martes, 12 de marzo de 2013

soberbia...yo??


La soberbia consiste en concederse más méritos de los que uno tiene. Es la trampa del amor propio: estimarse muy por encima de lo que uno vale. Es falta de humildad y por tanto, de lucidez. La soberbia es la pasión desenfrenada sobre sí mismo. Apetito desordenado de la propia persona que descansa sobre la hipertrofia de la propia excelencia. Es fuente y origen de muchos males de la conducta y es ante todo una actitud que consiste en adorarse a sí mismo: sus notas más características son prepotencia, presunción, jactancia, vanagloria, situarse por encima de todos lo que le rodean. La inteligencia hace un juicio deformado de sí en positivo, que arrastra a sentirse el centro de todo, un entusiasmo que es idolatría personal.
Hay dos tipos de soberbia; una que es vivida como pasión, que comporta un afecto excesivo, vehemente, ardoroso, que llega a ser tan intenso que nubla la razón, pudiendo incluso anularla e impedir que los hechos personales se vean con una mínima objetividad. La otra es percibida como sentimiento cursa de forma mas suave y esa fuerza se acompasa y la cabeza aún es capaz de aplicar la pupila que capte la realidad de lo que uno es, aunque sólo sea en momentos estelares. Entre una y otra deambula la soberbia, transita, circula, se mueve y según los momentos y circunstancias hay más de la una o de la otra.
La soberbia es más intelectual y emerge en alguien que realmente tiene una cierta superioridad en algún plano destacado de la vida. Se trata de un ser humano que ha destacado en alguna faceta y sobre una cierta base. El balance propio saca las cosas de quicio y pide y exige un reconocimiento publico de sus logros. Para un psiquiatra , estamos ante lo que se llama una deformación de la percepción de la realidad de uno mismo por exceso.
Ante la soberbia dejamos de ver nuestros propios defectos, quedando éstos diluidos en nuestra imagen de personas superiores que no son capaces de ver nada a su altura, todo les queda pequeño.
Hay una gradación entre las tres estirpes, soberbia-orgullo-vanidad, que van de más a menos intensidad, tanto en la forma como en el contenido. Entre la soberbia y el orgullo hay matices diferenciales, aunque el ritornello que se repite como denominador común puede quedar resumido así: apetito desordenado de la propia valía y superioridad. Es una tendencia a demostrar la superioridad, la categoría y la preeminencia que uno cree que tiene frente a los de su entorno. En general estos dos conceptos se manejan como términos sinónimos, aunque se pueden espigar algunas diferencias interesantes.
La soberbia es más cerebral, se da en alguien que objetivamente tiene una cierta superioridad, que realmente sobresale en alguna faceta de su vida. Facetas concretas de su andadura tienen un relieve que las realzaba sobre los demás. Hay una evidencia por la que puede ser tentado por la soberbia, no necesitando del halago de los otros y haciendo él mismo su propio y permanente elogio de forma clara y difusa, rotunda y desdibujada, a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella. Sus manifestaciones son más internas y privadas, aunque pueden ser observadas por una atmósfera grandiosa que él crea sobre su persona y además, a través de sus máscaras; hay arrogancia, altanería, tono despectivo hacia los demás, que se mezclan con desprecio, desconsideración, frialdad en el trato, distancia gélida, impertinencia e incluso, tendencia a humillar. Otras veces, esas máscaras son de una insolencia cínica, mordaz, con un ritintín de magnificencia que provoca en el interlocutor un rechazo frontal. En los casos algo más leves, baja la hoguera del engreimiento y entonces la relación personal se hace más soportable.
El orgullo es más emocional. Es una alta opinión de uno mismo mediante la cual la persona se presenta con una superioridad y un aire de grandeza extraordinario. Puede ser lícito y hasta respetable. Decía Luis Vives que «es un amor a uno mismo por méritos propios». Puede ponerse de manifiesto en circunstancias positivas, en donde el lenguaje coloquial se mezcla con hechos e intenciones. En esos casos dimana de causas nobles y puede ser hasta justo. El orgullo de ser un buen cirujano, un buen padre, un excelente poeta, ser de una región concreta de un país… Todo esto está dentro de unos límites normales. Puede encuadrarse en el reconocimiento a una labor bien hecha.
La palabra vanidad procede del latín vanitas,-tatis, que significa falto de sustancia, hueco, sin solidez. Se dice, también, de algunos frutos cuyo interior está vacío, en donde sólo hay apariencia. Mientras la soberbia es concéntrica, la vanidad es excéntrica. La primera tiene su centro de gravedad dentro, en los territorios más profundos de la arqueología íntima. La segunda es más periférica, se instala en los aledaños de la ciudadela exterior. La soberbia es subterránea. La vanidad está en la pleamar del comportamiento. En la soberbia uno tiene una enfermedad en el modo de estimarse uno a sí mismo, en una pasión que tiene sus raíces en los sótanos de la personalidad en donde brota el error por exceso de autonivel. En la vanidad la estimación exagerada procede de fuera y se acrecienta del elogio, la adulación, el halago, la coba más o menos afectada y obsequiosa que lleva a dilatar alguna faceta externa y que de verdad tiene un fondo falso, porque no contempla más que un segmento de la conducta.
En la soberbia y en la vanidad hay una sublevación del amor propio que pide un reconocimiento general. La primera es mas grave, porque a ella se suele añadir la dificultad para descubrir los defectos personales en su justa medida y apreciar las cosas positivas que hay en los demás, al permanecer encerrado en su geografía ampulosa.
Se pueden distinguir dos modalidades clínicas de la soberbia, entre las cuales cabe un espectro intermedio de formas soberbias. Una es la soberbia manifiesta que es notarial y que se la registra a borbotones, con una claridad absoluta, lo cual suele ser poco frecuente. Hay petulancia y presunción. La otra es la soberbia enmascarada, que es la más habitual y que se camufla a soto voce por los entresijos de la forma de ser y que es más propia de las personas inteligentes y teniendo un sentido amplio y desparramado que asoma, se esconde, salta y bulle y revolotea por su mundo personal. ¿Cuáles son estos síntomas? Voy a resumirlos esquemáticamente:
1.- Aire de suficiencia que refleja un bastarse a sí mismo y no necesitar de nadie. Engreimiento que esculpe y hace hierático el gesto y lleva al hábito altanero.
2.- La borrachera de sí mismo tiene su génesis de una zona profunda e íntima donde se elabora esa superioridad. Las manifestaciones más relevantes son: susceptibilidad casi enfermiza para cualquier crítica con un cierto fundamento; gran dificultad para pasar desapercibido; tendencia a hablar siempre de sí mismo, si éste no es el tema central de conversación, enseguida decae su interés en la participación y el diálogo con los demás; desprecio olímpico hacia cualquier persona que aflore en su cercanía y de la que se pueda oír alguna alabanza. Esta embriaguez puede disfrazarse de los más variados ropajes
3.- La soberbia entorpece y debilita cualquier relación amorosa. Cuando alguien tiene un amor desordenado a sí mismo como el descrito, es difícil darse a otra persona y poner los sentimientos y todos sus ingredientes para que esa relación se consolide. Esto hace casi imposible la convivencia, volviéndola insufrible, pues reclama pleitesía, sumisión, acatamiento y hasta servilismo.
No podemos olvidar, que para estar bien con alguien, para establecer una relación de convivencia estable y que funcione hace falta estar primero bien con uno mismo
4.- En la soberbia se hospeda una obsesión exagerada por uno mismo, que ha ido conduciendo a una excesiva evaluación del propio mérito. Y afloran términos como alardear, jactarse, vanagloriarse.
Lo contrario de la soberbia es la humildad. Todo el edificio de la persona equilibrada se basa en una mezcla de humildad y autoestima. La una no está reñida con la otra. Una persona que reconoce sus defectos y lucha por combatirlos y a la vez, tiene confianza y seguridad en sus posibilidades.
Entre la soberbia, el orgullo y la vanidad hay grados, matices, vertientes y cruzamientos recíprocos. Por esos linderos se suele acabar en el narcisismo, patrón de conducta presidido por el complejo de superioridad, la necesidad enfermiza de reconocimiento de sus valías por parte de la gente del entorno y la permanente autocontemplación gustosa.
Lasch, en su libro La cultura del narcisismo, dice que en la cultura americana éste es un emblema de nuestro tiempo. Freud puso de moda este término, recordando a la planta del narciso, que crece a orillas de los estanques y se mira en el espejo que el agua le ofrece. Lipovetsky, en su obra La sociedad perdida, habla del interés desmedido por la propia imagen: por la personalidad, por el cuerpo y sus partes descubiertas (la cara y las manos) y por la necesidad de aprobación de los demás que tienen este tipo de personas. El análisis se complica más de lo que quisiéramos y hay un terreno magnético e imantado entre estas tres estirpes mencionadas.
Sólo el amor puede cambiar el corazón de una persona. Cuando hay madurez, uno sabe relativizar la propia importancia, ni se hunde en los defectos ni se exalta en los logros. Y a la vez, sabe detenerse en todo lo positivo que observa en los que le rodean. Saber mirar es saber amar. A lo sencillo se tarda tiempo en llegar.


