viernes, 24 de mayo de 2013

El miedo


El miedo es una emoción dolorosa, excitada por la proximidad de un peligro, real o imaginario, y que está acompañada por un vivo deseo de evitarlo y de escapar de la amenaza. Es un instinto común a todos los seres humano del que nadie está completamente libre. Nuestras actitudes ante la vida están condicionadas en gran medida por esos temores que brotan de nuestro interior, en grados tan diversos que van desde la simple timidez hasta el pánico desatado, pasando por la alarma, el miedo y el terror.

A los seres humanos se nos lastima desde la infancia. Todos hemos padecido la presión, con su sentido de la recompensa y el castigo. Se nos dice algo que nos causa enojo y nos lastima. Se nos hiere desde la infancia y por el resto de nuestra existencia cargamos con esa herida, temerosos de que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo una forma de resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que por ellas creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo.

En casi todas nuestras motivaciones subyace algún tipo de temor que frena y condiciona nuestros actos. Este hecho ha sido largamente conocido y aprovechado, a través de los tiempos, por algunas personas para ejercer dominio sobre otras. Las doctrinas religiosas, con diablos de fuego y azufre para castigar a los malos, constituyen algunos ejemplos de una variada gama de "abusos del terror" que ha ido transformándose hasta adquirir formas más suaves en nuestros días.

Los seres humanos hemos tolerado el miedo durante miles de años como una forma esencial de ejercer la autoridad. Y nosotros toleramos el miedo, tal como lo han hecho nuestros padres, nuestros abuelos y toda la raza en la que hemos nacido. Todas las sectas, los dioses y los rituales se basan en el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado extraordinario.

Algunos de estos temores antinaturales se denominan fobias. Quienes los padecen no se ven amenazados por ninguna causa objetiva ni próxima y, sin embargo, son incapaces de liberarse de sus sentimientos negativos. Los hay que temen a las ratas, a la oscuridad o a las tormentas. Algunos tienen miedo a la soledad, otros a las grandes muchedumbres y muchos se espantan cuando penetran en espacios cerrados, como túneles, ascensores, etc. En estos casos el temor es para la mente lo que la parálisis para el cuerpo. Es el principio de todos los males, pues a un cobarde los temores le exponen a todo tipo de peligros. Cuando el miedo es constante perdemos la confianza en nosotros mismos y en nuestra propia capacidad, nos sentimos incompetentes y abocados al fracaso. Además, los temores imaginarios causan enfermedades, consumen la energía del cuerpo y producen desasosiego y pérdida de vitalidad.

El miedo toma diferentes formas, miedo a no ser recompensados, miedo de fracasar, miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a cierto punto y no ser capaces de lograrlo, miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la sociedad, miedo de morir, etc. Pero no estamos hablando de los diferentes aspectos que toma el miedo. El miedo es como un árbol que tiene muchas ramas, y aquí nos referimos a de la raíz misma de ese árbol, no de nuestra forma particular de miedo.

Es muy normal creer que un cierto grado de temor nos ayuda a progresar y que es un estímulo para el cumplimiento de nuestro deber. Pero esto no es cierto, el temor no es bueno ni saludable. No es lo más adecuado justificar el miedo, pues éste únicamente nos coacciona. Desde el miedo no puede surgir ni el conocimiento ni la sabiduría. El miedo nos aparta de la realidad y nos hace entrar en un mundo subjetivo, paralizante y desbordante. El problema de la humanidad reside en que los seres humanos tememos. Tenemos miedo porque nos aferramos a cosas y a personas que, por sí mismas, no se pueden “poseer”. Tememos por nuestro buen nombre y posición, por nuestra familia y posesiones. A medida que adquirimos bienes, fama y poder, adquirimos también el temor a perderlos y la constante preocupación de velar por su salvaguardia. Nos convertimos siempre en víctimas de nuestra propia ansia y ambición. Quien posee teme, y éste es un defecto común, en distintos grados, de casi toda la humanidad.

Para que se disipe el temor es preciso ser conscientes de él. Nuestra conducta suele estar siempre inspirada en la ignorancia y en el temor, y mientras nos hallemos en la oscuridad de la inconsciencia el temor permanecerá donde está. Pero una persona inteligente se encuentra libre de todo temor, y todos podemos serlo. Si podemos descubrir la causa fundamental de nuestro miedo entonces podemos hacer algo al respecto y cambiar la causa. Y si descubrimos cuál es su causa, la raíz, y la descubrimos por nosotros mismos, habremos terminado automáticamente con ella. Si vemos el proceso que da origen al miedo, o vemos sus múltiples causas, entonces, esa percepción misma pone fin a la causa.

El miedo es muy complejo. Es una reacción tremenda. Si estamos alertas a él veremos que es una conmoción, no sólo biológica, orgánica, sino que es también una conmoción para el cerebro. Es una conmoción, puede ser momentánea o continuar en diferentes formas, con distintas expresiones, distintas modalidades. Para comprender la raíz del miedo tenemos que comprender el tiempo, el tiempo como ayer, el tiempo como hoy y el tiempo como mañana. Recordamos algo que hemos hecho, y el recuerdo de eso hace que nos avergoncemos, que nos sintamos nerviosos, aprensivos o temerosos, todo lo cual prosigue hacia el futuro. Y todo este proceso es tiempo.

El tiempo para casi todos es el tiempo del reloj, el tiempo de la salida y la puesta del Sol que ocurre todos los días. Es el tiempo para aprender un arte, un idioma, para escribir una carta, para llegar a algún sitio desde donde está tu casa. Todo eso es tiempo como distancia, como espacio, Tenemos que ir desde aquí hasta allá. Ésa es una distancia que el tiempo cubre. Pero el tiempo puede ser también interno, psicológico: soy esto, debo llegar a ser aquello. El llegar a ser aquello se llama evolución. La evolución implica el desarrollo de un vegetal desde la semilla al árbol. Pero también significa: "Soy ignorante, pero aprenderé; no sé, pero sabré; denme tiempo para librarme de la violencia." "Denme tiempo." Denme unos cuantos días, un mes, un año, y me libraré de la violencia. Vivimos, pues, a base de tiempo; no sólo es tiempo el ir al trabajo de ocho a seis, sino que también necesitamos tiempo para llegar a ser alguna cosa. Necesitamos comprender el tiempo, con todo su movimiento, pues vivimos en él, tanto psicológicamente como biológicamente.

Todos hemos hecho cosas que no queremos que se sepan, porque si así fuera nuestra reputación se vería mermada. Son recuerdos, pensamientos, que reclaman que nos protejamos. Así que el tiempo y el pensamiento van juntos, no hay entre ellos división alguna. Si no tenemos esto bien claro nos confundiremos en la vida. El proceso que da origen al miedo, la raíz del miedo es el binomio tiempo/pensamiento.

