La salud del hombre es un
complejo proceso sustentado
en la base de un equilibrio entre
factores biopsicosociales.
Emociones son procesos psicológicos
que frente a una amenaza a nuestro equilibrio, ya sea físico o psicológico,
actúan para reestablecerlo ejerciendo así un papel adaptativo. Sin embargo en
algunos casos, las emociones,
influyen en la contracción de enfermedades,
dejando de ser procesos adaptativos. La función adaptativa de las emociones va a
depender de la evaluación que haga la persona del estímulo que pone en peligro su
equilibrio, y de la respuesta que genere para afrontar ese estímulo.
Siendo la salud humana un complejo proceso de adaptación en el
que confluyen factores biológicos, psicológicos y sociales, una persona sana
debe estarlo tanto en mente como en cuerpo, es decir existe una relación. Esta
relación permitió el nacimiento de una nueva ciencia, la psiconeuroinmunologia (PNI), que estudia como
influyen ciertos procesos psicológicos en la salud.
Gracias a los estudios derivados de la PNI, se ha descubierto un
vínculo físico (sinapsis), entre células del sistema nervioso y del sistema inmunológico, haciendo a estos dos sistemas humanos, interdependientes.
Una de las formas como influyen los procesos psicológicos en la
salud, es a través de las emociones. Tanto las emociones positivas (alegría,
buen humor, optimismo) como las negativas (ira, ansiedad) y el estrés influyen en la salud.
Las emociones perturbadoras influyen negativamente en la salud
favoreciendo la contracción de ciertas enfermedades, ya que hacen más
vulnerable el sistema inmunológico, lo que no permite su correcto
funcionamiento.
Las emociones positivas son un beneficio par nuestra salud, ya
que ayudan a soportar las dificultades de una enfermedad y facilitan su
recuperación.
Todos estos descubrimientos sobre emociones y salud, tienen su
aplicación en el tratamiento de las enfermedades, ya que este deberá ser un
tratamiento integral, que considere la recuperación tanto de los factores
físicos como de los factores psicológicos del paciente.
Introducción
Las emociones se han estudiado, principalmente, por el papel
adaptativo que han jugado a través de la evolución del
hombre.
Gracias a las emociones se produce una activación que nos
proporciona la energía necesaria para responder, rápidamente, a un estímulo que
atente a nuestro bienestar físico o psicológico, permitiendo así, nuestra
supervivencia.
Sin embargo, en los últimos años, se ha descubierto que las
emociones pueden ser, también, perjudiciales para la salud, influyendo en la
contracción de ciertas enfermedades, perdiendo, en este sentido, su valor adaptativo.
Finalmente se empieza a aceptar que disturbios psicológicos
leves o intensos pueden causar enfermedades en el cuerpo propiamente tal.
Nuestras abuelas ya lo sabían: nos decían que la tristeza, la preocupación
obsesiva y otros sentimientos podían dañar el corazón,
provocar úlceras, arruinar el cutis y hacernos más vulnerables a las
infecciones (Damasio, 1994).
Este vínculo entre las emociones y la salud, va mucho mas allá
de que ciertas emociones, las negativas, hagan más vulnerables a las personas a
contraer una enfermedad, o que otras emociones, las positivas, favorezcan la
recuperación de una dolencia. Con esto, se está estableciendo la relación
mente/cuerpo.
Esto trae consigo todo un cambio en el
tratamiento de enfermedades, ya que ahora se deberán tomar en cuenta, como
relevantes, los factores psicológicos de las personas enfermas, para así
intervenir sus emociones con el objetivo de
mejorar la salud.
Se puede definir enfermedad como una alteración mas o menos
grave en la fisiología o
funcionamiento del cuerpo, y se pude definir salud estar libre de enfermedad,
pero para nuestro efecto, la enfermedad no es únicamente dolor y la salud no es
únicamente ausencia de enfermedad sino un proceso complejo de adaptación en el
que confluyen factores biológicos, psicológicos y sociales.
La salud del hombre es un proceso complejo sustentado sobre la
base de un equilibrio entre factores biopsicosociales. Lograr que el hombre se
adapte a su medio implica la mantención de la adecuada sincronización de las funciones de los sistemas de su organismo y en
caso del surgimiento de un desbalance, esta adaptación depende del
restablecimiento de ese equilibrio (López, 1999).
La enfermedad afecta tanto al cuerpo como a la mente y ante todo
debemos aceptarla y cada cual debe tomar la dirección y la responsabilidad de
su salud.
