El miedo es una emoción dolorosa, excitada por la proximidad de un peligro, real o imaginario, y que está acompañada por un vivo deseo de evitarlo y de escapar de la amenaza. Es un instinto común a todos los seres humano del que nadie está completamente libre. Nuestras actitudes ante la vida están condicionadas en gran medida por esos temores que brotan de nuestro interior, en grados tan diversos que van desde la simple timidez hasta el pánico desatado, pasando por la alarma, el miedo y el terror.
A los seres humanos se nos lastima desde la infancia. Todos hemos padecido la presión, con su sentido de la recompensa y el castigo. Se nos dice algo que nos causa enojo y nos lastima. Se nos hiere desde la infancia y por el resto de nuestra existencia cargamos con esa herida, temerosos de que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo una forma de resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que por ellas creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo.
En casi todas nuestras motivaciones subyace algún tipo de temor que frena y condiciona nuestros actos. Este hecho ha sido largamente conocido y aprovechado, a través de los tiempos, por algunas personas para ejercer dominio sobre otras. Las doctrinas religiosas, con diablos de fuego y azufre para castigar a los malos, constituyen algunos ejemplos de una variada gama de "abusos del terror" que ha ido transformándose hasta adquirir formas más suaves en nuestros días.
Los seres humanos hemos tolerado el miedo durante miles de años como una forma esencial de ejercer la autoridad. Y nosotros toleramos el miedo, tal como lo han hecho nuestros padres, nuestros abuelos y toda la raza en la que hemos nacido. Todas las sectas, los dioses y los rituales se basan en el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado extraordinario.
Algunos de estos temores antinaturales se denominan fobias. Quienes los padecen no se ven amenazados por ninguna causa objetiva ni próxima y, sin embargo, son incapaces de liberarse de sus sentimientos negativos. Los hay que temen a las ratas, a la oscuridad o a las tormentas. Algunos tienen miedo a la soledad, otros a las grandes muchedumbres y muchos se espantan cuando penetran en espacios cerrados, como túneles, ascensores, etc. En estos casos el temor es para la mente lo que la parálisis para el cuerpo. Es el principio de todos los males, pues a un cobarde los temores le exponen a todo tipo de peligros. Cuando el miedo es constante perdemos la confianza en nosotros mismos y en nuestra propia capacidad, nos sentimos incompetentes y abocados al fracaso. Además, los temores imaginarios causan enfermedades, consumen la energía del cuerpo y producen desasosiego y pérdida de vitalidad.
El miedo toma diferentes formas, miedo a no ser recompensados, miedo de fracasar, miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a cierto punto y no ser capaces de lograrlo, miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la sociedad, miedo de morir, etc. Pero no estamos hablando de los diferentes aspectos que toma el miedo. El miedo es como un árbol que tiene muchas ramas, y aquí nos referimos a de la raíz misma de ese árbol, no de nuestra forma particular de miedo.
Es muy normal creer que un cierto grado de temor nos ayuda a progresar y que es un estímulo para el cumplimiento de nuestro deber. Pero esto no es cierto, el temor no es bueno ni saludable. No es lo más adecuado justificar el miedo, pues éste únicamente nos coacciona. Desde el miedo no puede surgir ni el conocimiento ni la sabiduría. El miedo nos aparta de la realidad y nos hace entrar en un mundo subjetivo, paralizante y desbordante. El problema de la humanidad reside en que los seres humanos tememos. Tenemos miedo porque nos aferramos a cosas y a personas que, por sí mismas, no se pueden “poseer”. Tememos por nuestro buen nombre y posición, por nuestra familia y posesiones. A medida que adquirimos bienes, fama y poder, adquirimos también el temor a perderlos y la constante preocupación de velar por su salvaguardia. Nos convertimos siempre en víctimas de nuestra propia ansia y ambición. Quien posee teme, y éste es un defecto común, en distintos grados, de casi toda la humanidad.
Para que se disipe el temor es preciso ser conscientes de él. Nuestra conducta suele estar siempre inspirada en la ignorancia y en el temor, y mientras nos hallemos en la oscuridad de la inconsciencia el temor permanecerá donde está. Pero una persona inteligente se encuentra libre de todo temor, y todos podemos serlo. Si podemos descubrir la causa fundamental de nuestro miedo entonces podemos hacer algo al respecto y cambiar la causa. Y si descubrimos cuál es su causa, la raíz, y la descubrimos por nosotros mismos, habremos terminado automáticamente con ella. Si vemos el proceso que da origen al miedo, o vemos sus múltiples causas, entonces, esa percepción misma pone fin a la causa.