El pasado, con todas las cosas que hemos hecho, y el pensamiento, dándoles el valor de agradables o desagradables, son las raíces del miedo. Este es un hecho obvio, verbalmente es un hecho simple, pero para verlo en toda su profundidad, para ir más allá de las palabras, es preciso que nos preguntemos si podemos detener el pensamiento. Si el pensamiento crea el miedo, detener el pensar disuelve el miedo.

Todo lo que hacemos lo hacemos mediante el pensamiento. Pero preguntarnos si podemos detener el pensamiento es una pregunta poco acertada, pues quien quiere detener el pensar sigue siendo el mismo pensamiento. Cuando pensamos que si dejamos de pensar no tendremos miedo, quién desea detener el pensamiento sigue siendo el propio pensamiento. Sigue siendo el mismo pensamiento que ahora desea algo más.

Cualquier pensamiento que tenga el propósito que seamos otra cosa que lo que somos sigue siendo pensamiento. Somos codiciosos, pero "no debemos" ser codiciosos; eso sigue siendo pensar. El pensamiento es la raíz misma de nuestra existencia, de modo que la cuestión que planteamos es muy seria. El pensar ha creado todos los objetos, también todas esas cosas que se encuentran en los lugares donde se reúnen las personas llamadas “religiosas”. Vemos lo que el pensamiento ha hecho, ha inventado las cosas más extraordinarias, los ordenadores, los buques de guerra, los misiles, la bomba de hidrógeno, la cirugía, la medicina, y también vemos las cosas que nos ha permitido hacer, como ir a la Luna, etc. Pero el pensamiento es la raíz misma del miedo.

Es preciso que veamos todo esto y no pensar en cómo terminar con el pensamiento. Tenemos que ver realmente que el pensar es la raíz del miedo, el cual es tiempo. Ver, no utilizar las palabras, sino ver el hecho. Cuando tenemos un dolor severo, el dolor no es diferente de nosotros mismos y actuamos instantáneamente. Necesitamos ver tan claramente como vemos las cosas que nos rodean que el pensamiento es el factor causante del miedo. Si vemos por nosotros mismos que el pensamiento y el tiempo son, realmente, la raíz del miedo, ello no necesita deliberación ni decisión. Un escorpión es venenoso, una serpiente es venenosa, y en el instante mismo en que lo percibimos actuamos, no necesitamos perder el tiempo en pensamientos.

Debemos ver que el tiempo y el pensamiento son las fuentes del miedo. Tenemos que ver las cosas, ver la realidad, lo que es, y no sólo memorizar o pensar al respecto. Es necesario que pongamos todo nuestro ser en descubrir la relación que tenemos con el mundo, y comprobar en esta relación con él que no nos hallamos separados del resto del mundo, sino que somos el resto del mundo.

Es preciso comprender que nuestra mente y nuestra consciencia son la consciencia y la mente de la humanidad. Dondequiera que uno vaya el ser humano está sufriendo, ansioso, inseguro, solitario, desesperado en su soledad, agobiado por el dolor. De modo que nuestra consciencia, nuestro ser, es toda la humanidad. Psicológicamente cada uno es la humanidad, no está separado del resto de los seres humanos. La idea de que uno es un individuo con una mente especialmente suya es un absurdo, porque el cerebro ha evolucionado través del tiempo. Es el cerebro de la humanidad, y ese cerebro forma parte de la humanidad, genéticamente, etc. Por lo tanto uno es el mundo y el mundo es uno mismo. No se trata de una idea, de un concepto o de un desatino utópico; es un hecho. Y esa mente humana se halla por completo confusa, con miedo y sufriendo.

Esto es así, pero en general somos muy reacios a aceptar un hecho tan simple. Ocurre que estamos muy acostumbrados al individualismo, yo y lo mío antes que nada. Pero si vemos que la consciencia de cada uno de nosotros es compartida por todos los demás seres humanos que viven en esta Tierra maravillosa, entonces cambia toda nuestra manera de vivir. Los argumentos, la persuasión, la presión, la propaganda son terriblemente inútiles, porque tenemos que ver esto por nosotros mismos.

Entonces, cada uno de nosotros, que es el resto de la humanidad, que es la humanidad, debe mirar un hecho muy simple, observar, ver, que el pensamiento y el tiempo son los factores que dan origen al miedo. Entonces, la percepción misma es la acción. Y, a partir de ahí, uno ya no dependemos de nadie. Si lo vemos muy claramente entraremos en una dimensión espiritual de la que surgirá la libertad.
 
