En nuestra vida diaria todo el día tomamos
decisiones, la mayoría de veces sin darnos cuenta. ¿Se han puesto a pensar la
importancia de tener un buen mecanismo lógico para saber decidir? Como
cambiarían nuestras vidas si supiéramos tomarlas?
“Frecuentemente
las decisiones tienen consecuencias que se extienden a lo largo del tiempo. Sin
embargo, como el futuro siempre implica un cierto grado de incertidumbre, a
menudo es difícil evaluar estas consecuencias y depender únicamente de nuestra
intuición para tomar decisiones acertadas. Cuando tomamos decisiones que
tienen que ver con el tiempo, muchas veces nos vemos afectados por una serie de
parcialidades y errores de percepción. Nuestra intuición hace que actuemos como
si el futuro fuera más “difuso” de lo que realmente es, y tendemos a prestar
demasiada atención al presente. Por ejemplo, podemos dejar para más adelante el
ahorro para la jubilación, incluso a pesar de que tengamos medios para ahorrar
y una probabilidad alta de disfrutar de una vida larga. Además, solemos
imaginar que el tiempo tomará una dimensión distinta en el futuro. Cuando
hacemos planes, tendemos a subestimar el tiempo que nos lleva completar los
trabajos, o a sobreestimar el tiempo que tenemos y a querer hacer
demasiado.
En los últimos años, el modo en que las
personas enfocan las decisiones que implican una valoración del tiempo se ha
convertido en un asunto de investigación importante para economistas y
psicólogos. Existen tres tendencias que afectan a nuestra imparcialidad y
explican cómo éstas nos pueden llevar a tomar decisiones poco acertadas, o
incluso lamentables. Las conclusiones de este artículo nos pueden ayudar a
mejorar la calidad de nuestras decisiones y a entender mejor qué mueve el
comportamiento de los consumidores.
La primera tendencia, llamada descuento
subjetivo, hace que tratemos el futuro como si fuera mucho menos importante que
el presente. “Descontamos” el futuro a un nivel muy alto, y damos poca
importancia al pasado lejano. El descuento subjetivo también lleva a dejar las
cosas para más adelante: cuando el coste que supone completar una tarea en el
presente se magnifica, preferimos retrasar la finalización de la misma hasta el
último momento anterior a la fecha límite. (Por supuesto, la tarea se puede
retrasar indefinidamente si no existe tal fecha límite.) El descuento subjetivo
puede rectificarse de varios modos: estableciendo fechas límite más frecuentes
y de más corta duración, usando el poder de voluntad, comprometiéndose más con
las tareas y pidiendo más control sobre ellas.
La segunda tendencia, la evaluación de las
experiencias prolongadas, viene marcada por la manera en que la previsión
(antes) y el recuerdo (después) alteran nuestra percepción del valor de un evento
o experiencia. Aumentamos o disminuimos el valor del evento dependiendo de si
se compara favorable o desfavorablemente con nuestra situación actual. Además,
solemos recordar la intensidad de un evento (un viaje, concierto, etcétera)
como la media entre el momento álgido y el final. Esta diferencia de percepción
explica por qué preferimos saber las malas noticias lo antes posible y retrasar
las buenas, de modo que podamos saborear más estas últimas. No es fácil
mejorar nuestra evaluación de las experiencias prolongadas. La clave está en
ser consciente de esta tendencia y en usar el sentido común para entender cómo
puede afectar la situación.
La tercera tendencia, las preferencias
cambiantes, significa que el valor que asignamos a distintas alternativas varían
a lo largo del tiempo, a causa de diversos factores, que incluyen la situación,
la influencia social, la edad o la probabilidad que percibimos sobre posibles
resultados. De todos modos, raramente somos conscientes de estos cambios en
nuestras preferencias y asumimos que por lo general éstas no van a cambiar a lo
largo del tiempo. Para superar esta tendencia, lo mejor que se puede hacer es
tomar cierto tiempo para “refrescarse”, distanciarse y reevaluar la
situación. Las preferencias cambiantes llevan a otros cambios en la cuarta
y última tendencia: la habituación del consumidor. Esta tiene lugar cuando
nuestra actitud hacia el consumo de ciertos bienes cambia a lo largo del
tiempo. Por ejemplo, cuando uno va al supermercado con hambre, tiende a comprar
bastante mas que cuando está saciado. Cuando una persona pasea por un centro
comercial y ve un descuento, en algunos casos tiende a comprarlo
inmediatamente, ya después se da cuenta que actuó instintivamente, en lo que se
llama compra compulsiva. En ese caso, la decisión tomada no necesariamente era
la correcta. Ser consciente y aprender eficazmente de experiencias pasadas
puede ayudarnos a superar o reducir estas tendencias.
Por tanto, siguiendo unas guías muy
simples antes de tomar una decisión, la mayoría de las faltas de imparcialidad
más comunes que cometen las personas se pueden reducir mucho o casi evitarse,
permitiéndonos tomar decisiones que conlleven un valor futuro más alto (¡aunque
tal vez no sea inmediato!) y a una mayor satisfacción general.”
Por otro lado, y en relación a este tema,
quisiera agregar también un resumen publicado recientemente por la revista
Harvard Business Review sobre la toma de decisiones. En el mismo se menciona
que las malas decisiones a menudo pueden rastrearse a la forma en que se
tomaron: las alternativas no estaban claramente definidas, la información
adecuada no se había reunido, los costos y beneficios no se ponderaron con
precisión. Pero en ocasiones, el error está en el proceso de toma de decisiones
en lugar de la mente del tomador de decisiones. La manera en que funciona el
cerebro humano puede sabotear las elecciones que hacemos.
En este resumen, tomado de la versión
online de la revista, John S. Hammond, Ralph Keeney y Howard Rafia, examinan
ocho trampas psicológicas que afectan la forma en que tomamos decisiones de
negocios. La trampa del anclaje nos lleva a darle un peso desproporcionado a la
primera información que recibimos. La trampa del statu quo nos hace caer en el
sesgo de mantener la situación actual, aun cuando existen alternativas mejores.
La trampa del costo hundido nos inclina a perpetuar los errores del pasado. La
trampa de la evidencia corroborante nos lleva a buscar información que respalde
una predilección existente y a descartar la información contraria. La trampa
del marco de referencia sucede cuando establecemos incorrectamente un problema,
socavando todo el proceso de toma de decisiones. La trampa del exceso de
confianza nos hace sobreestimar la precisión de nuestras predicciones. La
trampa de la prudencia nos hace ser demasiado precavidos cuando hacemos
estimaciones de sucesos inciertos. Y la trampa del recuerdo nos impulsa a darle
un indebido peso a hechos recientes y dramáticos. La mejor forma de evitar
todas estas trampas es la toma de conciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario