El ser humano ordinario siente una profunda angustia, una gran sensación de soledad. Tiene miedo de ella y para intentar escapar busca seguridad, placer y poder –tanto en las cosas como en las ideas y en las personas. Y esa búsqueda es la causa de la confusión, el dolor y la desdicha en las relaciones y, por ello, en el mundo.
Cualquier forma de escape respecto de este vacío y de esta angustia interna se vuelve sumamente importante, porque encubre el propio vacío y angustia y, en consecuencia, el ser humano se aferra con desesperación a ella, a la manera en la cual huye. Y por proteger esta manera en la que se evaden de su propia angustia vital están dispuestos a pelear, a destruirse unos a otros. Ningún escape respecto de este sentimiento de vacío resolverá el problema sino que, por el contrario, genera más confusión. Por ello debemos darnos cuenta de los escapes.
Todos los escapes se encuentran en el mismo nivel, no hay escapes espirituales y escapes materiales. Todos son en esencia similares, y si uno se da cuenta que la mente está escapando todo el tiempo de este problema central de la angustia, si es capaz de vivenciar la propia angustia sin condenarla ni temerla, da el primer paso hacia su disolución: enfrenarse al hecho sin juzgarlo, sin condenarlo, sin darle un nombre. Cuando se le da un nombre a un hecho se le juzga y se le condena. Se le dice a esta vivencia que es angustia, soledad, muerte, y esas palabras implican condena y resistencia. Y al condenar y al resistir no se comprende el hecho.
Dar nombre al hecho crea el centro del “yo”, y el “yo” es soledad, angustia, separación y vacío. El “yo” sólo son palabras y, con ellas, el desarrollo de un proceso de aislamiento. En todas nuestras relaciones, en todos los esfuerzos que hacemos en la vida, estamos siempre aislándonos, y este aislamiento conlleva sufrimiento. Y sin comprender todo el proceso de la mente, son su separación y aislamiento, no se puede comprender y solucionar la angustia, el sufrimiento.
Pero cuando se ve y se comprende todo esto, sin nombrar, sin juzgar, sin desear hacer algo con respecto a ello, la angustia se convierte en algo por completo diferente. Uno entra entonces en un estado que va más allá de sí mismo, en un estado de creación, de vida.
El hombre inferior sólo es un simple resultado de influencias asociales, religiosas, económicas, hereditarias, climáticas... Pero cuando se comprende todo el proceso de la mente, entonces, al liberarse uno de él, surge una soledad exenta de toda influencia. Ahora, la mente y el corazón ya no están moldeados por los acontecimientos externos o las experiencias internas. Únicamente cuando existe esa soledad creativa es posible encontrar lo real. Pero una mente que se aísla a causa del miedo sólo puede experimentar angustia, y una mente así jamás podrá ir más allá de sí misma.
Pero la mayoría de seres humanos no tiene consciencia de sus escapes. Están tan condicionados, tan acostumbrados a los escapes, que los toma por realidades. Pero si se vieran con claridad verían cuan solos, angustiados y vacíos son bajo la cubierta superficial de los escapes. Apenas conscientes de ese estado, lo disimulan constantemente con diversas actividades, ya sean artísticas, sociales, religiosas o políticas. Pero esa angustia sólo puede disiparse mediante la comprensión, por eso debe ser comprendida.
Para comprender uno tiene que darse cuenta de estos escapes, y cuando se comprendan los escapes uno será capaz de enfrenarse con la angustia y el sufrimiento. Entonces se observará que la angustia no es diferente de uno mismo, que el observador es lo observado. En esa vivencia, en esa integración, en esa unidad del pensador y del pensamiento, desaparecen esa angustia y ese sufrimiento.
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