de junio de 2013

El Arte de las Relaciones Humanas

Sin una relación, no hay forma alguna de ser
  o de llegar a ser ".
- Leo Buscaglia
Convivir es una de las más desafiantes experiencias que podemos experi­mentar el común de los mortales. Y en base a ello es que me permito compartir con usted unos minutos de enriquecedora reflexión acerca del tema. Muchos de nosotros hemos experimentado el costo de la ignorancia acerca de este tema en términos de lágrimas, confusión y culpa. Así mismo, también hemos experi­mentado momentos de euforia, alegría compartida y emoción por dialogar; sin embargo, estos momentos también se han sucedido para un sinnúmero de per­sonas, ignorando su causa fundamental. Ahor
a viene a mi mente lo que Carl Rogers declaró en alguna ocasión al referirse específicamente a las relaciones entre los casados "...a pesar de que el matrimonio moderno es un tremen­do laboratorio, a menudo sus miembros carecen absolutamente de una preparación para la función de esa sociedad. Cuánta agonía, remordimientos y fracasos habrían podido evitarse si por lo menos hubiese tenido lugar un aprendizaje rudimentario antes de ingresar a esa sociedad..."
Pienso que esta declaración tiene la misma validez para todas las rela­ciones humanas. Nuestras ciudades (al igual que muchas otras del mundo) con sus atestadas poblaciones y sus grandes edificios de departamentos y sus sis­temas de compras por teléfono, se han convertido en criaderos de soledad. ¡Caray!, tal parece que los grandes avances tecnológicos en donde ya práctica­mente todo lo podemos hacer "desde la comodidad de nuestro hogar" o, peor aún, desde nuestra computadora, nos ha llevado subrepticiamente a un sen­timiento de soledad y abandono. Por favor, no perciba esta reflexión como en contra de la evolución y la tecnología; no, en absoluto, simplemente como una advertencia ante la posible pérdida secundaria que puede implicar.
Un acercamiento a la amistad
Compartir con usted ciertas reflexiones acerca de la amistad, créame, es algo que me ha motivado desde la primera vez que tuve la oportunidad de ser conferencista y escritor. Me permitiré hacer un breve pero sustancioso estudio de la amistad como modelo de relaciones humanas, ya que de alguna manera esa suele ser la vía de entrada para las subsecuentes relaciones más profundas y complejas, llámese noviazgo, matrimonio, vida en pareja, ciertos equipos de tra­bajo, etc.
Los estudios, tanto formales como informales, a los que he tenido acceso acerca de las relaciones humanas durante los últimos años de mi vida, simple­mente me han servido para reforzar mi creencia en la complejidad, el teatro, el misterio y la magia de la conducta humana. Somos tan extraños en ocasiones. Seguimos siendo un gran enigma tan impredecible, tan vulnerable, tan extraor­dinario y único. Sin embargo, varios estudios tienen en común ciertos aspectos de lo cual le podría garantizar que la seguridad, la alegría y el éxito en la vida están directamente correlacionados con nuestra habilidad de relacionamos unos con otros, con cierto grado de compromiso, profundidad y amor. Del mismo modo, la gran mayoría de nosotros hemos aprendido por experiencia propia que nuestra incapacidad para vivir en armonía con las demás personas es la respon­sable de muchos de nuestros mayores temores, ansiedades, sentimientos de soledad e, incluso, de severas enfermedades mentales. Y aún así, después de tan­tas dolorosas experiencias, creo que somos muy pocos los que buscamos delibe­radamente información que nos pueda aclarar y mejorar nuestra situación. Incluso, permítame confesarle que aquellos de nosotros que estamos hambrien­tos de unión y amistad, de una mayor comprensión en nuestras relaciones humanas, descubrimos durante nuestra búsqueda que son muy pocos los lugares a donde podemos asistir en busca de esa tan valiosa información.
Recuerdo una divertida historia en la que un joven se dirigía a una li­brería para poder encontrar cierta información que le ayudara a mejorar sus rela­ciones interpersonales. Después de varios minutos de búsqueda logró encontrar un libro llamado "Cómo manifestar nuestros sentimientos apropiadamente". De inmediato se dirigió a la caja y lo compró. Sin embargo, al llegar a su casa, al revisarlo detenidamente, se dio cuenta de que había adquirido ¡el noveno tomo de una enciclopedia!. ¿Se imagina? Vamos, no quiero desilusionarlo en su inten­to por mejorar en el arte de ser persona, pero sí es mi obligación informarle que hay mucho por aprender todavía, y, ¡qué bueno!, porque ello nos invita a des­pertar diariamente con el reto de mejorar nuestra comunicación con los demás y con nosotros mismos.