El miedo es muy complejo. Es una reacción tremenda. Si estamos alertas a él veremos que es una conmoción, no sólo biológica, orgánica, sino que es también una conmoción para el cerebro. Es una conmoción, puede ser momentánea o continuar en diferentes formas, con distintas expresiones, distintas modalidades. Para comprender la raíz del miedo tenemos que comprender el tiempo, el tiempo como ayer, el tiempo como hoy y el tiempo como mañana. Recordamos algo que hemos hecho, y el recuerdo de eso hace que nos avergoncemos, que nos sintamos nerviosos, aprensivos o temerosos, todo lo cual prosigue hacia el futuro. Y todo este proceso es tiempo.
El tiempo para casi todos es el tiempo del reloj, el tiempo de la salida y la puesta del Sol que ocurre todos los días. Es el tiempo para aprender un arte, un idioma, para escribir una carta, para llegar a algún sitio desde donde está tu casa. Todo eso es tiempo como distancia, como espacio, Tenemos que ir desde aquí hasta allá. Ésa es una distancia que el tiempo cubre. Pero el tiempo puede ser también interno, psicológico: soy esto, debo llegar a ser aquello. El llegar a ser aquello se llama evolución. La evolución implica el desarrollo de un vegetal desde la semilla al árbol. Pero también significa: "Soy ignorante, pero aprenderé; no sé, pero sabré; denme tiempo para librarme de la violencia." "Denme tiempo." Denme unos cuantos días, un mes, un año, y me libraré de la violencia. Vivimos, pues, a base de tiempo; no sólo es tiempo el ir al trabajo de ocho a seis, sino que también necesitamos tiempo para llegar a ser alguna cosa. Necesitamos comprender el tiempo, con todo su movimiento, pues vivimos en él, tanto psicológicamente como biológicamente.
Todos hemos hecho cosas que no queremos que se sepan, porque si así fuera nuestra reputación se vería mermada. Son recuerdos, pensamientos, que reclaman que nos protejamos. Así que el tiempo y el pensamiento van juntos, no hay entre ellos división alguna. Si no tenemos esto bien claro nos confundiremos en la vida. El proceso que da origen al miedo, la raíz del miedo es el binomio tiempo/pensamiento.
El pasado, con todas las cosas que hemos hecho, y el pensamiento, dándoles el valor de agradables o desagradables, son las raíces del miedo. Este es un hecho obvio, verbalmente es un hecho simple, pero para verlo en toda su profundidad, para ir más allá de las palabras, es preciso que nos preguntemos si podemos detener el pensamiento. Si el pensamiento crea el miedo, detener el pensar disuelve el miedo.
Todo lo que hacemos lo hacemos mediante el pensamiento. Pero preguntarnos si podemos detener el pensamiento es una pregunta poco acertada, pues quien quiere detener el pensar sigue siendo el mismo pensamiento. Cuando pensamos que si dejamos de pensar no tendremos miedo, quién desea detener el pensamiento sigue siendo el propio pensamiento. Sigue siendo el mismo pensamiento que ahora desea algo más.
Cualquier pensamiento que tenga el propósito que seamos otra cosa que lo que somos sigue siendo pensamiento. Somos codiciosos, pero "no debemos" ser codiciosos; eso sigue siendo pensar. El pensamiento es la raíz misma de nuestra existencia, de modo que la cuestión que planteamos es muy seria. El pensar ha creado todos los objetos, también todas esas cosas que se encuentran en los lugares donde se reúnen las personas llamadas “religiosas”. Vemos lo que el pensamiento ha hecho, ha inventado las cosas más extraordinarias, los ordenadores, los buques de guerra, los misiles, la bomba de hidrógeno, la cirugía, la medicina, y también vemos las cosas que nos ha permitido hacer, como ir a la Luna, etc. Pero el pensamiento es la raíz misma del miedo.
Es preciso que veamos todo esto y no pensar en cómo terminar con el pensamiento. Tenemos que ver realmente que el pensar es la raíz del miedo, el cual es tiempo. Ver, no utilizar las palabras, sino ver el hecho. Cuando tenemos un dolor severo, el dolor no es diferente de nosotros mismos y actuamos instantáneamente. Necesitamos ver tan claramente como vemos las cosas que nos rodean que el pensamiento es el factor causante del miedo. Si vemos por nosotros mismos que el pensamiento y el tiempo son, realmente, la raíz del miedo, ello no necesita deliberación ni decisión. Un escorpión es venenoso, una serpiente es venenosa, y en el instante mismo en que lo percibimos actuamos, no necesitamos perder el tiempo en pensamientos.