Podemos encontrar una gran variedad de explicaciones sobre qué
son las emociones, como por ejemplo:
- Proceso que se activa cuando el organismo detecta algún
peligro, amenaza o desequilibrio con el fin de movilizar los recursos a su alcance para controlar la
situación (Fernández-Abascal y Palmero, 1999).
- Funciones biológicas fundamentales, producto de la
evolución, que permiten al organismo sobrevivir en entornos hostiles, por lo
que se han conservado prácticamente intactas a través de la historia evolutiva (Le Doux, 1999).
Pero todas coinciden en algo: las emociones son procesos
adaptativos, entonces, ¿Por qué y cómo intervienen en unos casos y determinan
en otros, mecanismos que favorecen la enfermedad?
Una de las claves a la hora de entender la repercusión de las
emociones en la salud es la conceptualización del proceso emocional. En él
aparecen dos filtros entre la situación interna o externa que desencadena el
proceso y la manifestación de las emociones en el sujeto protagonista
(Fernández-Abascal y Palmero, 1999).
El primero de ellos, la evaluación valorativa, modulará la
activación emocional en sus componentes de experiencia subjetiva o sentimiento,
expresión corporal, tendencia a la acción y
respuestas fisiológicas y será el responsable del reajuste de las emociones a
las demandas del entorno; pero, también, puede ser el responsable de que las
emociones pierdan su valor adaptativo y sean, entonces, perjudiciales para la
salud (Fernández-Abascal y Palmero, 1999).
El segundo filtro, que actúa entre la activación y la expresión
emocional, se refiere a los mecanismos socioculturales de control emocional que determinan en gran
medida los estilos de afrontamiento, es decir, las estrategias que cada persona pone en juego para
responder ante las emociones (Fernández-Abascal y Palmero, 1999).
En resumen, la función adaptativa de las emociones va a depender
de la evaluación que la persona haga del estímulo, es decir, del significado
que le dé a este, y de la respuesta de afrontamiento que genere.
Como habíamos dicho, la salud humana es un complejo proceso
sustentado sobre el equilibrio de factores biopsicosociales, es decir, una
persona sana tiene en equilibrio tanto su cuerpo como su mente en adaptación
con su entorno.
De lo anterior se desprende, que existe una relación entre mente
y cuerpo y que la falta de equilibrio en uno de ellos, afecta el equilibrio y
el buen funcionamiento del otro. La enfermedad afecta tanto al cuerpo como a la
mente.
De esta relación mente/cuerpo nace la medicina psicosomática,
que se centra en el estudio de las interacciones entre los procesos
psicológicos (mente) y la ocurrencia de ciertas enfermedades (cuerpo).
Establecida la relación, el psicólogo Robert Ader se dedicó a
investigar como influyen ciertos procesos psicológicos, las emociones, en la
salud (USA, 1974). Es así como nace un nuevo campo de investigación,
la Psiconeuroinmunología (PNI), que estudia los vínculos que existen entre el
sistema inmunológico y el sistema nervioso central. Su mismo nombre reconoce
las relaciones: psico o "mente"; neuro, que se refiere al sistema
neuroendocrino ( que incluye el sistema nervioso y los sistemas hormonales); e inmunología, que se refiere al
sistema inmunológico. Ha sido utilizada para establecer posibles relaciones
entre los factores de comportamiento y
la progresión de enfermedades.
Según Ader, hay una infinidad de modos en que el sistema
nervioso central y sistema inmunológico se comunican: sendas biológicas que
hacen que la mente, las emociones y el cuerpo no están separados sino
íntimamente interrelacionados.
Se está descubriendo que los mensajeros químicos que operan más
ampliamente en el cerebro y en el sistema inmunológico son
aquellos que son más densos en las zonas nerviosas que regulan la emoción. A
cargo de estas investigaciones está el psicólogo David Felten. Él
comenzó notando que las emociones ejercen un efecto poderoso en el sistema
nervioso autónomo (SNA), que es el que regula diversas funciones del organismo.
Detectó un punto de reunión en donde el SNA se comunica directamente con los
linfocitos y los macrófagos, células del sistema inmunológico. Se descubrieron
contactos semejantes a sinapsis, en los que los terminales nerviosas del SNA
tiene terminaciones que se apoyan directamente en estas células inmunológicas.
Este contacto físico permite que las células nerviosas liberen
neurotransmisores para regular estas células (Goleman, 1996).