En mi consulta privada me he permitido realizar ciertas encuestas infor­males con el único fin de incrementar un poco más mi información de lo que la gente realmente desea con mayor ímpetu en sus relaciones humanas (ya sea de pareja, de amistad, de trabajo, etc.), y para ello suelo pedir que mencionen las tres cualidades de una relación importante para ellos, mismas que se puedan incrementar mediante la fuerza del amor. Las respuestas que me han compartido centenares de personas han sido de todo tipo; sin embargo, enumeraré las que más frecuentemente he escuchado como cualidades esenciales de sus relaciones (y en ese orden):
. Comunicación.
. Afecto.
. Perdón.
. Honestidad.
. Aceptación.
. Romance (incluyendo sexo). . Paciencia.
. Sentido del Humor.
. Libertad.
Lo que más me ha llegado a llamar la atención es que muchas personas hicieron hincapié en su gran necesidad de poder comunicarse honesta y sincera­mente con su pareja. Resultó muy interesante que el factor que más frecuente­mente encontré es la necesidad de comunicarse y perdonarse. Muchos de mis pacientes (y amigos, inclusive) definían a la comunicación como el deseo de ser francos, de compartir, de hablar y escucharse activamente el uno al otro. Esa necesidad de saberse perteneciente a alguien y vivir esas cualidades en común unión era la idea que más seducía a mis pacientes.
"La ternura emerge del hecho de que dos personas
Que al igual que todos los individuos, anhelan sobreponerse
  a la separación y al aislamiento que todos heredamos
  porque somos individuos, pueden participar en una
  relación que, por el momento, no es de dos personalidades
  aisladas, sino una unión"
- Rollo May
He visto recientemente cómo se han incrementado en nuestro país de manera muy importante y cada vez mayor los anuncios en los periódicos que ofrecen el servicio de "escuchar" los problemas personales de otros, anuncios de números telefónicos donde cualquiera puede encontrar compañía en momen­tos de soledad, y por supuesto que me he encontrado con anuncios de que ese amigo sólo será suyo, pero claro, eso mientras usted pueda seguir pagando el servicio.
Así mismo, he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas en cuya casa, departamento u oficina jamás se apaga el radio o la televisión. "Es una compañía". Claramente me han dado ese argumento ante mi pregunta de por qué mantienen un radio o televisión encendidos por tanto tiempo.
Son tantas las consultas que doy en las que se me habla del dolor, del ais­lamiento y la soledad, de la melancolía y depresión, y del vacío de una vida en la que no hay nadie más, que me han invitado a compartir este tema en donde la pregunta en común es: ¿Cómo puedo establecer relaciones y mantenerlas vivas, con amor y por mucho tiempo?
Pues bien, la respuesta a esa pregunta es uno de los principales objetivos de todo este libro y de todos los que le seguirán dentro de la colección NUEVA CONCIENCIA. Mentiría si le dijera que tan sólo con leer este capítulo y aplicar lo que se dice en él, lo lograra satisfactoriamente. Nada más lejos de la verdad. Lo que tiene en sus manos en este preciso momento, incluso mientras lo está leyendo ahora mismo, no es sino un ligero asomo al apasionante mundo de las relaciones humanas, y lejos de ser una fórmula perfecta, es tan sólo fruto de mi más auténtico interés por compartir con usted una pequeña ayuda con la espe­ranza de que le sea útil, al igual que me ha sido a mí y a muchas personas que han ingresado al mundo de una NUEVA CONCIENCIA.
La evolución de nuestra sociedad nos ha llevado a grandes avances e importantes cambios. Sin embargo, debemos estar conscientes de la forma en que varios de ellos nos han alejado del ser humano sin percatamos de ello fácil­mente. Por ejemplo, incluso las compras cotidianas de antaño (por lo menos eso me platica mi abuelita y en ocasiones mis papás de cuando vivieron su infancia) ofrecían a las personas la oportunidad de relacionarse. No se contaba con los enormes y eficientes supermercados de hoy en día en donde se pueden hacer todas las compras de una sola vez. A mí mismo me tocó la experiencia de vivir la evolución de un restaurante de hamburguesas en donde, hace varios años, uno debía relacionarse por lo menos con el dependiente. Al comparado con los restaurantes que hoy en día se pueden encontrar en donde ni siquiera es nece­sario hablar con nadie, basta con tocar la pantalla de una computadora al final de la fila. Ningún contacto humano es necesario.

Todo esto nos ha llevado a un sentimiento colectivo de aislamiento; sin embargo, no todo está perdido en la evolución. Simplemente hay que aprender a redirigir nuestra comunicación en la era que nos tocó vivir. Debemos reaprender a generar el nexo sociológico más antiguo de la humanidad: la Amistad.
