El uno por ciento de la población es psicópata y más del 15 por ciento de los reclusos padece ese trastorno, de lo que se deduce que los psicópatas cometen más delitos que el resto de las personas.
La psicopatía esconde otras facetas, aparte de la del asesino despiadado: existen formas más sutiles de hacer daño, al margen de la pura agresión física. Muchos psicópatas llevan trajes impecables, conducen coches de lujo y ocupan puestos de responsabilidad. Entonces, ¿cómo se define al psicópata?
Estas personas son incapaces de sentir empatía, es decir, de ponerse en el lugar de otra persona. Saben que infligen daño, pero no sienten remordimiento por ello. Sin embargo, son perfectamente conscientes de que obran de un modo que la sociedad considera erróneo y reprobable. Entiende las normas, e incluso pueden ponerse en la piel de alguien intelectualmente, pero no emocionalmente.
Los psicópatas suelen ser mentirosos. Su repertorio de conductas es muy amplio y pueden desempeñar varios papeles simultáneamente. Siempre adoptarán el personaje que más les convenga para cada situación. Pueden ser encantadores para alcanzar su fin, pero, si no funciona, recurrirán a la amenaza y a la violencia. La clave es que todas sus acciones tienen un componente depredador. Son como el gato que persigue al ratón: al gato no le preocupan los sentimientos de su presa. Éste es el problema de los psicópatas: pueden hacer mucho daño a la gente que los rodea, víctimas que no son conscientes de que tal vez su jefe, su mujer o su marido es un psicópata.
El estilo de vida de la mayoría de ellos depende de la conquista de nuevas oportunidades y sensaciones, porque se aburren con muchísima facilidad. Por eso, normalmente, no permanecen en el mismo sitio durante mucho tiempo y cambian de ocupación o de trabajo con cierta frecuencia. Tienden a ser bastante impulsivos, pero de una manera controlada. Lo tienen todo planeado y asumen grandes riesgos, por lo general, a costa de otra persona. Saben operar dentro de los límites de la ley, pero donde mejor se mueven es allá donde estos límites son flexibles. Si impera el caos y las reglas son poco claras, saldrá adelante extremadamente bien.
Mucha gente se pregunta si nace malvado o si adquiere su condición con el tiempo. Aunque no existe un gen para la psicopatía, es probable que los genes influyan más que el entorno en el desarrollo de la personalidad de un psicópata. Con el tiempo, quizá encontremos una combinación de genes que expliquen la conducta, pero, de momento, tenemos pruebas científicas convincentes de que existen sólidos factores genéticos que entran en juego.
Uno de los mayores problemas es que los programas vigentes de recuperación social para delincuentes no funcionan con los psicópatas, básicamente por dos motivos: se basan en la gestión emocional, que ellos no practican, y pueden servirles incluso de aprendizaje para depredar mejor. Si se le explica a un psicópata que sus acciones dañan a otros y que por ello tiene que cambiar, no lo aceptará en su fuero interno. Hay que desconfiar de aquellos que, de repente, afirmen sentir empatía.
De momento, la única clave que tenemos es que los programas de readaptación deben ser diseñados para adecuarse específicamente al perfil del psicópata. Muy pocos países lo hacen. La única vía prometedora, aunque lenta, consiste en convencerlos de que pueden beneficiarse a ellos mismos si cambian de conducta.
La psicopatía esconde otras facetas, aparte de la del asesino despiadado: existen formas más sutiles de hacer daño, al margen de la pura agresión física. Muchos psicópatas llevan trajes impecables, conducen coches de lujo y ocupan puestos de responsabilidad. Entonces, ¿cómo se define al psicópata?
Estas personas son incapaces de sentir empatía, es decir, de ponerse en el lugar de otra persona. Saben que infligen daño, pero no sienten remordimiento por ello. Sin embargo, son perfectamente conscientes de que obran de un modo que la sociedad considera erróneo y reprobable. Entiende las normas, e incluso pueden ponerse en la piel de alguien intelectualmente, pero no emocionalmente.
Los psicópatas suelen ser mentirosos. Su repertorio de conductas es muy amplio y pueden desempeñar varios papeles simultáneamente. Siempre adoptarán el personaje que más les convenga para cada situación. Pueden ser encantadores para alcanzar su fin, pero, si no funciona, recurrirán a la amenaza y a la violencia. La clave es que todas sus acciones tienen un componente depredador. Son como el gato que persigue al ratón: al gato no le preocupan los sentimientos de su presa. Éste es el problema de los psicópatas: pueden hacer mucho daño a la gente que los rodea, víctimas que no son conscientes de que tal vez su jefe, su mujer o su marido es un psicópata.