        Un escritor va paseando por la calle y se encuentra con un amigo. Se saludan y comienzan a charlar. Durante más de media hora el escritor le habla de sí mismo, sin parar ni un instante. De pronto se detiene un momento, hace una pausa, y dice: "Bueno, ya hemos hablado bastante de mí. Ahora hablemos de ti: ¿qué te ha parecido mi última novela?".
        Es un ejemplo gracioso de actitud vanidosa, de una vanidad bastante simple. De hecho, la mayoría de los vicios son también bastante simples. Pero en cambio la soberbia suele manifestarse bajo formas más complejas que las de aquel fatuo escritor. La soberbia tiende a presentarse de forma más retorcida, se cuela por los resquicios más sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas. La soberbia sabe bien que si enseña la cara, su aspecto es repulsivo, y por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, ocultar su rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que siempre queda contaminada.
        Unas veces se disfraza de sabiduría, de lo que podríamos llamar una soberbia intelectual que se empina sobre una apariencia de rigor que no es otra cosa que orgullo altivo.
        Otras veces se disfraza de coherencia, y hace a las personas cambiar sus principios en vez de atreverse a cambiar su conducta inmoral. Como no viven como piensan, lo resuelven pensando como viven. La soberbia les impide ver que la coherencia en el error nunca puede transformar lo malo en bueno.
        También puede disfrazarse de un apasionado afán de hacer justicia, cuando en el fondo lo que les mueve es un sentimiento de despecho y revanchismo. Se les ha metido el odio dentro, y en vez de esforzarse en perdonar, pretenden calmar su ansiedad con venganza y resentimiento.
        Hay ocasiones en que la soberbia se disfraza de afán de defender la verdad, de una ortodoxia altiva y crispada, que avasalla a los demás; o de un afán de precisarlo todo, de juzgarlo todo, de querer tener opinión firme sobre todo. Todas esas actitudes suelen tener su origen en ese orgullo tonto y simple de quien se cree siempre poseedor exclusivo de la verdad. En vez de servir a la verdad, se sirven de ella -de una sombra de ella-, y acaban siendo marionetas de su propia vanidad, de su afán de llevar la contraria o de quedar por encima.
        A veces se disfraza de un aparente espíritu de servicio, que parece a primera vista muy abnegado, y que incluso quizá lo es, pero que esconde un curioso victimismo resentido. Son esos que hacen las cosas, pero con aire de víctima ("soy el único que hace algo"), o lamentándose de lo que hacen los demás ("mira éstos en cambio...").
        Puede disfrazarse también de generosidad, de esa generosidad ostentosa que ayuda humillando, mirando a los demás por encima del hombro, menospreciando.
        O se disfraza de afán de enseñar o aconsejar, propio de personas llenas de suficiencia, que ponen a sí mismas como ejemplo, que hablan en tono paternalista, mirando por encima del hombro, con aire de superioridad.
        O de aires de dignidad, cuando no es otra cosa que susceptibilidad, sentirse ofendido por tonterías, por sospechas irreales o por celos infundados.
        ¿Es que entonces la soberbia está detrás de todo? Por lo menos sabemos que lo intentará. Igual que no existe la salud total y perfecta, tampoco podemos acabar por completo con la soberbia. Pero podemos detectarla, y ganarle terreno.
        ¿Y cómo detectarla, si se esconde bajo tantas apariencias? La soberbia muchas veces nos engañará, y no veremos su cara, oculta de diversas maneras, pero los demás sí lo suelen ver. Si somos capaces de ser receptivos, de escuchar la crítica constructiva, nos será mucho más fácil desenmascararla.
        El problema es que hace falta ser humilde para aceptar la crítica. La soberbia suele blindarse a sí misma en un círculo vicioso de egocentrismo satisfecho que no deja que nadie lo llame por su nombre. Cuando se hace fuerte así, la indefensión es tal que van creciendo las manifestaciones más simples y primarias de la soberbia: la susceptibilidad enfermiza, el continuo hablar de uno mismo, las actitudes prepotentes y engreídas, la vanidad y afectación en los gestos y el modo de hablar, el decaimiento profundo al percibir la propia debilidad, etc.
        Hay que romper ese círculo vicioso. Ganar terreno a la soberbia es clave para tener una psicología sana, para mantener un trato cordial con las personas, para no sentirse ofendido por tonterías, para no herir a los demás..., para casi todo. Por eso hay que tener miedo a la soberbia, y luchar seriamente contra ella. Es una lucha que toma el impulso del reconocimiento del error. Un conocimiento siempre difícil, porque el error se enmascara de mil maneras, e incluso saca fuerzas de sus aparentes derrotas, pero un conocimiento posible, si hay empeño por nuestra parte y buscamos un poco de ayuda en los demás.