Comunicación:
Pieza clave de la relación
Dentro de las grandes ironías que he percibido de nuestra vida actual es que nosotros, el género humano, hemos desarrollado sistemas de comunicación que permiten que desde la Tierra, el hombre hable con el hombre en la Luna. Hemos desarrollado sistemas de comunicación asombrosamente eficientes como lo es la telefonía celular digital, los radiolocalizadores vía satélite, la nave­gación por el ciberespacio de Internet, las video teleconferencias, la comuni­cación sin fronteras, etc. Sin embargo, y a menudo al mismo tiempo, una madre no puede hablar con su hija; un padre, con su hijo, la clase obrera, con la geren­cia, o... usted, con su pareja.
En una amistad, como en cualquier relación humana, la comunicación es el arte de hablar unos con otros, de decir lo que sentimos y lo que nos pro­ponemos, de expresado con claridad, escuchando lo que la otra persona nos dice y asegurándonos de haber escuchado con atención para lograr esa habilidad de mantener una relación de amor.
De esta manera, le puedo compartir que el primer desafío que encon­tramos en nuestras relaciones humanas es el hecho de ponemos en contacto con nuestros propios sentimientos y posteriormente comunicarlos a la persona que nos interesa.
La traducción de la figura anterior es: "Tú siempre te quejas de que no sé mostrar mis emociones, así que hice estos señalamientos".
Realmente eso parece sucederle a la mayoría de las parejas que he podido consultar y, también a lo que he podido experimentar en mi propia persona, oca­sionalmente. ¿Acaso le ha pasado algo similar en alguna ocasión? ¿Ha experi­mentado la necesidad de comunicar un sentimiento y no saber cómo hacerlo? Si su respuesta es afirmativa (como en la inmensa mayoría de las personas), pues tenga en cuenta de que esa es una de las principales dificultades que afrontamos los seres humanos en cuanto a nuestro poder de comunicación. Varias veces sabemos perfectamente bien que sentimos algo, pero no podemos expresarlo fácilmente. Me gustaría darle un pequeño pero poderosísimo consejo: "Entre más palabras conozca, más posibilidades de expresar sus emociones y sen­timientos".
Créame. Mire usted, ¿recuerda lo que comentamos en el capítulo anterior en donde quedaba claro que nuestra voluntad sólo puede elegir opciones que le presenta nuestra inteligencia?; pues me refiero a lo mismo en este aspecto del lenguaje. Si usted tan sólo sabe ciertos palabras que etiquetan nuestras emociones, por ejemplo: alegría, tristeza, ansiedad, euforia, angustia, etc., pues son tan sólo esas (las que usted conozca) las palabras que su cerebro utilizará para todas las emociones que perciba. De tal suerte que cuando experimente una emoción nueva en su vida, si no conoce las palabras, simplemente dirá: "...no sé qué siento, pero siento bonito...", en un alarde de su vocabulario. Por favor, créame, esto es más importante de lo que parece en estas simples líneas que lee. El poder de las palabras es enorme. Todo lo que podamos expresar mediante el don y el poder de la palabra afectará indudablemente a quien se lo decimos (incluyendo lo que usted se diga a sí mismo).
Ese poder de influencia a través de la palabra es el que usamos todos los seres humanos cada vez que nos comuni­camos con alguien. Aquí es donde más se pone de manifiesto el desafío de vivir en la virtud, precisamente la virtud cardinal de la Prudencia; esa actitud con­stante de la inteligencia para actuar como y cuando debo, para decir como y cuando lo deba. Es precisamente ahí donde diariamente tenemos la oportunidad de mejorar, de comunicamos. Por favor: ¡No tenga miedo a mostrar sus sen­timientos!. Sé que en la inmensa mayoría de los casos usted se ha dicho: "...no vuelvo a ser bueno, me vieron la cara y no me volveré a dejar...", ¿Ha dicho algo parecido en algún momento, o acaso ha empeorado diciendo "no me vuelvo a enamorar"? Varias son las personas que me han dicho (y me lo han dicho con mucha fuerza en sus palabras): "...Dr. Ariza, quiero que sepa que yo ya no voy a amar, amar duele...", ¡¡¡Falso!!! No es verdad que amar duela. Lo que puede lle­gar a doler es cuando ya no nos aman luego de habemos amado. Eso sí. Pero cuando se ama, en ese momento, en ese preciso lapso de nuestra vida, pues no duele nada; al contrario, todo es dicha, pasión y alegría.
