Nacemos inocentes. Sin emociones mezcladas, sin dudas, sin miedos, sin mentiras. Llegamos para descubrir, luminosos y coherentes. Vulnerables pero abiertos al mundo, animados por una curiosidad rotunda y radical, dotados de la pasión por vivir. Es entonces cuando comienza la búsqueda del sentido en una realidad diaria de luces y de sombras donde nos asaltan el amor, el miedo, la tristeza o la tentación. Cómo nos enfrentamos a estas etapas cruciales, desde la inocencia o desde la rigidez, determinará el tejido de nuestra existencia, de cada emoción, de cada gesto, de cada pensamiento.
o de una manera utópica, sino de una manera práctica.
“La inocencia y la sinceridad residen en el
corazón de cada ser humano.”-
Durante
mucho tiempo, gran parte de nosotros hemos ignorado los hechos fundamentales de
nuestra existencia.
Fíjate en
los niños pequeños. Son tan inocentes. Vayan donde vayan atraen la mirada de la
gente. Es tan bonito cuando miras a un bebé y éste te mira y sonríe. ¡Sin
presentaciones! Resultaría muy extraño si entraras en un ascensor y un adulto
te empezara a mirar y a sonreír de esa manera. Te sentirías muy incómodo y
probablemente mirarías a otra parte.
Pero, con
un bebé, ningún problema. El bebé te mira y tú lo miras. ¿Por qué? Porque ves
en él esa inocencia, porque sabes que no lo ha ensayado. Es auténtico. El bebé
aún no ha aprendido las artimañas del engaño, todo ese juego de cuándo sonreír,
y a quién sonreír. Reconocemos la inocencia en los niños porque nosotros
también fuimos bebés un día y nos comportamos de la misma manera. Todos los
días eran preciosos. El Sol era maravilloso, la Luna era maravillosa. Cada día
era diferente y no había nada en lo que pensar del ayer que pudiera arruinar tu
día de hoy.
Pues
bien, ese bebé sigue ahí. Ese atractivo, esa cualidad de la inocencia, están
todavía en ti. El poder dar la bienvenida a cada nuevo día, a cada momento que
llega, la dicha de vivir, aún está ahí. Siempre lo estuvo y siempre lo estará.
La inocencia y la sinceridad residen en el corazón de cada ser humano.
De todas
las cosas que podemos conocer, entre todas las cosas que podemos descubrir, lo
que necesitamos conocer es lo que reside en nuestro corazón. Eso es lo que
puede marcar la diferencia. Eso es lo real. Lo que hace que la fuente de la
sinceridad brote en nuestro interior. Eso es lo que hace que seamos lo que
somos. Por eso puedo sentir una dicha que no proviene sino de mí mismo, una
dicha que proviene de ser testigo de la belleza que reside en mi interior y no de una manera utópica, sino de una manera práctica
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