Debemos ver que el tiempo y el pensamiento son las fuentes del miedo. Tenemos que ver las cosas, ver la realidad, lo que es, y no sólo memorizar o pensar al respecto. Es necesario que pongamos todo nuestro ser en descubrir la relación que tenemos con el mundo, y comprobar en esta relación con él que no nos hallamos separados del resto del mundo, sino que somos el resto del mundo.
Es preciso comprender que nuestra mente y nuestra consciencia son la consciencia y la mente de la humanidad. Dondequiera que uno vaya el ser humano está sufriendo, ansioso, inseguro, solitario, desesperado en su soledad, agobiado por el dolor. De modo que nuestra consciencia, nuestro ser, es toda la humanidad. Psicológicamente cada uno es la humanidad, no está separado del resto de los seres humanos. La idea de que uno es un individuo con una mente especialmente suya es un absurdo, porque el cerebro ha evolucionado través del tiempo. Es el cerebro de la humanidad, y ese cerebro forma parte de la humanidad, genéticamente, etc. Por lo tanto uno es el mundo y el mundo es uno mismo. No se trata de una idea, de un concepto o de un desatino utópico; es un hecho. Y esa mente humana se halla por completo confusa, con miedo y sufriendo.
Esto es así, pero en general somos muy reacios a aceptar un hecho tan simple. Ocurre que estamos muy acostumbrados al individualismo, yo y lo mío antes que nada. Pero si vemos que la consciencia de cada uno de nosotros es compartida por todos los demás seres humanos que viven en esta Tierra maravillosa, entonces cambia toda nuestra manera de vivir. Los argumentos, la persuasión, la presión, la propaganda son terriblemente inútiles, porque tenemos que ver esto por nosotros mismos.
Entonces, cada uno de nosotros, que es el resto de la humanidad, que es la humanidad, debe mirar un hecho muy simple, observar, ver, que el pensamiento y el tiempo son los factores que dan origen al miedo. Entonces, la percepción misma es la acción. Y, a partir de ahí, uno ya no dependemos de nadie. Si lo vemos muy claramente entraremos en una dimensión espiritual de la que surgirá la libertad.
A los seres humanos se nos lastima desde la infancia. Todos hemos padecido la presión, con su sentido de la recompensa y el castigo. Se nos dice algo que nos causa enojo y nos lastima. Se nos hiere desde la infancia y por el resto de nuestra existencia cargamos con esa herida, temerosos de que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo una forma de resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que por ellas creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo.
En casi todas nuestras motivaciones subyace algún tipo de temor que frena y condiciona nuestros actos. Este hecho ha sido largamente conocido y aprovechado, a través de los tiempos, por algunas personas para ejercer dominio sobre otras. Las doctrinas religiosas, con diablos de fuego y azufre para castigar a los malos, constituyen algunos ejemplos de una variada gama de "abusos del terror" que ha ido transformándose hasta adquirir formas más suaves en nuestros días.
Los seres humanos hemos tolerado el miedo durante miles de años como una forma esencial de ejercer la autoridad. Y nosotros toleramos el miedo, tal como lo han hecho nuestros padres, nuestros abuelos y toda la raza en la que hemos nacido. Todas las sectas, los dioses y los rituales se basan en el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado extraordinario.
Algunos de estos temores antinaturales se denominan fobias. Quienes los padecen no se ven amenazados por ninguna causa objetiva ni próxima y, sin embargo, son incapaces de liberarse de sus sentimientos negativos. Los hay que temen a las ratas, a la oscuridad o a las tormentas. Algunos tienen miedo a la soledad, otros a las grandes muchedumbres y muchos se espantan cuando penetran en espacios cerrados, como túneles, ascensores, etc. En estos casos el temor es para la mente lo que la parálisis para el cuerpo. Es el principio de todos los males, pues a un cobarde los temores le exponen a todo tipo de peligros. Cuando el miedo es constante perdemos la confianza en nosotros mismos y en nuestra propia capacidad, nos sentimos incompetentes y abocados al fracaso. Además, los temores imaginarios causan enfermedades, consumen la energía del cuerpo y producen desasosiego y pérdida de vitalidad.
El miedo toma diferentes formas, miedo a no ser recompensados, miedo de fracasar, miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a cierto punto y no ser capaces de lograrlo, miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la sociedad, miedo de morir, etc. Pero no estamos hablando de los diferentes aspectos que toma el miedo. El miedo es como un árbol que tiene muchas ramas, y aquí nos referimos a de la raíz misma de ese árbol, no de nuestra forma particular de miedo.