Luego de diversos estudios, David Felten concluyó que sin esas
terminaciones nerviosas el sistema inmunológico no responde como debería al
desafío de las bacterias y los virus invasores. En resumen, el sistema
nervioso no sólo se conecta con el sistema inmunológico, sino que es esencial
para la función inmunológica adecuada.
Otra vía clave que relaciona las emociones y el sistema
inmunológico es la influencia de las hormonas que se
liberan con el estrés. Las catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) y el
cortisol, entre otras, obstaculizan la función de las células inmunológicas: el
estrés anula la resistencia inmunológica, supuestamente en una
conservación de energía que da prioridad a la emergencia más inmediata, que es
una mayor presión para la supervivencia (Goleman, 1996).
Basándose en esto, se ha establecido la hipótesis de que
el estrés y las emociones negativas, como la ira, la ansiedad y la depresión,
podían ser la causa de ciertas enfermedades. Las investigaciones no han
arrojado datos clínicos suficientes como para
establecer una relación causal, pero sí, se reconoce que, estas emociones,
afectan la vulnerabilidad de las personas a contraer enfermedades. Asimismo, se
investiga si las emociones positivas son beneficiosas a la hora de la
recuperación de la enfermedad.
También, las emociones y la salud se relacionan cuando una ya
está enfermo, podemos ser emocionalmente frágiles mientras estamos enfermos
porque nuestro bienestar mental se basa, en parte, en la ilusión de
invulnerabilidad. La enfermedad hace estallar esa ilusión, atacando la premisa
de que nuestro mundo privado está a salvo y seguro.
De pronto nos sentimos débiles, impotentes y vulnerables. La emoción más típica
cuando estamos enfermos es el miedo.
Se ha descubierto que las emociones negativas, como la ira, la
ansiedad o la depresión, y también el estrés, debilitan la eficacia de ciertas células inmunológicas.
Estudios confirman que las emociones perturbadoras son malas
para la salud. Se descubrió que las personas que experimentan ansiedad crónica,
prolongados períodos de tristeza y pesimismo, tensión continua u hostilidad,
cinismo o suspicacias implacables, tenían el doble de riesgo de contraer una enfermedad, incluidas asma,
artritis, dolores de cabeza, úlceras pépticas y problemas cardíacos.
Esta magnitud hace que las emociones perturbadoras sean un factor de riesgo tan
dañino como lo son, por ejemplo, el hábito de fumar o el colesterol elevado para
los problemas cardíacos, es decir, una importante amenaza a la salud (Goleman,
1996).
Lo anterior no indica, en modo alguno, que todos aquellos que
tengan estos sentimientos serán más vulnerables a una enfermedad.
La ira es una emoción negativa que influye en la salud,
fundamentalmente generando problemas en el corazón.
Estudios realizados en la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford han descubierto el impacto
que la ira tiene en la función cardíaca: en pacientes que habían sufrido al
menos un ataque cardíaco, cuando se sentían furiosos e incluso cuando
recordaban esos episodios, se producía una disminución de la eficacia de bombeo
de su corazón, la cual no se observó con otros sentimientos perturbadores como
la ansiedad. (Goleman, 1996).
Por supuesto que nadie está diciendo que la ira por sí sola
provoque una enfermedad coronaria, esta es sólo uno de varios factores
interactivos. Como los doctores explican, aún no se puede decir si la ira y la
hostilidad juegan un papel causal en el desarrollo temprano
de la enfermedad coronaria, o si esta intensifica el problema una vez que la
enfermedad ha comenzado, o si ocurren ambas cosas. Pero tomemos el caso de una
persona que se enfurece repetidas veces. Cada episodio de ira añade una tensión
adicional al corazón aumentando su ritmo cardíaco y su presión sanguínea. Cuando
esto se repite una y otra vez, puede causar un daño, sobretodo debido a que la turbulencia con que la sangre fluye a través de la arteria coronaria
con cada latido puede provocar microdesgarramientos en los vasos, donde se
desarrolla la placa. Por eso, si su ritmo cardíaco es más rápido y su presión
sanguínea más elevada porque está furioso habitualmente, tendrá mayor probabilidad de
producir una enfermedad coronaria (Goleman, 1996).
Enfermedad coronaria se refiere a una serie de males que se
presentan cuando una o más de las arterias coronarias se bloquean de manera
parcial o total a causa de los depósitos que se acumulan en las paredes
arteriales. Las arterias coronarias engrosadas se hacen rígidas y estrechas y
pueden interrumpir el suministro de sangre al corazón de modo temporal o
permanente (Davidoff, 1989).