Se nos lastima desde la infancia. Está siempre la presión, siempre el sentido de la recompensa y el castigo. Usted me dice algo que me causa enojo y me lastima, ¿correcto? Hemos comprendido, pues, un hecho muy simple: que se nos lastima desde la infancia y que, por el resto de nuestra existencia, cargamos con esa herida, temerosos de que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, lo cual es otra forma de resistencia. ¿Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y de que, debido a ellas, creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo? ¿Podemos investigar esta cuestión del miedo? ¿Lo haremos? No para satisfacción mía, porque es de ustedes de quien estoy hablando. ¿Podemos penetrar en ello muy, muy profundamente y ver por qué los seres humanos, que son la inmensa mayoría, han tolerado el miedo durante miles de años? Vemos las consecuencias del miedo, miedo de no ser recompensados, miedo de fracasar, miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a cierto punto y no ser capaces de lograrlo. ¿Tienen interés en investigar este problema? Eso significa investigarlo completamente hasta el fin, no limitarse a decir: "Lo siento, eso es demasiado difícil." Nada es demasiado difícil si uno quiere hacerlo. La palabra difícil nos impide una acción ulterior. Pero si pueden desechar esa palabra, entonces podremos investigar este sumamente complejo problema.
Ante todo, ¿por qué toleramos el miedo? Si tenemos un automóvil que anda mal, acudimos, si es posible, al garaje más cercano; allí arreglan la maquinaria y proseguimos la marcha. ¿Es que no hay nadie a quien podamos acudir para que nos ayude a no tener miedo? ¿Comprenden la pregunta? ¿Necesitamos la ayuda de alguien para librarnos del miedo? ¿La ayuda de psicólogos, psicoterapeutas, psiquiatras, o la del sacerdote, del guru que dice: "Entrégame todo, incluso tu dinero, y entonces estarás perfectamente bien"? Esto es lo que hacemos.
¿Desean ustedes ayuda para liberarse del miedo? Si desean ayuda, entonces son los responsables de establecer una autoridad, un líder, un sacerdote. Por lo tanto, antes de que investiguemos esta cuestión del miedo, deben ustedes preguntarse si desean ayuda. Por supuesto, si padecen de algo, un fuerte dolor de cabeza o de alguna enfermedad, acuden a un médico. Él conoce mucho más sobre nuestra naturaleza orgánica, y les dirá lo que deben hacer. No nos referimos a esa clase de ayuda. Nos preguntamos si necesitan ustedes ayuda, alguien que los instruya, que los guíe y les diga: "Haz esto, haz aquello día tras día, y estarás libre del miedo." Quien les habla no les está ayudando. Eso es seguro, porque ustedes tienen docenas de ayudadores, desde los grandes líderes religiosos -¡no lo permita Dios!- hasta el más reciente y modesto psicólogo a la vuelta de la esquina.
Que quede, pues, bien claro entre nosotros que quien les habla no desea ayudarles psicológicamente de ninguna manera. ¿Aceptarían buenamente eso? Sean honestos, ¿lo aceptarían? No digan que sí, es algo muy difícil. En toda su vida han buscado ayuda en distintas direcciones, aunque algunos digan: "No, yo no deseo ayuda." Ustedes piden ayuda sólo cuando están confundidos, cuando no saben qué hacer, cuando se siente inseguros. Pero cuando observan, cuando perciben no sólo externamente sino mucho más en lo interno, cuando ven las cosas con gran, gran claridad, no necesitan ninguna ayuda; eso está ahí. Y de ahí surge la acción. ¿Estamos juntos en esto? Repitámoslo, si no les importa. Quien les habla no les dice cómo hacerlo. No pregunten nunca cómo, porque entonces siempre habrá alguien que les tirará una cuerda. Uno no está ayudándoles de ninguna manera, sino que juntos recorreremos la misma senda, tal vez no a la misma velocidad. Regulen su propia velocidad y caminaremos juntos.
¿Cuál es la causa del miedo? Vayamos despacio. La causa. Si uno puede descubrir la causa, entonces puede hacer algo al respecto, puede cambiar la causa, ¿no es cierto?
Vamos, pues, a examinar juntos el miedo y a descubrir cuál es su causa, su raíz fundamental. Y si la descubrimos por nosotros mismos, habremos terminado con ella. Si vemos el proceso que da origen al miedo, o vemos sus múltiples causas, entonces, esa percepción misma pone fin a la causa. ¿Están escuchándome, escuchando a quien les habla, para dilucidar la causa? ¿O jamás se han formulado siquiera una pregunta semejante? Yo he tolerado el miedo, tal como lo ha hecho mi padre, mi abuelo, toda la raza en que he nacido, toda la comunidad; la estructura completa de los dioses y los rituales se basan en el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado extraordinario.
Así que investiguemos esto. No estamos hablando de las diversas formas del miedo: miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la sociedad, miedo de morir, etc. El miedo es como un árbol que tiene muchas, muchas ramas, muchas flores, muchos frutos, pero nosotros estamos hablando acerca de la raíz misma de ese árbol -la raíz, no nuestra forma particular de temor-. Uno puede rastrear su forma particular de temor hasta la raíz misma. Preguntamos, pues: ¿Nos interesan nuestros miedos particulares o estamos interesados en la totalidad del miedo? ¿Nos interesa el árbol completo, no sólo una de sus ramas? Porque, a menos que comprendamos cómo vive el árbol, el agua que requiere, la profundidad del suelo y demás, el mero podar las ramas nada logrará; debemos llegar hasta la propia raíz del miedo.
¿Cuál es, entonces, la raíz del miedo? No esperen que yo responda a eso. No soy el líder de ustedes, no soy su ayudador, su guru, ¡gracias a Dios! Estamos juntos, como dos hermanos y quien les habla quiere decir exactamente eso, no son meras palabras. Como dos buenos amigos que se han conocido el una al otro desde el principio del tiempo y que caminan juntos por el mismo sendero, al mismo paso y mirando todo lo que existe alrededor de ellos y dentro de ellos, así, juntos, investigaremos esto. De lo contrario, todo se vuelve tan sólo palabras y, al final, ustedes dirán: "Realmente, ¿qué he de hacer con mi miedo?"
El miedo es muy complejo. Es una reacción tremenda. Si están alerta a él, verán que es una conmoción, no sólo biológica, orgánica, sino que es también una conmoción para el cerebro. El cerebro tiene la capacidad, como uno lo descubre -no por lo que dicen otros-, de permanecer sano a pesar de una conmoción. No lo sé todo al respecto, pero la conmoción misma invita a su propia protección. Si lo investigan en sí mismos, lo verán. El miedo es, entonces, una conmoción; puede ser momentánea o continuar en diferentes formas, con distintas expresiones, distintas modalidades. Vamos, pues, a llegar a la mismísima raíz del miedo. Par comprender esta raíz tenemos que comprender el tiempo; el tiempo como ayer, el tiempo como hoy y el tiempo como mañana. Recuerdo algo que he hecho, y el recuerdo de eso hace que me avergüence, que me sienta nervioso, aprensivo o temeroso, todo lo cual prosigue hacia el futuro. He estado furioso, celoso, envidioso -eso es el pasado-. Sigo siendo envidioso, con ligeras modificaciones; soy bastante generoso respecto de las cosas, pero la envidia continúa. Todo este proceso es tiempo, ¿verdad?