Cómo superar la culpa, el rencor y el odio

El odio es un sentimiento oscuro que nos daña y nos lleva a dañar a otros personas. Para vivir de una manera positiva, conviene evitarlo o superarlo pues sus efectos suelen ser devastadores.
De la amplia gama de emociones y sentimientos que experimentamos los seres humanos, el odio es uno de los estados más nocivos y limitantes para nuestro bienestar y para el logro de nuestro más valiosos objetivos.

Puede describirse como un estado intenso, caracterizado por manifestaciones de antipatía y aversión hacia personas, situaciones o cosas, cuyo mal podemos llegar a desear apoyándonos en ideas que vemos como razones válidas y justificadas. El odio suele asociarse con actitudes como: aversión, repulsión, encono, rencor, saña o enemistad.


El odio tiene una funcion de autoprotección de la dignidad, de defensa del ego, es la valvula de escape del resentimiento o la respuesta a una injusticia notable o reiterada. Pero pese a las formas de justificación que encontremos para darle espacio, es negativo en muchos aspectos pues afecta la salud, especialmente el sistema inmune, el hígado y el corazón. Numerosas investigaciones han encontrado relación entre algunos tipos de cáncer y odios profundos no perdonados. En el marco de las relaciones personales, el odio es un veneno mortífero que impide el encuentro, la comunicación, la armonía y la convivencia basada en la comprensión, el acuerdo, el aprecio y el respeto. En el ámbito laboral odiar puede causar estragos. Verse abrazado por las llamas del odio afecta la productividad, pues impide la expresión de la creatividad, al mantener a quien lo padece, atado a pensamientos obsesivos de venganza, agresividad y violencia.

La génesis del odio puede estar en los contextos psicológicos del nacimiento y la crianza, en los que los golpes a la autoestima son caldos de cultivo de reacciones y sentimientos ruines. Muchos de quienes expresan odio, afirman haber sido ignorados, rechazados, maltratados o abandonados. A veces ese odio es dirigido hacia la propia persona en forma de culpa por no haber hecho o logrado ciertas cosas. Ese odio autodirigido, impulsa la autodestrucción: enfermarse y suicidarse, sonrespuestas que en ocasiones nacen del odio por sí msimo.

Así como puede odiarse a una persona, puede odiarse una idea o una deidad. Por ejemplo, muchos revelan odio hacia Dios por haberlos privado de sus seres queridos, o por "haberles quitado" salud, oportunidades, belleza o juventud.

El odio puede tener un lado bueno, como cuando odiamos la mediocridad o la ignorancia y nos vemos empujados a mejorar nuestra vida. Esta es, quizás, el mejor uso del odio. Aunque muchas veces consideramos que nuestra actitud está justificada, quien odia vive más cerca de la venganza que de la justicia.

Odiar es muy fácil. Para hacerlo, basta con pensar que somos los buenos, los adecuados, las víctimas, y sentirse seguro de tener la razón omitiendo todo lo que contradiga nuestras cogniciones. Entonces, casi espontáneamente brotan desde nuestra sombra, chorros calientes de lava gris, lista para bañar a cualquiera que señalemos como objeto de nuestra frustración.

Menos fácil es dejar de odiar. Se requieren mente abierta y corazón dispuesto, para enfrentar el veneno. No hay mucha ciencia en quejarse, morder, gritar, insultar, maldecir y golpear. Para eso sólo basta seguir el instinto animal; tener una excusa, elegir un enemigo y verter en la sangre un poco de adrenalina. Pero ¿qué hacer para vencer este sentimiento destructor, enemigo de la buena vida?

Podemos evitar convertirnos en blanco de los arranques de odio, tratando a los demás con aprecio, consideración y respeto.

En toda acción percibida como crítica, injusta, violenta, intervienen tres elementos:

• La herida o daño o perjuicio causado con la acción violenta.
• La deuda, dolor o sentimientos negativos (ira, frustración, amargura, odio, rencor, culpa) que acompañan el recuerdo de la experiencia y que nos engancha emocionalmente al que nos causó la herida. 
• La cancelación o anulación de la deuda o liberación, que deviene de la satisfacción, reparación, reconciliación, devolución o el olvido y el perdón.

No son los hechos los que nos hacen sufrir sino el significado que le dimos al acontecimiento. Es el cómo cada quien percibe, ve, oye y siente la experiencia y como lo graba en su memoria, junto a las reacciones corporales y de conducta que acompañan a esas emociones, lo que nos hace sufrir y nos “engancha” con la situación y con aquel que nos hizo o que creemos nos hizo daño.