Un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de
Harvard pidió a pacientes que habían sufrido una ataque cardíaco que
describieran suestado emocional
en las horas anteriores al mismo: estaban furiosos. Sin embargo esto no
significa que se debería suprimir la ira cuando esta es adecuada, ya que
existen pruebas de que
suprimir tales sentimientos aumenta la agitación del cuerpo y la presión
sanguínea. El hecho de que se exprese la ira o no es menos importante que el
hecho de saber si la ira es crónica o no. Una muestra de hostilidad ocasional no es
peligrosa para la salud, el problema surge cuando la hostilidad se vuelve tan
constante que define la personalidad. Las personas con personalidad Tipo A aparentan
ser agresivas y hostiles, hablan fuerte, rápido y en forma explosiva; muestran
un sistema nervioso autónomo muy sensible, reaccionan de modo excesivo ante la
tensión. Esta reactividad exagerada conduce a un ritmo cardíaco rápido,
sensación de urgencia, impaciencia y hostilidad. Las prisas, las competencias y cosas parecidas aumentan la tensión
acelerando la excitación simpática y contribuyendo más a la posibilidad de
problemas coronarios (Davidoff, 1989).
El complejo ira-hostilidad se considera el aspecto psicológico
que permite entender la influencia de los procesos emocionales en los
trastornos cardiovasculares. Este complejo no es unitario, sino que está
configurado por distintas variables psicológicas,
las que en los hombres pueden variar con respecto a las mujeres (Breva y
Palmero, 1998).
La ansiedad es una emoción negativa, una perturbación provocada
por las presiones de la vida diaria. Es la emoción con mayor peso como prueba
científica al relacionarla con el inicio de la enfermedad y el curso de la
recuperación.
Como todas las emociones, la ansiedad, tiene utilidad adaptativa: nos ayuda a prepararnos
para enfrentarnos a algún peligro. Pero en la vida moderna, es más frecuente
que sea desproporcionada y fuera de lugar; la perturbación se produce ante las
situaciones con las que debemos vivir o que son evocadas por la mente, no por
peligros reales que debemos enfrentar. Por esta razón se esta convirtiendo en
un riesgo para la salud si se presenta en forma crónica. Si las angustian
perduran, estas amenazan la salud; una mayor cantidad de cambios en la vida y
de molestias está vinculada con una mayor probabilidad de enfermedades físicas.
La ansiedad influye, principalmente, en la contracción de enfermedades infecciosas tales como resfríos, gripes y herpes. Estamos constantemente expuestos a esos virus, pero
normalmente nuestro sistema inmunológico los combate, sin embargo, con la
ansiedad esas defensas fallan. Las diferencias en resistencia a las
enfermedades infecciosas se deben, en parte, a las tensiones de la vida.
Cuantas más ansiedades existan, mayor será la incidencia de males infecciosos.
Durante la tensión las respuestas hormonales suprimen ciertas
funciones inmunológicas, haciendo que las personas sean más suceptibles a los
patógenos que causan los males infecciosos. Cuando la ansiedad persiste, las
actividades inmunológicas pueden estar deprimidas.
Un estudio realizado en parejas casadas que durante tres meses
llevaron listas diarias de peleas y episodios perturbadores mostró que: tres o
cuatro días después de una serie especialmente intensa de preocupaciones,
cayeron enfermos de un resfrío o una infección al aparato respiratorio
superior. Ese período es precisamente el tiempo de
incubación de muchos virus comunes del resfrío, lo que sugiere que estar
expuestos mientras tenían mayores preocupaciones y trastornos los hizo
especialmente vulnerables (Goleman, 1996).
Lo mismo se aplica para el virus
del herpes: tanto el tipo que provoca llagas en los labios como el que
origina lesiones genitales. Cuando las personas han quedado expuestas al virus
del herpes, está permanece latente en el organismo y se manifiesta de vez en
cuando. La actividad del virus del herpes puede ser rastreada por los niveles
de anticuerpos del mismo que hay en la sangre. Utilizando esta medición, la reactivación del virus se ha encontrado n
estudiantes de medicina que se encuentran rindiendo exámenes de fin de año y en
mujeres recién separadas.
El precio de la
ansiedad no sólo es que disminuye la respuesta inmunológica; otra investigación
está mostrando efectos adversos en el sistema cardiovascular. Mientras la hostilidad crónica y
episodios repetidos de ira parecen poner a los hombres en un gran riesgo de enfermedad cardíaca, las
emociones más mortales en las mujeres pueden ser la ansiedad y el temor. Lo que
ocurre es que sistema nervioso simpático activado hace que los riñones retengan
sal, la cual altera la regulación de la presión arterial en las personas
susceptibles debido a las preocupaciones (Davidoff, 1989).
