Éxito y fracaso son dos evaluaciones finales y opuestas de una tarea emprendida.
En cualquier acto que se real¡za existen básicamente tres fases:
Propósito. En la que tiene lugar el deseo y la intención de realizarla, decidiéndose de un modo más o menos consciente la conveniencia o no de actuar. El propósito tendrá una duración y complejidad relativas a la importancia de la tarea a realizar y va en función de la voluntad del sujeto.
Acción. En esta fase se pone en práctica el propósito. El individuo ejecuta la actividad deseada persiguiendo unos objetivos. Está en función de la capacidad personal e influida por los condicionamientos internos o anímicos y ambientales.
Fin. Fase en la que se consigue o no el objetivo buscado. Se manifiesta el resultado final del propósito y de la acción y tiene lugar un juicio valorativo del proceso.
Generalmente se juzga la actuación en función de sus objetivos: si se consiguen los fines pretendidos con ese propósito, se dice que la tarea ha sido un éxito. Si no se logran, se dice que ha sido un fracaso.
Por lo regular, el fracaso puede suceder por error en el propósito: intención equivocada, pretensiones ilusorias, objetivos inalcanzables, etc., o por error en la actuación, hecho que no depende exclusivamente del sujeto; existe una notable, y a veces decisiva, influencia de los condicionantes y circunstancias ambientales.
La valoración del éxito o fracaso de una empresa se realiza desde dos puntos de vista:
Análisis objetivo. Mediante la observación desde el exterior de la acción realizada por el sujeto y, sobre todo, del logro final de los objetivos.
Análisis subjetivo. Realizado por el propio sujeto y en función de la satisfacción personal conseguida.
Ambas evaluaciones no tienen por qué coincidir necesariamente. No es rara la disparidad de criterios entre ejecutante y observador ante una labor realizada. El primero puede sentirse muy satisfecho de su obra y en cambio no recibir la aprobación general, y viceversa. Esto se observa habitualmente en el terreno artístico. Cuando la intención del individuo es tan sólo buscar la aprobación general, obviamente el análisis objetivo y subjetivo deben coincidir para conseguir el éxito.
El valor real del éxito o el fracaso se debe buscar en la integración mental y en la repercusión afectiva que ambos conceptos tienen en el sujeto protagonista de la acción, ya que los dos enjuiciamientos pueden determinar la sucesiva forma de actuar, bien como estímulo (el éxito) o bien como freno (el fracaso).
El éxito incita a la acción en busca de nuevos éxitos, condicionándola positivamente. El fracaso, en cambio, induce a la paralización para prevenir y evitar otros posibles fracasos.
Éste es un fenómeno de aprendizaje que debe tenerse muy en cuenta cuando se persiguen fines educativos: premiar una labor bien realizada tiene mucha más influencia en la conducta que el castigo por la labor fracasada. Un premio es un incentivo que anima a actuar al resaltar el éxito. Con el castigo se inhibe la acción por miedo al mismo.
Por algo parecido, algunas personas se mueven en su vida siguiendo la ley del «todo o nada». Poseen un perfeccionismo exagerado, junto a una capacidad nula para asumir el fracaso. Por tal motivo viven paralizadas en sus acciones y decisiones, pues piensan que es mejor no actuar que actuar con el riesgo del fracaso: «Como seguramente no lo haré bien, mejor, no lo hago.» No son conscientes de que tomar decisiones y actuar es algo que encierra posibilidades tanto de éxito como de fracaso, mientras que el no actuar es objetivamente un fracaso siempre, porque nunca se alcanzará fin alguno.
En toda conducta existen probabilidades de éxito o de fracaso, tan válido uno como el otro para poder modular dicha conducta. Y ha de tenerse en cuenta que la satisfacción plena tras una tarea realizada se consigue pocas veces, y que, tal vez, sea más positivo sentirse «satisfecho pero sabiendo que todo es mejorable», para mantener un espíritu de superación.
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martes, 9 de julio de 2013
Valor real del éxito y del fracaso
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