Es muy normal creer que un cierto grado de temor nos ayuda a progresar y que es un estímulo para el cumplimiento de nuestro deber. Pero esto no es cierto, el temor no es bueno ni saludable. No es lo más adecuado justificar el miedo, pues éste únicamente nos coacciona. Desde el miedo no puede surgir ni el conocimiento ni la sabiduría. El miedo nos aparta de la realidad y nos hace entrar en un mundo subjetivo, paralizante y desbordante. El problema de la humanidad reside en que los seres humanos tememos. Tenemos miedo porque nos aferramos a cosas y a personas que, por sí mismas, no se pueden “poseer”. Tememos por nuestro buen nombre y posición, por nuestra familia y posesiones. A medida que adquirimos bienes, fama y poder, adquirimos también el temor a perderlos y la constante preocupación de velar por su salvaguardia. Nos convertimos siempre en víctimas de nuestra propia ansia y ambición. Quien posee teme, y éste es un defecto común, en distintos grados, de casi toda la humanidad.
Para que se disipe el temor es preciso ser conscientes de él. Nuestra conducta suele estar siempre inspirada en la ignorancia y en el temor, y mientras nos hallemos en la oscuridad de la inconsciencia el temor permanecerá donde está. Pero una persona inteligente se encuentra libre de todo temor, y todos podemos serlo. Si podemos descubrir la causa fundamental de nuestro miedo entonces podemos hacer algo al respecto y cambiar la causa. Y si descubrimos cuál es su causa, la raíz, y la descubrimos por nosotros mismos, habremos terminado automáticamente con ella. Si vemos el proceso que da origen al miedo, o vemos sus múltiples causas, entonces, esa percepción misma pone fin a la causa.
El miedo es muy complejo. Es una reacción tremenda. Si estamos alertas a él veremos que es una conmoción, no sólo biológica, orgánica, sino que es también una conmoción para el cerebro. Es una conmoción, puede ser momentánea o continuar en diferentes formas, con distintas expresiones, distintas modalidades. Para comprender la raíz del miedo tenemos que comprender el tiempo, el tiempo como ayer, el tiempo como hoy y el tiempo como mañana. Recordamos algo que hemos hecho, y el recuerdo de eso hace que nos avergoncemos, que nos sintamos nerviosos, aprensivos o temerosos, todo lo cual prosigue hacia el futuro. Y todo este proceso es tiempo.
El tiempo para casi todos es el tiempo del reloj, el tiempo de la salida y la puesta del Sol que ocurre todos los días. Es el tiempo para aprender un arte, un idioma, para escribir una carta, para llegar a algún sitio desde donde está tu casa. Todo eso es tiempo como distancia, como espacio, Tenemos que ir desde aquí hasta allá. Ésa es una distancia que el tiempo cubre. Pero el tiempo puede ser también interno, psicológico: soy esto, debo llegar a ser aquello. El llegar a ser aquello se llama evolución. La evolución implica el desarrollo de un vegetal desde la semilla al árbol. Pero también significa: "Soy ignorante, pero aprenderé; no sé, pero sabré; denme tiempo para librarme de la violencia." "Denme tiempo." Denme unos cuantos días, un mes, un año, y me libraré de la violencia. Vivimos, pues, a base de tiempo; no sólo es tiempo el ir al trabajo de ocho a seis, sino que también necesitamos tiempo para llegar a ser alguna cosa. Necesitamos comprender el tiempo, con todo su movimiento, pues vivimos en él, tanto psicológicamente como biológicamente.
Todos hemos hecho cosas que no queremos que se sepan, porque si así fuera nuestra reputación se vería mermada. Son recuerdos, pensamientos, que reclaman que nos protejamos. Así que el tiempo y el pensamiento van juntos, no hay entre ellos división alguna. Si no tenemos esto bien claro nos confundiremos en la vida. El proceso que da origen al miedo, la raíz del miedo es el binomio tiempo/pensamiento.
El pasado, con todas las cosas que hemos hecho, y el pensamiento, dándoles el valor de agradables o desagradables, son las raíces del miedo. Este es un hecho obvio, verbalmente es un hecho simple, pero para verlo en toda su profundidad, para ir más allá de las palabras, es preciso que nos preguntemos si podemos detener el pensamiento. Si el pensamiento crea el miedo, detener el pensar disuelve el miedo.
Todo lo que hacemos lo hacemos mediante el pensamiento. Pero preguntarnos si podemos detener el pensamiento es una pregunta poco acertada, pues quien quiere detener el pensar sigue siendo el mismo pensamiento. Cuando pensamos que si dejamos de pensar no tendremos miedo, quién desea detener el pensamiento sigue siendo el propio pensamiento. Sigue siendo el mismo pensamiento que ahora desea algo más.