También la ansiedad tiene un papel relevante, en situaciones
tales como las operaciones
quirúrgicas, el Dr. Camran Nezhat, de la Universidad de Stanford dice:
"si alguien debe someterse a una cirugía y me dice que ese día siente pánico y no
quiere pasar por ella, cancelo la intervención. Cualquier cirujano sabe que las
personas que están muy asustadas tienen problemas durante la operación. Sufren
hemorragias abundantes y más infecciones y complicaciones; además, tardan más
tiempo en recuperarse".
La razón es evidente: el pánico y la ansiedad elevan la presión
sanguínea y las venas dilatadas por la presión, sangran más abundantemente
cuando el cirujano hace la incisión con el bisturí. La hemorragia excesiva es
una de las complicaciones quirúrgicas más molestas y puede provocar la muerte(Goleman, 1996).
Debido a que el coste médico de la ansiedad es tan alto, las técnicas de relajación se utilizan para aliviar
los síntomas de una amplia variedad de enfermedades. Estas incluyen problemas
cardiovasculares, algunos tipos de diabetes,
artritis, asma, alteraciones
gastrointestinales y dolor
crónico, por nombrar algunas.
El fisiólogo Hans Seyle describió el estrés como una respuesta
orgánica de tres fases:
Fase de Alarma: Preparación de respuestas adaptativas.
Fase de Resistencia: presentación de respuestas y participación
de procesos emocionales y psíquicos, para restablecer el equilibrio.
Fase de Agotamiento: cuando el organismo ya no es capaz de
generar más respuestas adaptativas, se satura la capacidad de adaptación y se
presenta la desadaptación alterándose la homeostasis orgánica.
Esto ocurre si los estímulos son muy intensos, se repiten
frecuentemente o persisten por mucho tiempo (Rodríguez y Vega, 1998).
Las respuestas que se presentan durante la fase de resistencia
al estresor, como son: aumento en al secreción de catecolaminas (adrenalina y
noradrenalina), de cortisol y encefalina, aumento de aminoácidos circulantes,
aumento de la glicemia, entre otras; hacen que el sistema inmunológico se vea
afectado deteriorando la función de las células inmunológicas (T, B, T
asesinas).
El estrés mental crónico parece inducir la superproducción de un
producto químico, el péptido derivado del gen de la calcitonina en los
terminales nerviosos de la piel. Por esto, el péptido recubre excesivamente la superficie
de ciertas células inmunológicas (células de Langerhans), cuya tarea es
capturar agentes infecciosos y entregarlos a los linfocitos para que el sistema
inmune pueda contrarrestar su presencia. Debido a la menor vigilancia en una
vía importante de acceso, el cuerpo es más vulnerable a las infecciones
(Damasio, 1994).
Con lo anterior podemos darnos cuenta de lo nocivo que puede
llegar a ser el estrés, pero aún así no es causa directa de enfermedades. El
estrés no causa la enfermedad en sí, sino que impide la recuperación porque
baja las defensas del cuerpo y aumenta la sensibilidad de la persona a los
problemas físicos que han existido anteriormente (Reeve, 1994).
Múltiples estudios clínicos han demostrado que la palabra más
adecuada para describir la relación entre estrés y salud es impacto, pues los
factores psicosociales no son causa de enfermedad, sino que desempeñan un rol
en la alteración de la susceptibilidad del paciente a las enfermedades
(Rodríguez y Vega, 1998).
Estudios han demostrado que estresores potenciales como: grandes
cambios en la vida, situaciones vitales crónicas y pérdida del apoyo social,
están relacionados con enfermedades
cardiovasculares, debido a que la secreción de hormonas durante el estrés
parecen contribuir en este tipo de enfermedades, ya que: incrementan la
tendencia de coagulación de la sangre, (si un coágulo se aloja en la arteria
coronaria es probable sufrir un ataque cardíaco), elevan los niveles de ácidos grasos libres y triglicéridos que
obstruyen las arterias, y aumentan la presión arterial (Davidoff, 1989).
En cuanto a la contracción de enfermedades
infecciosas como virus del
herpes o de la gripe, el estrés influye ya que debilita la acción del sistema
inmunológico.
