Humor es el tono sentimental, agradable o desagradable, que experimenta internamente una persona. Generalmente está vinculado a un objeto exterior (acontecimiento, lugar, otra persona, etc.) o a un pensamiento propio.
El humor se refiere exclusivamente a los sentimientos internos, subjetivos, y no abarca la manifestación exterior de los mismos. Cuando tenemos en cuenta los sentimientos internos y su expresión externa, hablamos de afecto y no de humor.
Es una expresión coloquial y habitual el decir: «estoy de buen humor» o «estoy de mal humor» cuando queremos reflejar nuestra disposición anímica ante las circunstancias ambientales.
Cuando nos encontramos «de buen humor» nuestro tono vital y sentimental se encuentra fortalecido. Nos sentimos alegres y sintonizamos bien con todos los acontecimientos positivos que nos rodean. Nos encontramos optimistas y tenemos ganas de hacer cosas, conectar con otras personas, divertirnos y sacar provecho de nuestras experiencias cotidianas. Asimismo disponemos de una mayor capacidad de resistencia para afrontar los posibles contratiempos; que, por otro lado y debido al optimismo, tendemos a minimizar, quitándoles importancia.
Por el contrario, cuando nos encontramos «de mal humor» nos colocamos en el polo opuesto. Nuestra disposición anímica se tiñe de pesimismo, nos sentimos apáticos, desganados y faltos de interés por todo aquello que requiera un mínimo esfuerzo. Los contratiempos nos parecen complicaciones fastidiosas e insalvables, empeorando aún más nuestro estado. Preferimos que nos dejen en paz y nos molesta la gente, por lo que tendemos a eludir la relación social.
Si tratamos de analizar qué factores influyen en el humor, observaremos que son innumerables. Unos son externos, procedentes del medio ambiente que rodea la vida del individuo. Otros son internos, procedentes de la propia persona y aparecen en forma de sensaciones físicas, psíquicas o combinadas.
Una clasificación de los factores determinantes de los cambios de humor nunca sería acertada, ya que una característica básica de los mismos es que son específicos de cada persona. Es decir, cada individuo es sensible a unos determinados factores que son particulares. Un mismo acontecimiento actúa en el humor de varias personas de distinta manera, según su temperamento y carácter.
Un experimento sencillo consistiría en acudir a una reunión social, y detenernos a observar a cada uno de los asistentes, tratando de percibir su estado de ánimo, su humor predominante. Probablemente veríamos a alguno alegre, radiante de felicidad, charlatán y lleno de entusiasmo. No lejos de él, advertiríamos la presencia de otro, callado, taciturno, ausente, actuando como sí la fiesta no fuera con él. Un poco más allá se dejaría ver un tercero, burlón, arrogante y presuntuoso que no cesa de llamar la atención. Sentado en un rincón, tal vez otro esté deleitándose con la música. Y otro más, quizá, se queje de aburrimiento y fastidio, lamentando haber asistido. Como vemos, el acontecimiento y los estímulos ambientales son comunes a todos, pero, sin embargo, la reacción de cada uno es muy distinta.
Así ocurre en la mayoría de los casos. Lo que para uno es maravilloso, puede ser horripilante para otro. Cada persona posee un conjunto de vivencias, experiencias y recuerdos archivados a lo largo de toda su existencia. Cada uno de ellos va acompañado de un sentimiento, una determinada emoción, que a modo de resorte se activa cuando nos encontramos ante una circunstancia que los excita. No es, pues, el hecho determinante en sí, el que modula nuestro humor, sino la integración que hacemos del mismo en nuestro interior, con toda la carga emotiva que ello supone.
Cuando nos preguntamos, entonces, qué cosas influyen en nuestro humor, podemos afirmar que todas aquellas que provoquen en nosotros una reacción emotiva; tanto positiva como negativa. Hacer un listado de las mismas sería una tarea interminable, porque prácticamente todo acontecimiento, de algún modo, consciente o inconscientemente, nos afecta.