Cómo percibimos los hechos depende de nuestra personalidad, de nuestras experiencias, del control que tengamos sobre nuestras emociones, de la forma como enfrentamos y resolvemos nuestros problemas y de la decisión, voluntad y esfuerzo que realizamos para cambiar el recuerdo de esa experiencia vivida.

Buscar la satisfacción, reparación, reconciliación o devolución inmediata es con frecuencia imposible (o se tarda demasiado o nunca se logra). La herida permanece abierta, nuestro dolor no se cura y nos convertimos en personas angustiadas, frustradas, amargadas, malhumoradas, temerosas, pesimistas, solitarias, obsesivas, culpables, agresivas, conflictivas y enfermas, pues el recuerdo y las emociones negativas, nos causan problemas físicos y psicológicos.

Para liberarnos de la pesada carga del recuerdo que lastima y limita debemos primero olvidar y luego perdonar.

Olvidar es una de las funciones de la memoria que nos permite liberar de nuestra conciencia, el dolor que acompaña las experiencias penosas. 

El tiempo para olvidar es muy personal y es involuntario. No se pueden cambiar los hechos, pero si la experiencia de los mismos. Es decir, podemos esforzarnos por transformar el recuerdo y acelerar el proceso del olvido.

Transformar el recuerdo significa recordar y contemplar los hechos a distancia, neutralizando las emociones, colocándonos inclusive, en el lugar de otras personas, sin juzgar, sin criticar, sin comparar, sin compadecerse, sin pena ni culpas, eliminando toda emoción negativa que está en nuestra memoria y que determina como hemos percibido la experiencia, para así estar en capacidad de perdonar. 

Perdonar es liberar de la deuda o neutralizar (olvidar) las emociones ligadas al recuerdo de la experiencia o de aquel que nos causó el dolor.

Sin embargo, el perdonar no borra el daño, no exime de responsabilidad al ofensor, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida. Perdonar es un proceso complejo que sólo nosotros mismos podemos hacer. 

Perdonar no es aceptar pasivamente la situación, dejar hacer a la otra persona o culparse porque piensa que lo provocó.

Perdonar no es olvidar o negar la ofensa y dejar que el tiempo o Dios se hagan cargo. Tampoco es culpar a otros, a las circunstancias o al destino.

Perdonar no es justificar, entender o explicar por qué la persona actúa o actuó de esa manera. 

Perdonar no es esperar por la restitución, por una satisfacción, por alguna explicación a la conducta violenta.

Perdonar no es obligar al otro a que acepte tu perdón o decirle “te perdono” para hacerlo sentir “humillado” . Tampoco es buscar u obligar a la reconciliación. 

Perdonar es, en primer lugar, reconocer nuestros errores y perdonarnos a nosotros mismos. Esto es, aceptar lo que no podemos cambiar, cambiar lo que podemos y aprender a establecer diferencias, sin remordimientos, sin culpas, sin odios ni rencores.

Perdonar es buscar la solución a los conflictos, apartando de nosotros todo sentimiento negativo como el rencor, odio, culpa, rechazo, deseos de venganza, pues son sentimientos inútiles que esclavizan y crean mayor frustración, mayor desesperanza. 

Cuando no perdonamos no tenemos alegría ni paz. Nos volvemos impacientes, poco amables, nos enojamos fácilmente causando rivalidades, divisiones, partidismos, envidias. 

Cuando no perdonamos, nuestras ideas y pensamientos se vuelven destructivos, pesimistas, erróneos; perdemos la confianza y respeto por nosotros mismos, desarrollamos conductas que crean mayores conflictos y nuestro modo de vida y nuestras relaciones con los demás, quedan afectadas. 

Cuando no perdonamos estamos permitiendo que nuestra salud, nuestro crecimiento personal, nuestro desarrollo y nuestra vida, esté gobernada por la decisión y la conducta de alguien o algo que no nos agrada o que nos ofendió o nos perjudicó.

Olvidar y perdonar nos permite, en primer lugar, controlar nuestras emociones y reacciones. Eleva la autoestima, nos da mayor seguridad y confianza. Facilita la recuperación de la habilidad para aprender, discriminar y seleccionar nuestras respuestas ante situaciones futuras. Aprenderemos, además, a actuar con madurez y sabiduría frente a la adversidad.


Olvidar, perdonar y perdonarnos, aunque doloroso, es deshacernos de la pesada carga de la culpabilidad, la amargura, la ira que nos embarga cuando nos sentimos heridos. Es abrir caminos hacia la esperanza de nuevas oportunidades. Es crecer y desarrollarnos como personas positivas, libres para vivir en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás.

“Perdonar es el valor de los valientes.
Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar." (Mahatma Gandhi)

lunes, 11 de marzo de 2013

El resentimiento¿Le hace mal al otro o a ti mismo?