¿Qué consideran ustedes que es el tiempo? ¿El tiempo del reloj, la salida y puesta del Sol, la estrella vespertina, la Luna nueva con la Luna llena que aparece dos semanas después? ¿Qué es el tiempo para ustedes? ¿Tiempo para aprender un arte? ¿Tiempo para aprender un idioma, para escribir una carta, para llegar desde donde estén a sus casas? Todo eso es tiempo como distancia, ¿correcto? Tengo que ir desde aquí hasta allá. Ésa es una distancia que el tiempo cubre. Pero el tiempo es también interno, psicológico: soy esto, debo llegar a ser aquello. El llegar a ser aquello se llama evolución. La evolución implica desde la semilla al árbol. Y también significa: "Soy ignorante, pero aprenderé. No sé, pero sabré. Denme tiempo para librarme de la violencia." ¿Están siguiendo todo esto? "Denme tiempo." Denme unos cuantos días, un mes, un año, y me libraré de la violencia. Vivimos, pues, a base de tiempo; no sólo el ir a la oficina todos los días de nueve a seis. ¡Dios no lo permita!, sino también tiempo para llegar a ser alguna cosa. ¿Comprenden todo esto? ¿Sí? ¿Comprenden el tiempo, el movimiento del tiempo? Yo he tenido miedo de usted; ese miedo sigue estando allí y yo tendré miedo de usted mañana. Espero que no, pero si no hago algo muy drástico al respecto, mañana tendré miedo de usted. Así que vivimos a base de tiempo. Por favor, seamos claros en esto. Vivimos a base de tiempo. O sea: estoy vivo, moriré. Pospondré la muerte tanto como me sea posible; estoy vivo y voy a hacerlo todo para evitar la muerte, aunque ésta sea inevitable. De modo que, tanto psicológicamente como biológicamente, vivimos a base de tiempo.
¿Es el tiempo un factor del miedo? Por favor, investiguen. El tiempo: he dicho una mentira y no quiero que el otro lo sepa; pero el otro es muy sagaz, me mira y dice: "Me has mentido." "¡No!, no he mentido." (Me protejo instantáneamente porque temo que el otro descubra que soy un mentiroso.) Tengo miedo por algo que he hecho y que no quiero que el otro conozca. ¿Qué implica eso? Pensamiento, ¿no es así? He hecho algo que recuerdo, y ese recuerdo dice: "Ten cuidado, no dejes que él descubra que has mentido, porque tienes una buena reputación de hombre honesto, así que debes protegerte." De modo que el pensar y el tiempo están juntos, no hay entre ellos división alguna. Tenga esto en claro, de lo contrario, después van a confundirse bastante. El proceso que da origen al miedo, la raíz del miedo, es tiempo/pensamiento.
¿Está claro para nosotros que el tiempo -es decir, el pasado con todas las cosas que uno ha hecho- y el pensamiento -agradable o desagradable, especialmente si es desagradable- son la raíz del miedo? Éste es un hecho obvio; verbalmente, es un hecho simple. Pero para ir más allá de la palabra y ver la verdad de esto, uno deberá inevitablemente preguntarse: ¿Cómo puede detenerse el pensamiento? Es una pregunta natural, ¿no? Si el pensamiento crea miedo, lo cual es tan obvio, entonces, ¿cómo he de detener el pensar? "¡Por favor!, ayúdeme a detener mi pensar". Yo sería un asno si pidiera una cosa semejante, pero pregunto: ¿Cómo he de detener el pensar? ¿Es eso posible? Prosigan, señores, investiguen, no dejen que sea yo el que prosiga. El pensar... Vivimos a base del pensar. Todo lo que hacemos, lo hacemos basados en el pensamiento.
¿Es, entonces, posible detener el pensar? ¿Es posible no parlotear todo el día, dar un descanso al cerebro, aunque éste tenga su propio ritmo -la sangre que asciende hacia él-, su propia actividad? Su actividad, no la que impone el pensamiento, ¿comprenden?
¿Puede, quien les habla, señalar que ésa es una pregunta equivocada? ¿Quién es el que detiene el pensar? Sigue siendo el pensamiento, ¿no es así? Cuando yo digo: "Si sólo pudiera dejar de pensar, no tendría miedo", ¿quién es el que desea detener el pensamiento? Sigue siendo el pensamiento, ¿no es así?, el pensamiento que desea algo más.
Entonces, ¿qué harán? Cualquier movimiento del pensar con el fin de ser otra cosa que lo que es, sigue siendo pensamiento. Soy codicioso, pero "no debo" ser codicioso; eso sigue siendo el pensar. El pensar a creado todos los objetos, todas esas cosas que tienen lugar en las iglesias. Por lo visto, el pensamiento es la raíz misma de nuestra existencia. De modo que la cuestión que planteamos es muy seria. Vemos lo que el pensamiento ha hecho: ha inventado las cosas más extraordinarias, la computadora, los buques de guerra, los mísiles, la bomba de hidrógeno, la cirugía, la medicina, y también las cosas que le han permitido hacer al hombre, como ir a la Luna, etcétera. Y el pensamiento es la raíz misma del miedo. ¿Vemos eso? No cómo terminar con el pensamiento, sino ver realmente que el pensar es la raíz del miedo, el cual es tiempo. Ver, no las palabras, sino ver, de hecho. Cuando tenemos un dolor severo, el dolor no es diferente de uno mismo y uno actúa instantáneamente, ¿verdad? Entonces, ¿ven ustedes tan claramente como ven el reloj, como ven la pantalla de su monitor, ven de ese modo que el pensamiento es el factor causante del miedo? No pregunten: "¿Cómo he de verlo?" Tan pronto preguntan "cómo", aparece alguien que está dispuesto a ayudarles; entonces ustedes se convierten en su esclavo. Pero si ven por sí mismos que el pensamiento y el tiempo son, realmente, la raíz del miedo, ello no necesita deliberación ni decisión. Un escorpión es venenoso, una serpiente es venenosa; en el instante mismo de percibirlos, uno actúa.
Nos preguntamos, entonces: ¿Por qué no vemos? ¿Por qué no vemos que una de las causas de la guerra son las nacionalidades? ¿Por qué no vemos que uno puede llamarse musulmán y otro cristiano? ¿Por qué peleamos por nombres, por propaganda? ¿Vemos eso, o sólo memorizamos o pensamos al respecto? Comprendan, señores, que la conciencia de ustedes es la del resto de la humanidad. La humanidad, igual que ustedes y otros, pasa por toda clase de dificultades, experimenta pena, afán, ansiedad, soledad, depresión, dolor, placer... todos y cada uno de los seres humanos en el mundo pasan por esto. De modo que nuestra conciencia, nuestro ser, es toda la humanidad. Es así. ¡Cuán renuentes somos a aceptar un hecho tan simple! Es que estamos muy acostumbrados al individualismo: yo y lo mío antes que nada. Pero si vemos que la conciencia de cada uno de nosotros es compartida por todos los demás seres humanos que viven en esta Tierra maravillosa, entonces cambia toda nuestra manera de vivir. Los argumentos, la persuasión, la presión, la propaganda son terriblemente inútiles, porque tenemos que ver esto por nosotros mismos.
Entonces, ¿puede cada uno de nosotros, que es el resto de la humanidad, que es la humanidad, mirar un hecho muy simple? ¿Observar, ver, que el pensamiento y el tiempo son los factores que dan origen al miedo? Entonces, la percepción misma es la acción. Y, a partir de ahí, uno ya no depende de nadie. Véanlo muy claramente. Entonces uno es un ser humano libre.