Las personas no tene­mos miedo a amar, tenemos miedo a sufrir una decepción posterior al amor. Pero, reflexione, si usted se ha propuesto no amar porque puede sufrir, pues en el momento en que lo dice ¡puede estar sufriendo porque no ama!. Qué irónico ¿no cree así? Creo que vale la pena "darse una oportunidad a usted mismo" para intentar de nuevo. El problema en que caemos muchas personas es que juzgamos una futura relación con base en nuestras experiencias, con base en nuestras rela­ciones pasadas, y llegamos a creer que todo será igual. ¡Caray!, eso significaría cerrar todo sentido de posibilidad.
Abra su corazón, diga lo que siente a quien más quiere antes de que sea demasiado tarde. Estoy plenamente convencido de que este proceso de aprender a comunicamos se puede aplicar con relativa facil­idad, sólo depende de un gran factor: su decisión de aprender y actuar.
  "Cualquier cosa que se aprende
        se puede desaprender y volver a aprenderse.
  En este proceso llamado cambio
  es donde radica nuestra esperanza".
  Alejandro Ariza

¿Cómo podríamos definir una relación?
Existen varias posibilidades para definir este concepto que nos ocupa. Sin embargo, me gustaría compartir con usted unas cuantas definiciones que me han ayudado mucho a entender al ser humano en este aspecto de su vida:
Una relación es una sociedad elegida. Es amar a alguien en quien incluso las imperfecciones se consideran como una posibilidad y, por consiguiente, algo bello; es cuando el descubrimiento, la lucha y la aceptación son la base de un constante crecimiento y sorpresa.
Una relación es aquella en la cual los individuos confían tanto (¡pero tanto!) el uno en el otro que se vuelven vulnerables, pero seguros de que la otra persona no se aprovechará de ello. Es algo que implica mucha comunicación.
Una relación basada en amistad es aquella en la cual uno puede mostrarse franco y honesto con la otra persona sin el temor de ser juzgado. Es "sentirse seguro" sabiendo que ambos son los mejores amigos y que no importa lo que suceda, siempre estarán uno al lado del otro.
Una relación de amor es aquella en la cual hay una mutua preocupación por el crecimiento y el progreso del otro; en donde las actitudes posesivas ceden el paso a la entrega de uno mismo a la otra persona; en donde el egoísmo cede el paso al dar desprendidamente, a la participación y la solicitud; en donde siem­pre se mantienen abiertas las líneas de comunicación y se le concede la máxima importancia a lo bueno que hay en la otra persona.
Esto representa para mí y para varios autores el hecho de entablar una relación positiva, una relación sustentada en el amor. Si alguno de estos concep­tos le hicieron vibrar ahora mismo mientras sostiene este libro en sus manos, ¡me alegra grandemente!. Es usted una persona más de las interesadas en vivir su vida con más momentos de felicidad y plenitud. Le confieso mi gran emoción al descubrir que ahora mismo usted y yo estamos entablando una relación, ¿se da cuenta?, ¡qué maravilloso! Por favor, no crea que usted está leyendo "simple­mente"; no, no, no. Todas las letras que ha unido en palabras a lo largo de este libro, alguien necesitó escribirlas; es donde se presentó mi turno en esta relación. Discúlpeme si con esta reflexión se siente ofendido al ser una verdad que por sabida debiera callarse, al ser una verdad de Perogrullo, "si usted lee, alguien escribió (yo)", pero créame que es algo que va más allá de lo evidente, esta relación que me ha permitido establecer con usted desde el primer momento en que abrió este libro, es una mágica aventura para ambos. Por un motivo superior nos hemos encontrado a través de la palabra escrita. Usted ha decidido leerme y yo he decidido escribirle.
Usted y yo hemos vivido la mágica relación basada en el amor en donde se ofrece consuelo ante la silenciosa presencia de otra persona con la que uno, a través de silencios y lenguaje corporal, sabe que comparte un sentimiento mutuo de confianza, honestidad, admiración, devoción y esa emoción tan especial de felicidad por el simple hecho de estar juntos.
¿Qué dice usted cuando se comunica?
Todos tenemos un lenguaje, en mayor o menor grado. Existen muchas teorías que nos explican cómo nos comunicamos y cómo aprendemos a hacerlo. Sin embargo, se sigue avanzando en los estudios acerca de la comunicación hoy en día. ¿Por qué? ¿Acaso no ya todas las letras del abecedario se conocen? ¿Acaso ya rebasó los dos años de edad y logró aprender a hablar? Muy posible­mente ya haya aprendido a hablar, pues ahora hay que aprender a comunicarse, algo muy diferente.