Cualquier pensamiento que tenga el propósito que seamos otra cosa que lo que somos sigue siendo pensamiento. Somos codiciosos, pero "no debemos" ser codiciosos; eso sigue siendo pensar. El pensamiento es la raíz misma de nuestra existencia, de modo que la cuestión que planteamos es muy seria. El pensar ha creado todos los objetos, también todas esas cosas que se encuentran en los lugares donde se reúnen las personas llamadas “religiosas”. Vemos lo que el pensamiento ha hecho, ha inventado las cosas más extraordinarias, los ordenadores, los buques de guerra, los misiles, la bomba de hidrógeno, la cirugía, la medicina, y también vemos las cosas que nos ha permitido hacer, como ir a la Luna, etc. Pero el pensamiento es la raíz misma del miedo.
Es preciso que veamos todo esto y no pensar en cómo terminar con el pensamiento. Tenemos que ver realmente que el pensar es la raíz del miedo, el cual es tiempo. Ver, no utilizar las palabras, sino ver el hecho. Cuando tenemos un dolor severo, el dolor no es diferente de nosotros mismos y actuamos instantáneamente. Necesitamos ver tan claramente como vemos las cosas que nos rodean que el pensamiento es el factor causante del miedo. Si vemos por nosotros mismos que el pensamiento y el tiempo son, realmente, la raíz del miedo, ello no necesita deliberación ni decisión. Un escorpión es venenoso, una serpiente es venenosa, y en el instante mismo en que lo percibimos actuamos, no necesitamos perder el tiempo en pensamientos.
Debemos ver que el tiempo y el pensamiento son las fuentes del miedo. Tenemos que ver las cosas, ver la realidad, lo que es, y no sólo memorizar o pensar al respecto. Es necesario que pongamos todo nuestro ser en descubrir la relación que tenemos con el mundo, y comprobar en esta relación con él que no nos hallamos separados del resto del mundo, sino que somos el resto del mundo.
Es preciso comprender que nuestra mente y nuestra consciencia son la consciencia y la mente de la humanidad. Dondequiera que uno vaya el ser humano está sufriendo, ansioso, inseguro, solitario, desesperado en su soledad, agobiado por el dolor. De modo que nuestra consciencia, nuestro ser, es toda la humanidad. Psicológicamente cada uno es la humanidad, no está separado del resto de los seres humanos. La idea de que uno es un individuo con una mente especialmente suya es un absurdo, porque el cerebro ha evolucionado través del tiempo. Es el cerebro de la humanidad, y ese cerebro forma parte de la humanidad, genéticamente, etc. Por lo tanto uno es el mundo y el mundo es uno mismo. No se trata de una idea, de un concepto o de un desatino utópico; es un hecho. Y esa mente humana se halla por completo confusa, con miedo y sufriendo.
Esto es así, pero en general somos muy reacios a aceptar un hecho tan simple. Ocurre que estamos muy acostumbrados al individualismo, yo y lo mío antes que nada. Pero si vemos que la consciencia de cada uno de nosotros es compartida por todos los demás seres humanos que viven en esta Tierra maravillosa, entonces cambia toda nuestra manera de vivir. Los argumentos, la persuasión, la presión, la propaganda son terriblemente inútiles, porque tenemos que ver esto por nosotros mismos.
Entonces, cada uno de nosotros, que es el resto de la humanidad, que es la humanidad, debe mirar un hecho muy simple, observar, ver, que el pensamiento y el tiempo son los factores que dan origen al miedo. Entonces, la percepción misma es la acción. Y, a partir de ahí, uno ya no dependemos de nadie. Si lo vemos muy claramente entraremos en una dimensión espiritual de la que surgirá la libertad.
Se nos lastima desde la infancia. Está siempre la presión, siempre el sentido de la recompensa y el castigo. Usted me dice algo que me causa enojo y me lastima, ¿correcto? Hemos comprendido, pues, un hecho muy simple: que se nos lastima desde la infancia y que, por el resto de nuestra existencia, cargamos con esa herida, temerosos de que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, lo cual es otra forma de resistencia. ¿Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y de que, debido a ellas, creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo? ¿Podemos investigar esta cuestión del miedo? ¿Lo haremos? No para satisfacción mía, porque es de ustedes de quien estoy hablando. ¿Podemos penetrar en ello muy, muy profundamente y ver por qué los seres humanos, que son la inmensa mayoría, han tolerado el miedo durante miles de años? Vemos las consecuencias del miedo, miedo de no ser recompensados, miedo de fracasar, miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a cierto punto y no ser capaces de lograrlo. ¿Tienen interés en investigar este problema? Eso significa investigarlo completamente hasta el fin, no limitarse a decir: "Lo siento, eso es demasiado difícil." Nada es demasiado difícil si uno quiere hacerlo. La palabra difícil nos impide una acción ulterior. Pero si pueden desechar esa palabra, entonces podremos investigar este sumamente complejo problema.