jueves, 23 de mayo de 2013

LEY DE MURPHY y otras leyes!!








  • AXIOMA DEL SEÑOR COLE.La cantidad total de inteligencia del planeta permanece constante. La población, sin embargo, sigue aumentando.

  • PRIMERA LEY DEL DEBATE.No discuta nunca con un tonto. Puede que la gente no aprecie la diferencia.

  • LEY DE NAESER.Puede hacer algo a prueba de tontos, pero no puede hacer nada a prueba de ese maldito tonto.

  • LEY DE HUTCHINS.No se puede hablar más que un hombre que no sabe de lo que está hablando.

  • DEFINICIÓN DE WEBWER.Un experto es aquel que sabe cada vez más sobre menos cosas, hasta que sabe absolutamente todo sobre nada.

  • LEY DE EDWARDS SOBRE EL ESFUERZO/TIEMPO.Esfuerzo x Tiempo = Constante.
    Dado un tiempo inicial grande para hacer algo, el esfuerzo inicial será pequeño.
    A medida que el tiempo se aproxima a cero, el esfuerzo tiende a infinito.


    • Corolario.
      Si no fuera por el último minuto, no se haría nada.

  • LEY DE LA EXACTITUD.Cuando se está trabajando para encontrar la solución a un problema, siempre resulta de gran ayuda saber la respuesta.

  • LEY DE VAN HERPEN.La solución de un problema consiste en encontrar a alguien que lo resuelva.

  • PRINCIPIO DE PETER.En cualquier jerarquía, todo empleado tiende a incrementar su nivel de incompetencia.

    • Corolarios.
      1. Con el tiempo, todos los puestos tienden a que los ocupe un empleado incompetente.
      2. El trabajo lo realiza un empleado que todavía no ha alcanzado el nivel ideal de incompetencia.

  • LEY DE JONES.El hombre capaz de sonreir cuando las cosas van mal, ya ha pensado a quién le echará la culpa.

  • LEY DE THIESSEN SOBRE LA GASTRONOMIA.La dureza de la mantequilla es directamente proporcional a la blandura de la tostada.

  • LEY DE GLUCK.Dé las vueltas que dé antes de entrar en el ascensor, los botones siempre estarán a su espalda.

  • LEY DE NORRIS.La ola de calor aparece justo cuando se estropea el aire acondicionado de la oficina.

  • LEY DE SIR WALTER.La tendencia del humo de un cigarrillo, parrilla, fuego de campamento, etc., a dirigirse a la cara de una persona es directamente proporcional a la sensibilidad de esa persona al humo.

  • LEY DE THOMAS.El que no quiere jugar es el que gana todas las manos.

  • LEY DE TODD.Si todo sigue igual, usted perderá.

    • Corolario.
      Si todo se pone a su favor, perderá lo mismo.

  • LEY DE JENSEN.Gane o pierda, perderá.

  • LEY DE TELESCO SOBRE LA ENFERMERIA.Existen dos tipos de esparadrapo: el que no se pega y el que no puede despegarse.

  • LEY DE WALKER PARA EL TRABAJO DOMÉSTICO.Siempre hay más ropa para lavar que ropa limpia.

    • Refutación de Clive a la Ley de Walker.
      Si está limpia, no es ropa.

  • DILEMA DE DINER.Las corbatas limpias atraen la sopa.

  • COMENTARIO DE CHURCHILL SOBRE EL HOMBRE.En ocasiones, el hombre tropieza con la verdad pero, casi siempre, evita caerse y sigue adelante.

Amistad verdadera

DEDICADO A MI AMIGA LINA GRACIAS POR ESTAR
Ninguna relación puede funcionar si no aceptamos a las personas como realmente son en su vida pública. Como seres humanos tendemos a querer cambiar a los demás y hacerlos a la manera que a nosotros nos parecen que deben ser.

Es cierto que debemos ser una influencia positiva para los demás; no hay nada malo que imitemos lo bueno de ellos y que ellos, a su vez, imiten lo bueno de nosotros, pero los cambios que se realizan en una persona deben hacerse porque ella así lo desea y no por nuestro afán de cambiarla.

Hay seres humanos que no tienen amigos, porque quieren que las personas con quienes se relacionan sean perfectas, pero, hasta donde se sabe, aún no nace la persona perfecta, solamente el ente perfecto es Dios.

Todos tenemos defectos. Muchos de nuestros defectos son productos de la herencia de nuestros padres y abuelos, la educación, el medio. Cuando una persona confía en nosotros y nos demuestra su afecto, debemos ver lo positivo que hay en ella y la oportunidad de enriquecernos aprendiendo de sus virtudes y aceptándola con sus defectos, que son muchos.

Muchas de las grandes amistades que han existido se han formado entre personas totalmente diferentes tanto en carácter como en pensamiento, y muy diferentes entre sí. El cine y la televisión, a través de su historia, han creado a los personajes de muchas de sus series basados en este simple principio.

Es importante entender que todos somos diferentes y que la verdadera amistad consiste en armonizar nuestras diferencia y apreciar más a fondo lo mejor de nuestros amigos, aceptando aquello que no es placentero, pero que forma parte de su carácter y personalidad.

La lealtad es quizás la característica, por excelencia, de una buena amistad. Algunas veces, por trabajo, estudios u otras preocupaciones, no es posible muchas veces ver a los amigos con la frecuencia que quisiéramos. Llamar a nuestros amigos por lo menos para saludarlos ó escribirles, y saber cómo están tanto de salud como por su familia, es una forma de lealtad; obviamente olvidarnos de ellos es una deslealtad de nuestra parte.

Quizás la forma clásica de demostrar lealtad hacia nuestros amigos, es impedir a toda costa que otras personas hablen mal de nuestros amigos, cuando no están presentes y no se pueden defender de ese ataque. Esto no es fácil. Es necesario armarse de valor para decirle a quien habla mal, que se detenga en ese momento, y que si tiene que decir algo de nuestro amigo ó amiga, que lo diga de frente a las personas que insultó.

También se demuestra la lealtad estando con nuestros amigos ó amigas en las buenas ó en las malas. Especialmente si están enfermas. Es más, la verdadera amistad se demuestra en los momentos de prueba, en los momentos más difíciles.

Es muy común que cuando una persona vive en la prosperidad le sobren amigos. Esto es fácilmente observable entre los artistas de cine, los deportistas famosos, y otras personas que hacen vida pública y ganan por supuesto mucho dinero. Pero, ¿qué sucede cuando se acaba el dinero? La gran mayoría de los pseudo amigos desaparecen de la faz de la tierra. En una verdadera amistad no hay interés material, el único interés que prevalece es el que se tiene por la persona misma. Interés por disfrutar juntos lo positivo de la vida; interés por crecer juntos; interés por aprender juntos; interés por disfrutar de la compañía de los amigos sin importar si son ricos ó pobres, si te pueden dar algo ó no.