Usted y yo fuimos niños. Hoy sabemos perfectamente bien que los niños están sorprendentemente armonizados con los sonidos del lenguaje y que "aprenden lo que ven y escuchan". De todas las palabras con las que se encuen­tran en sus primeros años, ¿no le resulta impactante que un bebé pueda estable­cer la diferencia entre "leche", "mamá" y "papá"? Las palabras que escuchan son las que aprenderán. Del mismo modo, las palabras que escuchamos usted y yo fueron las que aprendimos. Esas palabras son los instrumentos con los que organizamos nuestra vida y medio ambiente así como interactuar con él. Cuando un niño de edad preescolar grita: "¡Se me están poniendo los nervios de punta!" ¿En dónde aprendió eso? Con absoluta seguridad le garantizo que no lo hizo de manera instintiva.
De tal suerte que, o escuchamos el lenguaje de amor en nuestro medio ambiente o, bien, no lo escuchamos. Aprendemos los símbolos necesarios para relacionamos mutuamente o, bien, no lo hacemos.
Si usted cree con esto que nuestro destino ya está marcado por nuestra infancia, le puedo asegurar que está en un gran error. Gran error si no decidiera aprender nuevos conceptos, nuevas palabras, nuevas perspectivas; en general, si no decidiera generar en usted una NUEVA CONCIENCIA. En usted está la decisión, también en usted están los resultados de su calidad de vida.
Vale la pena aprender a decir "te amo", "te necesito", "eres muy impor­tante para mí". Si usted es una de esas personas a las cuales les cuesta mucho trabajo "decir" lo que sienten, o si es de las que les es casi imposible decir "te amo", pues bien valdría la pena reflexionar en qué medio ambiente usted se desarrolló, la familia en la que nació y las palabras que se solían usar ahí. Si después de este breve estudio ha decidido que necesita "aprender nuevas pa­labras", nuevos conceptos, para así poder comunicarlos, lo felicito y lo invito a que juntos sigamos aprendiendo...


4
Nadie va a venir
Aquel que espera un milagro para seguir vivo
       y nada hace por que éste suceda,
corre el riesgo, mientras aguarda, de morir
- Alejandro Ariza.
Es posible que este capítulo desmoralice a algún lector muy sensible; sin embargo, me interesa dejar muy claro que ésa no es la intención de la reflexión de esté capítulo. No, en ab­soluto. Lo que sucede es que nos confrontaremos con una gran verdad, nos toparemos con una clásica dinámica psicológica que nos limita el progreso, y es la siguiente: La inmensa mayo­ría de nosotros vivimos "esperando" que alguien venga a sal­vamos cuando pasamos por momentos de dificultad. Muchos vivimos aguardando "la llegada del salvador", y en esa espera nos posicionamos en una cómoda circunstancia, pasiva, sedentaria, inactiva y aguardando un milagro, haciendo nada por nosotros mismos.
Ésta ha sido una de las lecciones más duras en mi vida. Vivir con la continua esperanza de que alguien ó algo nos salvará, vivir con la ilusión de que en el momento menos esperado de alguna dificultad que afrontemos llegará nuestro salvador, nos impide desarrollar nuestro potencial de éxito en su plena tota­lidad. Cuando digo "salvador" me refiero a figuras tales como:  el papá, la mamá, el hermano mayor, el amigo generoso y de gran bondad, la lotería nacional, el novio, el suegro, su jefe en el trabajo, el Espíritu Santo, un billete de alta denominación que nos encontramos tirado, algún error del cajero del banco donde no se nos cobró el excedente de nuestra tarjeta de crédito, el sacerdote, el abo­gado, el ángel de la guarda, el gobierno, Dios ó como usted lo conozca, el líder sindical, el esposo, la abuelita millo­naria, el maestro corrupto que con un dinero nos ayuda, el hijo pródigo, el jefe que reconozca cuánto trabajo, etcétera. Como ve, abundan las figuras de "el sal­vador", y es por ello que nos hemos creído que por lo menos alguno de ellos venga en nuestro auxilio.
¡Caray!, si son tantos, por lo menos uno debería estar al pendiente de nuestros proble­mas y venir a salvamos. ¿Cuántas personas pensarán así? Pues le puedo garantizar que muchas, muchísimas por lo menos a nivel incons­ciente así vivimos la inmensa mayoría de las personas. Hablo de México porque es el país que más me importa, es donde vivo y en donde he podido crecer y desarrollarme. Por ello quiero aportar esta reflexión, para que despertemos y nos demos cuen­ta de que nadie va a venir a ayudamos, pero lejos de ser ésta una actitud pesimista, creo firmemente que es una postura que for­talece nuestra responsabilidad y nos hace auténticos dueños de nuestra propia vida, con todos los resultados que en ella gene­remosnosotros, nadie más.
