La
pareja ideal no existe; es tan solo un mito, ya que existe una parte
inconsciente que hace que te atraigan unas personas más que otras, pero aún
sabiendo que este ideal no existe, conocer cierta información sobre la persona
que nos atrae, tener claro lo que esperamos obtener de la relación y sobre
todo, prever los problemas que puedan surgir, pueden hacer que tu pareja sea
para toda la vida. O casi.Cuando conocemos a una potencial pareja,
el punto inicial en el que nos fijamos suele ser la atracción sexual, la que provoca reacciones biológicas, alteraciones
nerviosas y cambios en el ritmo cardíaco.
Sin embargo, lo que
pocos saben es que el deseo está mediatizado por ciertas características
psicológicas y experiencias personales que condicionan estos criterios que
utilizamos para elegir a una pareja.
Según una encuesta
realizada por el CIS, existen algunos criterios, más o menos comunes, en los
que nos basamos a la hora de escoger una pareja; entre los que destacan el
carácter, el físico y la forma de ver la vida.
Con el pasar del
tiempo los factores cambian. Luego de la adolescencia, las mujeres buscan una
pareja que represente "brillo social y don de gentes" -además de
ternura y afecto-, mientras que pasado los treinta buscan aficiones comunes y
compartir una vida juntos.
El carácter: un factor
considerable
No es posible
pronosticar el éxito o fracaso de una relación desde su inicio, tomando en
cuenta que las personas nos comportamos inconscientemente de una forma distinta
a cómo somos realmente cuando estamos en pareja.
Pese a esto, es
posible pronosticar la gravedad de los conflictos en la relación en función al carácter
de la pareja. En este sentido existen cuatro tipos básicos de persona sobre las
que basamos nuestra elección:
Asertivo: Suelen exponer sus ideas con claridad.
Con ellos los problemas se solucionan fácilmente y son compatibles con
cualquier persona.
Agresivo: Ellos siempre tienen razón y tan sólo
funcionan si se unen a personas dialogan-tes o agresivas como ellas. Suelen
haber peleas habituales, pero saben encontrar la solución.
Sumiso: Son personas acomplejadas que suelen
aceptar lo que su pareja dice. Cuando se juntan con personas agresivas su
personalidad es anulada.
Agresivo-pasivo: Son los más conflictivos. No dicen lo
que quieren, pero suelen exigir que su pareja lo sepa. Identifican este
desconocimiento con la falta de
amor y el desinterés.
Polos opuestos, un
arma de doble filo
Muchas personas
argumentan que es bueno buscar una pareja que
tenga un carácter muy distinto al propio para complementarse. Esto es conocido
como relaciones de compensación, las que en algunas ocasiones tienen un
resultado difícil debido a que están basadas en la dependencia.
Las relaciones de
compensación en un principio son gratificantes para la persona que tiene un
carácter más débil, pues su compañero resuelve todos los problemas. Con el paso
del tiempo, esta persona aprende a ser más fuerte y deja de depender de su
pareja y la relación se rompe.
También existe la
posibilidad de que la relación de dependencia sea cada vez mayor, con lo que el
sumiso vivirá para la relación y tendrá miedo de que esta se rompa. Asimismo,
el dominador sentirá como una carga de que la otra persona dependa de él.
Ninguno de los dos disfrutará de la relación.
Dos de los errores más
comunes
"Tropezar dos
veces con la misma piedra" o iniciar relaciones que están destinadas al fracaso,
parecen ser desaciertos que solemos cometer a la hora de escoger una pareja,
pero existen otros que son mucho más usuales de lo que creemos:
1. Vincularnos demasiado jóvenes a una
persona es un error común. Esto puede provocar que evolucionemos de forma
distinta y que la relación no funcione al tener intereses y valores distintos.
Al cometer este error, nos formamos una imagen ficticia de la persona que
tenemos al lado, pues estereotipamos con poca información.
2. No hacemos suficientes preguntas,
preferimos ocuparnos de las cosas positivas y de las razones que nos permiten
amar a una persona y no analizar las cosas o puntos que nos separan o que no
nos gustan. Por miedo a que la relación
no funcione, transigimos prematuramente creando una falsa sensación
de armonía, auto-engañándonos.
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