Muchas personas tienen amigos sólo para su beneficio propio. El interés genuino se manifiesta en las personas, no en las cosas materiales.

Como amigos podemos sentir empatía y solidarizarnos especialmente con el sufrimiento de quienes queremos de verdad. Los verdaderos y auténticos amigos tienen la capacidad de entender y compartir los problemas, los sentimientos, las alegrías, en fin, las emociones en sí mismas, pero sin hacer juicios. Cualquier alegría es mucho más grande, cuando se comparte con alguien; cualquier tristeza es más llevadera cuando se puede descargar en un amigo ó una amiga.


El sufrimiento


Por una parte existe el dolor físico, que siempre se produce por alguna razón y nos aporta alguna enseñanza, y por otra, el sufrimiento o el dolor psicológico. El sufrimiento tiene su origen en la propia reacción ante los hechos y no en la realidad de lo que está ocurriendo. No lo produce la realidad, sino la mente en la que se arraiga el deseo, la exigencia, los prejuicios, los miedos, etc. Por ejemplo, si vamos al campo, llueve y nos enfadamos, la causa del enfado no está en la lluvia, sino en la propia reacción, porque se han contrariado los propios planes y deseos. Si se tienen problemas quiere decir que se vive dormido. Uno mismo crea los problemas. La realidad sólo plantea dificultades que es preciso resolver. Si vemos que el sufrimiento que nos aflige lo producimos nosotros mismos y no los demás, quiere decir que estamos despertando. Cuando nos veamos cansados de sufrir, ese será un buen momento para despertar.

Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto, indudablemente, no ofrece la comprensión del sufrimiento. No es lo mejor establecer como fin hacer desaparecer el sufrimiento, pues esto no es más que un movimiento más de nuestra propia mente, siempre limitada y condicionada. Si desarrollamos la suficiente madurez como para comprender el deseo de huir del sufrimiento comenzamos a comprender cuál es su contenido, qué es lo que nos quiere enseñar. Es muy importante comprender este punto.

Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso, hablamos del fin del dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos. Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho. Pero la mayoría de nosotros no es consciente de nada. No somos conscientes de nuestros amigos, de nuestra esposa, de nuestros hijos ni de los continuos movimientos sutiles que se producen en nuestro interior.

Para comprender es necesario amar. Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Si queremos comprender algo -a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación-, si queremos comprender algo completamente, necesitamos estar muy cerca de ello. Es preciso llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, tenemos que mirarlo sin condicionamientos. Debemos ser conscientes de la persona o de la situación, lo cual implica que debemos amarla. De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Pero no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización. Así pues, las palabras y la mente me impiden ser conscientes del dolor y de todas las cosas. Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor, y esto nos impide ser uno con él. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse.

De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento. Éste es una perturbación en diferentes niveles de la persona, en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta. Nuestro hijo ha muerto o se ha marchado. Habíamos erigido en torno a él todas nuestras esperanzas; o en torno a nuestra hija, o de nuestro esposo, o de lo que sea. Lo teníamos en un altar, junto a todas las cosas que deseábamos que él fuera; o hemos tenido un compañero y de pronto se ha ido, ya conocemos todo eso. A esta perturbación le llamamos sufrimiento.

Al no gustarnos el sufrimiento y desear escapar de él comenzamos a preguntarnos por las razones de por qué sufrimos y, a continuación, justificamos nuestro sufrimiento. Nos decimos a nosotros mismos todos lo que queríamos a esa persona o a esa posesión que hemos perdido e inconscientemente tratamos de encontrar un escape en las palabras y en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.

Pero si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento sencillamente sucede que captamos el sufrimiento, pero no como una cosa distinta de nosotros mismos, no como observadores que observan el sufrimiento, sino que éste forma parte de nosotros mismos, es decir, la totalidad de nosotros mismos sufre. Entonces podemos seguir el movimiento del dolor y ver hacia dónde nos conduce. Si captamos de esta manera el dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.

Entonces veremos que hemos puesto el énfasis en el ego, no en la persona, cosa o situación que amamos y se ha ido. Aquella persona, cosa o situación, servía para ocultarnos nuestro propio sufrimiento, para evitar viéramos lo que hay en realidad en nuestro interior, la soledad y el infortunio.

En realidad nos menospreciamos pensando que no somos nada, que no tenemos valor, y creemos que mediante las personas y las cosas somos “algo”. Por eso lloramos, porque cuando terminan nos encontramos solos y abandonados, no lloramos porque se hayan ido.

Es muy difícil llegar a este punto de comprensión. Realmente es difícil reconocerlo y no decir simplemente, "estoy solo ¿Cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de huida, sino ser consciente de este vacío, mantenerse en él y ver su movimiento. Si dejamos que el sufrimiento se manifieste y nos revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.

Innumerables personas y organizaciones están dispuestas para ayudarnos a huir y evadirnos. Todas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus dogmas, con sus esperanzas y sus fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el Karma". Todos nos brindan una salida, bien lo sabemos.

Si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor, en el que nuestra mente se encuentra en silencio. El dolor es una realidad y no una mera palabra, porque aquí la palabra no tiene sentido. El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, respecto a algo que poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo. Es decir, tan sólo sufrimos en relación con algo. El sufrimiento no puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino siempre en relación con algo, con un individuo, con un incidente, con un sentimiento, etc. Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra vida.

El sufrimiento no distinto de nosotros, en realidad no somos simplemente el observador que capta el sufrimiento, sino que nosotros mismos somos ese sufrimiento. Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es diferente de nosotros, somos el sufrimiento. Entonces no estamos separados del dolor, sino que somos el dolor. Ya no le evaluamos, no le juzgamos ni le damos nombre y, por lo tanto, no le rechazamos. Somos ese dolor, sencillamente somos ese sufrimiento, esa sensación de agonía. Cuando somos eso, cuando no le tememos, cuando somos uno con el dolor, no hay nada que hacer.

Entonces ocurre en nosotros una transformación radical. Ya no existe el "yo sufro", porque no hay ego que sufra, y el ego sufre porque nunca nos hemos parado a examinar lo que es el ego. Sólo vivimos de palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y no lo podemos ver por que miramos con intereses y con disciplina.

Debemos mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor” y “sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido. Si en nuestra relación con el sentimiento de dolor no lo consideramos como "algo" aparte de nosotros, no hay problema. Pero en el momento en que consideramos al dolor como "algo" separado de nosotros mismos, sí que surge el problema. Mientras tratamos el sufrimiento como algo fuera de nosotros -sufrimos porque hemos perdido a nuestro hermano, porque no tenemos dinero, por esto o por aquello-, establecemos una relación con ese algo, y esa relación es ficticia. Pero si somos esa cosa, si vemos completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada, y aquello que se considera en su totalidad se comprende y se disuelve. Y así no hay temor y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta que no existe.