El humor y el estado de ánimo
Humor es el tono sentimental, agradable o desagradable, que acompaña a una idea o situación. Cuando este tono se mantiene habitualmente o es el que predomina a lo largo del tiempo, hablamos de humor dominante o estado fundamental de ánimo.
El estado de ánimo puede variar entre dos extremos opuestos: desde la exaltación, la alegría y el entusiasmo, con una importante carga positiva de placer, a sus polos contrarios la tristeza, la insatisfacción e inhibición, esta vez con carga negativa de sufrimiento. Entre ambos límites puede albergarse toda una gama de posibles estados de ánimo intermedios.
Las variaciones anímicas pueden originarse de dos formas:
1. Por estímulos ambientales; es decir, externos a la persona, en la que provocan una reacción en sus sentimientos que dependerá del carácter de la descarga emotiva provocada. Si dicho estímulo es placentero producirá sensaciones positivas, proyectando el estado de ánimo hacia la alegría y el júbilo. Por el contrario, si el influjo ambiental es desagradable, provocará sensaciones negativas, empujando el ánimo hacia la tristeza, la angustia y la depresión.
En condiciones normales, existe una relación proporcional entre estímulo y respuesta en ambos polos.
2. Otras veces, el estado de ánimo varía su tono hacia uno u otro signo con independencia de las circunstancias del exterior. Es como si surgiera del interior de la persona, condicionando su disposición anímica y sin motivos ambientales aparentes. Entonces hablamos de sentimiento vital, porque impregnan la vida del sujeto formando parte de él mismo.
De una u otra manera, tanto el cuerpo como la mente sintonizan con el estado de ánimo y presentan una apariencia determinada objetiva y subjetiva:
La persona con «buen» estado de ánimo se siente más vital, más activa y mejor dispuesta para las relaciones sociales. Conecta bien con el medio ambiente y le atraen los acontecimientos divertidos, con gran disposición hacia lo alegre y jovial. Las circunstancias negativas son filtradas por una capacidad mayor para la tolerancia y tienden a ser minimizadas. Las funciones corporales suelen estar aceleradas y ello se manifiesta a través de impulsos instintivos, como el apetito alimenticio y la sexualidad, entre otros.
Objetivamente resalta su mayor actividad, rapidez de movimientos y facilidad de diálogo. Su cuerpo se mueve con soltura y tiene una apariencia expansiva y extravertida: brazos abiertos, semblante alegre y risueño y facilidad para contagiar su estado de hilaridad.
En cambio, la persona con ánimo bajo presenta la cara opuesta: tiende al aislamiento social y a la desconexión con el ambiente. Los acontecimientos positivos resbalan sobre una capa impermeable de pesimismo. Tiene facilidad, en cambio, para percibir las desgracias que la rodean y con frecuencia tiende a exagerarlas. Piensa con más lentitud y suele ser unidireccional, tendiendo siempre hacia lo negativo. Sus reacciones instintivas también se encuentran mermadas: disminuye el apetito y frena la libido.
Corporalmen te resalta su falta de actividad. No es raro que permanezca inmóvil en un sillón e incluso metida en la cama sin ganas de hacer nada. Su gesto se muestra serio o triste y es difícil arrancarle una sonrisa. Los brazos suelen caer abatidos o apretados contra el cuerpo, dotando a su figura de un aspecto retraído o introvertido. La acentuación de este estado puede acompañarse de la angustia y el llanto, con gran sensación de sufrimiento. Pero aquí ya entramos en el terreno de la depresión que merece un capítulo aparte.
El estado de equilibrio entre ambos polos, alegría y tristeza, recibe el nombre de eutimía; y las desviaciones hacia uno u otro sentido se llaman distimias. Cuando se rebasan unos determinados límites por ambos extremos caemos en el campo de la patología o enfermedad del ánimo: por un lado, la manía, en el plano de lo positivo; y por otro la depresión, en el de lo negativo.
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