Le haré una pregunta y le suplico que por favor sea sincero. ¿Qué es lo primero (lo primerísimo) que piensa cuando tiene algún problema? Insisto, sea sincero, al fin que nadie está viendo lo que piensa. ¿Acaso piensa en "alguien"? Si su respuesta es afirmativa, lo felicito por sincero, usted pertenece a la inmensa mayoría de personas que está esperando a un salvador (novio, padre, amigo, etcétera). No se sienta mal si piensa así. Le puedo garantizar que ya es parte de un inconsciente colectivo.
De hecho, de paso esté decir que una de las razones por la que muchas mujeres buscan a una pareja es para que sea su salvador y "salgan de pobres". ¿Ha conocido gente así? Yo sí. Es una forma de actuar de la que ya no nos damos cuenta, simplemente así reaccionamos la mayoría. Pero es en ese momento en donde le conferimos a otro la habilidad de nuestro triunfo para salir airosos de algún problema. Creo que eso nos ha dañado enormemente: darle a otro lo que nos corresponde a nosotros por ser nuestro. He ahí el grave error: endosar la responsabilidad necesitando entonces de esa otra persona. Hemos generado creencias erróneas alrededor de todo esto valorando más la gran empresa para la que trabajamos, el nivel social superior, una amplia red de contactos personales que a nosotros mismos y nuestra capacidad de ser crear y valernos por nosotros mismos, no quiero que piensen que estoy invitando a que vivan en una isla desierta y vivan como Robinson Crusoe, para nada, ni tampoco que un entorno favorable esta mal. La idea principal es que esto no substituye su verdadero valor: Usted.
La necesidad que va unida al objeto o a alguien
            le concede a éste poder o control
                               sobre sus emociones
- WAYNE DYER escritor estadounidense
En contraste, he podido observar que las personas con un gran auto estima se hacen drásticamente dueñas de sí y piensan en resolver sus problemas por sí mismas. Son personas que tienen el sano conocimiento de que nadie va a venir en su auxi­lio. Son seres humanos que toman la iniciativa y no esperan a que sucedan las cosas, sino que hacen que las cosas sucedan para salir adelante. Son auténticos líderes. Son las personas que marcan la diferencia en su sociedad. Son las que se convierten mágicamente en los salvadores que los demás esperan. ¿Capta la enorme diferencia en esa poderosa elección?, en la elección de ya no esperar y optar por la acción. Optar por hacer que las cosas sucedan, eso es el más auténtico poder personal.
En esta semana quiero invitarlo a un gran momento para crecer. Reflexione y opte por ese gran poder personal que usted lleva dentro. Dése cuenta de que nadie va a venir a "rescatarlo". Pero dése cuenta sin pena o decepción, sin tristeza o dolor. Dése cuenta de que usted no necesita que alguien venga para que salga adelante. Lo único que necesita saber es que usted es el único responsable de sus actos y que dentro de usted se encuen­tra la suficiente fuerza para iniciar la acción que lo dirigirá al éxito que busca. Le puedo garantizar que cuando usted se "dé cuenta" plenamente de este gran secreto para triunfar, aparecerá en su vida un enorme y desbordante placer por saber que todo depende exclusivamente de usted. De nadie más. Ese placer es el resultado de saberse el autor exclusivo de su propia vida. Incluso, puede llegar a perderle cierto temor a la soledad o aun a disfrutarla de vez en cuando.
Comparemos la filosofía de vida de una persona de baja autoestima común con la de una persona de alta autoestima común, por tomar un ejemplo contrastante que nos clarifique aún más el aprendizaje. La persona de baja autoestima suele vivir esperando a que le llegue la buena suerte, comúnmente espera a que alguien venga a ayudarlo, mientras que en la cultura de alta autoestima común, nunca espera a que alguien venga en su auxilio para iniciar la acción, él hace las cosas necesarias para encontrarse con la buena suerte. El sabe que nadie va a venir, luego entonces inicia la acción que lo sacará avante de inmediato. En su soledad se confronta con su profundo deseo de superación y no espera a nadie, sino que ipso Jacto pone manos a la obra. Posiblemente esto también sea un reflejo de lo que sucede de manera genérica la gran diferencia entre un primar mundo y un tercer mundo. ¿Qué opina usted al respecto?