Sólo si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por completo diferente. Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.

No es complicado permitir que el sufrimiento se disipe. Las ideas actúan como un escape; las ideas que se han convertido en creencias impiden el vivir completo, la acción completa, el ver lo que es. Son como el árbol que impide ver el bosque. Sólo se puede vivir de forma plena cuando existe un conocimiento propio cada vez más amplio y profundo... más abierto.

Cultivamos la mente haciéndola cada vez más ingeniosa, cada vez más sutil, más astuta, menos sincera y más tortuosa e incapaz de afrontar los hechos. Y cuando desde el centro -el ego- se mira dentro del sufrimiento, lo que hay es sufrimiento, únicamente eso.

La incapacidad de observar es la que da origen al sufrimiento. Cuando se percibe desde el ego esa observación que se obtiene es muy restringida, muy estrecha, muy trivial; y eso engendra sufrimiento. Sabemos que el dolor está ahí; es un hecho, y no hay nada más que conocer. Todos tenemos que vivir con el dolor. En uno mismo y en todas partes se ve sufrimiento, ignorancia y desconcierto. Pero la solución a esta situación se encuentra en investigarnos a nosotros mismos y a todo los que nos rodea, en ver la realidad de las cosas, en ser totalmente conscientes de ellas y obrar adecuadamente.


***


¿Cuál es el significado del dolor, del sufrimiento?
El dolor físico tiene un significado, es producido por alguna razón, pero ahora nos referiremos al sufrimiento psicológico.


¿Por qué deseamos descubrirlo, por qué queremos averiguar la razón por la que sufrimos?

Cuando nos hacemos la pregunta "¿por qué sufro?" y buscamos la causa del sufrimiento, ¿no huimos del sufrimiento? ¿no lo evitamos? El hecho es que sufro; pero en el momento en que la mente se ocupa del sufrimiento y digo ¿por qué?, ya he "aguado", disminuido, la intensidad del sufrimiento.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto, indudablemente, no brinda la comprensión del sufrimiento. Si me libro, pues, de este deseo de huir del sufrimiento, empiezo a comprender cuál es su contenido.
Es muy importante comprender este punto.


¿Qué es el sufrimiento?

El sufrimiento es una perturbación en diferentes niveles de la persona: en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta. Mi hijo ha muerto o se ha marchado. Había erigido en torno a él todas mis esperanzas; o en torno a mi hija, o de mi esposo, o de lo que sea. Lo tenía en un altar, junto a todas las cosas que deseaba que él fuera; o lo he tenido por compañero y de pronto se ha ido, ya conocéis todo eso. A esta perturbación le llamo sufrimiento.


¿Cómo respondemos, normalmente, ante el sufrimiento?

Al no gustarnos el sufrimiento decimos: "¿por qué sufro?", "lo amaba tanto", "él era esto" y "yo tenía aquello"... tratamos de encontrar un escape en las palabras, en los títulos, en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.


¿Qué sucede si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento?

Sencillamente sucede que capto el sufrimiento, no como una cosa distinta de mí, no como un observador que observa el sufrimiento, sino que éste forma parte de mí mismo, es decir, la totalidad de mí mismo sufre. Entonces podemos seguir el movimiento del dolor, ver a dónde conduce. Si capto de esta manera el dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.
Entonces veremos que hemos puesto énfasis en el "yo", no en la persona a quien amo y se ha ido.  Aquella persona, o aquella situación, servía para ocultarnos de nuestro propio sufrimiento, para evitar ver lo que hay en realidad en nuestro interior: la soledad y el infortunio.
Como yo no soy "algo", esperaba que él lo fuese. Aquello ya terminó; estoy abandonado, perdido, solo. Sin él o ella, o aquel estado, nada soy. Por eso lloro. No es que se haya ido; es que estoy abandonado, es que estoy sólo.
Es muy difícil llegar a este punto ¿verdad? Realmente es difícil reconocerlo, y no decir simplemente, "estoy solo ¿cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de huida, sino ser consciente de este vacío, mantenerse en él, ver su movimiento.
Así, gradualmente, si dejamos que el sufrimiento se manifieste y revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.
Por otro lado vemos que existen innumerables personas y situaciones para ayudarnos a huir, y evadirnos; miles de personas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus dogmas, con sus esperanzas y fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el Karma"; todos nos brindan una salida, bien lo sabemos.



Pero si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, ¿Qué ocurre? ¿cuál es el estado de nuestra mente cuando sigue de este modo el proceso del sufrimiento?
Lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor. Y nuestra mente existe en silencio.
El dolor es una realidad y no una mera palabra, la palabra no tiene sentido.
El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, a algo que poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo.
Es decir, cuando hay sufrimiento, éste tan sólo existe en relación con algo. No puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino en relación con algo: un individuo, un incidente, un sentimiento...
Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra vida.



¿Es ese sufrimiento distinto de nosotros, y por lo tanto somos simplemente el observador que capta el sufrimiento, o nosotros mismos somos ese sufrimiento?
Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es diferente de nosotros, somos el sufrimiento. No estamos separados del dolor, somos el dolor.
Así, de esta forma no se le evalúa, no se le juzga, no se le da nombre y, por lo tanto, no se le rechaza: somos ese dolor, simplemente somos ese sufrimiento, esa sensación de agonía. Entonces, cuando somos eso, cuando no le tememos, cuando somos uno con el dolor, no hay nada que hacer.
Ha ocurrido una transformación radical en la persona. Ya no existe el "yo sufro", porque no hay "yo" que sufra, y el "yo" sufre porque nunca nos hemos parado a examinar lo que es el "yo". Sólo vivimos de palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y normalmente no lo podemos ver por que miramos con intereses y con disciplina.
Debemos mirar mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor y sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido.
Si en mi relación con el sentimiento de dolor no lo considero como "algo" aparte de mí, no hay problema. Pero en el momento en que considero al dolor como "algo" separado de mí, sí que hay problema. Mientras trato el sufrimiento como algo fuera de mí (sufro porque he perdido a mi hermano, porque no tengo dinero, por esto o por aquello), establezco una relación con ese algo, y esa relación es ficticia. Pero si soy esa cosa, si veo completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada; y aquello que se considera en su totalidad se comprende, y se disuelve, y así no hay temor, y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta inexistente.