Tengo un resentimiento contra…No me gusta pensar en esto por que me
duele, me mortifica pero, en verdad, está mucho más presente en mí de lo que
quisiera. Cuando algo me sale bien, me amargo pensando en que habría sido
mejor si esa persona no me hubiera hecho lo que me hizo. Cuando algo me sale
mal, a veces pienso que estoy en esa situación por culpa de esa persona. He
tomado o he dejado de tomar decisiones que tal vez me servirán a mí o a los
míos, motivado por ese sentimiento. No en pocas ocasiones me he encontrado
en mis fantasías evocando dolorosamente y con profunda rabia los hechos,
arruinando así momentos de soledad y paz. Otras veces –y no me siento muy
orgulloso de esto- he inducido de una manera más o menos sutil a mi familia, a
mis hijos, a que compartan ese odio que les es ajeno y que no entienden, y que
además, contradice todo lo que les he enseñado…¡cuánto tiempo de mi vida he
dedicado a ese dolor que no quiero!…Y, ¿qué es lo que realmente quiero? Que
la otra persona, mi agresor, sienta lo que yo siento. Que sufra lo que yo sufro.
Y lo que sucede es que, mientras más acentúo mi dolor, más sufro yo y más
sufren los míos, y la otra persona…a veces ni se entera o, si se entera, a lo
mejor ya tiene demasiado con sus propias penas, con sus propias confusiones,
con su propia amargura.
Porque yo sé que esa persona no se portó así por primera vez conmigo. Otras
veces había obrado de la misma manera y, en alguna forma, yo sabía que iba a
pasar lo que pasó. Yo soy responsable por haber esperado que, conmigo, la
magia de nuestra relación o un milagro lo evitaran. Ahora puedo hacer dos
cosas: o seguir dedicando mi vida a lo que no quiero recordar o aprender a
perdonarme y perdonar. Porque tengo que ser consciente de que, para mí, la
vida es muy valiosa y sé que de esto puedo aprender algo… A lo mejor, la más
grande enseñanza que me dejó este resentimiento es haberme dado cuenta de
que quien sufre y se mortifica con él soy yo y no el otro”.Seguramente usted, como la mayoría de las personas,  ha sentido esa mezcla de
rabia, desilusión y frustración que se experimenta cuando, a su juicio, una
persona, una entidad o un grupo de personas, afectivamente importante para
usted, lo han defraudado en algo, y no quiere o no puede expresarles
directamente su relación. Usted sabe que ese resentimiento le hace daño y, sin
embargo, a veces piensa que no le es posible –o no desea- olvidarlo.
LOS RESENTIMIENTOS NACEN DE LAS
EXPECTATIVAS FRUSTRADAS.
En toda relación humana, desde la más ocasional a al más profunda, cada una
de las partes espera a que la otra se comporte de determinada  manera y a esto
lo llamamos: expectativas. Es algo así como una forma de vivir por anticipado
nuestras relaciones con los demás, con todas las suposiciones y deseos que
tenemos antes de que un acontecimiento suceda.Expectativa es una palabra clave cuando hablamos de resentimiento. Los
resentimientos nacen de las expectativas frustradas. Cuando damos por
descontado y creemos justo y lógico que el otro se comporte de determinada
manera en algo que tiene significado especial para nosotros, y esto no sucede
así, nos sentimos injustamente pagados, ofendidos, adoloridos y frustrados. Así
comienzan los resentimientos.
Reconozcámoslo o no, de alguna manera nosotros pensamos que la otra
persona se va a ver afectada cuando tenemos hacia ella un resentimiento; sin
embargo, la paradoja es que el resentimiento es una de esas “victorias
engañosas” que obra como un bumerán, es decir, que se devuelve contra el que
lo lanza. El dolor que esperaba causarle al otro y todas las demás
consecuencias negativas las está recibiendo usted.
Cuando una persona está resentida con alguien, desea vengarse. Quiere que el
mismo dolor que está sintiendo, lo padezca el otro y, por lo tanto, lo primero
que se le ocurre es retirarle lo más importante que está dando: su amor, su
afecto, su amistad o su interés, dependiendo del tipo de relación que tengan. Lo
importante es que el otro se de cuenta de que está herido y esto le duela.
Quien está resentido con otro, sabotea poco a poco su relación porque, a partir
de su herida, aplica una forma intransigente y a veces injusta para juzgar lo que
la otra persona hace o deja de hacer. El resentimiento cambia su perspectiva de
la relación, usted comienza a ser menos benévolo con el otro; algunas cosas
que antes no le molestaban ahora las encuentra insoportables y, aún más, lo que
todavía funciona bien entre los dos, empieza a parecerle falso o sin sentido.
Esto lo aplica no sólo al presente y al futuro sino a su análisis del pasado, y allí
encuentra muchos motivos de queja de los que “no se había dado cuenta antes”.
Este es el momento en que usted se pregunta: “¿Por qué fui tan ciego o ciega
ante todo esto?, ¿cómo fue que deje que esto sucediera y no reaccioné?  Lo que
pasa es que ahora está mirando las cosas con otros “ojos”. Ya no tiene la
flexibilidad, la comprensión y la buena voluntad que tenía es ese momento
hacia esa persona. Ahora, debido a su herida, usted se ha convertido en “un
enemigo” y ya no está dispuesto a disculpar nada.


El esclavo es el que espera a que alguien venga a liberarlo.
E. Pound


Cuando las cosas llegan a este punto, lo único que nos parecería aceptable sería
que el otro se diera cuenta de “lo que nos hizo” –a veces pretendemos que esto
suceda sin decírselo directamente -, que nos presentara disculpas y que, de
alguna manera, nos dijera que también le duele que le quitemos nuestroaprecio. Generalmente, no sucede nada de esto y aún cuando usted esté muy
adolorido, es posible que el otro ni siquiera se haya enterado del asunto. El que
verdaderamente sufre con el resentimiento es el que lo siente, no es otro.
¿CÓMO SE CREAN LAS EXPECTATIVAS?
Lo que realmente cuenta en un resentimiento es lo que esperábamos que fuera
y no fue; es decir, nuestras expectativas frustradas.
Para formar esas expectativas, utilizamos varios recursos. Casi siempre, cuando
establecemos una relación con el otro, ya existen unos "acuerdos" más o menos
claros de lo que podemos esperar. Si usted va a la lavandería a que le laven un
vestido, no tiene que decirles que espera que no se lo vayan a dañar o perder. Si
matricula a su hijo en un colegio, no es necesario que advierta que sus
expectativas son que le enseñen lo que corresponde y que no lo traten mal o lo
agredan físicamente. Cuando consigue una pareja, tiene sus expectativas sobre
el comportamiento de esa persona y la mayoría de las relaciones humanas tiene
unas expectativas generales ya determinadas acerca de lo que puede ser o no se
puede esperar en ese tipo de relación.
A esto se le suma lo que nosotros conocemos acerca de la conducta anterior del
otro. De acuerdo con lo que sabemos de la otra persona, deducimos la forma
como podría actuar en el futuro. Si i jefe es muy serio y distante, yo no espero
que me haga una broma o me dé una abrazo muy efusivo el día de mi
cumpleaños. Sin embargo, estas expectativas que tenemos acerca de que el
potro se comporte de la misma manera como ya lo ha hecho otras veces, son
inciertas, ya que la forma de obrar de una persona sólo la refleja en el momento
en que está actuando. Esa persona puede decidir cambiar su conducta como
decide cambiar su forma de vestir, ya que nadie está atado a lo que piensa o acomo actúa en un momento dado y, por el contrario, siempre tiene la
posibilidad de ensayar nuevas opciones.
Otro método que utilizamos es el del propio deseo. Esperar con el deseo:
“como yo quiero tanto a esa persona y ella a mí, estoy seguro de que…”,
“como yo me he portado tan bien con tal persona, espero que el…” allí
comienza nuestra anticipación del futuro…y se mezcla con aquello que
deseamos a nos gustaría que fuera.
NADIE PUEDE LEER SUS PENSAMIENTOS. SI
QUIERE RELACIONES CLARAS, ESTABLEZCA
ACUERDOS CLAROS.
Tener expectativas sobre la conducta del otro es absolutamente inevitable. Sin
embargo, mientras más realistas sean éstas, mayores posibilidades tiene de quese cumplan.  Un buen método para lograr que sus expectativas sean adecuadas,
es hacerlas explícitas. Cuando usted se compromete con alguien para realizar
entre los dos alguna actividad, pregúntele claramente lo que espera de usted y,
a su vez, comuníquele sus expectativas. Esto facilitará su comunicación y cada
uno sabrá claramente qué esperar.
En la sociedad se tienen asignadas unas ciertas funciones o formas de actuar;
sin embargo es importante que se determinen explícitamente en cada caso. Los
terapeutas de pareja hablan constantemente de este punto. Muchas veces entre
los integrantes de una pareja se asume que la esposa debe hacer esto y esto, y el
marido esto y aquello. Sin embargo, uno de los dos puede estar pensando: “yo
lo que espero es que mi pareja sea muy dedicada a mí, que me atienda y
comparta todo su tiempo libre conmigo, que sus diversiones sean las mismas
mías y que estemos juntos todos los fines de semana”, y el otro, a su vez,
pensará “yo espero que mi pareja sea muy respetuosa de mi tiempo, que tenga
su propia vida, que este de acuerdo con que yo tenga tiempo para mis cosas
personales y que compartamos nuestro rato de descanso sin necesidad de estar
siempre juntos”. Ambas expectativas son válidas y justas pero, así como usted
no puede complacer a su pareja en algo que no sabe que le gusta, tampoco esa
persona lo podrá hacer si usted no se lo ha dicho explícitamente. Cuando no se
expresan claramente las expectativas entre las partes, a veces es difícil obrar
como el otro espera, aun teniendo la mejor disposición para hacerlo.