Me gustaría explicarle una teoría que tengo en cuanto al surgimiento de este inconsciente colectivo de pasividad (el que vive esperando, la cultura del embarazo) de esta actitud de espera. Una es la religión y otra es el sistema de gobierno. Sin embargo, antes de explicarle mi teoría, me permitiré aclarar enfáticamente que no tengo nada en contra de nuestra religión o de las diferentes formas de gobierno. Simplemente es un análisis objetivo de lo que pudiera ser la causa del inconsciente colectivo de pasivi­dad en el que vivimos la mayoría. Primero la religión:. Usted sabe, al igual que yo, que la religión nos ha inculcado una muy vasta red de creencias, la cual a muchos los logra atrapar irreflexivos y no pueden salir de ella. Para salir de esta red de creencias, lo único que hay que hacer es cuestionarse acerca de ellas, y de esa forma nos podemos dar cuenta de si nos han servido para crecer o nos han limitado en nuestro desarrollo.
Así, en esa forma cuestionante, he podido observar que a muchos de nosotros se nos dijo durante mucho tiempo que "pronto vendrá el Salvador...", o cosas tales como: "ya se acer­ca la segunda venida del Salvador...", y cosas similares. Es así que se fue forjando (lenta, pero profundamente) en nuestro inconsciente la idea de que alguien va a venir, alguien que nos ayudará, alguien que nos sacará del problema. Esta postura es muy cómoda. La única decepción que nos llevamos la mayoría de nosotros es que no se nos dijo cuándo. Si supiéramos cuán­do vendrá el Salvador, otra cosa estaríamos haciendo en nuestra vida, ¿no cree? Quizás por ello no se nos dijo cuándo. Nada más nos ilusionaron. Pero bueno, está bien, al fin que lo último que muere es la esperanza. Como ve, de esa manera se gestó una actitud de espera en la mente de cada uno de nosotros, o por lo menos en la inmensa mayoría de las personas que no tenemos un conocimiento profundo de nuestra religión (como puede ser el caso de usted también). Así nace una espera para vivir la plenitud y la paz. ¡Caray!, si tan sólo nos diéramos cuenta de que esa plenitud y paz ya se pueden vivir aquí y ahora, si tan sólo creyéramos que nadie va a venir sea un mortal ó un personaje divino.
Por otro lado, nuestras formas de gobierno durante muchas décadas instalaron un régimen paternalista para el ciu­dadano. Así, todos vivíamos esperando. Era el caso del burócra­ta que esperaba la quincena (aunque no la mereciera), era el caso del alumno de esa escuela de gobierno que esperaba ser aprobado (aunque no lo mereciera), era el caso de los deportis­tas que representaban a nuestra nación y esperaban que se les patrocinaran todos sus gastos durante sus competencias (aunque no lo merecieran), era el caso de usted o yo que esperábamos a que nuestros dirigentes resolvieran nuestros
problemas citadinos de contaminación y congestionamiento vial (sin que nosotros hiciéramos nada al respecto), era el caso del obrero que esperaba la solución de sus problemas gracias a su líder sindical (aunque no tuviera nada que ver). La lista es interminable, y la frecuencia de ese régimen patemalista fue otra causa para que se gestara en la mayoría de nosotros la acti­tud de espera.
Por favor, ¡hagamos un alto a esa mediocre actitud! Salgamos de ese inconsciente colectivo "dándonos cuenta" del daño que nos trajo. Es la única forma para salir de un incons­ciente colectivo, hay que darse cuenta. Y luego hay que gestar otro nuevo inconsciente colectivo, uno repleto de una Nueva Conciencia de nuestro propio valor en donde sepamos que nadie va a venir, pero sabiéndolo como una sana postura de auténtica responsabilidad. Así me hubiera gustado empezar este capítulo, con el título: "Nadie va a venir: una sana postura de responsabilidad". Saber que nadie va a venir no es para deprimirse porque no lle­gará el Salvador. No, no, no. Es la sana actitud del Poder Personal para iniciar la acción que nos llevará al resultado que queramos. Ese poder radica en usted y sólo en usted. Ésta es la sabia posición desde donde se vive el éxito personal.
Le confieso que no me ha sido nada fácil compartir estos argumentos con usted. A momentos, yo mismo todavía sigo esperando a que venga alguien a ayudarme. Por favor, no crea que al sincerarme con usted le revelo mi incongruencia entre lo que vivo y lo que escribo. ¡No! por favor. Lo único que le manifiesto es que no es tan fácil escaparse de ese in­consciente colectivo. Pero así como le confieso esto, también le revelo que cada vez lo hago menos (y lo digo con orgullo de mi crecimiento y desarrollo). Cada vez más me doy cuenta de que nadie va a venir, y entonces, pues empiezo o em­piezo. Cuando crecí y "me di cuenta" de que ya no tenía el apoyo de "papi" para mis gastos, cuando ya tuve que pagar yo el teléfono de mi casa y el de mi celular, cuando ya tuve que pagar los gastos de mi auto, cuando ya tuve que resolver yo solo mis problemas fiscales, me di cuenta que nadie iba a venir,  o por lo menos mi "papi" no.
