Cada sociedad es un grupo humano caracterizado por una forma
de vida humana, y aunque cada sociedad comprende varios grupos de individuos
con características menos generales en cada sub-grupo, lo que cuenta es que la
vida social es la forma natural de nuestra existencia. Los diferentes círculos
sociales a que puede pertenecer cada individuo corresponden a la familia, la
religión, los amigos, los compañeros de estudio o de trabajo. Las sociedades
que agrupan individuos con más generalidades son los países, las ciudades, las
razas y el origen de procedencia. Toda sociedad ejerce una influencia de poder
sobre sus miembros, basada en la memoria colectiva que la sociedad conserva
como parte de su experiencia a través del tiempo, fijando según esa experiencia
normas no escritas de conducta que los individuos acatan con naturalidad y a
las que cada cual sólo puede renunciar con actos de conciencia individuales.
La experiencia social nunca permanece estancada, a pesar de
la voluntad de sus miembros más conservadores; pero tampoco acepta los cambios
inmediatos, a pesar de la voluntad de sus miembros más reformistas y de la
razonabilidad de sus argumentos. Cada sociedad tiene su propio dinamismo basado
en los resultados de los cambios que ha experimentado y que continúa
experimentando a través del tiempo. Tampoco las sociedades, por primitivas que
se consideren, dictan normas basadas en la ignorancia. Lo hacen según el
resultado de sus experiencias como negativa a repetir errores. Sin embargo; los
resultados distan de ser conocimiento científico, e incluso a veces pueden resultar
anticientíficos, pero en general sus normas corresponden a lo que el cuerpo
social considera bueno o útil, sin que se defina la realidad de lo que
corresponde a estos términos.
Esta forma de conocimiento social es más apropiado
considerarla como creencias; pero las mismas sociedades pueden cambiarlas a
través de nuevas experiencias, y de hecho así lo hacen. Para ello ya si se
puede contar con conocimientos científicos que vaya aceptando la generalidad de
los individuos y los conceptos filosóficos que vayan calando en la mentalidad
de ellos. Es la forma como se logran las reformas sociales, después del período
de experimentación práctica que por lo general resulta lento y difícil.
Ejemplo histórico de la lentitud en reformas sociales fue el
paso del poder absoluto a la democracia en Inglaterra. Esta reforma tuvo origen
en el Siglo XIII con una revolución de los nobles contra el rey Juan Sin
Tierra, la cual impuso un poder parlamentario, lo que moderó pero no logró
acabar el poder absoluto. Cuatro siglos después, en la revolución de 1642, con
el triunfo de Oliver Cromwell contra Carlos I, se logró fortalecer el
parlamento, y finalmente en 1689, en una revolución sin derramamiento de
sangre, la llamada la Revolución Gloriosa, logró imponerse definitivamente, cambiando
la soberanía del rey por la soberanía del pueblo y haciendo operante la
democracia.
Las creencias impuestas por la sociedad ofrecen a los
individuos cierta forma de seguridad pero como contrapartida imponen
prejuicios, emociones, miedos y esperanzas, cuyo contagio social da mayor
fuerza a estos sentimientos que cuando son originados individualmente. Son
éstas las debilidades humanas que utilizan los demagogos para buscar poder y
lograr ventajas para sí y para el círculo que lo secunda. Los demagogos
potencian y convierten en armas a su favor las debilidades que crea la
sociedad, agregando temores nuevos a peligros que sólo existen en la fantasía
estratégica de los demagogos. Mejor que acudir a la historia en busca de un
ejemplo, observemos el caso actual de Venezuela con Maduro y su antecesor
Chávez, quienes han culpado de todos los males y de sus errores a las
“oligarquías”, a la oposición y al “imperialismo yankee”. Los demagogos crean
estrategias que despojan de su transparencia y ventajas a la democracia, en su
afán de mantenerse en el poder.
El mayor o menor grado de practicar la demagogia es lo que
hace la diferencia entre malos y peores a los gobiernos de nuestro mundo
actual. Todos se atribuyen su calidad de demócratas, y la democracia, aun reconociendo
que es la mejor forma de gobierno que la humanidad ha encontrado, conlleva su
tendencia a la demagogia, como lo comprendió Aristóteles desde la antigüedad,
por lo cual él se oponía a esta forma de gobierno, “porque llevaba a la
corrupción de la república”, ya que para él la demagogia no era sólo el origen
de la corrupción sino la corrupción misma.
Quienes han contribuido en la formación del sistema democrático no han ignorado desde un principio las amenazas que la debilitan y han buscado soluciones. Al voto popular que la constituye se ha agregado la división del poder en tres ramas independientes, la legislativa, la ejecutiva y la judicial. Otra práctica creada para evitar un creciente poder centralista es la división de la rama ejecutiva en poderes estatales, provinciales y locales.
Quienes han contribuido en la formación del sistema democrático no han ignorado desde un principio las amenazas que la debilitan y han buscado soluciones. Al voto popular que la constituye se ha agregado la división del poder en tres ramas independientes, la legislativa, la ejecutiva y la judicial. Otra práctica creada para evitar un creciente poder centralista es la división de la rama ejecutiva en poderes estatales, provinciales y locales.
En nuestra América Latina que, como todo el mundo presume de
demócrata, siguen surgiendo algunos burdos caudillos, que aunque no vistan
casacas y uniformes militares sino prendas civiles y a veces hasta trajes
originales o indígenas, no ocultan su inclinación caudillista de demagogos que
se aferran al poder como garrapatas, succionando con antídotos la sangre de sus
presas. Son tan burdos en su estrategia demagógica que no tienen pudor para
acallar la libertad de prensa en nombre de la libertad misma.
Nuestros políticos incapaces que por engaños o golpes de
suerte llegan al poder, y para sostenerse en él, a falta de realizaciones,
disponen siempre de la demagogia. Apelan constantemente al pueblo para
liberarse de las corrientes intelectuales y las políticas económicas modernas
que son incapaces de digerir. Así en su lenguaje limitado pero fuerte y lleno
de consignas populares todo lo justifican como lo más apropiado para las
mayorías más sufridas de la sociedad, como inspiradoras de sus actos. Incapaces
de ofrecer beneficios generales a prueba de tiempo ofrecen beneficios limitados
y cortoplacistas. En vez de favorecer la economía general, destruyen logros
hechos a base de tiempo y esfuerzo. Se exceden estableciendo medidas de control
y su esfuerzo queda reducido a las estrategias demagógicas y a encontrar medios
de apariencia legal para acallar a sus adversarios.
Ni el socialismo ha sido enemigo de la democracia ni el
capitalismo su sinónimo. La verdadera enemiga de la democracia es la demagogia
que enmascara la ambición egoísta por el poder y se incrusta en la democracia
para convertirla en feudos de poder. La demagogia antepone las ventajas de unos
pocos al bienestar social y se niega a su incapacidad atrincherada en ideologías
trasnochadas, porque estas son las que ofrecen un terreno más abonado para
combatir el sentido práctico de que dispone la democracia actual, cuya
experimentación desde el siglo XVIII le ha llevado a ceder en su ideología ante
el razonamiento de sentido práctico. Pero la demagogia no puede ceder sin
perder argumentos, reconociendo que la democracia y sus prácticas económicas, a
pesar de errores pasados, han evolucionado a nuevas ideas de un mundo
intercomunicado y en progreso.
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