Ante todo, ¿por qué toleramos el miedo? Si tenemos un automóvil que anda mal, acudimos, si es posible, al garaje más cercano; allí arreglan la maquinaria y proseguimos la marcha. ¿Es que no hay nadie a quien podamos acudir para que nos ayude a no tener miedo? ¿Comprenden la pregunta? ¿Necesitamos la ayuda de alguien para librarnos del miedo? ¿La ayuda de psicólogos, psicoterapeutas, psiquiatras, o la del sacerdote, del guru que dice: "Entrégame todo, incluso tu dinero, y entonces estarás perfectamente bien"? Esto es lo que hacemos.
¿Desean ustedes ayuda para liberarse del miedo? Si desean ayuda, entonces son los responsables de establecer una autoridad, un líder, un sacerdote. Por lo tanto, antes de que investiguemos esta cuestión del miedo, deben ustedes preguntarse si desean ayuda. Por supuesto, si padecen de algo, un fuerte dolor de cabeza o de alguna enfermedad, acuden a un médico. Él conoce mucho más sobre nuestra naturaleza orgánica, y les dirá lo que deben hacer. No nos referimos a esa clase de ayuda. Nos preguntamos si necesitan ustedes ayuda, alguien que los instruya, que los guíe y les diga: "Haz esto, haz aquello día tras día, y estarás libre del miedo." Quien les habla no les está ayudando. Eso es seguro, porque ustedes tienen docenas de ayudadores, desde los grandes líderes religiosos -¡no lo permita Dios!- hasta el más reciente y modesto psicólogo a la vuelta de la esquina.
Que quede, pues, bien claro entre nosotros que quien les habla no desea ayudarles psicológicamente de ninguna manera. ¿Aceptarían buenamente eso? Sean honestos, ¿lo aceptarían? No digan que sí, es algo muy difícil. En toda su vida han buscado ayuda en distintas direcciones, aunque algunos digan: "No, yo no deseo ayuda." Ustedes piden ayuda sólo cuando están confundidos, cuando no saben qué hacer, cuando se siente inseguros. Pero cuando observan, cuando perciben no sólo externamente sino mucho más en lo interno, cuando ven las cosas con gran, gran claridad, no necesitan ninguna ayuda; eso está ahí. Y de ahí surge la acción. ¿Estamos juntos en esto? Repitámoslo, si no les importa. Quien les habla no les dice cómo hacerlo. No pregunten nunca cómo, porque entonces siempre habrá alguien que les tirará una cuerda. Uno no está ayudándoles de ninguna manera, sino que juntos recorreremos la misma senda, tal vez no a la misma velocidad. Regulen su propia velocidad y caminaremos juntos.
¿Cuál es la causa del miedo? Vayamos despacio. La causa. Si uno puede descubrir la causa, entonces puede hacer algo al respecto, puede cambiar la causa, ¿no es cierto?
Vamos, pues, a examinar juntos el miedo y a descubrir cuál es su causa, su raíz fundamental. Y si la descubrimos por nosotros mismos, habremos terminado con ella. Si vemos el proceso que da origen al miedo, o vemos sus múltiples causas, entonces, esa percepción misma pone fin a la causa. ¿Están escuchándome, escuchando a quien les habla, para dilucidar la causa? ¿O jamás se han formulado siquiera una pregunta semejante? Yo he tolerado el miedo, tal como lo ha hecho mi padre, mi abuelo, toda la raza en que he nacido, toda la comunidad; la estructura completa de los dioses y los rituales se basan en el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado extraordinario.
Así que investiguemos esto. No estamos hablando de las diversas formas del miedo: miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la sociedad, miedo de morir, etc. El miedo es como un árbol que tiene muchas, muchas ramas, muchas flores, muchos frutos, pero nosotros estamos hablando acerca de la raíz misma de ese árbol -la raíz, no nuestra forma particular de temor-. Uno puede rastrear su forma particular de temor hasta la raíz misma. Preguntamos, pues: ¿Nos interesan nuestros miedos particulares o estamos interesados en la totalidad del miedo? ¿Nos interesa el árbol completo, no sólo una de sus ramas? Porque, a menos que comprendamos cómo vive el árbol, el agua que requiere, la profundidad del suelo y demás, el mero podar las ramas nada logrará; debemos llegar hasta la propia raíz del miedo.
¿Cuál es, entonces, la raíz del miedo? No esperen que yo responda a eso. No soy el líder de ustedes, no soy su ayudador, su guru, ¡gracias a Dios! Estamos juntos, como dos hermanos y quien les habla quiere decir exactamente eso, no son meras palabras. Como dos buenos amigos que se han conocido el una al otro desde el principio del tiempo y que caminan juntos por el mismo sendero, al mismo paso y mirando todo lo que existe alrededor de ellos y dentro de ellos, así, juntos, investigaremos esto. De lo contrario, todo se vuelve tan sólo palabras y, al final, ustedes dirán: "Realmente, ¿qué he de hacer con mi miedo?"
El miedo es muy complejo. Es una reacción tremenda. Si están alerta a él, verán que es una conmoción, no sólo biológica, orgánica, sino que es también una conmoción para el cerebro. El cerebro tiene la capacidad, como uno lo descubre -no por lo que dicen otros-, de permanecer sano a pesar de una conmoción. No lo sé todo al respecto, pero la conmoción misma invita a su propia protección. Si lo investigan en sí mismos, lo verán. El miedo es, entonces, una conmoción; puede ser momentánea o continuar en diferentes formas, con distintas expresiones, distintas modalidades. Vamos, pues, a llegar a la mismísima raíz del miedo. Par comprender esta raíz tenemos que comprender el tiempo; el tiempo como ayer, el tiempo como hoy y el tiempo como mañana. Recuerdo algo que he hecho, y el recuerdo de eso hace que me avergüence, que me sienta nervioso, aprensivo o temeroso, todo lo cual prosigue hacia el futuro. He estado furioso, celoso, envidioso -eso es el pasado-. Sigo siendo envidioso, con ligeras modificaciones; soy bastante generoso respecto de las cosas, pero la envidia continúa. Todo este proceso es tiempo, ¿verdad?
¿Qué consideran ustedes que es el tiempo? ¿El tiempo del reloj, la salida y puesta del Sol, la estrella vespertina, la Luna nueva con la Luna llena que aparece dos semanas después? ¿Qué es el tiempo para ustedes? ¿Tiempo para aprender un arte? ¿Tiempo para aprender un idioma, para escribir una carta, para llegar desde donde estén a sus casas? Todo eso es tiempo como distancia, ¿correcto? Tengo que ir desde aquí hasta allá. Ésa es una distancia que el tiempo cubre. Pero el tiempo es también interno, psicológico: soy esto, debo llegar a ser aquello. El llegar a ser aquello se llama evolución. La evolución implica desde la semilla al árbol. Y también significa: "Soy ignorante, pero aprenderé. No sé, pero sabré. Denme tiempo para librarme de la violencia." ¿Están siguiendo todo esto? "Denme tiempo." Denme unos cuantos días, un mes, un año, y me libraré de la violencia. Vivimos, pues, a base de tiempo; no sólo el ir a la oficina todos los días de nueve a seis. ¡Dios no lo permita!, sino también tiempo para llegar a ser alguna cosa. ¿Comprenden todo esto? ¿Sí? ¿Comprenden el tiempo, el movimiento del tiempo? Yo he tenido miedo de usted; ese miedo sigue estando allí y yo tendré miedo de usted mañana. Espero que no, pero si no hago algo muy drástico al respecto, mañana tendré miedo de usted. Así que vivimos a base de tiempo. Por favor, seamos claros en esto. Vivimos a base de tiempo. O sea: estoy vivo, moriré. Pospondré la muerte tanto como me sea posible; estoy vivo y voy a hacerlo todo para evitar la muerte, aunque ésta sea inevitable. De modo que, tanto psicológicamente como biológicamente, vivimos a base de tiempo.
¿Es el tiempo un factor del miedo? Por favor, investiguen. El tiempo: he dicho una mentira y no quiero que el otro lo sepa; pero el otro es muy sagaz, me mira y dice: "Me has mentido." "¡No!, no he mentido." (Me protejo instantáneamente porque temo que el otro descubra que soy un mentiroso.) Tengo miedo por algo que he hecho y que no quiero que el otro conozca. ¿Qué implica eso? Pensamiento, ¿no es así? He hecho algo que recuerdo, y ese recuerdo dice: "Ten cuidado, no dejes que él descubra que has mentido, porque tienes una buena reputación de hombre honesto, así que debes protegerte." De modo que el pensar y el tiempo están juntos, no hay entre ellos división alguna. Tenga esto en claro, de lo contrario, después van a confundirse bastante. El proceso que da origen al miedo, la raíz del miedo, es tiempo/pensamiento.