Inútil es la maravillosa producción de leche de una vaca que patea el
balde.
Hadrat Muinudin


Las expectativas no expresadas son una fuente potencial de frustraciones y de
heridas. Aun cuando la otra persona –jefe, compañero de trabajo, vecino,
amigo, empleado, hijo, pareja, familiar – deseé hacer lo que usted espera, le
será bastante difícil complacerlo si no sabe qué es.
Hay personas que legan al extremo de decir: “Lo que quiero es que me
sorprenda”. Esta es una forma de decir “además de que deseo que obre de tal o
cual manera, quiero no tenérselo que decir, sino que adivine cuándo y cómo
deseo que actúe”. Generalmente, quienes manejan así sus relaciones se sienten
defraudados y resentidos, ya que no le proporcionan al otro herramientas para
que lo complazcan.

EL OTRO NO TIENE LA CULPA DE LO QUE USTED
ESPERA DE ÉL

Sabiendo que los resentimientos nacen de las expectativas defraudadas y,
teniendo en cuenta que de usted depende tener unas expectativas justas y
realistas, y que sus expectativas son responsabilidad únicamente suya ya que el
otro no tiene la culpa de lo que usted espera de él, puede comenzar a pensar en
solucionar un resentimiento que tenga “guardado”. Le sugerimos que se tome
un par de minutos antes de seguir adelante, para que lo identifique. El hecho de
que pueda reconocerlo es el primer paso para empezar a resolverlo.
Las personas hacia las que tenemos resentimiento pueden estar vivas o haber
desaparecido de nuestra vida. No necesitamos hablar con el otro para “soltar”
nuestro resentimiento. La solución está en nuestro interior y, cuando nos damos
cuenta del mal que nos estamos haciendo, podemos perdonar sinceramente.
Lo primero que puede hacer para aclarar las cosas es analizar qué fue lo que la
otra persona hizo o dejó de hacer con lo que usted se sintió defraudado.

NO TODAS LAS EXPECTATIVAS SON JUSTAS Y
RAZONABLES.
Además de poner atención al método que utilizamos para formar nuestras
expectativas, debemos considerar que no cualquier cosa que nosotros
esperamos del otro es justa y razonable por el sólo hecho de que se la
comuniquemos. Nuestras expectativas deben tener en cuenta algunos aspectos
para que no le exijamos al otro más de lo que le corresponde hacer en la
relación.
• Lo primero es ser muy realista en lo que la otra persona puede, quiere y
está en capacidad de dar en esa relación. A veces creemos que, debido a
nuestra muy buena relación con el otro, éste va a cambiar las cosas que no
nos gustan o nos mortifican: si su novio es alcohólico y usted ha decidido
casarse con él, no se sienta engañada por que  “a pesar de que le doy hasta
mi propia vida”, siga siendo alcohólico. Su expectativa realista debe ser
que él se va a seguir comportando igual, por mucho que la quiera. Y esto
no excluye que usted pueda apoyarlo para que cambie pero, mientras tanto,
debe esperar solamente lo que es y no lo que desearía que fuera.


Las personas violentas y agresivas son personas asustadas que no han sabido
comunicar su miedo.


Mantenga sus expectativas dentro de los aspectos que comprende la
relación. Si su jefe, con quien tiene una buena comunicación en el trabajo,
no acepta ser el padrino de bautismo de su hijo, no deja de ser un buen jefe
ni está incumpliendo ningún contrato con usted. Simplemente, sus
expectativas se salieron del contexto de la relación que ambos tienen.
Algunas personas piensan que si su relación con su mejor amigo funciona
perfectamente, lo más seguro es que sea el socio ideal para hacer un
negocio y, si no se entienden como esperaban, difícilmente vuelven a ser
tan buenos amigos por que quedan los resentimientos. Las expectativas que
tenían en el campo de la amistad las extendieron al de los negocios, y
ambos se sintieron frustrados.
• Sea justo con lo que espera de los demás. Este es otro aspecto muy
importante en las expectativas: no pretender que el otro haga cosas que no
le corresponden. Si usted tiene una amistad con alguien a quien le ha hecho
grandes confidencias y, cuando lo necesita, no le ofrece prestarle el dinero
que le urge aun cuando lo tenga disponible, no cultive un resentimiento en
su contra: puede ser que en la mente de esa persona esté muy claro que no
desea mezclar la amistad con el dinero.
• Sea flexible con los cambios de circunstancias o de intereses del otro. Los
seres humanos estamos continuamente cambiando; nuestro organismo
cambia, nuestras circunstancias externas varían, nuestros intereses son
diferentes en las distintas épocas de la vida y esto hace que nos
relacionemos en forma distinta con los demás. Algunos padres tienen
resentimiento con sus hijos adolescentes porque ya no quieren salir a pasear
con ellos o a visitar a sus familiares.