***


Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso: hablamos del fin del dolor.
El conocimiento no pone fin al dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos.
Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho.
La mayoría de nosotros no está en comunión con nada. No estamos en comunión directa con nuestros amigos, con nuestra esposa, con nuestros hijos.
Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos estar en comunión directa con él. Si queremos comprender algo (a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación), si queremos comprender algo completamente, debemos estar cerca de ello. Debemos llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, debemos mirarlo sin condicionamientos. Debemos estar en comunión con la persona o situación, lo cual implica que debemos amarla.
De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos estar en comunión con él. Pero normalmente no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización.
Así pues, las palabras y la mente me impiden estar en comunión con el dolor y con todas las cosas.
Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor y esto nos impide ser uno con él. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse. De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento.
Únicamente si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por completo diferente. Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.
¿Cuál es el significado del dolor, del sufrimiento?
El dolor físico tiene un significado, es producido por alguna razón, pero ahora nos referiremos al sufrimiento psicológico.


¿Por qué deseamos descubrirlo, por qué queremos averiguar la razón por la que sufrimos?

Cuando nos hacemos la pregunta "¿por qué sufro?" y buscamos la causa del sufrimiento, ¿no huimos del sufrimiento? ¿no lo evitamos? El hecho es que sufro; pero en el momento en que la mente se ocupa del sufrimiento y digo ¿por qué?, ya he "aguado", disminuido, la intensidad del sufrimiento.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto, indudablemente, no brinda la comprensión del sufrimiento. Si me libro, pues, de este deseo de huir del sufrimiento, empiezo a comprender cuál es su contenido.
Es muy importante comprender este punto.


¿Qué es el sufrimiento?

El sufrimiento es una perturbación en diferentes niveles de la persona: en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta. Mi hijo ha muerto o se ha marchado. Había erigido en torno a él todas mis esperanzas; o en torno a mi hija, o de mi esposo, o de lo que sea. Lo tenía en un altar, junto a todas las cosas que deseaba que él fuera; o lo he tenido por compañero y de pronto se ha ido, ya conocéis todo eso. A esta perturbación le llamo sufrimiento.


¿Cómo respondemos, normalmente, ante el sufrimiento?

Al no gustarnos el sufrimiento decimos: "¿por qué sufro?", "lo amaba tanto", "él era esto" y "yo tenía aquello"... tratamos de encontrar un escape en las palabras, en los títulos, en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.


¿Qué sucede si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento?

Sencillamente sucede que capto el sufrimiento, no como una cosa distinta de mí, no como un observador que observa el sufrimiento, sino que éste forma parte de mí mismo, es decir, la totalidad de mí mismo sufre. Entonces podemos seguir el movimiento del dolor, ver a dónde conduce. Si capto de esta manera el dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.
Entonces veremos que hemos puesto énfasis en el "yo", no en la persona a quien amo y se ha ido.  Aquella persona, o aquella situación, servía para ocultarnos de nuestro propio sufrimiento, para evitar ver lo que hay en realidad en nuestro interior: la soledad y el infortunio.
Como yo no soy "algo", esperaba que él lo fuese. Aquello ya terminó; estoy abandonado, perdido, solo. Sin él o ella, o aquel estado, nada soy. Por eso lloro. No es que se haya ido; es que estoy abandonado, es que estoy sólo.
Es muy difícil llegar a este punto ¿verdad? Realmente es difícil reconocerlo, y no decir simplemente, "estoy solo ¿cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de huida, sino ser consciente de este vacío, mantenerse en él, ver su movimiento.
Así, gradualmente, si dejamos que el sufrimiento se manifieste y revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.
Por otro lado vemos que existen innumerables personas y situaciones para ayudarnos a huir, y evadirnos; miles de personas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus dogmas, con sus esperanzas y fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el Karma"; todos nos brindan una salida, bien lo sabemos.



Pero si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, ¿Qué ocurre? ¿cuál es el estado de nuestra mente cuando sigue de este modo el proceso del sufrimiento?
Lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor. Y nuestra mente existe en silencio.
El dolor es una realidad y no una mera palabra, la palabra no tiene sentido.
El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, a algo que poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo.
Es decir, cuando hay sufrimiento, éste tan sólo existe en relación con algo. No puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino en relación con algo: un individuo, un incidente, un sentimiento...
Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra vida.



¿Es ese sufrimiento distinto de nosotros, y por lo tanto somos simplemente el observador que capta el sufrimiento, o nosotros mismos somos ese sufrimiento?
Cuando no hay un observador que sufre el sufrimiento no es diferente de nosotros, somos el sufrimiento. No estamos separados del dolor, somos el dolor.
Así, de esta forma no se le evalúa, no se le juzga, no se le da nombre y, por lo tanto, no se le rechaza: somos ese dolor, simplemente somos ese sufrimiento, esa sensación de agonía. Entonces, cuando somos eso, cuando no le tememos, cuando somos uno con el dolor, no hay nada que hacer.
Ha ocurrido una transformación radical en la persona. Ya no existe el "yo sufro", porque no hay "yo" que sufra, y el "yo" sufre porque nunca nos hemos parado a examinar lo que es el "yo". Sólo vivimos de palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que sufre". Y normalmente no lo podemos ver por que miramos con intereses y con disciplina.
Debemos mirar mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor y sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido.
Si en mi relación con el sentimiento de dolor no lo considero como "algo" aparte de mí, no hay problema. Pero en el momento en que considero al dolor como "algo" separado de mí, sí que hay problema. Mientras trato el sufrimiento como algo fuera de mí (sufro porque he perdido a mi hermano, porque no tengo dinero, por esto o por aquello), establezco una relación con ese algo, y esa relación es ficticia. Pero si soy esa cosa, si veo completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada; y aquello que se considera en su totalidad se comprende, y se disuelve, y así no hay temor, y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta inexistente.




***


Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso: hablamos del fin del dolor.
El conocimiento no pone fin al dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos.
Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho.
La mayoría de nosotros no está en comunión con nada. No estamos en comunión directa con nuestros amigos, con nuestra esposa, con nuestros hijos.
Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos estar en comunión directa con él. Si queremos comprender algo (a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación), si queremos comprender algo completamente, debemos estar cerca de ello. Debemos llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, debemos mirarlo sin condicionamientos. Debemos estar en comunión con la persona o situación, lo cual implica que debemos amarla.
De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos estar en comunión con él. Pero normalmente no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización.
Así pues, las palabras y la mente me impiden estar en comunión con el dolor y con todas las cosas.
Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor y esto nos impide ser uno con él. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse. De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento.
Únicamente si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por completo diferente. Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es comprendido y disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.

Aprovecha lo que tienes

Cuánto tienes a tu alcance para hacer algo no es ni por asomo tan importante como lo que decidas hacer con ello. Muchísima gente que se volv...