El estilo de vida de la mayoría de ellos depende de la conquista de nuevas oportunidades y sensaciones, porque se aburren con muchísima facilidad. Por eso, normalmente, no permanecen en el mismo sitio durante mucho tiempo y cambian de ocupación o de trabajo con cierta frecuencia. Tienden a ser bastante impulsivos, pero de una manera controlada. Lo tienen todo planeado y asumen grandes riesgos, por lo general, a costa de otra persona. Saben operar dentro de los límites de la ley, pero donde mejor se mueven es allá donde estos límites son flexibles. Si impera el caos y las reglas son poco claras, saldrá adelante extremadamente bien.
Mucha gente se pregunta si nace malvado o si adquiere su condición con el tiempo. Aunque no existe un gen para la psicopatía, es probable que los genes influyan más que el entorno en el desarrollo de la personalidad de un psicópata. Con el tiempo, quizá encontremos una combinación de genes que expliquen la conducta, pero, de momento, tenemos pruebas científicas convincentes de que existen sólidos factores genéticos que entran en juego.
Uno de los mayores problemas es que los programas vigentes de recuperación social para delincuentes no funcionan con los psicópatas, básicamente por dos motivos: se basan en la gestión emocional, que ellos no practican, y pueden servirles incluso de aprendizaje para depredar mejor. Si se le explica a un psicópata que sus acciones dañan a otros y que por ello tiene que cambiar, no lo aceptará en su fuero interno. Hay que desconfiar de aquellos que, de repente, afirmen sentir empatía.
De momento, la única clave que tenemos es que los programas de readaptación deben ser diseñados para adecuarse específicamente al perfil del psicópata. Muy pocos países lo hacen. La única vía prometedora, aunque lenta, consiste en convencerlos de que pueden beneficiarse a ellos mismos si cambian de conducta.
Los que defienden que el psicópata se hace desde el nacimiento se basan en investigaciones hechas en el cerebro de los asesinos. Según una investigación hecha en sobre el cerebro de los asesinos, se ha encontrado que cambios en el cerebro podrían explicar el por qué algunas personas son más proclives a matar que otras.Nadie sabe qué provoca el comportamiento psicótico pero algunos científicos comienzan a encender nuevas luces sobre cómo se activan actitudes violentas o incluso los asesinatos.
El doctor Sharma descubrió que muchas áreas del cerebro, concretamente la memoria activa, que se activan en un paciente normal no se activan en un paciente psicótico. "Para un paciente de estas características, la vida puede ser un desafío constante. No recordará información que es vital para él, y no podrá organizarse correctamente porque no recordará lo que ha dicho cinco minutos antes. El doctor demostró también que los psicópatas tienen una especial dificultad para sentir. Muchas menos áreas de su cerebro se activan cuando se les muestra la fotografía de una persona que conocen. En algunas circunstancias, el sistema de reconocimiento emocional es tan insensible que alguien con quien has vivido durante un largo periodo de tiempo te puede parecer un extranjero.
El profesor Robert Hare, experto en el comportamiento psicópata, midió las ondas del cerebro de los psicópatas mientras se les mostraban palabras con carga emocional y otras de contenido neutro. A diferencia de otros pacientes, los psicópatas no reaccionaban de forma distinta ante palabras como "cáncer" o "muerte". Según Hare, el lenguaje y las palabras para los psicópatas no tienen una dimensión emocional. Un psicópata puede decir "Te amo" pero sin sentir nada distinto de cuando piden una taza de café.
Para los que opinan que no se nace siendo psicópata se basan en investigaciones en las que tienen un gran papel la cultura, la sociedad y sobre todo por el estilo de crianza. Esta es la opción que dan los psicológos y psiquiatras, diagnosticando la psicopatología como un trastorno de personalidad, y por ello dificil de intervenir. Pero los psicópatas no son enfermos mentales, sino que son personas que presentan síntomas interpersonales, afectivos y comportamentales.
Puede ser que un psicópata haya tenido una niñez dura, con problemas familiares muy fuertes que le han ido moldeando a esa personalidad. Pero esto no quiere decir que todos los niños que tengan problemas en su niñez se vayan a convertir el día de mañana en malignos psicópatas. Y también pueden haber casos en que el niño más tranquilo, el más trabajador y sobre todo el más calladito de mayor se convierta en uno de esos psicópatas. Sobre esto no hay nada claro, pero no hay que descartar que hay cierta influencia de la niñez cuando uno se convierte en adulto.
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