¿Está claro para nosotros que el tiempo -es decir, el pasado con todas las cosas que uno ha hecho- y el pensamiento -agradable o desagradable, especialmente si es desagradable- son la raíz del miedo? Éste es un hecho obvio; verbalmente, es un hecho simple. Pero para ir más allá de la palabra y ver la verdad de esto, uno deberá inevitablemente preguntarse: ¿Cómo puede detenerse el pensamiento? Es una pregunta natural, ¿no? Si el pensamiento crea miedo, lo cual es tan obvio, entonces, ¿cómo he de detener el pensar? "¡Por favor!, ayúdeme a detener mi pensar". Yo sería un asno si pidiera una cosa semejante, pero pregunto: ¿Cómo he de detener el pensar? ¿Es eso posible? Prosigan, señores, investiguen, no dejen que sea yo el que prosiga. El pensar... Vivimos a base del pensar. Todo lo que hacemos, lo hacemos basados en el pensamiento.
¿Es, entonces, posible detener el pensar? ¿Es posible no parlotear todo el día, dar un descanso al cerebro, aunque éste tenga su propio ritmo -la sangre que asciende hacia él-, su propia actividad? Su actividad, no la que impone el pensamiento, ¿comprenden?
¿Puede, quien les habla, señalar que ésa es una pregunta equivocada? ¿Quién es el que detiene el pensar? Sigue siendo el pensamiento, ¿no es así? Cuando yo digo: "Si sólo pudiera dejar de pensar, no tendría miedo", ¿quién es el que desea detener el pensamiento? Sigue siendo el pensamiento, ¿no es así?, el pensamiento que desea algo más.
Entonces, ¿qué harán? Cualquier movimiento del pensar con el fin de ser otra cosa que lo que es, sigue siendo pensamiento. Soy codicioso, pero "no debo" ser codicioso; eso sigue siendo el pensar. El pensar a creado todos los objetos, todas esas cosas que tienen lugar en las iglesias. Por lo visto, el pensamiento es la raíz misma de nuestra existencia. De modo que la cuestión que planteamos es muy seria. Vemos lo que el pensamiento ha hecho: ha inventado las cosas más extraordinarias, la computadora, los buques de guerra, los mísiles, la bomba de hidrógeno, la cirugía, la medicina, y también las cosas que le han permitido hacer al hombre, como ir a la Luna, etcétera. Y el pensamiento es la raíz misma del miedo. ¿Vemos eso? No cómo terminar con el pensamiento, sino ver realmente que el pensar es la raíz del miedo, el cual es tiempo. Ver, no las palabras, sino ver, de hecho. Cuando tenemos un dolor severo, el dolor no es diferente de uno mismo y uno actúa instantáneamente, ¿verdad? Entonces, ¿ven ustedes tan claramente como ven el reloj, como ven la pantalla de su monitor, ven de ese modo que el pensamiento es el factor causante del miedo? No pregunten: "¿Cómo he de verlo?" Tan pronto preguntan "cómo", aparece alguien que está dispuesto a ayudarles; entonces ustedes se convierten en su esclavo. Pero si ven por sí mismos que el pensamiento y el tiempo son, realmente, la raíz del miedo, ello no necesita deliberación ni decisión. Un escorpión es venenoso, una serpiente es venenosa; en el instante mismo de percibirlos, uno actúa.
Nos preguntamos, entonces: ¿Por qué no vemos? ¿Por qué no vemos que una de las causas de la guerra son las nacionalidades? ¿Por qué no vemos que uno puede llamarse musulmán y otro cristiano? ¿Por qué peleamos por nombres, por propaganda? ¿Vemos eso, o sólo memorizamos o pensamos al respecto? Comprendan, señores, que la conciencia de ustedes es la del resto de la humanidad. La humanidad, igual que ustedes y otros, pasa por toda clase de dificultades, experimenta pena, afán, ansiedad, soledad, depresión, dolor, placer... todos y cada uno de los seres humanos en el mundo pasan por esto. De modo que nuestra conciencia, nuestro ser, es toda la humanidad. Es así. ¡Cuán renuentes somos a aceptar un hecho tan simple! Es que estamos muy acostumbrados al individualismo: yo y lo mío antes que nada. Pero si vemos que la conciencia de cada uno de nosotros es compartida por todos los demás seres humanos que viven en esta Tierra maravillosa, entonces cambia toda nuestra manera de vivir. Los argumentos, la persuasión, la presión, la propaganda son terriblemente inútiles, porque tenemos que ver esto por nosotros mismos.
Entonces, ¿puede cada uno de nosotros, que es el resto de la humanidad, que es la humanidad, mirar un hecho muy simple? ¿Observar, ver, que el pensamiento y el tiempo son los factores que dan origen al miedo? Entonces, la percepción misma es la acción. Y, a partir de ahí, uno ya no depende de nadie. Véanlo muy claramente. Entonces uno es un ser humano libre.