¿Hasta cuando? Hay un dicho popular que dice: “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Cuando pasamos por una pérdida que duele mucho, llega el momento de la desesperación y nos preguntamos: ¿Hasta cuándo estaré en esta intensidad emocional de duelo agudo?
La mente repasa obsesivamente el pasado. Los sentimientos son: ansiedad de separación, soledad y angustia. La ensoñación duele al evocar recuerdos bonitos que no volverán. La mente no puede entender las razones del corazón porque el sufrimiento nubla el entendimiento.
La intensidad de la conciencia de pérdida la atravesamos por el cuerpo físico en síntomas bien definidos: náuseas, palpitaciones, opresión en la garganta y el pecho, nudo en el estómago, dolores de cabeza, insomnio y fatiga. Las emociones reprimidas, que no manejamos con inteligencia emocional, se van convirtiendo en enfermedades psicosomáticas, a lo largo de la vida.
La pérdida se nota también en nuestras conductas observables: continuos cambios de humor, incoherencia al hablar, irritabilidad y tristeza, que no podemos ocultar a los demás. ¿Hasta cuándo?
Cada persona comenzará a dejar ir esta etapa, de acuerdo a su personalidad única y su carácter. Diferentes factores contribuyen tales como: crianza, auto estima alta, inteligencia emocional y espiritual que se desarrolle durante el proceso, capacidad de tomar decisiones y apoyo de personas positivas cercanas que respalden un cambio.
En gran medida, pasar a una etapa más sosegada, depende mucho de la apreciación mental que hagamos de la pérdida. Recuerdo la hija de una amiga a quien su primer novio la dejó porque era demasiado “buena”. Le ocurrió algo parecido en su segunda relación. Ella asumió que había “algo” malo en ella y tuvo que trabajar con su auto valor y auto imagen.
Hubiera sido diferente su proceso de pérdida si, desde un principio, ella internalizaba que no había nada extraño con ella. Simplemente, esos muchachos no estaban listos para el tipo de relación de pareja que ella deseaba tener. La lección fue desarrollar más confianza en ella. También aprender a escoger mejor. Tiene mucha razón Don Miguel Ruiz cuando dice en su libro: Los cuatro acuerdos: “No tomes nada personalmente”.
La conducta de otra persona y/o las situaciones externas no definen nuestro valor; mucho menos, nuestra conducta. Son nuestros apegos, dependencias, necesidades de afecto de siempre, expectativas irreales, falta de auto amor y conciencia inmadura de víctima las que nos mantienen, por demasiado tiempo, sobre reaccionando en la conciencia de pérdida.
Para cambiar a una conciencia de superación hay que aprender a reconocer la diferencia entre justificar y validar sentimientos. Justificar sentimientos es usar nuestra razón para darle validez a nuestra infelicidad presente. Buscamos en el pasado la explicación a nuestras desdichas. Cada vez que vamos al cuento, nuestra mente y nuestras emociones encontrarán las “razones” para seguir con el coraje, la desilusión y el dolor, grabados en la conciencia de pérdida.
Validar sentimientos significa que estamos bien conscientes del dolor que todavía sentimos. Precisamente, porque sabemos su impacto en la conducta total, no queremos sostenerlos en el pensamiento ni aumentarlos con evaluaciones estériles. Los validamos con aceptación para no ir más al pasado; ese ir y venir a la conciencia de pérdida agota y desanima.
Necesitamos desarrollar unas frases que nos recuerden que ya no queremos sufrir por lo mismo: “Se acabó”. Tener la creencia que sí podemos superar con auto estima cualquier situación. El poder radica en alinear mente, cuerpo y espíritu. De la relación transpersonal recibimos consuelo, fortaleza y sabiduría. Estemos dispuestas conscientemente a aprender las lecciones y enfocar la mente en metas y planes de auto cuido y auto capacitación.
No hay dolor que no traiga algo bueno; búscala en tu vida en el momento presente. ¿Te conoces más; tienes hoy más fortaleza; estás más consciente de tus necesidades de afectos; has encontrado tu propósito de vida en ayudar a otros a superarse? Recuerda nuestra herencia humana-divina es el amor y no el dolor.
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