El término narcisismo procede del mito clásico de Narciso, joven que al contemplar su propia imagen reflejada en las aguas de una fuente se enamora de sí mismo; ante lo imposible de su amor, muere de tristeza, metamorfoseándose su cuerpo en una hermosa flor: el narciso. El narcisismo consiste, fundamentalmente, en un exagerado amor a uno mismo. Freud describió un narcisismo primario en el recién nacido, que dirige todas sus energías hacia un solo objetivo: satisfacer sus propias necesidades y lograr el mayor grado de bienestar posible; sin embargo, según el niño va creciendo, al reconocer a una persona como la responsable de proporcionarle todo tipo de cuidados (generalmente se trata de su madre) comienza a dirigir hacia ésta parte de su libido, constituyendo lo que Freud denominó la libido de objeto. De este modo, en el desarrollo normal, la libido se va desplazando desde uno mismo (narcisismo) hacia diversos objetos, si bien es normal que siempre permanezca en todos los individuos una cierta dosis de narcisismo. A veces, ciertas situaciones traumáticas de tipo físico o psicológico, como enfermedades, frustraciones, peligros, pérdida de seres queridos («de objetos»), etc., hacen que la libido rechace otros objetos y se dirija de nuevo hacia uno mismo. Freud definió este retorno al narcisismo de la primera infancia con el término de narcisismo secundario.
Cuando a lo largo del desarrollo un sujeto conserva dirigidas hacia sí mismo una buena parte de las energías de su líbido porque ha enfocado pocas de estas energías hacia los objetos externos, o cuando determinados traumas psicológicos hacen que estas energías vuelvan a estar orientadas fundamentalmente hacia su propia persona, podemos afirmar que dicho sujeto tiene una personalidad narcisista. Entre sus rasgos más característicos destaca la constante y desmedida preocupación por sí mismo y su intereses, frente al desinterés que manifiesta hacia los demás y sus problemas; es más, muchas veces el narcisista puede ignorar perfectamente al resto de sus semejantes, a no ser que influyan de forma directa o indirecta en sus intereses.
Por lo general, el sujeto no tiene conciencia de estar tan volcado sobre sí mismo, sino que cree que su actitud es absolutamente normal y se asombra de que alguien pueda considerar que mantiene una postura egoísta.
Son personas cuyas relaciones afectivas y sociales, en general, están mediatizadas por su gran avidez de admiración y estimación. Buscan abiertamente ser admirados por los demás, fascinarlos para brillar ante sí mismos con mayor luminosidad, pero son incapaces de dar auténtico afecto y de entregarse abiertamente a otras personas. Esta característica ha llevado a muchos autores a relacionar el narcisismo con el «donjuanismo» y con los trastornos de tipo histérico. También se ha relacionado con determinados aspectos de la sexualidad, especialmente con el autoerotismo y la homosexualidad.
El autoerotismo consiste en la reproducción de estímulos eróticos a través del propio cuerpo o de partes de éste. Para que esto ocurra no es necesario que la persona tenga una personalidad narcisista, pero es evidente que es una situación más común cuando se poseen unas dosis altas de narcisismo. Algo similar ocurre a veces con la masturbación; la elección del objeto sexual o incluso del objeto de amor puede estar más o menos mediatizada por el trasfondo narcisista, tal como ocurre en un buen número de relaciones homosexuales, en las cuales la elección de una pareja del mismo sexo se debe, parcial o totalmente, al parecido del cuerpo elegido con el propio o a la similitud de los órganos sexuales.
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