Fue frustrante darme cuenta de que mi papá sí podía auxiliarme y aun así no lo hacía, él sí tenía y sigue teniendo) el dinero suficiente (y más) para resolverme mis problemas financieros, y ¡aun así no me ayuda como quiero! Bueno, después de haber pensado califica­tivos nefastos acerca de mi papá en alguna época de mi vida (no lo puedo negar), hoy mejor he decidido "relajar mis arterias coronarias", y alejarme sanamente de esa postura que genera sufrimiento: esperar algo de alguien.Saber que nadie va a venir disminuyó enormemente mi sufrimiento. Gran parte de los conflictos humanos en la vida surgen por esperar algo de alguien, misma cosa que nunca llega. ¿Le ha pasado algo simi­lar? ¿Ya vio cómo tengo razón? Si usted espera a que alguien venga para salir a dar la vuelta, corre el riesgo de quedarse sin su vuelta. Si usted espera a que alguien le de un beso para ser feliz, corre el riesgo de quedarse infeliz.
Si usted espera el reconocimiento de su esposa e hijos para sentirse un hombre realizado, corre el riesgo de quedarse amargado. Si espera un excelente trato de alguien para sentirse pleno y feliz, se juega la opción de sentir el sufrimiento de la frustración y decep­cionarse. Si usted espera que alguien siempre esté con usted para sentirse bien, le garantizo que se va a sentir muy mal en muchísimas ocasiones. Si usted espera que alguien llegue a la hora que usted ordenó para poder irse a dormir, corre el alto riesgo de padecer un largo insomnio. ¿Ya vio por qué le con­viene no esperar? ¡Insisto!, es sano -psicológicamente hablando- saber que nadie va a venir. Esperar algo de alguien o algo de la providencia, resultará ser una atadura en su vida, y toda atadura es un impedimento para vivir en un nivel superior de conciencia, nos impide crecer. Cuanto más atados (por la espera) nos hallamos a personas, cosas, ideas o emo­ciones, menos capacidad tenemos para experimentar esos fenó­menos con autenticidad. Intente apretar el agua con sus manos esperando así retenerla y se dará cuenta de la rapidez con la que se le va el agua de las manos. Ahora relájese mientras una de sus manos abierta toca el agua y podrá gozar de ella tanto como guste.
                          De alguna manera
siempre supe que depender de una cosa
era la forma más segura de no tener nunca
                             suficiente de ella
- WAYNE DYER escritor estadounidense
Sin embargo, tengo el deber moral de decirle algo: supongamos que usted acepta que nadie va a venir. Si usted se lanza a vivir una actitud libre de "esperas", y aun así, ¡alguien llega! ¿Qué hacer en esos casos? Pues, ¡déle infinitas gracias a Dios! Brinque de la alegría que le generará esa agradabilísima sorpresa. Pero tómelo así: ¡fue una sorpresa! Esta actitud le liberará del posible sufrimiento que genera la espera al verse defraudada. Sepa que nadie va a venir, pero si viene, ¡recíbalo con los brazos abiertos! Hace algunos años, cuando mi papá salo en mí ayuda para pagar algunos compromisos económicos lo hizo sin que yo se lo pidiera. Imagínese si le hubiera dicho: "no gracias papá, ya no te nece­sito". Bueno, le confieso que de haberlo hecho así por mi pos­tura orgullosa, mi ángel de la guarda me hubiera gritado al oído: "¡Grandísimo estúpido!, ¡no ves que no nos alcanza para pagar!, ya ni en el cielo nos prestan", o algo similar. Entonces, simple­mente sonreí, le di las gracias y acepté su ayuda.
Saber que nadie va a venir lo obligará a crecer y a madu­rar como persona. Puede ser un poco doloroso ese crecimiento, sobre todo el susto inicial de aceptarlo, como cuando salen las muelas del juicio, pero logrará, en un futuro muy cercano, saberse líder de proyectos, saberse el sal­vador de sí mismo y (para colmo) de otros, se incrementará  muchísimo su autoestima, cada vez le espantarán menos los problemas y afrontará aún más (hasta los de otras personas), se llegará a sentir como un gigante que ayuda a resolver problemas propios de los enanos, logrará experimentar la paz del deber cumplido, vivirá muchos momentos para crecer. Descubrirá valores, habilidades y fortalezas quizá aún desconocidas en usted. Todas estas razones serán un motivo más para que usted mantenga su. . .




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