Esto nace de que han conservado sus
expectativas rígidamente, sin considerar que en esa edad, el hijo puede
demostrar su interés hacia la familia de maneras distintas a ésta.
• Acepte “la forma” del otro. Si usted le ha dicho a su pareja que le encanta
que sea detallista y, para el otro esto significa llamarle por teléfono desde el
trabajo, estar pendiente de su comodidad, salir a comer juntos, recordar las
fechas especiales, no se ofenda porque no le celebra su cumpleaños como
usted esperaba: el otro está siendo detallista a su manera.
A veces creamos resentimientos con la gente porque no reconocemos que
muchas de sus actitudes agresivas, descorteses, desatentas, son su forma
habitual de comportarse, no es exactamente una respuesta en contra nuestra,
podríamos decir que la persona “es así” con todo el mundo y nosotros fuimos
uno más que se le cruzó en el camino.
Si al analizar nuestro resentimiento somos capaces de reconocer que estamos
heridos porque  queríamos que el otro hiciera las cosas de una manera

determinada, nos podemos dar cuenta de todo el dolor que podríamos habernos
evitado solamente aceptando “la forma” del otro.
De hecho, si usted está en una relación con una persona y permanece en ella,
quiere decir que lo que usted recibe del otro es más importante para usted que
lo que no le gusta. Tal vez ha tratado de cambiar a la persona, y esto ha
empeorado la relación o la situación puesto que, como hemos afirmado en
varias ocasiones, nadie cambia a menos que quiera. De esa manera, nos vemos
ante una alternativa muy sencilla: aceptamos lo que la relación nos ofrece, o
terminamos la relación. En el evento de que aceptemos continuar, es mejor que
resaltemos lo que nos gusta y lo que recibimos, y que reconozcamos nuestra
capacidad para manejar lo que no nos gusta.
Es importante también tener claro que si usted discrepa de la forma como la
otra persona hace las cosas, no quiere decir necesariamente que esté mal hecho
como el otro lo ejecute: quiere decir que usted tiene un punto de vista distinto.
Esto le facilitará comprender y aceptar “las razones” de la otra persona para
actuar como actúa.

Reflexione acerca de esto: Muchas veces pasamos años en una relación que
puede ser muy importante para nosotros, opacando la expresión de nuestro
afecto o el disfrutar momentos agradables con la sombra de un resentimiento,
porque consideramos que la forma como esa persona hace determinadas cosas
“no es la conveniente”.
Si usted no esta de acuerdo con la manera como su hermano maneja su familia,
su dinero, sus relaciones o su vida y, sin embargo, sigue relacionándose con él,
acepte que esa es la vida de él y “su forma” de hacer las cosas. A usted
tampoco le gusta que alguien permanentemente le esté recalcando qué es lo
correcto, sobre todo cuando se refiere a su propia vida. Haga lo que pueda por
usted y disfrute del afecto y de lo que le gusta de las personas con quienes está
relacionado.
NO EXTIENDA SU RESENTIMIENTO, NO LO
GENERALICE.
Con el resentimiento sucede que generalizamos fácilmente. Si consideramos
que una persona obró diferente a nuestras expectativas, con frecuencia
extendemos esa frustración a todos los aspectos de nuestra relación y acabamos
diciendo que todo en esa persona es “malo” o “indeseable”, cuando realmente
la experiencia que tuvimos sólo se refería a un aspecto de la relación.

Ese mismo proceso lo aplicamos cuando, a partir de nuestro resentimiento con
alguien, acabamos convenciéndonos que cualquier persona que tenga las
mismas características, el mismo oficio o pertenezca al mismo conglomerado,
va a obrar de igual manera a la persona con quien estamos resentidos y así
comenzamos a llenarnos de indisposición hacia el mundo que nos rodea: “los
militares son…” o “los ricos son…” o “los pobres son…” o “los jefes son…” o
“los empleados son…” o “el gobierno es…” o “los gringos son…”
La generalización también nos perjudica porque estamos negando la
oportunidad de valorar, disfrutar y enriquecernos de muchas personas que,
siendo políticos, ricos, pobres, extranjeros…, son distintas de esa concepción
negativa que tenemos. Hay quienes descalifican un trabajo o un oficio porque
“aquí todos son mediocres, superficiales o tramposos y yo no quiero ser así”, y
deciden retirarse del puesto e, inclusive abandonar su profesión.
Algunas personas tienden a pensar que esto de las expectativas sólo se da entre
enamorados o entre amigos muy cercanos; sin embargo, ocurre en todas las
relaciones, no solamente con las personas sino con las entidades. Son muy
comunes los resentimientos  contra empresas, instituciones o gremios de
personas, que se han formado de igual manera que los resentimientos hacia las
personas: por nuestras expectativas defraudadas.
EL RESENTIMIENTO COMPLICA SUS
RELACIONES CON OTRAS PERSONAS.

Quien tiene un resentimiento pierde mucho mas que aquél hacia el cual el
resentimiento va dirigido. Además del tiempo que le dedica a cultivar su odio
contra el otro, invierte su creatividad para planear mentalmente cómo
contestarle para que “le duela”, cómo hacerle saber que… “cómo mortificarlo,
cómo cobrarle lo que me hizo…” y le pone una gran pasión a su venganza o a
“sacarse esa espina” y, como si fuera poco, le dedica su persistencia: aún
aquellos que se llaman a sí mismos inconstantes son capaces de tener vivo  un
resentimiento por muchos años.
No sólo a usted lo afecta su resentimiento, a las personas más queridas y
cercanas a usted, también les afecta. Ellas son las que en última instancia,
muchas sin tener nada que ver con este asunto, pagan su mal genio, sus
generalizaciones, su negativismo y su amargura. Usted daña sus ratos íntimos
con el recuerdo del otro y su gente más allegada sufre por usted o se apasiona
en contra del otro.
¿Se imagina todos los dolores que se habría evitado y toda la energía que
habría tenido libre para utilizarla en mejorar su vida hacia donde usted desea, si
no le hubiera invertido tanto a su resentimiento?