La relación entre estrés y cáncer parece estar en los efectos supresores
del estrés en el sistema inmunológico. Si se deprimen las funciones
inmunológicas, los organismos tienen menos capacidad para enfrentarse a los
agentes cancerígenos
(Davidoff, 1989).
La prueba de los efectos médicos adversos de la ira, la ansiedad
y el estrés es innegable. Tanto la ira como la ansiedad, cuando son crónicas,
pueden hacer que la gente sea más propensa a una serie de enfermedades. Pero si
la perturbación emocional crónica en sus diversas formas es nociva, la variedad
opuesta de emociones puede resultar beneficiosa?.
Muchos preconizan que la risa y el buen humor pueden ser herramientas efectivas
para enfrentarse a la enfermedad. La capacidad de estar de buen humor imprime
sentido de perspectiva a nuestros problemas. La risa brinda una liberación física de las tensiones acumuladas y por
tanto se espera que todo aquello que logre que el hombre se mantenga
emocionalmente estable y lejos de experiencias desagradables puede contribuir a
que el sistema inmunológico funcione óptimamente (López, 1999).
Pese a lo anterior, investigaciones indican que las emociones
positivas pueden resultar beneficiosas hasta cierto grado. Así como las
emociones negativas hacen más vulnerables a las personas a contraer
enfermedades, pero no las causan, las emociones positivas ayudan a sobrellevar
la enfermedad y favorecen el proceso de recuperación, pero por sí solas no
logran mejorar a la persona.
El optimismo y la esperanza también resultan beneficiosos. La
gente que tiene muchas esperanzas es más capaz de resistir en circunstancias
penosas, incluidas las dificultades médicas. En cuanto al optimismo hay
diversas explicaciones. Una teoría propone
que el pesimismo conduce a la depresión, que a su vez interfiere en el sistema
inmunológico, con la consiguiente vulnerabilidad a las enfermedades; el optimismo
haría lo contrario. Otra explicación indica que puede tratarse de que los
pesimistas descuidan su propia persona; algunos estudios han descubierto que
los pesimistas fuman y beben más, y hacen menos ejercicios que los optimistas,
son en general más descuidados con su salud. Podría resultar que la fisiología
del optimismo es de cierta utilidad biológica para la lucha del organismo
contra la enfermedad (Goleman, 1996).
Conocer las propias emociones es algo fundamental. Reconocer
cuál es la emoción que estamos sintiendo, en el momento en que la sentimos es
tremendamente útil, ya que nos permite un mayor conocimiento de
nosotros mismo y también nos permite saber canalizar y expresar esas emociones
hacia los demás de manera adecuada.
Todas las emociones son buenas, mirándolas desde el papel
adaptativo que juegan, sin embargo hoy se sabe que hay algunas que si se salen
de los limites normales y se vuelven crónicas, ya no son tan buenas.
En la comunidad científica
ya se acepta que las emociones tienen cierta influencia en la salud: se
reconoce un vínculo físico entre el sistema nervioso y el inmunológico, que
hace que estos sistemas, sobre todo el inmunológico dependa del nervioso para
su correcto funcionamiento. Así, las emociones negativas y el estrés afectan al
sistema inmunológico, haciéndolo más vulnerable; y las emociones positivas, el
buen humor, el optimismo y la esperanza, junto al apoyo de otros, ayudan a
soportar una enfermedad y facilitar su recuperación. Con esto, se estableció la
relación mente/cuerpo, que permitió el nacimiento de una nueva disciplina de
estudio, la Psiconeuroinmunnología.
Todos estos descubrimientos tienen una aplicación innegable para
los profesionales de la salud en el tratamiento de las enfermedades, ya que
deberán considerar un tratamiento integral para el paciente que considere tanto
los factores físicos como los psicológicos de este. En otras palabras el
paciente estará sano cuando se haya curado de la enfermedad (illness: experiencia que el paciente tiene del
mal que lo aqueja), mas que de la patología (disease:trastorno médico).
Algunos cambios para la medicina en el tratamiento de enfermedades,
tomando en cuenta el efecto de las emociones en la salud, serían: ayudar a la
gente a manejar mejor sus sentimientos perturbadores (ira, ansiedad, depresión,
pesimismo y soledad) ya que es una forma de prevención de la enfermedad; y
atender las necesidades psicológicas de los pacientes al mismo
tiempo que las médicas.
Si los descubrimientos sobre emociones y salud significan algo,
es que el cuidado médico que pasa por alto lo que la gente siente mientras lucha con una enfermedad
grave o crónica, ya no es adecuado.
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