Cuando tenemos un resentimiento nos limitamos socialmente, obrando de
manera prevenida y hasta nos privamos de la relación con otros por el mismo
miedo de que “nos vuelva a suceder algo parecido”. Es tan destructivo el
resentimiento, que algunas personas, después de una relación dolorosa con su
pareja, deciden que nunca más se van a enamorar (se castigan a sí mismas).
También, hay quienes lo utilizan para probar a los amigos. Si no se ponen de su
lado, los consideran desleales y se distancias de ellos. En las relaciones
laborales sucede esto frecuentemente. Cuando alguien hace un comentario
crítico sobre el jefe o sobre otro compañero con quien tiene algún
resentimiento, espera que quienes lo escuchen lo apoyen y le den la razón.
Busca recoger adeptos para su causa y esto pone a los otros en una situación
que no desean y, a la larga, prefieren no frecuentar a esa persona. Esto también
se hace evidente cuando una pareja se separa: los amigos de ambos no saben
como comportarse, a cuál de los dos invitar y, a veces, acaban alejándose de
los dos para no quedar mal con ninguno.
Hay resentimientos muy profundos en los que la persona “alimenta” su
desgracia o su mala situación, supuestamente causada por el otro, para
mostrarles a todos el daño que esa persona le causó.
El resentimiento es como una bola de nieve: mientras más energía le
dediquemos, más va creciendo y más áreas de nuestra vida va
comprometiendo.
ACEPTE SU RESPONSABILIDAD EN EL HECHO

Es indispensable recalcar que usted es el responsable de tener un resentimiento,
y así como pudo concentrarse en acrecentar el dolor y el sentimiento negativo
pensando más y más en eso y negando todo lo bueno de la relación, así mismo
tiene el poder y la capacidad de aminorarlo, reducirlo y olvidarlo,
concentrándose en todo lo bueno de la relación, o en lo positivo que sacó del
hecho, porque de cualquier manera, las consecuencias las recibe usted.
A muchas personas les sucede que, al aceptar su parte en el resentimiento que
habían guardado por  tantos años, reconociendo que su responsabilidad estuvo
en abrigar las expectativas que tenían (en lo cual la otra persona no tuvo culpa
alguna), sienten ganas de correr a donde el otro y decirle lo equivocadas que
han estado al permitir que eso sucediera en su relación. Esta es una muestra de
que se liberaron de esa pesada carga que se habían impuesto a sí mismas

porque, además de todo el dolor y la amargura que les causara la conducta de la
otra persona, estaban imponiéndose un nuevo dolor.
EL PERDON, EL MÁXIMO REGALO
Perdón es una palabra conformada por el prefijo “per” que significa intensidad
y “don” que significa regalo: Regalo intenso. Principalmente para quien
perdona, porque cuando perdonamos es como si desatáramos un ancla de
nuestros pensamientos, de nuestras acciones, de nuestras emociones. Es como
si abriéramos la puerta de las opciones que siempre hemos sabido que nos
benefician pero que, por esta ancla, hemos mantenido cerrada.
Cuando las personas hablan de perdonar, frecuentemente se refieren ha haberse
quitado un peso de encima, esto quiere decir que quien perdona es el primer
beneficiado con este regalo.
Es muy frecuente y válido el argumento de perdonar por comprender, por
entender, por compasión con el otro; sin embargo, puede ser más efectivo que
busque perdonar porque es usted el que se beneficia, el que se libera, el que
comprende que manteniendo y alimentando su resentimiento, el daño es para
usted y para los suyos.
Perdonar no significa que el otro cambie. Algunas personas perdonan y, sin
embargo, crean inmediatamente la expectativa de que la otra persona “no lo
vuelva a hacer”, cuando sabemos que este cambio sólo se dará  cuando el otro
realmente lo decida. Entonces, en este caso, la expectativa realista sería, si la
persona ha actuado varias veces de esa manera determinada, lo más probable es
que vuelva a hacerlo igual. Por tanto, sería conveniente que, además de
perdonar, usted tome las medidas para no verse afectado de nuevo por ese
comportamiento.

El resentimiento es una extraña fantasía de dolor que quizá mantenemos con la
esperanza de que otra persona venga a disculparse, a reconocer su error. La
otra persona tiene sus propios argumentos y razones o justificaciones para
haber obrado como lo hizo y nuestro resentimiento no va a cambiarlos. Si esa
manera de obrar, que nos dolió tanto, es verdaderamente un error del otro, él
mismo estará sufriendo las consecuencias aun cuando aparentemente no lo
demuestre, ya que es difícil saber lo que pasa en el corazón de otro ser humano.
El poeta norteamericano Longfellow decía: “Si nosotros pudiéramos leer la
historia secreta de nuestros enemigos, podríamos encontrar en la vida de cada
uno de ellos tanta pena y tanto sufrimiento, que sería suficiente para desarmar
cualquier hostilidad”.

Cuentan que una vez un hombre llegó a su casa u encontró que había sido
saqueada por ladrones. Sintió hondo pesar por lo que le había sucedido y,
después de hacer el recuento de las pérdidas, se llenó de rabia, frustración e
impotencia y, sin embargo, al reflexionar, se dio cuenta de que, fuera de
intensificar las precauciones, era muy poco o nada lo que podía hacer por
recuperar sus bienes o encontrar a los ladrones. Entonces dijo: “ya que me
robaron mis bienes, no voy a permitir que me roben mi tranquilidad y mio
paz”. Y decidió olvidarse del asunto.
















Aprovecha lo que tienes

Cuánto tienes a tu alcance para hacer algo no es ni por asomo tan importante como lo que decidas hacer con ello. Muchísima gente que se volv...